Podemos e IU están obligados a refundarse, iniciar un nuevo comienzo y hacer política a lo grande. No queda otra. Además, hay que hacerlo pronto y a buen ritmo. ¿Habría que convocar unos estados generales de las izquierdas para un nuevo proyecto de país?
No hay atajos
El Viejo Topo
8 mayo, 2021
Los que leyeran
mi artículo anterior en NORTES no se
extrañarán demasiado de la victoria electoral de las derechas en Madrid.
Sorprende, quizás, sus dimensiones. Sería bueno preguntarse de dónde venimos.
La señora Ayuso llevaba bastante tiempo deseando convocar elecciones en la
Comunidad de Madrid. Aprovechó rápidamente la fallida moción de censura de
Murcia para hacerlo. ¿Qué decían las encuestas en ese momento? Que ganaba con
claridad el PP, que desaparecía Ciudadanos, que VOX tenía dificultades, que el
PSOE bajaba, que Mónica García subía y que UP podría quedarse fuera de la
Asamblea de Madrid. Para decirlo con claridad, el PP ganaba por mucho y que el
debate sería en saber por cuánto.
¿Dónde estaba
lo nuevo? En la irrupción de Pablo Iglesias. No voy a entrar en las
motivaciones. Era evidente que un nuevo fracaso de UP debilitaría el papel de
una formación que es parte de un gobierno que da muestras de agotamiento y de
pérdida de impulso. Iglesias deja la vicepresidencia y va a la batalla de Madrid.
El guión que sigue es propio de él: polarizarse con la presidenta, echar mano
de la épica y situar el debate entre un fascismo emergente y una democracia que
tiene el deber de defenderse. La hipótesis subyacente era que la izquierda
estaba desmovilizada y que la participación masiva de barrios y pueblos de
tradición obrera podrían revertir el triunfo de una derecha a la ofensiva.
Iglesias hizo, además, una apuesta clara por la unidad de la izquierda
eludiendo cualquier tipo de conflicto en el interior de ella. No ha funcionado.
Se puede decir que la polarización, que ha elevado la participación a niveles
altísimos, no ha contribuido a la derrota de las derechas. ¿Esfuerzo
inútil? No lo creo. Solo se pierden las batallas que no se dan. Más Madrid y UP
han luchado, han definido proyectos y movilizado a una parte del electorado en
condiciones difíciles. Una buena base de partida para construir un bloque
alternativo nacional-popular enraizado en barrios y pueblos, impulsor de la
auto organización social y dotado de un proyecto claro, diáfano y que invite al
compromiso político-personal. Las elecciones para una fuerza de la izquierda
trasformadora, no se debería olvidar, se pierden y se ganan antes de la campaña
electoral. No hay atajos y toca la dura, agotadora y terca estrategia de
posiciones y construcción de poderes sociales.
Los resultados
electorales de Madrid obligan a distinguir entre lo específico de esta
Comunidad y lo que realmente está ocurriendo en el conjunto del Estado. Un
primer dato tiene que ver con algo que ya se sabía, el agotamiento definitivo
del impulso del cambio que fue el 15M. La parábola de Pablo Iglesias enseña
mucho de ese movimiento 10 años después. Un segundo dato está relacionado con
la Covid-19 y sus consecuencias. Más de un año de confinamiento ha modificado
profundamente los comportamientos y los humores sociales; la relación directa
con la muerte, con la enfermedad, han revalorizado la importancia de la salud
pública y del Estado, pero han modificado nuestro horizonte de sentido, han
problematizado radicalmente nuestra visión del futuro y el miedo, la
inseguridad y la incertidumbre se han ido convirtiendo en una segunda piel que
las derechas han sabido interpretar mucho mejor que las izquierdas.
En Madrid se
vive desde hace años una rebelión de las élites contra los
deseos de cambio de una juventud indignada que cuestionaba el poder omnímodo de
los grandes grupos económicos, del capital financiero y de unos fondos de
inversión calificados como buitres. Democratizar la democracia, defender los
derechos sociales y el control de los oligopolios fue organizando un imaginario
colectivo que hoy está agotado. La pandemia ha definido una ruptura sobre un
mal social que no tiene culpables y que es percibido como si fuera un fenómeno
geológico. No se ha hecho una lectura política sobre cómo se ha gestionado la
pandemia y ni siquiera se está cuestionando la distribución de las vacunas,
pagadas con dinero público, que se han ido convirtiendo en un instrumento de
poder (geo)político y de control de las grandes corporaciones sobre el mercado.
Se habla mucho
de fin de ciclo y de nuevo ciclo. Lo que vivimos desde hace meses es la
sistemática y dura reacción de los poderes facticos (económicos, políticos,
mediáticos) que pretenden clausurar una etapa histórica -representada en toda
su contradictoria complejidad por Unidas Podemos- e iniciar otra sobre
principios y valores liberal-conservadores, neoliberales. En esto no hay
diferencias entre VOX y el PP. El partido de Abascal es el programa oculto, el núcleo
duro político-cultural del partido de Casado. Ayuso lo ha sintetizado en
Madrid. Su discurso sobre la libertad parece sacado de un manual de micro
economía neoclásica de la Escuela de Chicago. La libertad de la que habla la
presidenta de la Comunidad de Madrid es la del mercado, de preferencias
respaldadas por signos monetarios y de demandas de consumo mercantilmente
guiadas. Esa libertad ha sido vivida como tal por miles de jóvenes; algunos
hablan ya de que la próxima estación post Covid-19 será unos nuevos “años 20”
de jolgorio y alegría, de consumo desaforado y de alejamiento de cualquier
proyecto real de transformación de la sociedad. Pasolini llamaría a eso
“rupturas antropológicas” provocadas por unas estructuras de consumo que
modifican y reestructuran el sentido común nacional- popular.
Hay que
insistir. El PP de Ayuso ha organizado políticamente un bloque social que se ha
venido construyendo durante décadas, que ha generado cultura y valores, que
cristaliza en alianzas sociales y que tiene un proyecto claro, nítido,
comunicable y con voluntad de mayoría. No es extraño que le llamen a todo esto
la “batalla cultural” que, como decía Esperanza Aguirre, es la diferencia
sustancial entre Ayuso y Casado. Cuando se frustra, se neutraliza y se impiden los
deseos de cambio de una sociedad -como ha ocurrido en España- la relación de
fuerzas y sus imaginarios sociales no retornan a la etapa anterior a la crisis;
estas, la concreta y precisa articulación de fuerzas, cambia, interioriza la
derrota y la convierte en pegamento para una (contra)ofensiva de las fuerzas
dominantes. Dicho de otro modo: la derrota de las fuerzas renovadoras de la
izquierda hace girar más a la derecha al conjunto del país y posibilita el
reforzamiento de las derechas y sus proyectos políticos-culturales.
El PSOE ha sido
el peso muerto que ha impedido el triunfo de las izquierdas. Si comparamos a
Ayuso con Gabilondo, nos damos cuenta de hasta qué punto el social liberalismo
es incapaz de competir en serio con unas derechas a la ofensiva. Las continuas
declaraciones de las viejas glorias (González, Guerra, Leguina, Redondo
Terreros) contrarias a Pablo Iglesias y especialmente críticas contra el
gobierno de España -ampliamente difundidas por los medios de la derecha- han
desmovilizado a una parte del electorado y contribuido al voto de una candidata
radicalmente opuesta a Pedro Sánchez. El PSOE ya no es lo que era. Su
conversión en partido-cartel, su rígida dependencia del aparato de la Moncloa y
su acelerada pérdida de vínculos sociales y de enraizamiento territorial lo
hacen poco eficaz para competir en serio contra un bloque político-social y
cultural cuyo buque insignia es el PP. Vox es funcional: mueve organizaciones,
valores y consignas complementarias de un proyecto común de las derechas.
Mónica García,
su ya conocido “efecto”, ha recogido los frutos de un trabajo bien hecho y su
permanente defensa de los servicios públicos y los derechos sociales. Ha sabido
construir un espacio político de una izquierda amable y profesional entre la no-oposición
del PSOE y el “radicalismo” de UP. La aparición de Pablo Iglesias ha favorecido
la delimitación de ese espacio, favoreciendo la llegada de nuevos votantes
recién movilizados y que, tal como estaban las cosas, tenían difícil votar al
ex vicepresidente. Su visualización como alternativa a Ayuso le dará réditos y
la situarán en el centro del espacio público. El desafío ahora es también
evidente: ¿una fuerza regionalista madrileñista? ¿Una fuerza parte de un
espacio verde-feminista plurinacional? ¿Un partido de masas o un partido
profesional-electoral nucleado por los cargos públicos, y financiado con dinero
estatal?
UP ha salvado
una vez más los muebles, pero ha necesitado de la activa presencia de Pablo
Iglesias. Su retirada de la política dice muchas cosas. Algunas requieren
tiempo; otras son muy evidentes. Demonización y criminalización han marcado a
una figura política que quitó el sueño a unas clases dirigentes férreamente
defendidas por un bipartidismo más o menos imperfecto y sólidamente atrincheradas
en su control de los medios de comunicación. A estas alturas hay que hacerse,
al menos, dos preguntas: ¿ha ayudado a la izquierda de Madrid la gestión de la
pandemia y eso que las ministras de UP han llamado “el escudo social”?; ¿por
qué una oposición tan radical y tan desproporcionada a un gobierno tan moderado
y limitadamente reformista como el de Pedro Sánchez? Las dos están relacionadas
y requieren de un debate colectivo y abierto, sobre todo abierto a los
movimientos sociales, sindicatos y asociaciones. Escuchar; escuchar más allá de
los conflictos en el gobierno.
A la primera
pregunta, se puede contestar con veracidad: las políticas progresistas no han
llegado o han llegado muy poco a los barrios obreros, a los jóvenes, a las
mujeres. No es solo el tema del alquiler de viviendas, es la sensación que no
hay correspondencia entre las declaraciones y las medidas concretas que se
aplican. A las noticias sobre la supresión de las bonificaciones fiscales a la
declaración conjunta de los matrimonios, se añadieron el peaje a las autopistas
y rebajas en la reforma laboral pactada. Dicho con claridad: no solo parece que
se agota el impulso del cambio, sino que está emergiendo –por las presiones de
la UE- un nuevo programa de gobierno diferente del pactado por el PSOE/UP. La
salida de Pablo Iglesias del gobierno habla mucho de problemas no resueltos y
de limites políticos reales.
La segunda
pregunta es más complicada. Los poderes económicos viven un momento difícil, de
recomposición y definición. Necesitan desesperadamente del Estado, de los
fondos públicos y de una clase política alineada con sus intereses, coherencia
entre gobierno del capital y gobierno de España. Lo suyo era una alianza
Ciudadanos /PSOE. No fue posible. No es posible hoy. El dilema de Pedro Sánchez
es ¿cómo alinearse con los poderes económicos sin que salte el gobierno? La
cuestión central son los fondos europeos, su gestión y su reparto. Hay una cosa
clara: las derechas económicas y políticas, con sus instrumentos mediáticos,
aprovecharán el momento para hacer una oposición dura y sin tregua, debilitar
al gobierno y obligarle a negociar.
Pablo Iglesias
no tiene ni va a tener sucesor ni sucesora. Para bien o para mal concentraba
liderazgo y proyecto; eso tenía limites políticos y temporales. Podemos e I.U.
están obligados a refundarse, iniciar un nuevo comienzo y hacer política a lo
grande. No queda otra. Además, hay que hacerlo pronto y con buen ritmo. En el
centro, a mi juicio, habría que convocar unos estados generales de las
izquierdas para un nuevo proyecto de país. Al fondo, una forma-partido
que promueva la auto organización, la lucha social, la elaboración programática
y nuevas formas de gestión de lo público. Continuará.
Artículo publicado originalmente en Nortes
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