El asalto armado al Capitolio
El Viejo Tpo
16.01.2021
La toma del
Capitolio por las hordas de Donald Trump el pasado 6 de enero exhibe la
crisis de legitimidad de la decadente democracia liberal
estadunidense. Pero esa crisis, alimentada sin duda por la retórica
antisistema, patriotera, chovinista, nativista, machista, negacionista, racista
y xenófoba del nacional trumpismo, producto de la generación del totalitarismo
y el neofascismo en las entrañas del capitalismo, venía de atrás. Y en la
coyuntura, como aventuró Walden Bello, podría seguir el camino de la infausta
República de Weimar en Alemania.
Dicha crisis,
que ha sido definida por observadores como el analista de inteligencia francés
Dominique Delawarde y Thierry Meyssan, de la Red Voltaire, como una
lucha a
muerte entre soberanistas y globalistas al interior de
Estados Unidos, se exacerbó con la llegada de Trump a la presidencia el 20 de
enero de 2017, pero venía incubándose desde la revolución conservadora de
Ronald Reagan en los años 80 –impulsada también por Margaret Thatcher en Gran
Bretaña–, que dio inicio al larvado proceso de financiarización de la economía
que llega hasta nuestros días.
Bajo la
denominación capitalismo neoliberal, entre otros fines, la contrarreforma
económica y social de Reagan y Thatcher destruyó o erosionó las políticas de
protección social y a las clases medias donde existían, generó una descomunal
concentración de la riqueza y aceleró la crisis ecológica. Desde entonces, la
polarización social −que en circunstancias como las actuales refuerza a la
derecha y a la extrema derecha–, no fue entre los partidos Demócrata y
Republicano, que responden por igual a los intereses de los grandes fondos de
inversión y las corporaciones, sino refleja la contradicción antagónica básica
del sistema de dominación: capital/trabajo; deriva de la desigual distribución
de la riqueza (entre el Estado profundo [ Deep State] y las
mayorías desheredadas; entre el llamado uno por ciento y el resto de los
mortales), contradicción que, en la coyuntura electoral de 2020, los aparatos
ideológicos y otros mecanismos de control y poder del Estado ocultaron para
imponer la ideología de la clase dominante.
Un elemento
fundamental para explicar la actual crisis estadunidense –que es además una
crisis de civilización–, es la erosión de la llamada supremacía blanca,
situación que ha sido explotada con éxito desde finales de los 60 por los
republicanos, para hacer que el partido sea el representante de una mayoría
racial que se siente amenazada en sus privilegios por la expansión demográfica
de la llamada América no blanca; lo que se combinó con la deserción por parte
del Partido Demócrata, desde William Clinton a Barack Obama, de su base de
clase obrera blanca, otrora pilar de la coalición del New Deal (Nuevo
Trato), la política intervencionista de Franklin Delano Roosevelt para luchar
contra los efectos de la Gran Depresión.
Mucho antes de la crisis de la burbuja inmobiliaria (hipotecas subprime) y Wall Street en 2008, industrias clave habían sido transferidas a China y otros lugares del Sur global, con la consiguiente pérdida de millones de empleos en el sector manufacturero de EU. La desindustrialización de la potencia imperial fue aprovechada por Donald Trump, quien hizo de la antiglobalización una pieza central de su plataforma electoral de 2016, lo que combinó con una retórica antinmigrante para atraer a la pauperizada clase obrera blanca –pero también a rancheros, granjeros, colonos y mineros blancos− que desde la época de Reagan había dado señales de que estaba lista para ser azuzada racialmente.
En su
adelantada campaña por la relección, al hablar ante la Asamblea General de la
ONU en septiembre de 2019, envuelto en la bandera soberanista Trump declaró la
guerra a los globalistas, anidados mayoritariamente entre los demócratas. Dijo:
“El mundo libre debe abarcar sus cimientos ‘nacionales’ (…) Si quieren
democracia, aférrense a su soberanía. Si quieren paz, amen a su nación (…) El
porvenir no pertenece a los globalistas. El porvenir pertenece a los patriotas
(…), a las naciones independientes y soberanas que protegen a sus ciudadanos”.
Desafiado, y
mayoritario en el Estado profundo, disponiendo del control de las finanzas, de
los GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft) y de la cuasi totalidad
de los medios mainstream (hegemónicos en la cultura de masas),
el bando de los globalistas apoyó a Joe Biden, quien triunfó en los comicios
del 3 de noviembre; aunque Trump logró casi 74 millones de votos, 10 millones
más que en 2016.
El todavía
confuso asalto armado al Capitolio por WASP (blancos protestantes
anglosajones), con sospechosa colaboración policial, expresaría esa
contradicción soberanistas vs. globalistas y podría derivar en
una guerra civil. Con el agregado de que la democracia americana es
una construcción ideológica: intelectuales como Noam Chomsky, Howard Zinn y
Sheldon Wolin han sostenido que EU es una plutocracia (un gobierno de los
ricos, por los ricos y para los ricos), y que democracia y capitalismo son
incompatibles.
Con cierto
humor ácido, el representante ruso ante la ONU, Dmitri Polyanskiy, describió
como fotos al estilo Maidan las que fluyeron desde Washington, DC el
6 de enero (en referencia a las protestas en Ucrania, apoyadas por EU y la
OTAN, que derrocaron al presidente Viktor Yanukovich en 2014). Sólo que la
técnica del golpe suave −utilizada por la CIA y el
Pentágono urbi et orbi− vía la turba arengada por Trump y 147
legisladores republicanos contra uno de los poderes del Estado, en apariencia,
fracasó.
¿Hubo otro actor encubierto que facilitó el asalto al Capitolio con el propósito de decretar leyes de estado de excepción para recortar las garantías constitucionales y los derechos civiles?
Artículo
publicado originalmente en La Jornada.