5G, la vacuna de Bill Gates y un laboratorio de Wuhan
Comprender la pandemia de
teorías de la conspiración
Foto
Por Fred
Fuentes
Rebelion
| 07/07/2020
Fuentes: Green
Left
Traducido
del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Foto: “El
COVID-19 es un engaño, el asesino es el 5G”
En los
últimos meses hemos asistido a una proliferación de memes y relatos en las
redes sociales que vinculaban el COVID-19 a todo tipo de cosas, desde la
tecnología 5G y un laboratorio en Wuhan hasta Bill
Gates y su campaña a favor de vacunaciones globales. Incluso parte
de los medios de comunicación y figuras
políticas como el presidente de Estados Unidos Donald Trump han contribuido a
difundir esas teorías.
Hay indicios
de que estas teorías han ganado fuerza. Una encuesta realiazada por Essential en Australia en mayo mostraba
que el 39 % de las personas entrevistadas opinaban que el COVID-19 se creó y
soltó desde un laboratorio chino, un 13 % culpaba a Bill Gates de la pandemia y
un 12 % creía que se estaba utilizando la red inalámbrica 5G para propagar el
virus. Una encuesta similar hecha en Canadá concluía que un 46 % de las personas
encuestas creía en al menos uno de esos mitos clave del COVID-19.
Estas teorías
se han extendido tanto que las autoridades se han visto obligadas a responder públicamente y refutarlas, mientras que algunas personas han
tratado de solucionar personalmente el asunto y han atacado torres de 5G en varios países,
incluida Australia.
Se suele
atribuir el auge de las teorías de la conspiración a la ignorancia o a campañas
deliberadas de desinformación destinadas a provocar falta de confianza en instituciones
liberales como el gobierno, en los medios de comunicación o en el ámbito
académico, de modo que la solución suele ser pedir a la gente que
“escuche a os expertos” o pedir a los políticos y a los medios de comunicación
que dejen a un lado la política y se centren en un “liderazgo honesto”. Pero en
general esto no hace sino provocar que se crea aún más en estas teorías al no
comprender la razón principal del auge de las teorías de la conspiración.
En la corriente dominante
En la corriente dominante
Las teorías
de la conspiración existen desde hace siglos aunque en general su influencia se
ha limitado a los márgenes de la sociedad. Sin embargo, desde finales del siglo
pasado y principios de este las teorías de la conspiración han ido penetrando
lentamente en la corriente dominante. Actualmente importantes minorías creen en
teorías como la de que los atentados terroristas del 11 de septiembre fueron un
“trabajo interno” o que robots rusos hicieron que Trump ganara
las elecciones.
Varias de
las teorías de la conspiración actualmente en boga no son nuevas, pero la
pandemia de COVID-19 ha servido para aumentar su difusión al tiempo que actúa
como un gran unificador de ellas.
En todo el
espectro político se han utilizado las propias lentes conspirativas para
entender la pandemia, lo que ha hecho que grupos que aparentemente tienen
puntos de vista diferentes (por ejemplo, milicias de extrema derecha que se
oponen a los confinamientos dictados por el “gran gobierno” y hippies que
rechazan las campañas de vacunación de la industria farmacéutica) coincidan en
negar que exista una supuesta “pandemia”.
Lo que
tienen en común la mayoría de estas teorías de la conspiración es la
suspicacia, si no la hostilidad declarada, respecto a la “clase dirigente” o
las “élites”. Los relatos acerca de vacunas, tecnología 5G o “pandemias del
Nuevo Orden Mundial” suelen implicar la creencia de que una fuerza maligna y
oculta controla los acontecimientos.
Lo que
contribuye a que estas teorías ganen fuerza es que a menudo contienen una pizca
de verdad, aunque de una forma extremadamente distorsionada. Por ejemplo, creer
que las vacunas son una conspiración para poner un microchip a la población es
absurdo, pero hay muchas razones legítimas para desconfiar de las empresas
farmacéuticas que buscan obtener beneficios de crisis sanitarias mortales y de la
miseria.
Lo mismo
ocurre con el escepticismo respecto a la expansión de la tecnología o de los
poderes del Estado, que se han tendido a utilizar para atacar la intimidad y las libertades civiles de la gente. Y
el temor de que las élites puedan estar detrás de una “pandemia” sólo tiene
sentido si se considera cómo los gobiernos y las empresas han tratado
sistemáticamente de convertir las crisis en oportunidades para llevar adelante sus
programas perjudiciales para la gente.
Aunque las
redes sociales y Trump han desempeñado un papel importante a la hora de
popularizar estas teorías, su reciente y espectacular auge no se debe a
campañas bien financiadas para minar el orden establecido, sino más bien lo
contrario: el atractivo de estas teorías se explica por el alto índice de desilusión respecto a las
instituciones existentes y el debilitamiento o desintegración de los modelos políticos tradicionales para interpretar el mundo (ya sea
la derecha conservadora o la socialdemocracia o la variedad comunista de
izquierda). Esto es, las teorías de la conspiración reflejan más que crean una
muy arraigada falta de confianza en la situación actual. Cuando esto se une a
un acontecimiento vasto e inesperado de proporciones globales, como una
pandemia, el terreno está abonado para que florezcan las teorías de la
conspiración.
Superar la impotencia
Para quienes
tratan de darle sentido a este mundo las teorías de la conspiración pueden
ofrecer un relato simple para entender la compleja realidad que los rodea. No
sólo explican lo que ocurrió, sino, más importante, por qué ocurrió.
Aunque las
teorías de la conspiración se basan en ideas de relaciones de poder desiguales,
sustituyen las fuerzas sociales reales existentes (clases sociales) por tropos sobre individuos malvados (Bill
Gates) y conciliábulos secretos (el Nuevo Orden Mundial, los Globalistas) o
antisemitismo reaccionario (conspiraciones judías).
En un mundo
en el que tantas personas están desconectadas socialmente y carecen de control
sobre aspectos claves de sus vidas se puede obtener una sensación de certeza e
incluso de comodidad de la idea de que las “élites” son todopoderosas y la
“corriente dominante” está engañada o compuesta por “personas que se comportan
como borregos”. Por consiguiente, la conclusión lógica es que poco se puede
hacer para detener a estas élites excepto “difundir la verdad”.
También aquí
las teorías de la conspiración reflejan más que crean un sentimiento de impotencia existente proveniente
de una desvinculación más general de la gente respecto a la política y la muy
arraigada idea de que el cambio social es imposible. Por lo tanto, el auge de
las teorías de conspiración no sólo se explica por la desconfianza cada vez
mayor, sino también por las derrotas infligidas a la clase obrera y a los
movimientos sociales en las últimas décadas.
La mayoría
de la gente ya no considera la política un ámbito en el que participar y actuar.
Para algunas personas, en cambio, se ha convertido en algo similar a The
Matrix, donde las élites manipulan la realidad y solo aquellas personas que
“toman la píldora roja” pueden ver lo que ocurre realmente. Así que no es de
extrañar que los comités de “verificación de hechos” o los comités de expertos,
como la Comisión sobre el 11 de septiembre, solo
sirvan para alimentar a los “escépticos” que tratan de redoblar las pruebas de
encubrimiento y de encontrar otras nuevas.
Para superar
el auge de las teorías de la conspiración habrá que ganar una audiencia mayor
que comprenda de forma coherente y mucho más profunda cómo funciona la
sociedad, y pueda perfilar las verdaderas fuerzas sociales existentes en juego
y cómo se puede acabar con las relaciones de poder desiguales.
Para
lograrlo hay que crear espacios para el aprendizaje y el debate colectivos que
se centren en empoderarse mutuamente en vez de limitarse a escuchar a los
expertos. La ciencia puede ser una guía (pero nunca un sustituto) para
determinar qué acción política emprender.
Y, más
importante, exigirá que resurjan unas movilizaciones colectivas capaces de
superar la sensación de impotencia existente. Esta lucha no sólo revelaría
dónde reside el verdadero poder en la sociedad, sino que permitiría a las
personas implicadas recuperar un verdadero control de sus vidas.
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