«Hay cosas más importantes que vivir»
Rebelión
19/05/2020
Fuentes: Público
Foto: Una concentración en protesta contra las restricciones para hacedr
frente al coronavirus acordadas por el gobernador del Estado de Massachusetts,
Charlie Baker, frente a su casa en la localidad de Swampscott. REUTERS/Brian
Snyder
La frase
entrecomillada del título de este artículo no es mía. Ni la he inventado yo. Es
del vicegobernador del Estado de Texas, en Estados Unidos, Dan Patrick. La dijo
exactamente como yo la he traducido («there are more important things than living»)
cuando le recriminaron haber afirmado unos días atrás que «los abuelos están
dispuestos a sacrificarse» para salvar la economía de su país.
Se trata de una
idea bastante generalizada en Estados Unidos, donde el presidente Trump y el
Partido Republicano defienden que la economía es lo primero que hay que salvar
y que, por tanto, vale la pena soportar la pérdida de vidas humanas que eso
pueda llevar consigo.
El Premio de
Economía del Banco de Suecia (equiparado al Nobel) Paul Krugman se preguntaba
hace unos días en uno de sus artículos en The New York Times sobre las razones que
podrían explicar que la derecha estadounidense propugne medidas que claramente
van a provocar la muerte de miles de compatriotas y daba tres posibles
respuestas.
La primera es
que Trump está obsesionado con el mercado de valores y tiene la firme creencia
de que la lucha contra la covid-19 le afecta negativamente, de modo que está
dispuesto, dice Krugman, a dejar morir a miles de estadounidenses por el Dow
Jones, el índice bursátil de las 100 más grandes empresas y equivalente a
nuestro Ibex-35.
La segunda posible
explicación podría ser que los republicanos crean que las personas armadas que
han invadido la sede de los parlamentos en diferentes Estados o las que piden
en las calles libertad y el fin del encierro son «la verdadera América», a
pesar de que las encuestas sugieren que sólo una parte reducida de la población
defiende las medidas tan peligrosas de reactivación que va a poner en marcha la
Administración de Donald Trump.
La tercera
razón que, según Krugman, puede explicar el sacrificio de vidas humanas que se
va a producir en Estados Unidos tiene que ver con el fundamentalismo ideológico
de la derecha. Dice Krugman que los republicanos no tienen otra agenda que la
de los recortes de impuestos y la desregulación y que, fuera de eso, no saben
hacer otra cosa: «no saben cómo responder a las crisis que no se ajustan a su
agenda habitual».
Las tres
respuestas me parece que son complementarias y perfectamente extrapolables a
los demás países donde la derecha se aferra a los dogmas neoliberales en plena
pandemia, entre ellos, por supuesto, el nuestro.
Lo que está
ocurriendo con la derecha en casi todo el mundo es una verdadera paradoja. Se
arroga la defensa del derecho a la vida como algo propio y lleva años
batallando contra las mujeres que deciden abortar, acusándolas de destruir la
vida de seres indefensos. Sin embargo, ahora nos dicen que los abuelos y
cientos de miles de personas más jóvenes que igualmente están amenazados por el
virus son población prescindible que se pueden sacrificar, pues vale la pena que
mueran si así se salva la economía.
Es otro de los
efectos del coronavirus: desnuda a las ideologías y deja ver lo que realmente
hay detrás de ellas.
Para dar
soluciones a una crisis como esta no queda más remedio que asumir que sólo el
Estado puede hacer frente al gasto que evita el cierre de miles de empresas y
que el mercado es completamente ineficaz para hacerle frente. Hay que aceptar
que, a la hora de financiar ese gasto público imprescindible, es obligado poner
sobre la mesa quién contribuye a ello en mayor o menor medida. Hay que admitir
sin remedio que la cooperación y la solidaridad y no la competencia entre unos
y otros es lo que proporciona estabilidad a la sociedad y sosiego a las
personas en momentos como este; que la gratuidad y el don son elementos
imprescindibles de la vida económica y que no todo se puede resolver buscando
el lucro individual. Y, por supuesto, que no es cierto que haya una obligada
elección entre la economía y la vida.
Es verdad que
una pandemia como la que estamos viviendo tiene un coste económico
extraordinario porque, ya lo hemos visto, obliga a cerrar miles de negocios y,
cuando se alivia, a comenzar de nuevo en condiciones quizá completamente
diferentes. Pero la tentación de evitar ese coste anticipando apresuradamente la
apertura de la vida económica no es sólo un error trágico desde el punto de
vista sanitario sino también económico. Sabemos que la mortalidad en las
segundas o terceras oleadas de todas las pandemias es mucho mayor, tal y como
ocurrió, por ejemplo, durante la llamada gripe española que
tuvo su efecto mortal más trágico en los rebrotes posteriores al primero de
1918. Como también sabemos que el coste económico de una nueva oleada de
contagios sería mucho mayor que el de ahora, pues las empresas y la economía en
su conjunto estarán más debilitadas y los gobiernos habrían agotado gran parte
de una munición que al final habría resultado inútil. Así lo adelantan los
escenarios que contemplan todos los analistas.
Lo que está
ocurriendo en Estados Unidos (y lo que va a ocurrir en los próximos meses, o lo
que también sucede en Inglaterra) es lo que podría pasar en España si gobernase
la extrema derecha de Casado y Abascal. No es casualidad que Estados Unidos e
Inglaterra tengan el peor desempeño en la lucha contra la pandemia y concentren
un tercio de todas las muertes del mundo, o que entre Madrid y Cataluña (las
dos comunidades en donde ha habido políticas neoliberales de desmantelamiento
del servicio público más acentuadas) tengan prácticamente la mitad de todas las
muertes de España y que presionen por activar cuanto antes la economía por
encima de todo.
El líder del
PP, Pablo Casado, ya lo ha manifestado claramente: «Ante un rebrote no podemos volver a la excepcionalidad, hay
que convivir con el virus». Y el empeño de la Comunidad de
Madrid por acelerar la desescalada, en contra de la opinión de expertos o
incluso de la opinión de los responsables de su propia administración
sanitaria, va por el mismo camino de entender que «hay cosas más importantes
que la vida». Es la misma irresponsabilidad de Trump y Boris Johnson, el mismo
fundamentalismo ideológico que impide tener respuesta ante una crisis como esta
porque lo único que se sabe defender -desmantelar lo público para favorecer el
negocio privado y recortar impuestos para que dejen de pagarlos quienes
financian a los partidos y políticos de derecha- no sirve para nada en estos
momentos.
Lo sorprendente,
sin embargo, no es que personas con tan poca formación y carentes de finura
intelectual sean incapaces de flexibilizar sus posiciones ideológicas ante una
emergencia como la que estamos viviendo. O que se queden desnudos ante la
pandemia, como Casado, que ha llegado a exigir que se aplique una medida que el
Gobierno había puesto en vigor hacía ya mes y medio. Como tampoco extraña que
las mismas personas que se lanzaban a la calle atacando a las mujeres que
abortan, porque dicen defender el derecho a la vida, salgan ahora en el barrio
de Salamanca de Madrid a reclamar que se acabe cuanto antes el confinamiento,
la única forma efectiva de evitar que se sigan produciendo muertes por
contagio. O que las mismas que critican al Gobierno porque no les deja ir a
misa, critiquen o incluso insulten al Papa, el representante de su dios en la
Tierra, porque defiende que salvar la vida es más importante que poner en
marcha la economía. Es lógico que líderes sin preparación sólo sepan conducir
sin cambiar de marcha o sin mover el volante cuando cambia la dirección de la
carretera. Y es natural que personas de extrema derecha cegadas por su rencor y
desprecio hacia los españoles que no pensamos como ellas crean que un Gobierno
de izquierdas se ha inventado la pandemia y que lo hace todo mal a propósito,
para arruinar España. O que piensen que su propio Papa es el Anticristo si
defiende a los pobres y valores contrarios a los suyos. Es compresible y
exactamente lo mismo que dice la derecha de Estados Unidos.
Lo verdaderamente
anómalo, lo extraordinario y para mí casi inexplicable, es que los empresarios
que se juegan el patrimonio y los negocios de muchos años y que se supone que
deben tener una visión estratégica de los acontecimientos y del riesgo,
antepongan la ideología y la simpatía política a sus propios intereses, que
tengan una perspectiva tan cortoplacista de lo que está ocurriendo y que no
sean capaces de identificar el peligro tan grande y definitivo que supondría
para sus empresas un segundo brote de la epidemia en el otoño o inviernos
próximos. Algo que es seguro que ocurrirá si ahora se reactiva la economía mal
o antes de tiempo.
Parece mentira
que los dirigentes empresariales no se den cuenta de que lo conveniente ahora
para sus negocios no es abrir cuanto antes y de cualquier forma sino disponer
de la máxima protección y apoyo, no sólo para asegurar una vuelta a la
actividad con suficiente fortaleza en los mercados sino con capacidad para
hacer frente a unas condiciones que van a ser completamente diferentes a las
que dejaron el día que hubo que cerrar sus empresas.
En lugar de
reclamar una desescalada desordenada y a toda prisa que lleve a una situación
mucho peor dentro de unos meses, lo que conviene a las empresas y a todos los
españoles es hacer piña, luchar por encontrar una financiación del gasto que es
imprescindible realizar para salvar a las empresas y a las personas que no
hipoteque nuestro futuro, revisar con extraordinario control dónde va hasta el
último euro de nuestro gasto público y asumir, como un inexcusable compromiso
colectivo, el principio de que las cargas comunes que genera esta crisis hemos
de soportarlas todos sin excepción y en proporción a nuestra capacidad y a
nuestra riqueza, y no en función de privilegios.
Es una
barbaridad plantear que la economía debe estar por delante o por detrás de la
vida. Ha de estar a su servicio.
Juan Torres
López es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla.
Dedicado al análisis y divulgación de la realidad económica, en los últimos
años ha publicado alrededor de un millar de artículos de opinión y numerosos
libros que se han convertido en éxitos editoriales. Los dos últimos, Economía para no dejarse engañar por los economistas y La Renta
Básica. ¿Qué es, cuántos tipos hay, cómo se financia y qué efectos tiene?
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario