Prólogo del
libro Mercado o democracia. Los tratados comerciales en el capitalismo del
siglo XXI
Un antídoto
contra el miedo
Rebelión
11/01/2019
Fuentes: La Tizza
Este texto se publica con la amable autorización de la
Asociación Paz con Dignidad
«Un antídoto contra el miedo». Así define el
conocimiento Silvia Federici (2017). Y un antídoto contra el miedo es este
libro [1]. Aunque, de primeras, al ir leyéndolo, al acabar de leerlo, pueda
parecer lo contrario. Nos obliga a ver el asedio al que están sometidas
nuestras vidas por la rearticulación de la cosa escandalosa que
habitamos y, más en concreto, por la nueva oleada de tratados comerciales. Y
saber esto, por supuesto, amedrenta. Pero no paraliza: nos carga de fuerzas y
motivos para construir un algo diferente. Este trabajo amplía el «marco de
lo posible», precisamente porque cuestiona el marco al que nos constriñe el
sistema hegemónico. La confianza cambia de bando: de una confianza ciega y
suicida en la continuidad de lo ya conocido, a la firme creencia en que las
cosas pueden ser distintas. Y es que «nos jugamos demasiado, nos jugamos la
vida» (Gil, 2016).[2] Por todo ello, la lectura de este libro es
fundamental en el momento que atravesamos. A continuación se apuntan algunos de
sus aportes más relevantes; nos hemos centrado en aquellos que resultan
especialmente reseñables desde una mirada marcada por el feminismo.
Una urgencia
histórica, vista desde la vida
Si somos capaces de salirnos de nuestro minúsculo
espacio temporal (corto en tanto que vidas concretas, pero mucho más breve aun
por la imposición de un cortoplacismo capitalista extremo); si logramos
pensarnos como parte de una historia que viene de más largo que unos pocos años
y va más lejos de otro puñado de años, podemos entender que estamos
protagonizando la fase descendente de lo que en este libro se llama una onda larga
capitalista. Si ampliamos aún más la perspectiva temporal, podemos ver que
estamos presenciando el fracaso de un proyecto civilizatorio que tiene, cuando
menos, quinientos años de recorrido. Eso significa que, aunque el próximo
amanecer no nos vaya a mostrar un paisaje repentinamente destruido, sí estamos
habitando un final; y un principio de un algo distinto. Sobre todo, estamos
habitando una transición. Y esta se da en una situación de colapso ecológico y,
por tanto, de emergencia planetaria. Una emergencia que, como dice Jorge
Riechmann (2018), intelectualmente defendemos, pero que no llegamos a creernos:
«No nos creemos lo que sabemos»; en parte, porque nos falta arrojo; en parte,
porque carecemos de «comprensión de las dinámicas que nos están llevando a la
catástrofe».
A suplir esta doble carencia nos ayudan estas páginas.
Y lo hacen afrontando un complejo reto: ver la crisis del capital mirando
desde la vida; entender en qué consiste la crisis para el poder corporativo
(porque su proyecto surge precisamente del intento de afrontarla), sin pensar
que esta sea nuestra crisis. Es la tensión que ya venimos tiempo
nombrando: la dificultad de poner la sostenibilidad de la vida en el centro al
mirar a un mundo donde son los mercados capitalistas los que están en el centro
y es la vida la que está asediada. Así, este trabajo nos da herramientas para
entender este momento crítico que enfrentamos (la transición ecosocial) mirando
desde la sostenibilidad de la vida. Es un momento crítico para el poder
corporativo, pero, sobre todo, es un momento crítico para la vida común. Más
aún lo será si el poder corporativo logra completar su proyecto anti-crisis.
El poder corporativo enfrenta un grave y doble
problema: la incapacidad del capital para seguir en una espiral creciente de
negocio y el fin de la energía abundante y barata (entre otros límites
biofísicos). Desde aquí, la pregunta que nos interpela no es si se abrirá una
nueva onda larga de acumulación y de si esto puede hacerse en el marco de la
crisis ecológica global. La pregunta que nos atraviesa es qué significa esto en
términos de sostenibilidad de la vida: si nuestras vidas están sujetas a los
mercados capitalistas, en la medida en que estos se hundan, nos hunden. Pero,
si se recuperan, lo hacen a costa de nuestras vidas y del planeta; nos hunden
definitivamente. ¿Cómo aprovechar su momento de ruptura para emanciparnos, para
construir soberanías sobre la vida colectiva?
Y es que, mirando desde nuestro terreno, el de la
vida, y no desde el suyo, el de los mercados, vemos que lo que está en crisis
es la vida misma, que esta crisis es multidimensional (ecológica, de
reproducción social, política y de sentido ético) y que se enmarca en el
fracaso del proyecto civilizatorio de la modernidad capitalista.
No es una crisis procedimental, es una crisis de los
principios y objetivos hegemónicos: «Es el conjunto el que falla» (Fernández,
Piris y Ramiro, 2013). Vemos también que el problema medioambiental no
es resoluble con promesas de eficiencia energética, desmaterialización de la
economía y cantos adormecedores similares. El problema es cómo afrontar
y, sobre todo, cómo distribuir el obligado decrecimiento en el uso de energía y
materiales y en la generación de residuos al que nos obliga el colapso:
¿será un decrecimiento impuesto a quienes tienen la huella ecológica de una
mosca, o a los territorios del mundo y los sujetos sociales que
viven - ¿vivimos? - como si tuvieran otra ristra de planetas en la recámara?
La labor urgente que nos atañe a las perspectivas
críticas (emancipadoras, en los términos de este libro) es mirar con valentía
e intentar encauzar la transición: evitar que la manejen las actuales
relaciones de dominación completando su proyecto, nueva oleada de tratados
mediante. Y en esta labor colectiva se embarca de lleno este libro.
Desde la
economía política, articulándonos contra el capitalismo y más
¿Cuál es el sistema que está en transición y que busca
rearticularse? El autor nos habla del capitalismo, estrechamente aliado con
«otros dos longevos sistemas de dominación: el heteropatriarcado y la
colonialidad». En otros lugares ha usado la denominación de «sistema de
dominación múltiple» para referirse a este régimen que es capitalista, pero
también heteropatriarcal, colonialista, racista, ecocida… (por eso en ocasiones
ironizamos y abreviamos hablando de esa cosa escandalosa). Y argumenta
que en él hay una única vida puesta en la cúspide: la vida del BBVAh, sujeto
definido por la intersección de esos sistemas de privilegio/opresión: el
blanco, burgués, varón, adulto, hetero (y urbano). ¿Cómo abordar en términos
analíticos y, sobre todo, políticos la complejidad de este sistema?
Este libro reclama la importancia de leer en clave de
economía política y, desde ahí, se abre al diálogo con otras miradas heterodoxas,
ecologista y feminista entre ellas. Utiliza ese enfoque para identificar la
dinámica básica de funcionamiento del sistema (la dinámica
mercantilización-dominación-expulsión) y los modos renovados en que esta
operaría de llegar a completarse el proyecto de rearticulación, merced a la
nueva oleada de tratados.
Gonzalo Fernández nos habla del hilo de continuidad
entre la mercantilización (la conversión de todo rincón de la vida en potencial
nicho de negocio), la dominación (las dinámicas de privilegio/opresión sobre
las que se sostiene el negocio) y la expulsión (la exclusión y la aniquilación
como modus operandi complementario a la dominación). A diferencia de
una mirada economicista, plantea leer este hilo de forma no «lineal y
consecutiva», sino en clave «de relación multidireccional». Para poder pensarla
así, incorpora herramientas que exceden a la economía en sí y que se abren a
las dimensiones que en el libro se denominan política y cultural (además de
introducir una lectura de la economía no encorsetada a lo mercantil, sino que
avanza en la incorporación de las dimensiones económicas no monetizadas).
En otros términos, podríamos decir que busca entender
la co-construcción permanente de las estructuras materiales (económicas y
políticas, aquellas que organizan los recursos con los que sostenemos la vida y
que establecen las decisiones sobre la vida en común) y las estructuras
simbólico-discursivas (las culturales, que definen la idea misma de la vida, y
de la vida que merece ser sostenida).[3] Si bien es cierto que en estas páginas
comienza a ararse del hilo desde lo económico-material, no lo es menos que no
se aplica una mirada de causalidad directa y unidireccional (lo económico como
determinante de todo el resto) y, sobre todo, que no se hace de manera que
queden cerradas otras entradas posibles, sino abriendo espacio para un diálogo
con ellas.
Esta apertura es crucial para comprender el
funcionamiento complejo de esta cosa escandalosa. Una cuestión clave es
entender cómo la apuesta II [4] de «la ampliación de la frontera mercantil a
escala global» va a transformar los sentidos comunes y, viceversa, cómo los
sentidos comunes que demarcan la frontera de la mercancía van a condicionar
esta ampliación.[5] Dicho de otra forma, cómo no puede haber apuestas
económicas sin cambios culturales o cómo lo cultural condiciona lo
económicamente posible.
Pero, especialmente, esta apertura es crucial en
términos de lucha política. El mayor riesgo de una lectura lineal - riesgo en
el que este libro no cae - es equiparar mercantilización con capitalismo y
conflicto de clases; y dominación y expulsión con otros sistemas de
jerarquización (básicamente, heteropatriarcado y colonialismo/racismo). Y
entender que, o bien de la mercantilización y el capitalismo surgen las formas
de dominación distintas a la de clase, o bien que estas se explican solamente
por el rol que juegan en el capitalismo. De aquí se ha derivado una tendencia
histórica a priorizar lo que se entendían como luchas por la redistribución (la
lucha de clases) frente a las luchas por el reconocimiento (luchas identitarias,
como la de género o por racialización), viendo estas segundas como derivadas o
secundarias; o, peor aún, menospreciándolas al considerar que dividen a la
clase obrera. En sentido opuesto, otra tendencia histórica ha sido
desvincular las luchas por la redistribución del cuestionamiento del reparto de
los recursos y, en sentido más amplio, del capitalismo. Creer, por ejemplo, que
la no discriminación de personas LGTBI es posible sin cambiar las estructuras
económicas profundas, y terminar de alguna forma defendiendo algún tipo de capitalismo
rosa.
¿Cómo superar este impasse? En esta publicación
se apuesta por recuperar la importancia crítica de la lucha anticapitalista de
la clase trabajadora, y en concreto de la lucha contra la nueva oleada de
tratados como «buque insignia» del capitalismo del siglo XXI. Pero lo plantea
desde una comprensión renovada del capitalismo, que lo entiende en su
interacción con el heteropatriarcado y el colonialismo y que sitúa como
conflicto angular el conflicto capital-vida (que incluye y desborda el
conflicto capital-trabajo). La propia clase trabajadora es un sujeto político
que se construye «vinculando agendas y sujetos en defensa de la vida, a la vez
que excluyendo y señalando sin miramientos a los antagonistas que la ponen en
peligro».
Podemos pensar el capitalismo como un conjunto de
instituciones socioeconómicas (y, cada vez más, tal como este libro muestra,
políticas) que permiten acumular poder y recursos en torno al BBVAh, la única
vida que globalmente se impone como plenamente humana. Esta vida se garantiza a
costa del ataque a la vida del planeta y del ataque a la vida común,
materializado en ataques a las vidas concretas de virulencia radicalmente desigual
según cuánto nos alejemos de ese BBVAh, llegando al extremo de la expulsión. Lo
que se acumula en esta cosa escandalosa no es solo capital o renta, es
también poder y prestigio; es todo aquello que dota de sentido pleno a la vida
de ese sujeto erigido sobre el resto.
La mercantilización permite la dominación de una única
vida (la vida del BBVAh, quien detenta el poder corporativo) sobre la vida del
planeta y la vida común (lo que en este libro se denomina la vida de la «clase
trabajadora»). Hay injusticia en la distribución de recursos con los que
sostener la vida, pero también hay injusticia en el reconocimiento de cuáles
son las vidas que merecen ser sostenidas.[6] Esta disputa es lo que captamos
con la noción, compartida por estas páginas, del conflicto capital-vida.
Desde aquí, podemos plantear que el esfuerzo ha de ser
convertir toda lucha por el reconocimiento en una lucha por la redistribución y
toda lucha por la redistribución en una lucha por el reconocimiento: por lo que
peleamos es por reconocer que todas las vidas importan, y que importan
igualmente en su diversidad; por tanto, todas han de acceder a recursos para
sostenerlas y ninguna es sacrificable por otra superior. Esta comprensión
compleja del capitalismo tiene la potencia de articular luchas diversas sobre
la base de problemas comunes, sin negar que nos afectan de forma desigual en
función de nuestra posición en ese sistema de dominación múltiple y de nuestra
lejanía al poder corporativo.
La espiral mercantilización-dominación-expulsión y la
triple dimensión económica, política y cultural son los elementos que este
libro aporta para comprender el funcionamiento complejo del sistema a partir
del eje vertebrador del capitalismo y, sobre todo, para construir una «agenda
emancipadora» que siga una «lógica inclusiva». Otros ángulos de entrada son
posibles y necesarios, pero el que el autor nos da es imprescindible.
Huyendo de
falsos debates: hay un proyecto
Este trabajo nos ayuda a esclarecer que el propio
sistema quebrado está recomponiéndose, tiene lo que Gonzalo Fernández denomina
«el proyecto del capitalismo del siglo XXI». Cierto es que este «no es
homogéneo», sino que tiene agendas «en disputa». De esta forma, encontramos la
versión seductora del «capitalismo más universalista y globalizador» y
la abiertamente violenta del «capitalismo más unilateralista y reaccionario».
Pero igualmente cierto es que ambas persiguen un objetivo común de
mercantilización capitalista global y tienen, por tanto, las mismas funestas
implicaciones en términos de asedio directo a la vida.
Estas páginas nos dan herramientas para comprender esa
confluencia y desmontar los falsos debates que la nublan, siendo especialmente
relevante en el marco de la oleada de tratados la aparente contradicción entre
multilateralismo y unilateralismo, mal entendida como una oposición entre
librecambismo y proteccionismo. Por un lado, se sitúa la propuesta, en gran
parte liderada por la UE, de multilateralismo en la negociación de tratados.
Por otro lado y abanderada por los Estados Unidos de Trump, hallamos otra
apuesta de corte más unilateral, de defensa de capitales nacionales a la cabeza
de esa expansión global. Como estas páginas explican, el capitalismo universalista
y el capitalismo de guerra económica son dos agendas pro-sistema tras las
cuales hay intereses geopolíticos en disputa: Estados Unidos, China, Reino
Unido, Unión Europea… pero, por encima (o, más bien, por debajo) de sus
diferencias está el proyecto común, que es el que nos importa desde una
perspectiva de sostenibilidad de la vida: el proyecto «multidimensional e
integral» de rearticulación económica, política y cultural para «mantener el
patrón hegemónico de poder».
Bien sea desde la defensa del capital ya
transnacionalizado o de la mayor transnacionalización de los capitales
nacionales, en todo caso se trata del poder corporativo que se impone sobre el
ataque a la vida común y del planeta.
Esas dos agendas tienen también relatos diferentes. El
capitalismo universalista retiene aún grandes dosis de la estrategia seductora
del neoliberalismo de colores, prometiéndonos un juego todos ganan con
la expansión global del capital. El capitalismo de guerra económica parte de
la constatación de que esa promesa era inviable y que, más bien, lo que se ha
hecho evidente es que en este sistema no cabemos todos. Es un
planteamiento de otro tipo: queden entonces dentro los míos.[7] Y este proyecto
de expulsión requiere dosis de violencia mucho más explícitas para imponerse.
Vemos así un doble juego entre la seducción y la
violencia (o el consentimiento y la coacción, en términos gramscianos más
afines a la perspectiva de economía política de este libro), que, en el fondo,
son dos caminos complementarios. Esta complementariedad la vemos en la doble
apuesta cultural de rearticulación del sistema. La apuesta V por «el fascismo
social y el fomento de la guerra entre pobres» nos lleva al relato de los
míos, un planteamiento de salvación colectiva sobre la expulsión del otro
y, sobre todo, de la otra. Se trata de una salvación colectiva que pasa por
situarse en el orden correcto en base a una estricta jerarquía
colonial-racial, de género y de clase. Queda dentro quien pertenece, y
pertenece quien acepta la norma jerárquica. Aceptar la norma es asumir una
identidad que distingue entre quienes pueden aspirar al éxito propio y quienes
han de aspirar al éxito derivado (por su pertenencia a una comunidad que les
desborda - la patria, la familia - o por su relación servil con alguien de
éxito: el marido, el patrón…). Frente a ello, como en un espejo, aparece la
apuesta VI de «la emulación del horizonte de Silicon Valley», que ofrece ese
horizonte de éxito estrictamente individualizado: en una tierra de oportunidades,
si quieres, puedes. El lema de Donald Trump, America first, frente al
«eslogan neoliberal del American dream. Dos discursos que por momentos
pueden parecer contradictorios, pero que sirven a un mismo proyecto de
híper-segmentación social y negación de derechos colectivos.
Además de los falsos debates a desmontar entre
muitilateralismo y unilateralismo, librecambismo y proteccionismo, American
dream y America first, podemos señalar otro que tiene el género como
núcleo de la disputa. Es un debate que estas páginas no abordan directamente,
pero al que sí dan cabida. Entre las amabilidades que nos ofrece la agenda
universalista está su aparente entusiasmo feminista condensado en la promesa de
la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. Frente a este discurso,
encontramos la profunda animadversión del capitalismo de guerra económica ante
lo que despectivamente denominan la ideología del género.
¿Significa eso que, ante un demonio con cuernos, hemos
de quedarnos con el ángel igualitario?
En el juego seductor del proyecto universalista, es
crucial defender que todas y todos hemos de tener las mismas posibilidades de
ascenso y éxito (Silicon Valley). La igualdad de oportunidades, lejos de estar
reñida con la desigualdad de resultados, la justifica: para un discurso
meritocrático, si partimos del mismo punto no hay problema en que lleguemos a
lugares distintos, son reflejo de nuestro esfuerzo diferente, lo que nos
merecemos. Las críticas feministas a la igualdad de oportunidades entre
mujeres y hombres son muchas: que dicha igualdad de facto no existe
nunca, sino que es una ficción construida en base al espejo femenino del BBVAh.
Que la igualdad relevante es la que abarca todo el proceso (principio, llegada
y camino) y llega a todos-todas-todes. Y que eso es inviable en el marco de una
cosa escandalosa inherentemente jerárquica.
Un ámbito en el que queda especialmente clara la
inviabilidad de la igualdad (de todo tipo) en el marco de este sistema es la
necesidad estructural de trabajos ocultos de cuidados, la cara B del trabajo
asalariado: trabajos carentes de remuneración, derechos, regulaciones; trabajos
que no constituyen ni ciudadanía económica y social ni identidad política;
trabajos, por tanto, invisibilizados, cuya inexistencia política permite
derivar en ellos la responsabilidad de sacar adelante la vida en un sistema que
la ataca. Su invisibilidad garantiza que el conflicto capital-vida desaparezca:
los trabajos que lo abordan en toda su crudeza no se ven. Garantiza por tanto
cierta paz social. Así, como Gonzalo Fernández nos señala, la profundización en
la explotación del trabajo asalariado que trae consigo la nueva oleada, va de
la mano de la profundización del expolio de los trabajos de cuidados. Estos
trabajos están privatizados (metidos en lo privado-doméstico) y feminizados
(constituyen la identidad femenina y se dan en el marco de una división sexual
del trabajo que es también una división racializada, internacional y por clase
social). El discurso de la igualdad de oportunidades esconde esta desigualdad
estructural. El ángel igualitario necesita cuidados ocultos.
Necesitamos desvelar cuestiones que el discurso de la
igualdad de oportunidades esconde y que son pilares del sistema.[8] Además del
papel angular de los cuidados en el sistema (y de los mecanismos que
garantizan ese ejército de cuidadoras inmoladas, entre los que están el
amor romántico, la maternidad como destino vital y el control del cuerpo de las
mujeres), otro aspecto especialmente relevante, aunque aquí no lo profundicemos,
es la violencia heteropatriarcal como núcleo duro de la violencia múltiple del
sistema (Segato, 2016).
La demonización de la ideología del género (y por
tanto la defensa de la domesticidad de las mujeres, de nuestra innata capacidad
cuidadora y amorosa) es más bien un espejo que nos muestra con toda su crudeza
lo que pretende ocultarse. Las dos agendas tienen un proyecto común de
rearticulación del heteropatriarcado. En uno, el éxito de unas pocas (a costa
de otras) se nos vende como el éxito de todas; en el otro, se nos insiste en
que hemos de mantener el orden: mujeres en su sitio y hombres en el suyo, con
pleno cumplimiento de una jerarquía racial y de clase. Para construir esa
«agenda emancipadora» y esa «clase trabajadora» inclusiva que la pelee, hemos
de dejar claro que nuestra apuesta no es ni la igualdad de oportunidades para
insertarse en un sistema desigual ni la defensa expresa de la jerarquía de
género. Necesitamos desvelar la dimensión heteropatriarcal del proyecto de
recomposición del capitalismo, sacando a la luz elementos clave de lo que
podríamos llamar su agenda oculta.
Una lectura
(no) técnica de los tratados para la lucha política
Argumentábamos antes que esta cosa escandalosa
se impone con un doble juego de seducción y violencia y que, a día de hoy, el
componente seductor pierde peso frente a la imposición violenta de un modelo
basado en la exclusión, la jerarquía y el despojo explícitos. Pero siempre es
preciso un tercer elemento: la articulación de un entramado institucional que
dé soporte a las relaciones socioeconómicas y políticas seductora o
violentamente impuestas. Y aquí entra esta nueva oleada, que el autor nos
propone leer como esa constitución económica global, que metapolitiza
definitivamente la mercantilización del espectro completo de la vida.
Al denunciar esa metapolitización estamos denunciando
que la mercantilización global se sitúa por encima del debate político, como
algo colectivamente (y por tanto políticamente) indiscutible. En otro lugar,
Gonzalo Fernández argumenta que la democracia de baja intensidad es
constitutiva del sistema de dominación múltiple (Fernández, Piris y Ramiro,
2013). Y que también lo son algunos principios que están tras esos derechos hoy
desregulados (la libertad, la igualdad, etc.), pero en calidad de valores
débiles frente a los valores fuertes del mercado, aquellos que los tratados de
nueva generación erigen en «los diez mandamientos corporativos». Esa
metapolitización que trae consigo la nueva oleada no sería entonces sino un
paso más en el debilitamiento de lo que podríamos denominar la cara amable de
la Ilustración. Pero son el paso definitivo.
Que estamos frente a una auténtica oleada queda claro
al leer estas páginas. Así como quedan claros los elementos de continuidad con
el proyecto globalizador previo y los elementos de ruptura. El hablar de nueva
no debe llevamos a confusión. Esta oleada no es nueva en términos de su
objetivo. Pero sí lo es en términos de su estrategia, que es más gradual y
menos multilateral; y de la agresividad con que se impone. Esta virulencia se
percibe en su contenido: más agresivo, por ejemplo, al vincular directamente
comercio e inversión; y al revertir el criterio de inclusión (se incluye por
defecto todo aquello que no está expresamente excluido). Se ve también en la
forma de negociación: más opaca y más bilateral, con lo que la desigualdad
relativa entre países a la hora de negociar cobra mayor relevancia que en la
anterior oleada (donde países menos poderosos podían intentar reforzarse
conjuntamente).
Leer esta oleada en continuidad con la previa nos
permite entender que la economía global que enfrentamos hoy es la que se
configuró merced a la anterior oleada. Así, por ejemplo, la destrucción de las
economías campesinas, asediadas por el agronegocio, no se inicia ahora, sino
que se apuntala. La desregulación de los mercados laborales y la precarización
del empleo no surgen,[9] sino que se profundizan a escala global. Pero leer las
oleadas en continuidad nos posibilita algo si cabe más relevante: aprender de
cómo se articuló la resistencia a la primera para enfrentar la actual. Y, en
ese sentido, este libro está escrito en claro aprendizaje histórico, como
muestran varios de sus puntos de partida.
Por un lado, Gonzalo Fernández nos alerta de que los
tratados no han de leerse en clave de países enfrentados, sino de pueblos
frente a poder corporativo. Esto, que siempre fue así, es hoy si cabe más
obvio, dado que la renovada oleada se da en el marco de un proceso de
periferización del Centro. La pregunta no es qué país va a salir más
beneficiado o perjudicado por la firma de un tratado en el marco de una
geopolítica neocolonialista, sino de entender quién domina el proceso de
acumulación en cada país y a escala global. Con ello buscamos comprender el
significado de los tratados en términos de sostenibilidad de la vida común
(cuánto de la vida en común va a morir para garantizar la vida de quienes
detentan el poder corporativo).
Abordar de esta forma la oleada nos abre nuevas
posibilidades de alianzas políticas, pero no nos ahorra complejidades. En la
lucha contra la anterior oleada, un aspecto que sorprendió a quienes se
resistían desde el Sur Global (y que reforzó su lucha) fue ver la pobreza en el
Norte Global, la falsedad por tanto de ese sueño del éxito. ¿Cómo compaginar
esta constatación a la par que no olvidamos que los modos de vida instalados en
el centro, aunque no son accesibles para todas quienes habitamos ese lugar, sí
se basan en la desigualdad global? ¿Cómo abordar esta nueva oleada entendiendo
que es una amenaza común, sin escamotear el problema de que la afrontamos desde
posiciones radicalmente distintas en este complejo entramado global de sistemas
de opresión/privilegio? ¿Cómo, en los términos de este libro, construir esa
clase trabajadora a escala global?
Por otro lado, en estas páginas se nos invita a
comprender los impactos de la nueva oleada, pero no desde la clave de
que estos podrían ser positivos o negativos; ni desde la perspectiva de que
pueden introducirse cambios o cláusulas que aseguren que no nos dañan, sino que
garanticen sus efectos beneficiosos. Los tratados son una herramienta de un
sistema que, primero, es inherentemente insostenible e injusto, por lo que solo
cabe una enmienda a la totalidad de los mismos. Por eso la «radicalidad» de la
agenda emancipadora. Segundo, en tanto que herramienta, no son el problema en
sí mismo: si se logra que un tratado no se firme, esta cosa escandalosa
buscará otros modos. De hecho, la estrategia innovadora actual es una búsqueda
de un nuevo modo cuando el anterior, basado en instituciones multilaterales
como la OMC o el AMI, ha fallado. Esto significa que la lucha política no puede
ceñirse a ir contra la nueva oleada, sino que la resistencia (¡fundamental!) a
firmar un solo tratado más ha de ser parte de una lucha política mucho más
amplia que actúe en una multiplicidad de frentes y niveles.
Por último, este libro logra un complejo equilibrio
entre lo técnico y el accionar político. Como en otro lugar hemos alertado
(Pérez Orozco, 2018), el trabajo experto de comprensión de los tratados
es fundamental, pero hay riesgos en sobredimensionarlo. Lo relevante de conocer
los tratados y sus posibles impactos no es saberse los tecnicismos, sino poder
alimentar la lucha política. Gonzalo Fernández huye de esos tecnicismos. Su
trabajo nos permite conocer detalles, vincular aspectos aparentemente
inconexos y descifrar complicados enunciados para saber qué está en juego y
cómo se está jugando la partida. Lo que tienes entre manos no es un texto
rebuscado y cuasi incomprensible al que mirar, en el mejor de los casos, de
forma tan reverencial como lejana (¡qué listo hay que ser para entender y
contar cosas tan complejas!). Por el contrario, es un libro franco, que explica
con relativa sencillez un proceso muy complejo, abriéndonos así el «marco de lo
posible» al comprender cómo nos atraviesa la vida esa cosa distante llamada
TTIP, CETA, TISA o TPP.
Es un libro en el que, volviendo al inicio de estas
páginas, el conocimiento funciona como antídoto contra el miedo. ¡Que os aproveche
la lectura!
Notas:
[1] Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate. Mercado o
democracia. Los tratados comerciales en el capitalismo del siglo XXI.
Icaria editorial, s. a., Barcelona, 2018.
[2] Silvia L. Gil se refiere aquí a las movilizaciones
contra la violencia machista, pero consideramos que esta idea es igualmente
aplicable en el caso que nos concierne, entre otras cosas, porque el proyecto
de rearticulación del sistema sobre el que este libro nos habla es un proyecto
heteropatriarcal que tiene en la violencia un pilar central.
[3] Lo que Butler (2009) denomina «marcos de
intelegibilidad» de la vida.
[4] Para conocer estas apuestas, véase la página 53 de
este libro [N. de la Ed.]
[5] Por poner un ejemplo, esta interacción
mercantilización-dominación, material-discursivo la hemos visto claramente en
el proceso de mercantilización de la vida íntima (Hochschild, 2003). Con este
término nos referimos a la apertura de nuevos nichos de negocio en el ámbito
del trabajo doméstico y de cuidados. El sector de los cuidados ha estado
históricamente caracterizado por lo que se ha denominado la «enfermedad del
coste», esto es, la imposibilidad, más allá de un umbral, de generar
incrementos constantes de productividad a costa de sustituir trabajo por
capital. Esta imposibilidad se ha compensado vía explotación de la ética del
sacrificio de las trabajadoras, que se les impone en tanto que mujeres y en
tanto que sirvientas. En otros términos, la generación de nuevas éticas reaccionarias
del cuidado neoserviles ha sido fundamental para permitir el proceso de
mercantilización de la vida íntima.
[6] Gonzalo Fernández se suma al planteamiento de
Fraser (2015) de que podemos distinguir las dimensiones de distribución
(reparto de los recursos), reconocimiento (ejercicio de identidades diversas) y
representación (política). Este triple marco de distribución, reconocimiento y
representación está en total concordancia con la triple dimensión económica,
política y cultural que utiliza este libro. De aquí se deriva una comprensión de
la lucha por la subversión del sistema que ha de combinar todas ellas.
[7] De nuevo, el masculino es ex profeso, para
señalar el carácter heteropatriarcal de estos relatos.
[8] Antes bien, es un discurso que ha servido para
legitimar políticas cuyo impacto en términos de igualdad han sido nefastos,
pero que han podido ser muy lucrativos para un grupo selecto de mujeres (por
ejemplo, al introducir ciertos derechos de conciliación de la vida laboral y
familiar en el marco de procesos de desregulación y precarización del
mercado laboral).
[9] Una desregulación que, como se argumentó en la
anterior oleada, fue de la mano de la «feminización de la mano de obra»
(Standing, 1999).
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