Las lecciones de Argentina ante el Covid-19
Rebelión
17.04.202
Fuentes: Jacobin
Foto: Un cliente aguarda ante la Farmacia de la Estrella, 8 de abril de
2020, Buenos Aires (foto: Marcelo Endelli / Getti)
Traducido para
Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
La respuesta
argentina ante el Covid-19 ha hecho palidecer en muchos aspectos a la de
Estados Unidos. No es solo que este país tenga mucho que aprender del sistema
público de salud argentino, también su historia de resistencia popular será
crucial para combatir las respuestas desiguales y antidemocráticas ante la
pandemia.
En Estados
Unidos, la cobertura informativa de los brotes de coronavirus del resto de las
Américas se ha caracterizado por cierta envidia ante las medidas adoptadas por
Canadá y de horror por la respuesta de Brasil, cuyo presidente es quizás el
único dirigente mundial que está manejando la crisis peor que Trump. Sin
embargo, Argentina está captando relativamente poca atención, aunque su
respuesta rápida, unificada y rigurosa contrasta ampliamente con la de Estados
Unidos.
Argentina ha
adoptado medidas estrictas, hasta cierto punto justificadas, pero que también
traen reminiscencias de la represión y la dictadura: policía patrullando los
espacios públicos, deteniendo a quienes infringen la cuarentena y colocándolos
en peligro mortal. Pero su historia de organización y resistencia popular frente
a una crisis es un ejemplo del que aprender. La exigencia de que la economía
funcione para todos, de que el gobierno reconozca sus crímenes y negligencias y
de que se respeten los derechos humanos incluso en tiempo de crisis son
lecciones que Estados Unidos debe tomar muy en serio y aplicar en consecuencia.
La respuesta de
Argentina
La historia
reciente de Argentina ha sido turbulenta. Desde la década de los 50 el país ha
tenido diversos gobiernos militares. El último de ellos gobernó el país desde
1976 a 1983 y fue responsable de 30.000 muertos, torturados y asesinados en
cárceles secretas. Cuando regresó la democracia en los 80 lo hizo acompañada de
un shock económico neoliberal tras otro, dejando al país con una historia de
inflación repentina y considerable, crisis de deuda y decenas de restricciones
impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Antes de la
pandemia, la noticia más importante en el país fue el regreso al poder en
diciembre de 2019 del peronismo de centro-izquierda, con la presidencia de
Alberto Fernández. Fernández dedicó sus primeros meses en el cargo a poner en
marcha el control monetario, negociando con el FMI, sentándose con el sindicato
mayoritario del país y contactando con antiguos aliados regionales.
Ahora, claro está, tiene que manejar una nueva crisis, y sus respuestas han
recibido críticas desde la derecha y desde la izquierda.
El coronavirus
apareció oficialmente en Argentina relativamente tarde, pues el primer
caso fue identificado el 3 de marzo. El paciente era un ciudadano argentino
recien regresado a Buenos Aires tras visitar Milán, en Italia. Acudió a una
clínica privada el 1 de marzo con síntomas del virus y fue rápidamente aislado
de otros pacientes. El Ministerio de Sanidad argentino se tomo el caso en serio
e intentó contener la propagación de la infección. Al mismo tiempo, dicho
ministerio y la presidencia empezaron a preparar el sistema nacional de salud
para una emergencia mayor.
Desgraciadamente,
dos semanas más tarde aparecieron nuevos casos en el país. En respuesta,
Argentina decidió el cierre de toda actividad no esencial. Para entonces ya se
habían confirmado más de 150 casos y se habían producido 3 muertes. Como
comparación, Italia tuvo un número de casos similar el 23 de febrero y acababa
de ordenar el cierre de sus provincias del norte y la prohibición de eventos de
masas.
El jueves 19 de
marzo, el presidente Fernández anunció disposiciones que entrarían en vigor al
día siguiente. La aplicación del decreto ley que regulaba las medidas, titulado
“Aislamiento social preventivo y obligatorio”,
corresponde al ejército, la policía nacional y las policías provincial y
metropolitana, como sucede en Estados Unidos y en otros lugares. Pero, a
diferencia de Estados Unidos, la policía argentina empezó inmediatamente a
sancionar con severidad a los infractores de la ley.
El primer
arresto relacionado con las nuevas disposiciones tuvo lugar la madrugada del
día 20 en Córdoba, cuando un grupo de policías municipales interpeló a un joven
que estaba en el exterior. Su respuesta: “No tengo que dar explicaciones a
nadie” está sujeta a una sanción de seis meses a dos años de prisión. Fue
apenas una de las 65 personas sancionadas solo en Córdoba por quebrantar la
cuarentena el primer día.
Comparemos esta
respuesta con la de Estados Unidos, cuyo primer caso de coronavirus fue
identificado en enero pero que no dispuso ningún tipo de confinamiento hasta
mitad de marzo. Incluso ahora mismo hay estados que no han decretado el
confinamiento, mientras en Argentina su cumplimiento es de alcance nacional,
tanto para Buenos Aires como para la escasamente poblada Patagonia.
La ley aprobada
en Argentina solo permite acudir a los supermercados y farmacias más próximos,
así como el acceso a otro número reducido de artículos básicos, mientras que en
Estados Unidos se considera que incluso las armerías, las tiendas de
videojuegos y las grandes iglesias que congregan a cientos de personas son
esenciales. Argentina cerró sus fronteras antes del confinamiento, mientras en
Estados Unidos continúan abiertas para algunos negocios y viajes. El presidente
Fernández buscó inmediatamente ayuda extranjera durante la crisis. Trump ha
necesitado meses para aceptar la idea de que otros países, en concreto China,
pudieran estar capacitados para suministrar a EE.UU. los suministros y
especialistas necesarios.
Al no poseer la
capacidad para realizar los test universales que han puesto en marcha países
como Corea del Sur, la distancia social es la única opción para oponerse a la
propagación de la enfermedad, tanto en Argentina como en Estados Unidos. El
presidente Fernández ha afirmado que debe cumplirse de forma “inflexible”. La
historia reciente de gobiernos militares en Argentina da un tono distinto a
este término del que tendría en París o en Milán.
Los argentinos
de mediana edad pueden recordar cuando el hecho de ser confrontado por un grupo
de policías en plena calle podía significar ser secuestrado, meses de torturas
en lugares secretos y, posiblemente, la muerte. Dadas las terribles condiciones
de las prisiones argentinas, el encarcelamiento por infringir la cuarentena
supone probables infecciones y la posibilidad de más violencia por parte de los
guardianes o de otros presos. A escasos días del anuncio del confinamiento se
produjeron motines carcelarios con víctimas mortales.
La respuesta de
Argentina ante la epidemia del Covid-19 ha sido rauda y estricta, lo que no ha
impedido su propagación. El virus ya ha provocado 36 víctimas mortales un mes
después del primer caso confirmado, y la primera muerte se produjo apenas unos
días después de aquel primer caso. Esto sitúa a Argentina en una posición muy
similar a la de Estados Unidos, con medidas de distanciamiento social que
probablemente se prolongarán durante meses más que durante semanas y un
importante colapso económico en el horizonte. De momento tendrá que confiar en
las medidas adoptadas y en su sistema sanitario público-privado mientras
aguarda el descubrimiento de una vacuna o de otro tratamiento eficaz.
Pero los
argentinos están más acostumbrados que los estadounidenses a sacudidas
repentinas en la economía y la sociedad, que tardan años o décadas en
resolverse. Frente a las crisis, están organizados.
Resolviendo la
crisis a nuestra manera
Hay toda una
historia de resistencia frente a la dictadura, cuyo ejemplo más notable es el
de las Madres de la Plaza de Mayo, un colectivo de mujeres cuyos hijos o nietos
habían sido desaparecidos por la dictadura. Hoy en día son símbolos de
resiliencia y resistencia. Argentina fue el centro de la reciente ola de
marchas feministas en Latinoamérica, reclamando el derecho al aborto y el fin
de la violencia machista, así como justicia para la comunidad LGTBQ. Pero
quizás el ejemplo más esperanzador al que recurrir en esta crisis y los
problemas económicos que acarreará es el legado de la horizontalidad.
El
término horizontalidad nació para describir la organización popular
democrática que se extendió por Argentina durante la crisis económica de 2001,
la cual provocó cifras de desempleo similares a las que se supone creará en
Estados Unidos el distanciamiento social. Como respuesta, Argentina se organizó
en sindicatos de desempleados y se manifestó a favor de destinar dinero a
ayudas públicas en lugar de hacerlo al pago de la deuda internacional. Estas
organizaciones trabajaban junto con redes de resistencia como las Madres y a
los partidos de izquierda existentes. Los trabajadores reclamaron las fábricas
abandonadas para seguir con la producción como cooperativas. Las asambleas de
vecinos contribuyeron a cubrir las necesidades de la gente a nivel local,
ocupando edificios abandonados y adaptándolos como centros comunitarios y
espacios de encuentro.
La
horizontalidad distaba mucho de ser perfecta. Al igual que el movimiento Occupy
en Estados Unidos, se centraba en la ayuda mutua y la camaradería, y evitaba en
lo posible el enfrentamiento con el Estado. La democracia directa puede ser
anárquica o acabar controlada por un grupo de privilegiados y es imposible que
sea eficaz en tiempos de distanciamiento social. Y su rechazo del Estado es
exactamente lo contrario de lo que se necesita en tiempos de una crisis como
esta, en la que el Estado es el único ente capaz de coordinar una respuesta
coherente a la pandemia. De todas formas, es preciso que exista solidaridad de
base y organización política en Estados Unidos durante y después de la
pandemia.
Las enseñanzas
de Argentina en los 70, en 2001 y en 2008 –que los gobiernos utilizarán la
violencia del Estado para controlar a los ciudadanos, que la economía no
funciona para la mayoría y que la organización popular tiene un papel clave
para responder ante estos peligros– son lecciones que los ciudadanos de los
países de todo el mundo deberían tener en cuenta los próximos meses y años.
La austeridad y
la indiferencia del gobierno obligan a la gente a confiar en las culturas de
apoyo colectivo y ayuda mutua para sobrevivir en tiempos difíciles. Pero no se
las puede idealizar y convertir en la meta final. Rellenar las lagunas dejadas
por la incapacidad del gobierno de abastecer las necesidades básicas mantendrá
a la gente con vida, pero no transformará la economía, si no existe a la vez
una educación y una organización política capaz de exigir que el enorme poder
amasado por el gobierno y las corporaciones privadas se ponga al servicio del
público.
La reciente
historia de la organización popular en Argentina tiene mucho que enseñar al
pueblo de Estados Unidos y de otros lugares. La organización comunitaria y la
solidaridad no solo ayudan a las personas a sobrevivir ante la represión y la
recesión; también les proporcionan esperanza y un objetivo cuando más lo
necesitan. Pero una de las lecciones más importantes de las recientes décadas
de la historia de Argentina es que esa clase de resistencia no es suficiente.
Diversas figuras políticas del establishment pueden apropiarse de los
sindicatos y las organizaciones de desempleados y, por otro lado, las protestas
y la organización popular pueden tener que enfrentarse a una represión policial
violenta e incluso letal.
En Estados
Unidos, las organizaciones tendrán que anticipar estos contratiempos y
prepararse para una lucha que se prolongará mucho más allá que la propia
pandemia. Tendrán que reunir fuerzas no solo para luchar contra los problemas
actuales sino también para los que surjan mañana, ir más allá de lo local y lo
particular, estar preparados para cuando llegue la represión y seguir adelante
a pesar de contratiempos o derrotas.
Una crisis
global no puede resolverse localmente. Para vencer la pandemia y la recesión
harán falta el poder del Estado y la cooperación internacional. Eso significa
seguir el ejemplo argentino y que los trabajadores, los desempleados y las
víctimas de la violencia estatal se organicen no solo por su propio bien, sino
para presionar al gobierno y cobrar fuerza para el futuro. Eso significa exigir
una sanidad pública capaz de coordinar los recursos y sostener a las personas
cuando estas pierden su empleo, así como trabajar con los países vecinos en
lugar de amenazarles con interrumpir sus suministros vitales. Significa seguir el
ejemplo de los argentinos del siglo XXI y de los estadounidenses del siglo XX y
crear sindicatos de parados para exigir programas de empleo y prestaciones
sociales, que el gobierno rescate a sus ciudadanos y no a las grandes empresas.
Ningún gobierno
de EE.UU., sea republicano o demócrata, verá con buenos ojos estas campañas,
porque desafían pilares fundamentales de la economía y del orden internacional.
Pero, precisamente por eso, estas campañas son la única manera de superar la
recesión que nos viene encima, que tiene todo el aspecto de empequeñecer a la
de Argentina de 2001 o a la de Estados Unidos de 2008, y ponerse a la altura de
la propia Gran Depresión.
En Estados
Unidos esas lecciones son historia, pero en Argentina forman parte de la
memoria viva de millones de personas. Los argentinos saben que no pueden
limitarse a esperar lo que les depara el futuro. Es preciso que cuando llegue
encuentre un poder popular sólido. Solo entonces habrá esperanzas de superar la
crisis, no solo de sobrevivir sino de estar preparados para construir un mundo
mejor.
Craig Johnson
es doctorando en historia por la Universidad de Berkeley, California
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