Mujeres Haitianas
Haití y la raza: tensiones y contradicciones para el feminismo antirracista y plurinacional
(I)
04.12.2019
Tanto la historia como el presente del pueblo haitiano pueden servir de vidriera para la historia del continente. El rol de las mujeres haitianas presiente revanchismo colonial y revolución social. |
En
el relato oficial de los años ‘90, las aperturas neoliberales se
predisponían a diseñar al brazo del capitalismo internacional un
porvenir marcado por el fin de la historia. Es decir, el fin de las
ideologías y procesos de masas de carácter universalista, como el
comunismo, el anarquismo, e incluso el mismo liberalismo filosófico
republicano. El fin de la historia, como premisa destructiva de las
históricas utopías emancipadoras mundiales, condensaba además un proceso
de largo aliento, cuyo quiebre estratégico tendría que ver con el
desgaste de los Estados de bienestar.
A
este discurso nordocéntrico (situado en las realidades del norte de
poder internacional: EE.UU. y los países céntricos de Europa) debemos
sumar los procesos de descolonización en África y Asia. Lo que el
neoliberalismo lee como fin de la historia, las periferias mundiales lo
vivimos como el deterioro de la dominación eurocéntrica, con sus formas
de dominación directa colonial.
Como lo atestigua Frantz Fanon en los Condenados de la tierra, los
procesos de descolonización, aunque tuvieron por objetivo la destrucción
del sistema colonial europeo y estadounidense, fueron fuertemente
torpedeados por el colonialismo interno y la cooptación estratégica de
los mandos altos y medios de poder.
Las
burguesías nacionales habían sido educadas durante décadas en el
corazón imperial europeo. En la actualidad, aunque formalmente las
periferias del mundo gocemos de aparatos autónomos devenidos de luchas
cruentas contra la dominación extranjera, como Constituciones, Sistemas
Educativos e Instituciones Financieras Nacionales, en la realidad
estamos lejos de gozar de autonomía política, financiera o cultural.
La
colonialidad persistente es un grave lastre de las dependencias
colonialistas. El resultado es el reforzamiento de discursos y prácticas
basados en el odio racial, clasista y machista.
En el caso haitiano, el racismo sexo-genérico está relacionado con una
impronta de clase.
Las
viejas élites mulatas de Pétionville (Ciudad de Petión, en nombre del
prócer revolucionario mulato, letrado y propietario) coordinaron la vida
política y económica del país durante años, dejando a fuera a la
totalidad de la población. En la actualidad el cuerpo jurídico está en
francés y los Liceos prohíben el creol al 99% del pueblo que habla la
lengua local.
En
una operación historiográfica desastrosa Jean-Jacques Dessalines,
referente máximo de la revolución anti esclavista, por negro e iletrado,
es degradado y puesto linealmente, codo a codo con Petión. Otra de las
operaciones historiográficas de la colonialidad del saber, fue borrar el
papel prominente de las mujeres en la revolución. Cécile Fatiman, la
responsable de convocar la rebelión dedal de la revolución en Bois
Caimán, ha sido totalmente olvidada. Olvido premeditado, dicho sea de
paso, por las lógicas del poder epistemológico patriarcal y colonial.
En el libro más leído sobre revoluciones al interior de nuestras
academias, El Siglo de las Revoluciones de Eric Hobsbawm, la revolución
haitiana -primera revolución independentista de la modernidad, primera
gesta anti esclavista de la historia universal moderna- solamente
aparece en dos menciones: un renglón sobre esclavitud y un pie de
página.
En
Haití, la colonialidad racista y misógina es un lastre del revanchismo
que tuvo que pagar la Nación por atreverse a reventar las cadenas de la
esclavitud y gritar, por vez primera en el continente “Libète ou lanmò”,
libertad o muerte en palabras del gran Dessalines.
Tras el terremoto del 2010, Haití viene sufriendo un total desguace de
sus recursos.
El negocio de la lástima campea. Según el sociólogo Lautaro Rivara, de
la Brigada Dessalines, el negocio de la ayuda internacional,
vehiculizado por cientos de ONGs de los centros de poder, ha provocado
un desdoble total de la economía.
El
capital que circula a través de la llamada ayuda internacional ronda
buena parte del Producto Interno Bruto del país. Sin embargo, el
injerencismo internacional no puede pensarse sin la ocupación del
territorio y de la humanidad que en él habita.
Tras el terremoto, más de un millón y medio de personas fueron evacuadas
a las periferias de Puerto Príncipe y otras urbes en campamentos
totalmente desprovistos de acondicionamiento digno para la vida. En esos
días se registraron 250 casos de violación, cifra nimia si se tiene en
cuenta la globalidad del proceso destructivo que se ha perpetrado desde
entonces.
En los últimos dos años el pueblo haitiano se ha rebelado contra el
imperialismo que les empuja a la muerte, la explotación o la
prostitución. En mayo de este año, las organizaciones de izquierda,
movimientos políticos, y organizaciones juveniles, tomaron las calles
para reclamar contra la violencia sexual devenida tras la ocupación del
país por organismos como la Misión de Estabilización de las Naciones
Unidas en Haití (Minustah) donde la bota militar de los países
participantes franquearon toda ética, violando, abusando laboralmente y
explotando sexualmente a mujeres, niños y niñas.
La
movilización se llevó a cabo en las inmediaciones de la Universidad de
Quisqueya en la capital, Puerto Príncipe. Bajo el hashtag #PaFèSilans
(“No te calles”, en creol haitiano) surgió el primer movimiento masivo
de mujeres que esboza definiciones programáticas de carácter feminista,
urgentes para la democratización de la vida nacional.
Uno de los requerimientos fue la creación de un cuerpo jurídico que
tipifique la violencia contra las mujeres y las infancias.
Ya
en el 2015 había sido llevado a cabo un proyecto que no pudo
adelantarse por el cierre del Parlamento. Otra de las medidas que exigen
las mujeres tiene que ver con la capacitación efectiva en problemas de
violencia sexo-genéricas. Al día hay una total escasez de capacitación
en el tema, como de políticas de asistencia y acompañamiento a víctimas.
En síntesis, Haití expresa la inagotable fuerza del revanchismo
colonial. Al agravio del hambre se suma la total desregulación del
mercado de trabajo.
El
peso de las maquilas textiles agudizan las pésimas condiciones de vida
de las mujeres que mal viven para trabajar en los talleres. La miseria
de las maquilas es la esclavitud del presente y tiene cuerpo de mujer.
Ver a Haití es ver un futuro posible. Tanto si nos movilizamos para
cambiar la historia, a pesar de los límites de la imaginación, como si
nos quedamos viviendo y parasitando al rededor de la lástima como
cualquier ONG.
(*)La Autora es Integrante de la Cátedra de feminismos populares y latinoamericanos “Martina Chapanay”
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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