China y el hipo de Trump
MELLO / REBELIÓN
16.05.2019
El Presidente Trump anunció un nuevo aumento de aranceles sobre algunos productos chinos, justificando su decisión por el avance “demasiado lento” de unas negociaciones comerciales que, en su opinión, deben servir para reducir el colosal déficit comercial con China y para introducir cambios estructurales en el funcionamiento de su economía que pongan fin a asuntos como la transferencia forzosa de tecnología, la débil protección de la propiedad intelectual, el trato discriminatorio en el acceso al mercado o a las subvenciones a las grandes empresas estatales.
El jefe negociador chino, Liu He, quitó
hierro al nuevo arrebato de Trump calificándolo de un hipo en unas
complejas negociaciones siempre expensas, como es natural, a altibajos.
Mientras, los vetos estadounidenses a las empresas chinas se
multiplican. El último, a China Mobile.
Cuando algunos
vaticinaban ya el tramo final de las tensiones tras los gestos chinos de
importar más productos agrícolas, energéticos e industriales de EEUU o
su voluntad de legislar en áreas sensibles como las exigidas por su
contraparte estadounidense, llegó este nuevo jarro de agua fría. China
puede hacer concesiones, pero no es de esperar que acepte sin más
desactivar su política en el sector tecnológico o que se cepille el
sector público de un plumazo pues ambos resortes son indispensables
tanto para alcanzar el liderazgo económico y tecnológico global como
asegurar el control político interno del PCCh.
Beijing dispone
ahora de un mes para cerrar el acuerdo o enfrentar la imposición de
aranceles en todas sus exportaciones a EEUU. Trump eleva la apuesta con
el objetivo de cerrar un acuerdo beneficioso más pronto que tarde,
advirtiendo a Beijing que la tentación de dejar pasar y esperar al final
de su mandato ante la hipótesis de una victoria demócrata puede
resultarle aún más cara. En Washington se ha instalado el consenso de
que las tensiones comerciales continuarán de una u otra forma y se
convertirán en una competencia a largo plazo sobre la supremacía
tecnológica mundial. En China piensan igual.
Así pues, las dudas
sobre la posibilidad de cerrar un acuerdo, persisten. Y aun cuando se
cierre, las dudas sobre la posibilidad de su efectivo cumplimiento, no
son pocas. Ese pulso sostenido va para largo y los sobresaltos pueden
convertirse en el pan de cada día.
Por otra parte, cabe enmarcar
las tensiones comerciales en la pugna estratégica entre ambos países,
que tiene en lo económico uno solo de sus vectores principales. La
guerra comercial se ha convertido en un episodio más de la larga pugna
por el relevo en la hegemonía global. El discurso del vicepresidente
Mike Pence en el Instituto Hudson el pasado octubre señaló un punto de
inflexión. Hay quien lo compara ya con el de Winston Churchill en Fulton
en 1946. Hemos visto desde entonces que la presión de Washington se ha
multiplicado en numerosos frentes.
La Séptima Flota desafía como
nunca las reclamaciones marítimas chinas en sus mares contiguos. El
Congreso de EEUU aprueba, una tras otra, resoluciones que China entiende
como provocadoras a propósito de su poder militar, su política en Hong
Kong y, sobre todo, el sensible asunto de Taiwán. Mike Pompeo y otras
voces autorizadas fustigan sin cesar la política china en América Latina
o en África, en el Ártico o en Europa, calificando su proceder de
peligro amarillo, la acusa de practicar un nuevo colonialismo, de
auspiciar la trampa de deuda y califica la Iniciativa de la Franja y la
Ruta como una violación de la soberanía de otros países. Por todas
partes afloran las sombras de los objetivos de seguridad nacional, dando
a entender que la emergencia china será cualquier cosa menos pacífica y
que una nueva era autoritaria amenaza al mundo. En un reciente foro
sobre seguridad, Kiron Skinner, asesora principal del Departamento de
Estado, declaró que “es la primera vez que nos enfrentamos a una gran
potencia competidora no caucásica”.
El aumento de la
confrontación en tantos y tan variados frentes agrava la desconfianza de
fondo y amenaza con una confrontación estratégica generalizada. El
temor de muchos gobiernos occidentales ante la creciente influencia de
China en la economía mundial, les insta a adoptar medidas orientadas a
dificultar su crecimiento en un momento delicado de su transición
interna.
¿Obligará la guerra comercial a introducir cambios
radicales en la política china? Más allá de ajustes, no es probable. Ni
en el ámbito interno ni internacional. Por el momento, lo que llevamos
de guerra comercial no ha debilitado a Xi Jinping aunque como vimos el
pasado verano, algunas reservas se han expresado. Pero superó la prueba.
Xi se cuidará mucho de que Liu He, su hombre de confianza en el diálogo
con Washington, acabe siendo comparado con Li Hongzhang, el alto
funcionario que avergonzó al país ultimando los Tratados Desiguales con
las potencias occidentales en el siglo XIX. En ello se juega su “nueva
era”. Por el contrario, las tensiones comerciales y estratégicas podrían
incluso dar alas a los sectores más conservadores y debilitar la
influencia de las elites más proclives a las reformas pro-occidentales.
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China.
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