Anatomía de la crisis en el Mundo Árabe
- En las
sociedades de la zona, la situación de la mujer es el termómetro del
avance o el atraso social
- El
colonialismo europeo ha jugado un papel importante en la destrucción de
los esquemas de referenciación tradicionales sin haber logrado
sustituirlos por otros lo suficientemente sólidos
Cuarto Poder
12 de febrero de 2019
El ministro iraní de Exteriores, Mohamad Yavad Zarif,
viajó al Líbano para reunirse con las autoridades del país árabe en medio de
las crecientes tensiones entre Israel y el grupo chií libanés Hizbulá, apoyado por
Teherán. EFE/ Wael Ham
Yamani Eddoghmi, activista en la
Asociación Marroquí de Derechos Humanos
Durante los últimos años el Mundo Árabe se ha
convertido en una fuente incesante de noticias: no pasa un solo día sin que
haya una información que nos haga preguntarnos “¿qué es lo que allí sucede?,
¿cuáles son las causas?, y ¿qué le depara el futuro a la región?” Da la
impresión de que las sociedades de la zona viven una agitación sempiterna y sin
solución aparente. Quienes tenemos algún vínculo con la región o nos
interesamos por ella, sabemos que es necesario afrontar la situación desde otra
perspectiva. Ahora más que nunca es necesario un acercamiento más sosegado y
una exploración calmada y sin ligerezas. Solo así hallaremos una explicación al
presente, una salida del laberinto actual y una puerta hacia un devenir mejor.
Considero que para comprender lo que allí sucede
tenemos que dejar de lado todo aquello que distorsiona nuestra visión y
nos abstrae de un buen análisis. No es fácil explorar lo que sucede a
nuestro alrededor cuando el silbido de los obuses y el ruido de las bayonetas
es ensordecedor. Por ello creo que sobrevolar el campo de batalla, alejarse del
torbellino de los acontecimientos inmediatos y tener una visión más panorámica
es más necesario que nunca. Solo así podemos profundizar en el hecho social y
político de la región.
En las sociedades del norte de África y Oriente Medio
hoy en día existen tres sectores permanentemente enfrentados y sin que se
vislumbre una solución posible: el primero, formado generalmente por jóvenes de
la clase media y media-alta, intelectuales y militantes de toda índole que aún
siendo el sector más dinámico e innovador, no logra cristalizar sus deseos en
un programa unificado y viable; Ello explica el porqué de su éxito en imponer
sus demandas durante las movilizaciones de la mal llamada “Primavera Árabe” y
su fracaso en fraguar y liderar un proyecto político viable. Hay un segundo
sector dirigido por los islamistas, cuyo ideal está petrificado y anclado en el
pasado; no obstante, es el mejor organizado y por lo tanto el más eficaz. Por
último, el sector cuya coalición de intereses tiene como único objetivo el
control del poder político – el Estado-. Éste extiende su poder a todos
los demás ámbitos, desde lo económico hasta lo ideológico porque su
único objetivo es garantizar su dominio absoluto sobre la sociedad y
perpetuarse en el poder.
El conflicto y la acumulación asimétrica de poder
La lucha entre los dos primeros sectores y la
intensificación del conflicto entre ambos ofrece hoy en día la mejor de las
razones para la perpetuidad de los regímenes. La intensidad de dicho conflicto
es proporcional a la fuerza de los regímenes vigentes en la región. Dicho de
otra forma: cuanto más intensa es la confrontación entre ambos, más
fácil lo tiene la élite gobernante. Las élites gobernantes han llevado
la situación al extremo de confundir sus propios intereses con los de la
nación. La confusión es de tal gravedad que para una amplia mayoría social le
resulta inconcebible una transición política no traumática, hecho que se
traduce en un miedo atávico frenando así cualquier intento de cambio. Los
casos de Siria, Irak, Libia y Yemen son buenos ejemplos de ello.
Las circunstancias arriba descritas han terminado por
generar las condiciones necesarias para que el sistema se reproduzca de forma
casi perenne. Esto será así mientras la población siga padeciendo una fuerte
incertidumbre y una sensación de desamparo, forzándola a recurrir a espacios
donde pueden encontrar sentido a su existencia social. Los defensores
de la modernidad han encontrado en los modelos importados su razón de ser;
esto mismo ha llevado a que los islamistas se aferren más aún –si cabe- al
campo de lo sagrado, convirtiéndose así en un verdadero obstáculo en el camino
de la democratización y el progreso social.
El conflicto entre el sector que aspira a la
modernización y el ultraconservador cuyo anhelo es instaurar un califato
islámico hace las veces de los engranajes de un sistema perfecto de anclaje
social. Mientras ninguna de las partes sea capaz de aportar una solución
efectiva, la pugna seguirá siendo inútil y por desgracia continuará segando
vidas. Mientras los regímenes políticos actuales sean los únicos capaces de
ofrecer ese pequeño margen de certidumbre seguirán gozando de un dominio casi
absoluto sobre sus respectivas sociedades y disfrutarán del mínimo
indispensable de la lealtad necesaria para perpetuarse en el poder.
Según estos el único cambio verdadero y
concebible pasa necesariamente por un proceso revolucionario de extrema
violencia. La situación en muchos países de
la región así lo demuestra. No podemos obviar lo que les sucedió a Muammar
Gaddafi y Saddam Hussein. El ensañamiento con el cadáver del primero y la
exhibición del segundo dan cuenta del grado del rencor y el desprecio que
siente la población hacia sus dirigentes.
A todo lo relatado hasta el momento hay que añadir un
cuarto elemento que desde mi punto de vista dará mucho de qué hablar en el
futuro: el factor étnico. Debido al empecinamiento de las élites en el poder y
a las prácticas genocidas del sector altamente conservador, cada vez más el
sentimiento de pertenencia resurge con una enorme fuerza. El fracaso de los
Estados en generar un sentimiento nacional junto con una situación social
deplorable, ha hecho que la etnia o el grupo social se conviertan en un refugio
cada más seguro. Los kurdos en
Oriente Medio no son más que la cima de un iceberg y la señal de un futuro que
se me antoja sombrío; no podemos descartar otros grupos sociales que, si
bien aún no han conseguido fuertes marcos de autoreferenciación, no podemos
descartarlos como fuerza social capaz de agitar el frágil equilibrio de la
región. La opresión y la negación del otro como actor social y político han
constituido la seña de identidad de los regímenes de toda la región y han
sembrado las semillas de una inestabilidad cuyas consecuencias apenas empezamos
a vislumbrar.
Con todo lo dicho, existe un elemento transversal a
todo lo que sucede en el Mundo Árabe y a todos los factores arriba mencionados.
Me refiero a esa otra mitad que rara vez entra en los cálculos políticos, por
no decir nunca. En las sociedades de la zona, la situación de la mujer
es el termómetro del avance o el atraso social. Mientras las
sociedades de la región no sean capaces de superar el pensamiento patriarcal
petrificado y mientras nosotros los hombres no seamos capaces de hacer una
profunda autocrítica y revisión de nuestra mentalidad y concepción de la
sociedad, una sociedad extremadamente violenta con ellas, todo cambio será
incompleto e inútil. El patriarcalismo impone en la región unas estructuras de
poder y de dominación basadas en la obediencia y sumisión en las cuales las
mujeres tienen todas las de perder. El estatus social de la mujer en las
sociedades árabes está estrictamente delimitado y su rol es rigurosamente
determinado por una idea extremadamente machista de la sociedad, las
instituciones tanto sociales como políticas son una maquina poderosa de
opresión y de reproducción social. Hablar de cambio mientras esta situación
siga estando vigente sin duda es un verdadero desvarío.
Otro factor importante en el actual atraso de las
sociedades árabes es el pensamiento metafísico que conlleva la ausencia de una
actitud crítica y una obediencia ciega en amplias capas de la población. Lo
sagrado lo engulle todo: hasta el más mínimo detalle de la cotidianidad y por
lo tanto de toda la realidad social. Es tal el poder de la esfera religiosa que
para la inmensa mayoría le resulta inconcebible una vida fuera del mismo. Hecho
que las élites en el poder aprovechan con gran destreza, al menos hasta el
momento.
Por último y no menos importante, está el factor
externo de la intervención extranjera en la zona. El colonialismo
europeo ha jugado un papel importante en la destrucción de los esquemas de
referenciación tradicionales sin haber logrado sustituirlos por otros lo suficientemente
sólidos. La riqueza y la situación geoestratégica de la región la ha
convertido en el objetivo preferido de las grandes potencias. Se podría decir
que la perdición de la región está en su riqueza. No podemos olvidar que las
dictaduras de la zona gozan de un enorme apoyo por parte de las democracias
occidentales. El mejor ejemplo es el régimen de Arabia Saudita, que aún
asesinando de manera atroz a un periodista –Jamal Khashoggi- en territorio
extranjero su poder no ha mermado ni un ápice.
Se podría decir que las sociedades árabes sufren hoy
una dicotomía que les deja al borde de la esquizofrenia social. Por un lado las
dinámicas sociales que ellas mismas producen las anclan a un pasado dominado
por lo sagrado e inmutable y por otro las dinámicas del presente con su
velocidad les exigen una rápida y eficaz adaptación. Se puede decir y sin
riesgo a equivocarse que hasta el momento la población de la región ha
fracasado en ambas tareas y ello le impone una realidad verdaderamente
asfixiante y la somete a unas altos niveles de estrés que se manifiesta en una
situación de extrema violencia que entraña una destrucción sin precedentes.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario