China
Una economía renqueante y la desigualdad
obligan al gobierno a cambiar de prioridades
Lily Kuo
Vientosur
03.01.2019
En
2019, los dirigentes de la segunda economía nacional más grande del mundo se
enfrentan a las decisiones políticas más difíciles en muchos años.
Para
que le salgan las cuentas, Xu Yuan, de 33 años, tiene que compartir una cama
con su mejor amiga en Shanghái, donde trabaja en márketing. Una cortina
delimita su mitad de la cama. Todos los días sale del trabajo lo más tarde
posible y solo va a casa a dormir. “Ninguna de nosotras es feliz, pero hemos de
ser tolerantes”, dice. Liu Xun, de 26 años, editor de vídeos en Pekín, no va al
cine, ni se compra ropa nueva, ni queda con amigas. “A decir verdad, pienso que
tener novia es demasiado caro”, dice. Hillary Pan, que trabaja en medios de
comunicación, dice que ya no come en restaurantes y casi cada día se compra la
comida en la tienda 7-Eleven.
La
economía china flojea y son personas como Xu, Liu y Pan quienes notan el
efecto. Figuran entre los muchos chinos corrientes que han tenido que recortar
gastos ahora que la segunda economía nacional más grande del mundo experimenta
su peor retroceso desde la crisis financiera mundial de 2008. “La gente ha
comenzados a reducir el gasto de dinero porque no prevé que la economía marche
bien”, dice Ye Tan, un economista independiente que reside en Shanghái. “Las
empresas y las personas recelan de la economía.”
A
comienzos de 2019, China se enfrenta no solo a una economía renqueante, sino
también a una prolongada guerra comercial con EE UU, una deuda que supone una
amenaza para la economía mundial y el sistema financiero chino y una población
que reclama una mejor protección del medio ambiente, del trabajo y la salud.
Este año, los dirigentes chinos afrontan algunas de las decisiones políticas
más difíciles que han tenido que adoptar en años. Los analistas dicen que
tendrán que optar entre el impulso del crecimiento mediante las palancas
tradicionales del gasto en infraestructuras financiado con deuda, o dolorosas
reformas que rebajen el riesgo financiero, pero incrementen la posibilidad del
desempleo y, en última instancia, de inestabilidad social.
Oficialmente,
la economía china va viento en popa. Se prevé que el crecimiento económico se
reduzca al 6,3 % el año que viene, después de alcanzar el 6,6 % en
2018. La economía se expandió un 6,5 % en el tercer trimestre, el de
crecimiento más lento desde 2009. Sin embargo, indicadores económicos como las
ventas de automóviles o la actividad del sector de fabricación tocan a rebato.
En noviembre, el crecimiento del sector de fabricación chino se estancó por
primera vez en más de dos años. Las ventas anuales de automóviles en el mercado
de coches más grande del mundo van camino de contraerse por primera vez desde
1990.
Las
acciones de empresas chinas, que miden más la confianza que la economía real,
han vivido uno de los peores años, perdiendo dos billones de dólares. Hay
fábricas que han enviado a casa a trabajadores meses antes de las vacaciones de
año nuevo, que en China se celebra en febrero. El mercado inmobiliario, uno de
los pocos ámbitos en que la gente de la calle puede invertir, también ha
sufrido, haciendo que los promotores rebajen drásticamente los precios. La
desaceleración económica es particularmente sensible en China, donde se suele
pensar que la estabilidad social depende de la capacidad del gobierno para
asegurar el crecimiento continuo. En septiembre, funcionarios del departamento
de propaganda ordenaron a periodistas chinos que se abstuvieran de informar de
cualquier señal de desaceleración de la economía, de la guerra comercial con EE
UU o de cualquier aspecto que refleje las “dificultades de la gente”.
Pero
esas dificultades son difíciles de silenciar. Puesto que los promotores
inmobiliarios han rebajado los precios para estimular las ventas, los
propietarios de viviendas han organizado protestas en toda China. También proliferan
las manifestaciones de trabajadores. El China Labour Bulletin (CLB),
que informa del activismo obrero en el país, ha constatado que las huelgas y
manifestaciones se han extendido más allá del sector de fabricación, llegando
al sector servicios y el comercio minorista entre 2013 y 2017, durante el
primer mandato del presidente Xi Jinping. La redacción contó 1.640 huelgas o
manifestaciones de fábrica en 2018, unas 400 más que el año anterior, una cifra
que considera que no es representativa de todas las huelgas que hubo en el
país. “Si examinas la naturaleza de estas protestas, la gran mayoría pueden
asociarse de alguna manera con la desaceleración de la economía. Las
movilizaciones tienen su causa en la incapacidad de las empresas para pagar los
salarios puntualmente, en el cierre en fábricas y en la quiebra de negocios en
el sector servicios”, afirma Geoffrey Crothall, de CLB.
China
ha puesto en marcha medidas encaminadas a relanzar la economía mediante la
rebaja de impuestos al consumo para estimular el gasto de los hogares, el pago
de subsidios a jóvenes en paro y la devolución de las cotizaciones al seguro de
desempleo a las empresas que no despidan a trabajadores. Sin embargo, puede que
esto no baste para afrontar otro problema que pone palos en la rueda de la
economía: el reparto desigual de la riqueza. En los últimos 30 años de
crecimiento económico de China, la riqueza ha ido a parar a manos de las
autoridades y las élites locales, que acaparan el dinero y no lo invierten,
señala el economista Michael Pettis, profesor de finanzas en la escuela
Guanghua de administración de empresas de la Universidad de Pekín. “Si quieres
resolver los problemas de China, es fácil. Solo tienes que transferir la
riqueza de las élites a la población”, ha declarado. “Esta siempre ha sido la
parte difícil, gestionar la transferencia de riqueza.”
De
alguna manera, China ha recuperado su antiguo guion de abrir el grifo. Hace
meses el gobierno ordenó a la banca pública que prestara dinero a las pequeñas
y medianas empresas, que antes tenían que luchar por conseguir un crédito. En
el tercer trimestre, los planificadores aprobaron 45 nuevos proyectos de
infraestructura por valor de 437.400 millones de yuanes (63.000 millones de
dólares), cuando en el trimestre anterior solo habían ascendido a 90.500
millones de yuanes. Los analistas que se muestran optimistas de que China
llevará a cabo las reformas prometidas y mantendrá su campaña por la reducción
de la deuda impagada, dicen que estas medidas demuestran la contención y las nuevas
prioridades de China.
“Creo
que el objetivo de crecimiento del PIB, que ha sido una fijación durante 20 o
30 años, ya no es tanto una fijación para todos los niveles de gobierno. Pienso
que están mucho más dispuestos a tolerar tasas de crecimiento más moderadas”,
dice Damien Ma, cofundador del laboratorio de ideas MacroPolo del Instituto
Paulson de Chicago. Y añade: “El contrato social ha evolucionado bajo Xi
Jinping. La cosa ya no va de crecimiento… sino de sanidad, educación, aire
limpio, agua limpia, cuestiones de calidad de vida.” Refiriéndose a una
medición del contenido de partículas en la atmósfera, que es un indicador de la
contaminación, dice: “En los próximos cinco a diez años, el objetivo de PM2,5
será más importante que el objetivo del PIB.”
30/12/2018
Traducción: viento sur
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