Jugar con el fuego de la
extrema derecha
La
extrema derecha siempre irrumpe así, con la frivolidad con la que se banaliza
el mal; entre el oportunismo y el cortoplacismo de los partidos, entre la
somnolencia de una gran parte de la sociedad.
Las
elecciones andaluzas han sido las primeras del “a por ellos”, las primeras
fuera de Catalunya tras el octubre catalán. Y ha sido en gran medida el
nacionalismo español, engordado por el independentismo catalán, lo que explica
las corrientes de fondo que han explotado hoy
Eldiario.es
02.12.2018
En el PSOE se las prometían muy felices
con el ascenso de Vox. Nada mejor que dividir la derecha en tres bloques para
que Ciudadanos y PP jamás pudieran gobernar. Ni en España ni mucho menos en
Andalucía, donde hasta la noche electoral nadie llegó a plantearse seriamente
la posibilidad de que la presidencia de Susana Díaz estuviera en cuestión. El
Gobierno no solo no temía a Vox sino que, desde su equipo, se les promocionó.
Con la misma imprudencia con la que, hace tres décadas, François Mitterrand
engordó al Frente Nacional... para que el Partido Socialista Francés acabara,
años después, pidiendo el voto en las presidenciales para el conservador Chirac
frente a Le Pen.
La extrema derecha siempre irrumpe así,
con la frivolidad con la que se banaliza el mal; entre el oportunismo y el
cortoplacismo de los partidos, entre la somnolencia de una gran parte de la
sociedad. Unos, azuzando ese fuego de forma irresponsable. Otros, blanqueando
su discurso. Con ese Albert Rivera que no se atreve a llamar extrema derecha a
la extrema derecha. Con ese Pablo Casado casi indistinguible en sus últimos
discursos de Santiago Abascal. Con una gran parte de la izquierda quedándose en
casa, pensando que no había nada en juego hoy.
Pero el inesperado resultado de Vox –que
en Europa solo
celebra Marine Le Pen y las demás formaciones de extrema
derecha– no solo se explica por la respuesta que el resto de los partidos han
dado ante su discurso, ni tampoco por la pésima campaña del PSOE y de Susana
Díaz, más preocupada por los pactos postelectorales que por ganar. Dudo también
que la inmigración, siendo un factor, haya sido la causa fundamental. La
principal razón que explica a Vox es otra: Catalunya.
Las elecciones andaluzas han sido las
primeras del “a por ellos”, las primeras fuera de Catalunya tras el octubre
catalán. Y ha sido en gran medida el nacionalismo español, engordado por el
independentismo catalán, lo que explica estas corrientes de fondo que han
explotado en las urnas. Ha pasado más veces en la historia. Cada vez que
Catalunya ha lanzado un pulso a la unidad de España, la consecuencia ha sido
una respuesta reaccionaria.
La derrota del PSOE es completa y
absoluta, por mucho que aún sea el partido más votado. Susana Díaz pierde el
Gobierno tras 36 años de dominio socialista. La política que aspiró a liderar
su partido con el argumento de que “ganaba elecciones” cosecha otra derrota
más, una histórica, la última y probablemente definitiva en su carrera
política.
El PSOE de Susana Díaz se equivocó
radicalmente en su estrategia electoral. Quisieron plantear una campaña de baja
intensidad para desmovilizar a la derecha, para que se quedase en casa,
resignada con la derrota, pensando que el votante socialista se movilizaría
solo sin apenas cambiar el diapasón. No contaban con la movilización que Vox
iba a despertar.
Pablo Casado no va a pedir en esta
ocasión que gobierne “la lista más votada”, ni tachará el futuro pacto de
“alianza de perdedores en despachos oscuros”, ni de “gobierno frankenstein”.
Por mucho que Susana Díaz intente prolongar lo inevitable, subrayando las
muchas contradicciones del PP, la única salida realista que le queda al PSOE es
intentar entregar la Presidencia a Juan Marín, de Ciudadanos, –en segunda
vuelta y con abstención de Adelante Andalucía–, si quiere evitar un tripartido
con Vox presidido por Juanma Moreno.
La alianza entre Podemos e IU también ha
fracasado hoy. La candidatura liderada por Teresa Rodríguez ha sido incapaz de
seducir a los votantes que han abandonado el PSOE. La coalición Adelante
Andalucía pierde un tercio de sus votos respecto a las anteriores elecciones,
donde tampoco les fue demasiado bien.
Desde su techo de diciembre de 2016,
Podemos ha retrocedido en todas y cada una de las elecciones. Lo nuevo ahora
suena viejo, el partido ha perdido transversalidad y se ha encerrado en sus
debates y luchas internas.
La izquierda en su conjunto debería
preguntarse qué ha pasado para que una importante parte de su electorado le
haya abandonado hoy. Tachar a cientos de miles de votantes de Vox simplemente
como fascistas sirve de poco para comprender lo ocurrido. Una gran causa es el
rechazo en la España interior al independentismo catalán. Otra, el desgaste de
la representación política y la falta de respuesta de los partidos ante las
consecuencias de la crisis, que aún no está resuelta para muchos sectores de la
sociedad. El último en llegar prometiendo una patada al tablero siempre se
lleva una buena parte del pastel.
Aún es pronto para analizar esos flujos
electorales –estos gráficos proporcionan muchas pistas–, pero sin duda la
derrota de la izquierda no se explica solo por la abstención, por la
desmovilización de sus votantes frente a la extrema movilización de la derecha
extrema. Una parte de los partidarios de Vox probablemente sale de lo que antes
fue votante de izquierdas. Igual que ya pasó en Francia con el Frente Nacional.
Que sus votantes no provengan solo de
los sectores de la extrema derecha, hasta ahora integrados en el PP, no
significa que el partido no lo sea. Basta revisar los puntos
fundamentales de su programa, sus aliados europeos o quiénes
son los doce diputados que Vox sentará en el Parlamento andaluz para
que no haya mucha discusión sobre esta definición.
La llegada de un partido de extrema
derecha a la política española tampoco es una singularidad; está pasando en
todo el mundo y más aún en los países más cercanos. Queríamos ser Europa. Hemos
copiado de Europa lo peor. Hoy solo queda en la UE sin extrema derecha
parlamentaria, como rareza, Portugal.
El PP celebra una victoria que no lo es
tanto, aunque puedan gobernar. Cosecha su peor
resultado en Andalucía desde la década de los 80, tiene a
Ciudadanos pisándole los talones y se enfrenta a un nuevo rival directo que
jugará un papel importante en las próximas elecciones. Pablo Casado no
parece plantearse siquiera la posibilidad de aislar a Vox –como hace la derecha
francesa con Le Pen–, algo que sin duda le puede pasar factura en España y que
en Europa tendrá que explicar.
Que la derecha vaya a gobernar Andalucía
por la irrupción de la extrema derecha cambia el mapa político español. El
resultado va a radicalizar aún más el debate político nacional, va a disparar a
Vox en las encuestas, va a extremar el discurso de los principales partidos
sobre el modelo territorial, va a exagerar las diferencias entre la periferia y
el nacionalismo español. Va a dar a luz una España peor.
En 2019 habrá elecciones municipales, autonómicas,
europeas y –ya con seguridad– generales. Y todo puede pasar.
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La
extrema derecha siempre irrumpe así, con la frivolidad con la que se banaliza
el mal; entre el oportunismo y el cortoplacismo de los partidos, entre la
somnolencia de una gran parte de la sociedad.
Las
elecciones andaluzas han sido las primeras del “a por ellos”, las primeras
fuera de Catalunya tras el octubre catalán. Y ha sido en gran medida el
nacionalismo español, engordado por el independentismo catalán, lo que explica
las corrientes de fondo que han explotado hoy
Eldiario.es
02.12.2018