Tribuna viento sur
Nueva fase en la política española:
¿neoturnismo o estrategia constituyente?
(1)
Brais Fernandez
Vientosur
27.07.2018
Con
la victoria de Pablo Casado en el congreso del PP y del PSOE de Pedro Sánchez
en el Gobierno español, los dos grandes partidos que han gobernado el régimen
del 78 han iniciado una nueva fase en la que buscarán desarrollar y estabilizar
sus respectivos procesos de renovación. Lo hacen desde lugares que unos meses
parecían improbables: el PSOE desde el gobierno y el PP desde la oposición,
dividido y alejado temporalmente del poder. Es obvio que existe una tendencia,
impulsada por ambos actores pero también por la dinámica parlamentaria, a
recuperar la dialéctica turnista como formula de estabilización del escenario
representativo: sin embargo también existen contratendencias de fondo en lo
social que impiden el cierre de la crisis. Este texto está dividido en dos
partes. En la primera, trataremos el actual proceso de recomposición de las
fuerzas políticas de derecha a izquierda 1/.
En la segunda, trataremos de apuntar algunas claves de la onda larga de
movilización en el Estado español.
La
victoria de Casado: la derecha busca pueblo
En
el congreso del PP competían dos estrategias para recomponer el partido. Por
una parte, la representada por Soraya Sáez de Santamaría, la mujer fuerte del
gobierno Rajoy. La propuesta de Santamaría era fundamentalmente una estrategia
de Estado. Esta tesis piensa el PP como una agencia de gobierno, cuya
potencia se basa en la capacidad de dotar de estabilidad a las viejas clases
medias y en ganar el famoso voto de centro sin movilizar excesivamente a la
izquierda. Se construye sobre ciertos mitos refundacionales de la derecha
española: la idea de que la derecha gestiona mejor, que encarna mejor la razón
de Estado, una derecha firme pero sin aspavientos ideológicos innecesarios.
En
perspectiva, es explicable que Santamaría haya sido derrotaba por Pablo Casado.
El PP es un partido en crisis y no precisamente por haber perdido apoyos en el
seno de los aparatos del Estado. El problema lo ha revelado el censo del
partido: de los 800.000 militantes que el PP decía tener, solo poco más de
60.000 eran reales. Es decir, un partido de cargos públicos, asesores,
funcionarios: un partido arraigado en la sociedad política pero
débil en la sociedad civil. El olfato político de Casado ha
conectado con las necesidades objetivas de la derecha: para renovarse en un
sentido fuerte del término (esto es, recuperar a las viejas fuerzas sociales
hoy dispersas en un proyecto para la nueva fase) el PP necesita removilizar al
pueblo de derechas. Casado ha optado por ganar el partido abriendo el frasco de
las esencias conservadoras: forjar la unidad de España mediante la coerción,
antiabortismo y una propuesta neocon en materia económica que pretende bajar
los impuestos a los ricos, que imita al republicanismo americano, pero con
altas dosis de corrupción cínicamente negadas.
Así
pues, al menos en el corto plazo, la táctica de Casado pasa por removilizar al
núcleo tradicional de la derecha. Y debe hacerlo sin perder el apoyo de los sectores
a los que representa Santamaría, poco dados a veleidades incendiarias que
movilicen a un PSOE que ha recuperado el gobierno y afronta el ciclo electoral
a la ofensiva. No nos olvidemos que la consigna a través de la cual el antiguo
PCI trataba de metaforizar su naturaleza bifronte (“partido de protesta,
partido de gobierno”) no es tanto un planteamiento eurocomunista como una
lógica universal de las democracias agonistas. Apostar por una cara en una fase
implica siempre no olvidar que se tiene otra.
Sin
embargo Casado se enfrenta a otro reto más peliagudo y que le puede llevar por
caminos impredecibles. Si alza la vista a Europa (algo poco habitual en la
política española), el flamante renovador popular verá que los viejos partidos
de derechas se ven mermados por el auge de nuevas formaciones extremistas. ¿Le
basta a Casado, en este periodo de crisis orgánica, con recuperar las viejas
formulas de la derecha española? ¿Se deslizará Casado hacia nuevos temas con el
objeto de ampliar su base social, ensayando discursos antiinmigración,
securitarios y que avancen hacia un nacional-populismo que ponga en el centro a
los sectores populares excluidos del discurso neoliberal-progresista? Esta es
la incógnita estratégica que está latente en la derecha y que tanto el PP como
Ciudadanos, inmersos en una feroz competencia por el mismo espacio, tendrán que
resolver en los próximos meses.
El
gobierno Sánchez: los efectos de la ficción progresista
Desde
algunos análisis se ha apuntado que, a corto plazo, la victoria de Casado puede
ser una buena noticia para el PSOE de Pedro Sánchez. Dentro de está dinámica
que busca rehacer el turnismo en tiempos de inestabilidad, la
tendencia de Casado a la sobreactuación derechista puede generar el efecto
óptico de que el gobierno neoliberal-progresista (por usar la afortunada
expresión de Nancy Fraser) está más a la izquierda de lo que realmente está.
Pero los problemas para su proyecto de estabilización del régimen por
la izquierda podrían venir de otro lado.
Decía
un sabio griego llamado Poulantzas que una de las características fundamentales
del Estado capitalista contemporáneo es su capacidad para enviar discursos en
varias direcciones diferentes, pero conservando el orden unitario dominante. En
esto se basa precisamente el arte de gobernar en momentos de recomposición: se
trata de generar la ficción de que el gobierno tiene en cuenta a múltiples sectores
sociales, con una política de reformas compartimentada, pero descartando
cualquier tipo de proyecto político que toque los núcleos centrales en torno a
los cuales se organiza el sistema político, económico y cultural. Así pues, el
gobierno de Sánchez se ha dirigido a las mujeres, a las clases trabajadoras, a
los sectores de clase media con conciencia humanitaria, a la izquierda civil de
tradición republicana y a la ciudadanía catalana. Ha presentado una batería
de guiños para cada uno de esos sectores, delimitando de forma
inteligente la profundidad de cada medida: se trata de contentar a los sectores
de clase media de cada fracción social, con medidas superficiales pero
necesarias, saludables pero que dejan al margen a amplios sectores de las clases
populares, que ven como el progresismo neoliberal institucionaliza desde el
gobierno la normalización de su exclusión del sistema.
Esta
política de gobernanza progresista tiene las patas más cortas de lo que parece.
Solo se puede articular si la economía crece y subsisten ciertas expectativas
(más que riqueza en un sentido real) que repartir. Cualquier dato de paro
negativo o cualquier proceso de reclamación salarial fuerte puede provocar una
crisis que podría ser mortal en un gobierno que aspira a organizar un reparto
de concesiones sociales variado y superficial, pero que no tiene ningún tipo de
margen para controlar los desarrollos de un ciclo económico inestable y
volátil.
Porque,
a pesar de los equilibrios discursivos y de la distribución de concesiones,
toda política progre necesita una base social estable, mediada
a través del Estado. A finales de los 80, esa base social se construyó a través
del sueño europeo y las becas Erasmus; en los 2000, a través del boom inmobiliario:
a día de hoy, el progresismo-neoliberal de Pedro Sánchez tiene pocas bases
materiales a las cual aferrarse. La mitología de las clases medias puede
organizarse en torno a algunas fracciones de profesionales que buscan el
ascenso social a través de la renovación generacional (periodistas y políticos
parecen estar a la vanguardia), pero en ningún caso en torno a un proyecto
universal apoyado en la extensión de la seguridad estatal a amplios sectores de
las clases trabajadoras y populares.
La
izquierda post-15M: entre el agotamiento y nuevas reinvenciones
En
un contexto global en el que proceso de precarización de las sociedades
occidentales parece inexorable, el progresismo neoliberal siempre acaba
apareciendo como impotente frente a la exclusión de millones de personas.
Frente a la combinación de corporativismo burocrático, pesadez intelectual y
patética sumisión al capital financiero que encarna el PSOE, parece increíble
que tanto Podemos y como el resto de la izquierda parlamentaria hayan apostado
con tanta fe por la carta del “cogobierno de progreso”. De cualquier modo,
podemos apuntar algunas explicaciones, sin duda parciales, si combinamos
ciertas dinámicas sociales con las decisiones tácticas por las que ha apostado
la dirección de Podemos en los últimos años.
El
giro hacia el gobernismo progresista no se puede entender sin relacionarlo
íntimamente con el alejamiento del horizonte constituyente sostenido por las
bases sociales que protagonizaron el 15M. Esto es, la vuelta al eje
izquierda-derecha como factor divisivo de la política, solo que ahora
protagonizado por cuatro partidos. En este caso, el liderazgo del PSOE en el
incipiente bloque progresista (bajo hegemonía neoliberal) se traduce en una
mutación de Podemos y sus fuerzas aliadas, que podrían pasar de ser la
vanguardia de un ejército que iba a asaltar los cielos a una muleta de
izquierdas.
No
cabe duda de que la falta de estrategia de Podemos, su tacticismo ciego y sus
estruendosos bandazos han terminado por colocarle en un callejón sin salida.
Dentro de la lógica que ha asumido Podemos, sus opciones parecen reducirse a
una, desdoblada en dos versiones: o bien apoyar al gobierno sin participar en
él o bien seguir moderando su programa y sus objetivos, hasta el punto de ser
aceptados por las élites como un socio de gobierno menor y controlable. Podemos
también podría verse hipotecado por sus propios esloganes si trata de dar un
giro brusco y ser víctima del sentido común que han contribuido a instalar
el hay que tener paciencia, los cambios llevan tiempo. La espiral
de impotencia en la que se ha instalado Podemos puede racionalizarse, como hace
Errejón, o vivirse con cierta rabia, como ocurre en los sectores más
izquierdistas del pablismo pero, al fin y al cabo, el
resultado es el mismo: colocar a la fuerza política surgida del 15M en la
posición de muleta de izquierdas del bloque progresista. Una clase magistral
de hegemonía dictada por el viejo moribundo y renacido Partido
Socialista a los jóvenes y ambiciosos politólogos.
Sin
embargo, hay sectores de las izquierdas que empiezan a apuntar en otra
dirección, que trata de salvar lo mejor del ciclo 15M y que, a
la vez, pone nuevos cimientos para poder avanzar en ulteriores escenarios. La
propuesta de confluencia impulsada por Teresa Rodríguez (Podemos) y Antonio
Maíllo (IU) en Andalucía (Adelante Andalucía) es un intento de romper
con esa inercia hacia la impotencia subalterna a la que parecen condenadas
las fuerzas del cambio. El reto es mayúsculo y no está exento de
problemas. Con un discurso dinámico que busca recuperar los grandes ejes
constituyentes del ciclo social y un programa fuerte al estilo Jeremy Corbyn,
adaptado a la realidad andaluza, no deberíamos ocultar el hecho de que, a pesar
de la esperanza que supone su andadura, la confluencia andaluza se enfrentará a
los mismos problemas que sobredeterminan el panorama político. Porque no
deberíamos medir el éxito o el fracaso de la confluencia andaluza tan sólo por
su resultado electoral, sino que también deberíamos exigirle ser capaz de
materializar la confluencia por abajo, agregando nuevos sectores y
dando protagonismo a las luchas, a la clase trabajadora olvidada por la
política de las clases medías. En definitiva, debemos esperar, ni más ni menos,
que sean capaces de ir verificando en la práctica la tesis política que subyace
tras la confluencia andaluza: esto es, que la degeneración electoralista,
autoritaria y estrecha de miras de la nueva política no es
inevitable y que, en consecuencia, hay un camino alternativo que es posible
recorrer.
Para
ello no podrá contar con la dirección estatal de Podemos, cuyo único objetivo
para 2019 parece ser frenar los procesos de confluencia y la autonomía de los
territorios 2/.
Los métodos utilizados por la dirección estatal de Podemos en Andalucía,
basados en el patriotismo de siglas y en tratar de desacreditar a Teresa
Rodríguez, no han tenido más efecto que una contundente victoria de quienes
defienden la confluencia en las primarias.
Tampoco
deberíamos ser tan ingenuos como para creer que la dirección estatal de Podemos
vive tan fuera de la realidad y creyese que tenía alguna
opción de ganarle las primarias a Teresa Rodríguez. El objetivo no ha sido otro
que advertir que, fuera de Andalucía, no se tolerará ningún proceso de
confluencia que no piloten ellos desde arriba. Ahora mismo la dirección de
Podemos podría situarse en la misma posición que Cayo Lara y la antigua
dirección de IU ante el surgimiento de Podemos: como el freno consciente a
posibles nuevos desarrollos, solo que, siendo claros, sin que haya surgido
todavía una fuerza política capaz de descorchar el tapón y desbordar el proceso
de cierre. Por eso, todos los esfuerzos por aislar y desacreditar la
confluencia andaluza les parecen pocos a la dirección estatal de Podemos. Según
sus estrechos intereses burocráticos y de poder, Andalucía debe ser la
excepción, jamás la regla, aunque está cerrazón debilite todavía más a la
izquierda como opción política en la sociedad. En ese sentido, la dirección
federal de IU encabezada por Alberto Garzón también tiene el reto de demostrar
si su giro hacia las confluencias democráticas se basa en una posición
consecuente o es una simple maniobra táctica oportunista para mejorar su
relación de fuerzas en Andalucía y seguir negociando por arriba en el resto del
Estado.
Hay
que recordar que la cerrazón de la antigua dirección de IU en 2015 fue en parte
responsable de liberar fuerzas sociales latentes. Es muy improbable que en el
corto plazo surja algo con la potencia del primer Podemos, pero también es
seguro que muchos sectores no van a aceptar pasivamente el cierre que proponen
los aparatos estatales de los partidos de izquierda. En parte, de la voluntad
para la apertura confluente de las direcciones estatales de los grandes
partidos de izquierda (Podemos e IU) depende en buena medida la forma de
afrontar el ciclo electoral que viene a nivel autonómico y municipal, pero
también de la capacidad de iniciativa de otros espacios al margen de los
grandes aparatos y que reivindican una política diferente para la nueva fase
política. Porque esta apertura no debería orientarse simplemente hacia la
distribución de cargos públicos en clave democrática, sino que debe servir para
reabrir el debate estratégico fundamental. La izquierda está ante una gran
encrucijada: ¿aceptar la lógica neoturnista y ser la izquierda del progresismo
o comenzar a repensar una estrategia en plazos más largos, trazando un
horizonte constituyente basado en las dinámicas de lucha? Los que apostamos por
la segunda opción debemos iniciar también una reflexión sobre cómo articular
una fuerza material que nos permita hacerlo en un mientras tantosui
generis, en el cual, paralelamente a las recomposiciones en la sociedad
política, se despliega una profunda recomposición en el plano social. De
ello hablaremos próximamente.
26/07/2018
Notas:
1/ En este texto hemos excluido conscientemente el
proceso catalán del análisis. Sin duda, eso provoca ciertos déficits y limita
el alcance de la propuesta, pero excedía el alcance de este artículo.
Recomiendo los artículos publicados por Marti Caussa en esta misma web.
2/ El aparato central de Podemos se presenta como
defensor de los inscritos del partido frente a la “autonomización” de los
territorios, excepto, por supuesto, cuando les conviene lo contrario: suponemos
que la secretaría de Organización de Podemos encabezada por Echenique será
igual de valiente como fiscal con Manuela Carmena en el Ayuntamiento de Madrid,
con la misma intensidad que con Teresa Rodriguez en Andalucia. Más allá de la
ironía, la aparente arbitariedad del aparato de Podemos no es tal:
complacientes y sumisos con el “entrismo progre” de Manuela Carmena,
extremadamente severos y arrogantes con los sectores rupturistas. Detrás de
esto, subyace la concepción de mando eurocomunista, consistente en ceder ante
los poderosos y disciplinar o expulsar a los sectores radicales.
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