Fútbol
es cultura ¡Animal!
25.06.2018
Todos sabemos que el fútbol es un gran
negocio y que la FIFA es una de las principales trasnacionales del planeta,
pero esta realidad evidente es resultado de otras realidades evidentes que la
anteceden, pues por algo la humanidad ha erigido al fútbol en deporte Rey.
El
juego en la cultura y el juego como cultura
Podríamos
decir que el juego nació con el primer homo sapiens y sería verdad, salvo que
con toda evidencia el juego es una manifestación de todo el mundo animal. Los
biólogos y antropólogos y filósofos se han partido el cráneo preguntándose a
qué responde el juego, por qué los animales y en particular el hombre abren una
realidad dentro de la realidad, con un tiempo, espacio y reglas específicas.
El
juego nos permite adoptar roles que sólo son válidos dentro del círculo mágico
creado. Aceptadas las reglas del círculo, como actores nos colocamos una
máscara que permitirá expresar algo que no podríamos canalizar fuerza del
círculo, aunque las reglas del círculo guardan relación con el mundo exterior,
precisamente porque permiten canalizar algo que de otra manera sería imposible
o en todo caso, perjudicial. Cuanto más intensas sean las fuerzas instintivas
que se canalicen en el juego, más cosas entrarán “en juego” y por eso más
interés se manifestará en jugarlo.
Esto
explica el éxito arrollador del fútbol: permite simbolizar la lucha del hombre
en esta vida y permite canalizar una agresividad y deseo de conquista innato,
por lo que aúna el instinto guerrero y el instinto sexual. Lo interesante del
fútbol es que logra todas estas simbolizaciones a partir de una prohibición
fundamental, es decir, a partir de una prohibición se han diseñado y elaborado
centenares de aptitudes y estrategias que de otra manera no hubieran existido.
Estas estrategias para moverse dentro del límite de lo prohibido, coadyuvan a
la canalización de las fuerzas instintivas que explican todo juego.
Con
respecto a su hermano el rugby, la distinción fundamental del fútbol y la causa
de su riqueza es la prohibición de tocar la pelota con la mano, la primera de
las reglas establecidas en el círculo mágico creado por un lapso de noventa
minutos. Toda cultura se estructura en función de prohibiciones, y en esta
actividad cultural que estamos analizando, la prohibición de tocar la pelota
con la parte más hábil del cuerpo, esa parte que precisamente fue determinante
en el desarrollo de nuestra especie, fue la que abrió un mundo de maravillas.
Como los pies no permiten atrapar la pelota, se posibilita perderla y por eso
se elaboran todas esas estrategias individuales y colectivas para mantenerla en
nuestro poder. Además, al ser desplazada mediante un golpe con cualquier parte
del cuerpo excepto los brazos, se abren más posibilidades de tratar la pelota,
muchas más que en el handbol o el basquetbol. En el fútbol tenemos más de
treinta formas de impulsar el esférico.
Que
la pelota sea llevada con la parte menos hábil genera la magia provocada por
la habilidad desarrollada con la parte menos hábil, como si
todo el tiempo el fútbol fuera una puerta abierta a capacidades desconocidas de
la especie. Con el fútbol se rompe simbólicamente con una estructura milenaria
y esa ruptura, ese desequilibrio, genera una nueva cosa, así como genera una
nueva cosa el síncopa en la música.
Bien,
ya tenemos establecida la prohibición fundamental que permitirá ese estímulo
tan típico de este primate sin cola que no descansa hasta llegar a la luna,
pues el espíritu de conquista es inherente a nuestra especie. Ahora vayamos a
las simbolizaciones que el fútbol permite.
Existen
deportes individuales y existen deportes colectivos. Cada uno tiene su virtud,
pues es hermoso ver representado en un individuo algo que se juega dentro
nuestro, la lucha por vencer todos las dificultades para salir airoso y es
hermoso el juego en equipo pues, como ya se dijo, “cada uno de
nosotros, solo, no vale nada” y por lo tanto la
clave es ver representada esta verdad inherente a la especie.
Ahora
bien, una virtud destacada del fútbol es que siendo un deporte colectivo que
genera adhesión por el vínculo con las necesidades colectivas, habilita la
lucha individual y un ejemplo claro de esto es el futbolista que seguimos
juegue donde juegue. Un equipo triunfa en tanto despliegue una estrategia
colectiva, pero en ese entramado, el plus lo agrega un accionar individual,
como si un jugador fuera la punta de un diamante.
Tenemos
ese rectángulo a cielo abierto, es decir, tenemos la representación de la
tierra y tenemos un círculo en el centro y sobre todo tenemos a esa figura
geométrica perfecta, la esfera, que como sabe todo historiador del arte,
simboliza el infinito, o si se quiere, el cielo. Digamos que allí tenemos las
dos partes constitutivas del hombre, el cuerpo y el alma, la materia y el
espíritu, algo maravillosamente representado por Leonardo en su Hombre
de Vitruvio.
Cualquiera
que haya jugado al fútbol de salón, con cinco jugadores por cuadro, conoce las
diferencias, la menor carga emocional con respecto al fútbol de cancha. Once
jugadores es la exacta proporción con respecto al tamaño del terreno y esa
cantidad impar de jugadores permite representar con más fidelidad las diversas
funciones, amén de hacer más difícil, y por lo tanto más deseable, que la
pelota entre al arco. Un vasto terreno de juego permite una mejor
representación de un campo de batalla donde se enfrentarán dos ejércitos, con
dos capitanes y dos generales que verán desarrollarse la batalla, es decir, el
juego, desde afuera, como hacen los generales en las guerras.
Tenemos
también las historias, las leyendas, los relatos transmitidos de generación en
generación que mentan las hazañas del equipo, tenemos héroes o guerreros
legendarios del pasado y del presente, tenemos los uniformes de los jugadores,
tenemos las banderas y el pueblo o la hinchada que está pendiente del resultado
de la batalla y tenemos el himno del cuadro y los cánticos identificatorios.
En
el fútbol la lanza es la pelota y uno hiere al rival con cada pared y cada
dribbling y cuando se hace un caño, cuando la lanza pasa entre las piernas, se
genera la máxima humillación porque se agregan a la herida, obvias
implicancias. Se hiere al rival, pero se lo mata cuando la pelota entra en el
arco, nuevamente el círculo penetrando en el rectángulo.
En
cuanto al impulso sexual en el fútbol, amén de lo dicho, no es difícil imaginar
qué simboliza la pelota, es decir, la lanza que se mete en el arco para
alcanzar el orgasmo del juego, ese grito de gol que unirá a los jugadores en
una abrazo, así como un abrazo unirá a los espectadores en la tribuna y frente
al televisor. Sumemos a esto los típicos cantos como el “despacito despacito
despacito” o “entregá el marrón” y sumemos todas las estrategias elaboradas
para llevar a cabo nuestro objetivo.
Mucho
más tendríamos para decir a este respecto, pero con lo dicho alcanza para que
el lector realice sus propias asociaciones, así que vayamos a otro aspecto
ineludible del fútbol.
El
gran espectáculo mundial
Ni
la coronación del Papa, ni el casamiento de Megan y el Príncipe, ni la
declaración de una guerra tienen tantos espectadores como la final de la copa
del mundo. Tantas mentes, tantas emociones ¡y qué emociones! unidas al mismo
tiempo en una misma actividad, no significan otra cosa que un poder inaudito
que no alcanza ningún Estado o religión.
Las
consecuencias económicas de este poder son bien conocidas, mas resulta
interesante añadir que así como se crea un círculo mágico en el tiempo y el
espacio con reglas muy precisas, la FIFA crea también un círculo donde las
leyes de la trasnacional tienen preeminencia sobre las leyes de cualesquier
Estado, un perfecto anuncio de lo que sucede en nuestro mundo y de lo que
sucederá de forma intensificada. La imagen sobresaliente del partido inaugural,
el perfecto símbolo de lo que hablamos, fue el Príncipe de Arabia y Vlad Putin,
subordinados a la diestra y la siniestra de Dios Padre, el presidente de la
FIFA.
Amén
de hacer fortunas, amén de asociarse con otras empresas que hacen fortunas, la
FIFA es un ente regulador de nuestra sensibilidad. Paolo Guerrero no fue
suspendido por doparse para lograr mayor eficiencia. No se le detectó una
sustancia usada para correr, se le detectó cocaína que, con toda evidencia,
utilizó en una ocasión que nada tenía que ver con el juego y sin embargo, allí
estuvo la sanción. Uruguay fue amonestado por el ingreso de los suplentes a la
cancha para festejar el gol de Josema y se sanciona, desde hace tiempo, no sólo
al que muerde y evoca el canibalismo y nuestra animalidad, sino al que saca su
camiseta para gritar el gol.
En
este proceso de disciplinamiento, amén de las multas por los cánticos
“agresivos” de las hinchadas (una estúpida intromisión políticamente correcta
en la representación) y amén de la disciplina aplicada al pasto con el césped
“híbrido”, peligrosísima palabra, encontramos el disciplinamiento aplicado por el
VAR que genera un fútbol más aséptico, un fútbol que limita el engaño, es
decir, algo constitutivo del juego. Hay reglas, pero en la vida también hay
reglas entre las cuales una de ellas permite saltearlas mediante la astucia. El
juego donde se dribblea o se engaña con una pared, no excluye otros engaños, no
excluye a Prometeo y Juan el Zorro ni cierto cuerpeo, el caminar por ese límite
filoso del contacto físico entre rivales.
El
VAR, a su vez, resta la emoción del azar, del error humano, y resta esa pimienta
que significa el mar de discusiones posteriores originadas por un penal mal
cobrado. El juez que antes, con toda sabiduría, vestía de negro, ahora, pintado
de rosa o amarillo, es convocado por otros jueces, invisibles para nosotros
pero con el poder real desde que utilizan decenas de ojos cibernéticos, para
que, luego de obligarlo a enfrentar “la verdad”, transforme de inmediato su
decisión. Cuando pasado un minuto el juez detiene el juego y acude al VAR, ya
sabemos que el penal será cobrado.
Un
penal, luego de esta interrupción, luego de esta verdadera intromisión en el
círculo mágico, si luego se concreta en gol no alcanzará la misma emoción que
un penal sin intervenciones desafortunadas. Para ser gráficos, un gol así
genera un orgasmo de medio pelo. Por otra parte, sospechamos que el VAR
incidirá en un mayor número de penales errados.
Un
motivo accesorio por el cual este poder disciplinador de la trasnacional se
inclina por el VAR está asociado a su transparencia, es decir, a la necesidad
de mostrarse transparente. Las sospechas sobre irregularidades, confirmadas por
varios procesamientos, no le hacen ningún bien a ninguna empresa que pretende
además de lucrar, representarnos y unirnos a todos. No es por amor universal
que la FIFA obliga a los jugadores a portar carteles que dicen Say no
to racism, ni es por razones revolucionarias que realiza Conferencias
para la igualdad y la inclusión. Detrás de toda esta hipocresía se
huele el viejo y peludo asunto del dinero.
Así
como la industria de Hollywood intenta lavar su imagen apoyando al movimiento
MeToo, la FIFA pretende lavar su imagen mediante la transparencia del VAR,
transparencia precisamente usada para ocultar lo que verdaderamente importa.
Lo
que necesitamos representar
Para
aquel lector que está a punto de abandonar esta lectura a causa de las
barbaridades dichas más arriba, agrego una última prueba inculpatoria: estampar
el nombre de Dostoievski en este ensayo sobre el deporte Rey. El escritor
eslavo, reaccionario y archizarista, quien satirizó como nadie a los
grupúsculos de izquierda en Los demonios, fue a su vez quien
retrató con fuego la decadencia moral de una aristocracia y una sociedad que
iba derecho a su ruina, y fue uno de los artistas que más ahondó en los
misterios del alma humana, al tiempo que asestaba, junto a otros, un golpe
mortal al positivismo.
Durante
el Renacimiento, con su obra, más de un científico y artista cristiano se sumó
al asalto a la ciudadela de la dictadura espiritual de la Iglesia, pues nada en
este mundo es una sóla cosa.
El
gran negocio y uso político que espanta a quienes denuncian la política
de Pan y circo no alcanza para explicar el fenómeno del fútbol
y en rigor, el negocio y la política se aúpan en todo aquello que se pone en
juego en un partido.
Hemos
hablado del vínculo con la guerra y el sexo y sin negarlo, diremos algo más que
los encierra y proyecta. En el fútbol no siempre gana el “mejor” o el cuadro
que tiene mejores individualidades, el cuadro que ha puesto más dinero para
comprar jugadores. Primero que nada, en ocasiones incide el momento social que
está viviendo el pueblo que representa un cuadro o selección, y de ahí vamos al
triunfo de Uruguay en la gloriosa década del 20, como a la derrota del campeón
Argentina cuando las Malvinas y al empate logrado en estos días por Islandia.
Pero esto es un asunto acaso menor. Lo que importa decir es otra cosa y es que
no siempre el mejor cuadro triunfa, en caso contrario asistiríamos a una
función aburridísima. Lo que atrapa es que los débiles pueden llegar a vencer y
esto se da porque han hecho de la suma de individualidades una nueva
individualidad, un equipo, y han permitido que surja algo inesperado y
vinculado a la inspiración llamado espíritu del fútbol . Allí,
entre las estrategias y tácticas elaboradas, conjurado por el espíritu
del fútbol aparecerá un elemento determinante llamado coraje, con el
cual se han ganado unas cuantas batallas, tanto en el campo de la guerra como
en el terreno del amor.
El
coraje, esa virtud elogiada entre los antiguos, esa virtud que tiende a
desaparecer en nuestro híbrido, utilitario y desapasionado tiempo presente, nos
conduce al elemento supremo de esta creación cultural. Ya se ha dicho: “hombre
cobarde no consigue mujer bonita” y aquel que no apela al coraje no
consigue nada importante en esta vida.
En
un terreno de juego que no es otra cosa que la representación de este mundo,
veremos once gladiadores contra once gladiadores persiguiendo esa figura
perfecta en base a la fuerza y la inteligencia. Unos saldrán vencedores y otros
derrotados, pero la vida siempre da revancha. Unos irán perdiendo, mas no está
muerto quien pelea y mientras haya vida hay esperanzas. Unos usarán de una fría
y perfecta táctica, otros apelarán a lo que pueden, a ese coraje que nace de
adentro y en el último momento nos reivindica
¿Podemos
encontrar, amable lector, una representación más humana de la eterna lucha
entre la vida y la muerte?
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