jueves, 24 de agosto de 2017

ECOLOGÍA SOCIAL, casi: ESPECIE PERIODÍSTICA, ¿ESPECIE EN INMINNETE PELIGRO DE EXTINCIÓN?



El atentado en Barcelona ha vuelto a sacar lo peor de la profesión periodística
Morbo online

Rebelion
Ctxt
24.08.2017

Ante la falta de información, internet se ha convertido en el medio del todo vale

Última hora. Click. Rápido. Publicar. Ante la falta de información, internet se ha convertido en el medio del todo vale. Así lo demuestra el atentado en Barcelona, que ha vuelto a sacar lo peor de la profesión periodística en forma de actitudes hediondas y elucubraciones que se proclaman omniscientes. La responsabilidad informativa no solo se ha esfumado, sino que, en muchos casos, se ha visto pisoteada a conciencia por quienes han querido sacar tajada de un lector que, en situaciones como esta, se ve especialmente sensibilizado hacia determinadas informaciones.

En los últimos días, uno de los nombres que más se ha repetido en la prensa ha sido el de Julian Cadman. Su foto, la de un niño sonriente, se ha paseado por todas las redacciones. “Un niño australiano de 7 años, desaparecido en Barcelona tras el atentado en Las Ramblas”. Los comentarios en Facebook de la familia de Julian, angustiada ante la falta de noticias, se habían convertido en noticia. Se hablaba de su desaparición. Durante horas, su búsqueda se hacía en las redes sociales en forma de enlaces que saltaban de unos perfiles a otros.

“Hallan al niño australiano desaparecido en el atentado de Barcelona”, titulaban multitud de medios el sábado por la tarde. Otro reguero de clics. Tuits que celebran su aparición. Padres y madres que respiran aliviadas al conocer la noticia. “Encuentran con vida al niño australiano de siete años desaparecido en el atentado de Barcelona”, dice la web de La Sexta Noticias. Más de quinientos retuits a la noticia. En Facebook van más allá y hablan de “una buena noticia”. La publicación recibe más de doce mil interacciones y se comparte dos mil trescientas veces solo en la página de Facebook de La Sexta Noticias.

Más tarde, los Mossos comunican que “ni buscábamos ni hemos encontrado ningún niño desaparecido en el atentado de Barcelona. Víctimas y heridos están localizados”. Entonces, ¿por qué los medios habían dado por válida la información sobre su desaparición y la estaban difundiendo? Independientemente de su raíz, ¿por qué se había trasladado a la prensa una información sin contrastar con los Mossos ni ningún otro organismo implicado en la búsqueda e identificación de víctimas y heridos?

El domingo, finalmente, se confirma la trágica noticia: el pequeño se encuentra entre los fallecidos. Europa Press, la misma agencia que había dado la voz de alarma sobre su desaparición, tarda solo unas horas en encontrar un nuevo protagonista. “Harry Athwal, el turista británico que no quiso dejar morir solo al niño Julian en el suelo de La Rambla”, titula El Mundo.

Atrás quedan decenas de titulares que han ido narrando a la opinión pública los ficticios avances acerca del paradero de Julian. Miles y miles de clics que han mantenido en vilo a los lectores ante una historia de suposiciones no confirmadas, construida con prisa y sin volver la vista atrás.

Las informaciones que se difunden a través de redes como Twitter, Facebook o WhatsApp son incontrolables. Es imposible delimitarlas, poner orden en ellas y, en la mayoría de los casos, probar su veracidad. Un mensaje, una imagen o un vídeo, sin más, carecen de contexto. Su asimilación o no es, por tanto, responsabilidad del lector. No ocurre lo mismo, o no debería ocurrir lo mismo, con la prensa. Resulta inconcebible que medios de comunicación suplan la falta de datos con morbo. Es alarmante que bulos e informaciones poco contrastadas se difundan sin pudor, en una batalla permanente por acaparar lectores. Cuando un medio publica una noticia, la responsabilidad recae sobre el medio, no sobre el lector. Y no todo debería valer.


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