El eurofederalismo o la cama de Procusto
Rebelión
Oumma
14.07.2016
Traducido del francés para Rebelión por Caty R.
|
En la mitología griega Procusto era un
bandido y posadero del Ática. Tenía su casa en las colinas, donde ofrecía
posada al viajero solitario. Allí lo invitaba a tumbarse en una cama de hierro
donde, mientras el viajero dormía, lo amordazaba y lo ataba a las cuatro
esquinas del lecho. Si la víctima era alta y su cuerpo era más largo que la
cama, procedía a serrar las partes del cuerpo que sobresalían: los pies y las
manos o la cabeza. Si, por el contrario, era de menor longitud que la cama, lo
descoyuntaba a martillazos hasta estirarlo para adaptarlo al tamaño del lecho. (N. de T.)
Tras el estupor provocado por la revuelta
popular del 23 de junio, los dirigentes de la Unión Europea se dedican a hacer
como si no pasara nada, manteniendo lo esencial –perpetuar el orden de las
cosas- e intentando minimizar los daños colaterales. Haciendo de la necesidad
virtud, aplican el razonamiento de la rama podrida. Para conjurar el riesgo de
contagio que amenaza el inestable edificio en construcción desde hace 30 años,
en la amputación de un miembro traidor solo quieren ver un inconveniente
pasajero. Lo importante es que se reanuden los negocios y todo siga igual, con
27 o con 28.
La tentación del statu quo
Para la Comisión, saldar las cuentas del brexit permitirá
reducirlo pronto al inofensivo estado de un mal recuerdo. Al precio de una
mutilación cuyo perjuicio consideran superable, hay que perpetuar ad
libitum el espacio mirífico del gran mercado y mantener las reglas,
como si nada sustancial debiera afectarle. Por otra parte, para los que no lo
hayan comprendido, Jean-Claude Juncker ha dado una clase magistral al anunciar,
desde el día siguiente del referéndum británico, la continuación de las
negociaciones para la instauración del libre comercio con Canadá.
Por su parte los partidarios del
federalismo se regocijan en secreto de la deserción de un Estado que constituía
un apéndice de la construcción europea. Sin duda imaginan que la UE ganará en
cohesión y continúan promocionando un proyecto eminentemente progresivo que
consiste en impulsar la integración incluso en el momento en que un pueblo de
Europa acaba de abandonarla. Dicho proyecto se basa, por cierto, en un mito
tenaz que emerge en cada crisis, como una serpiente de verano, y que se
presenta como la solución soñada de los descarrilamientos recurrentes de la
máquina comunitaria. Ese mito tenaz, lo sabemos, es la progresiva
transformación de la UE en un auténtico Estado federal en nombre de una
presunta comunidad de destino entre los pueblos del Viejo Continente.
Aplastar el Estado nación
Perspectiva radiante sobre el papel, pero
al precio de un grave distanciamiento del mundo real. Ignorando toda
profundidad histórica, sus partidarios hacen como si la fabricación de una
entidad supranacional pudiera ganar la partida a las naciones milenarias.
Borrando de un plumazo tecnocrático la historia y la geografía consideran el
Estado nación, en el mejor de los casos, la piedra angular de una época pasada.
Lo ven, con desdén, como una especie de supervivencia arcaica destinada a
marchitarse, incluso un simple catálogo de usos y costumbres revocable a
conveniencia del orden de Bruselas.
Por eso trabajan para su desgaste. Con el
rodillo compresor de la integración quieren hacer que desaparezca ese Estado
nación que consideran mohoso. Para proteger al capital de los caprichos
democráticos del Estado nación lo van sustituyendo pacientemente, desde hace 30
años, por un aparato en el que la obediencia a los mercados es la garantía. El
Estado nación ya está privado de su moneda, su política presupuestaria está
encorsetada por reglas absurdas, tiene prohibida cualquier política industrial,
está sometido a directivas escamoteadas a la deliberación popular, ¡pero no es
suficiente! Con nuevas transferencias de soberanía que se justificarán agitando
el espantajo del populismo o blandiendo el estandarte de la modernidad, el
federalismo no cesará hasta dejar el Estado nación completamente desnudo.
La cama de Procusto
Poco importa que la realidad histórica de
los Estados nación, testimoniada por la permanencia de referentes simbólicos
que definen la idiosincrasia nacional, se ignoren en el gran proyecto
unificador. Las lenguas nacionales serán sustituidas por el inglés y la cultura
original de la que dan fe las lenguas ancestrales pronto se diluirá en los
presuntos valores comunes de una Europa entregada al becerro de oro. Como
en la cama de Procusto el eurofederalismo corta todo lo que sobra. Sueña
con aniquilar las diferencias nacionales y fundirlas en una amalgama insípida
cuyo resultado previsible será, en el mejor de los casos, la condena de los
europeos a la impotencia colectiva.
Deseada por los arquitectos de la Unión,
la impotencia no es un fallo del sistema, sino su propia esencia. Al tumbar la
soberanía nacional y negar al Estado la capacidad de ejercer su política, el
federalismo destruye la voluntad popular. Si un Estado no puede decidir su
política no hay razón para pedir al pueblo que delibere. Los federalistas lo
saben, pero no les preocupa: matar el Estado nación es matar la democracia.
Porque la nación es el marco ordinario en el que un pueblo puede imponer las
leyes de su elección, cambiarlas si lo considera oportuno y elegir a los
dirigentes a quienes confiar la misión de aplicarlas.
Con una estafa de la que la UE es la
caricatura, los federalistas pretenden sustituir los Estados nación históricos,
en los que los pueblos se reconocían, por una supranación donde nadie tiene la
menor idea. En esa construcción ideológica, el quimérico proyecto del Estado
federal europeo, sirve de parapeto a una demolición en regla de las
colectividades de las que el Estado nación es piedra angular. En nombre de un
super-Estado imaginario se pretende socavar la existencia de las formas de
organización colectivas que han configurado la Europa moderna a pesar de los
ataques de los agentes del capitalismo.
El modelo estadounidense
El hecho de que la Europa política tuviera
de promotor a Jean Monnet, un hombre de negocios que trabajaba para Estados
Unidos, nos recuerda que la construcción europea es un proyecto made in
USA. Porque Estados Unidos siempre ha tenido como finalidad esencial
someter a Europa occidental, formidable reserva de personas y mercados, a la
hegemonía estadounidense. Mejor todavía, los federalistas europeos toman
Estados Unidos como modelo, como si ambos continentes tuvieran historias
comparables. Al hacerlo se ciegan sobre las virtudes de esta comparación.
Olvidan que el vacío de los grandes espacios estadounidenses –purgados de sus
recalcitrantes indígenas- es lo que dio su cohesión a Estados Unidos al
permitirle absorber las sucesivas oleadas de inmigrantes procedentes del Viejo
Continente.
Si existe la nación estadounidense es
porque desde el origen es una proyección de Europa hacia su propio occidente
que se desplegó desde un núcleo, el noroeste de los Padres Fundadores, hacia
una periferia que fue tierra conquistada. Eso es lo que ha configurado la
unidad de Estados Unidos, la vacuidad del espacio. Tierra sin más historia que
la futura, América ofreció la virginidad de sus fértiles llanuras a la ardua
labor de los pioneros. Es mucho más fácil para una comunidad humana forjar su
unidad en una geografía sin historia que en una geografía llena, en un espacio
virgen que en un lugar ya saturado de sentidos. Mediante la cínica destrucción
de las sociedades indias, la nación estadounidense aprovechó la oportunidad.
La coartada federalista
La comparación entre Estados Unidos y
Europa no tiene razón. El terreno de la construcción europea está lleno de
historia mientras que el de la nación estadounidense se barrió antes de usarlo.
La memoria europea está llena y la de Estados Unidos busca desesperadamente
llenarse. Estados Unidos se hizo con un vacío y está satisfecha de rellenarlo,
Europa quiere hacerse con una multiplicidad saturada pegada a la piel. Estados
Unidos se construyó sobre una geografía sin historia, Europa pretende construir
su futuro, pero conservando su pasado. La idea de Europa tiene sentido, pero no
el que quiere imponer a la fuerza la ideología federalista.
En realidad el eurofederalismo no es un
proyecto, sino una coartada. Es una máquina de guerra dirigida al desarme
unilateral de las soberanías populares, un intento obstinado de vaciado, bajo
pretextos humanistas, de lo que constituye el sustrato de la democracia
moderna. Ataviada con los oropeles del pacifismo, el humanismo y el
progresismo, su lógica infernal parirá inevitablemente a sus contrarios.
Llevando al mínimo común denominador las voluntades populares privadas de su
marco natural el eurofederalismo, si llegase a sus fines, llevaría el germen de
los enfrentamientos que pretende impedir. Nada bueno para los pueblos europeos
saldrá jamás de la cama de Procusto.
Bruno Guigue, en la actualidad profesor de
Filosofía, es titulado en Geopolítica por la École National d’Administration
(ENA), ensayista y autor de los siguientes libros: Aux origines du conflit israélo-arabe , L’Economie
solidaire , Faut-il brûler Lénine?, Proche-Orient: la guerre des mots y Les
raisons de l’esclavage, todos publicados por L’Harmattan.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario