The Guardian
Rebelión
30.01.2016
Hoy se cumple [25 de enero] un año desde que un
gobierno de izquierda radical fue elegido en Grecia; su joven y dinámico primer
ministro, Alexis Tsipras, prometió un golpe decisivo contra la austeridad.
Yanis Varoufakis, el poco convencional Ministro de Finanzas, llegó a Londres
poco después de la victoria y causó un gran impacto en los medios. Aquí había
un gobierno que ignoraba las convenciones burguesas y estaba buscando pelea.
Las expectativas eran altas.
Un año después,
el partido Syriza está aplicando fielmente las políticas de austeridad. Se ha
purgado la ala izquierda del partido y Tsipras ha desechado su radicalismo para
mantenerse en el poder a toda costa. Grecia ha sido abatida.
¿Por qué
terminó así? Un mito propagado por algunos círculos mediáticos sugieren que los
radicales sufrieron un golpe de Estado compuesto por políticos conservadores y
funcionarios de la UE, decididos a eliminar cualquier riesgo de contagio.
Syriza fue superada por los monstruos del neoliberalismo y el privilegio. Aún
así, peleó una buena batalla, y tal vez incluso sembró las semillas de la
rebelión.
La realidad es
muy diferente. Hace un año la dirección de Syriza estaba convencida que si se
rechazaba un nuevo plan de rescate, los prestamistas europeos serían afeados
por un descontento político y financiero generalizado. Los riesgos para la zona
euro eran, se presume, mayores que los riesgos de Grecia. Si Syriza negociaba
duro, se ofrecería un "compromiso de honor" que relajara la
austeridad y aligerara la deuda nacional. El autor intelectual de esta
estrategia fue Varoufakis, y fue ávidamente adoptada por Tsipras y la mayor
parte de la dirección de Syriza.
Los críticos
bien intencionados señalaron reiteradamente que el euro tenía un conjunto
rígido de instituciones con su propia lógica interna y que simplemente
rechazarían las demandas que apostaran por abandonar la austeridad y amortizar
la deuda. Por otra parte, el Banco Central Europeo estaba preparado para
restringir la provisión de liquidez a los bancos griegos, estrangulando su
economía y al gobierno de Syriza. Grecia no podría negociar con eficacia sin un
plan alternativo, incluyendo la posibilidad de salir de la unión monetaria, ya
que la creación de su propia liquidez era la única manera de evitar el bloqueo
del BCE. Esto no sería nada fácil, por supuesto, pero al menos habría ofrecido
la opción de hacer frente a las condiciones catastróficas de rescate de los
prestamistas. Desafortunadamente, Tsipras y buena parte de la dirección de
Syriza no quiso saber nada de esta opción.
La respuesta de
los políticos de la UE a Syriza fue el desconcierto, la frustración y una
escalada de hostilidad.
L a naturaleza
desastrosa de la estrategia de Syriza quedó clara ya el 20 de febrero de 2015.
Los políticos europeos obligaron al nuevo gobierno griego a estar de acuerdo
con la meta de los superávits presupuestarios, a implementar
"reformas", a cumplir todas las obligaciones de deuda total y
desistir de utilizar los fondos de rescate existentes para cualquier otro
propósito que no fuera el apoyo a los bancos. La UE cerró poco a poco el grifo
de liquidez del Banco Central Europeo, y se negó a darle un centavo de apoyo
financiero adicional hasta que Grecia obedeciera.
Las condiciones
en el país se hicieron cada vez más complicadas ya que el gobierno liquidó las
reservas de liquidez, los bancos se quedaron secos, y la economía apenas
avanzaba. En junio Grecia se vio obligada a imponer controles de capital y dar
vacaciones a sus bancos. Syriza hizo un último intento en julio, Tsipras
convocó un referéndum sobre un nuevo y duro programa de rescate.
Sorprendentemente, y con gran valentía, el 62% de los griegos votaron
negativamente a la propuesta de rescate. Tsipras había hecho campaña para su
rechazo, pero cuando el resultado llegó se dio cuenta que en la práctica, eso
significaba salir del euro, para este escenario su gobierno no había hecho
preparativos serios. A grandes rasgos habían "planes" para una moneda
paralela, o un sistema bancario paralelo, pero esas ideas de aficionados no
eran de ninguna utilidad estando ya a un minuto para la medianoche. Por otra
parte, el pueblo griego no había sido preparado para esta situación y Syriza
como partido político apenas funcionaba por su base. Por encima de todos,
Tsipras y su círculo se comprometieron personalmente por la permanencia en el
euro. Frente a los resultados catastróficos de su estrategia, se rindieron
abyectamente a los prestamistas.
Desde entonces,
ha adoptado una dura política de superávits presupuestarios, aumentado los
impuestos y vendiendo los bancos griegos a fondos especulativos, privatizando
aeropuertos y puertos marítimos, y ahora está a punto de recortar las
pensiones. El nuevo plan de rescate ha condenado a Grecia a estar atrapada en
una profunda recesión y a un declive a largo plazo, ya que las perspectivas de
crecimiento son pobres, los jóvenes más preparados están emigrando y la deuda
nacional pesa demasiado.
Syriza es el
primer ejemplo de un gobierno de izquierdas que no ha dejado simplemente de
cumplir con sus promesas, sino que también ha adoptado por lo general el
programa de la oposición. Su fracaso ha reforzado la percepción de toda Europa
que la austeridad es la única vía posible y que nada puede cambiar. Las
consecuencias son graves para varios países, entre ellos España, donde Podemos está llamando a la puerta del poder.
Syriza no
fracasó porque la austeridad es invencible, ni porque el cambio radical es
imposible, sino porque, desastrosamente, no estaba dispuesta y ni preparada
para soportar un desafío directo con el euro. El cambio radical y el abandono
de la austeridad en Europa requieren de una confrontación directa con la propia
unión monetaria. Para los países más pequeños, esto significa prepararse para
salir, para los países centrales significa aceptar cambios decisivos en unos
acuerdos monetarios disfuncionales.
Esta es la
tarea que nos espera y la única lección positiva de la debacle Syriza para la
izquierda europea.
Traducción
Albert Medina.
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