domingo, 13 de septiembre de 2015

EUROPA, LA UNIÓN EUROPEA Y LA IZQUIERDA


La izquierda y la necesidad de abrir un serio debate sobre el euro y la Unión Europea

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Redacción de Mientras tanto
Rebelión
04.09.2015

El drama reside en que, dado el rechazo tajante de los países acreedores a hablar de transferencias fiscales entre Estados y de una hacienda pública europea, la única solución “europea” a la crisis de la moneda única, esto es, una solución dirigida a transformar el euro en una divisa sostenible para todos los países de la UME, pasaría por un cambio radical en la política económica alemana. Más en concreto, por un subida consistente de los salarios de sus trabajadores —y por lo tanto, de un aumento de la demanda agregada y de la inflación— y por la eliminación de su monstruoso superávit comercial (8% del PIB). Ello favorecería el aumento de las importaciones alemanas y la reactivación de las economías del Sur de Europa. Sería menester, pues, que Berlín tuviera una actitud cooperativa que, sin embargo, ni está ni se le espera tanto por motivos históricos (el ordoliberalismo es una cultura profundamente arraigada en la cultura política alemana) como políticos (la arquitectura de la Eurozona blinda la hegemonía alemana sobre Europa) y sociales (el marcado envejecimiento de la sociedad alemana sólo puede paliarse a través de continuas absorciones de mano de obra cualificada procedente del extranjero. Y un sur de Europa en permanente deflación y con sistemas universitarios de buen nivel es un excelente depósito de trabajadores cualificados para Alemania).

Así las cosas, el deber de las izquierdas de los países del Sur de Europa es reconocer la irreformabilidad de la UME y la necesidad de aplicar políticas que defiendan los puestos de trabajo y ofrezcan una esperanza vital a los parados de sus países. Pensar que sea posible hacer una política transformadora, o incluso otra mínimamente keynesiana, en el marco de los Tratados de la UE es caer en el puro autoengaño. Insistimos: con el tipo de cambio fijo, y mientras el establishment alemán no cambie su política económica mercantilista, cualquier tipo de política expansiva aplicada en nuestro país llevaría sólo a un aumento de las importaciones y del déficit exterior. Lo cual nos obligaría a imponer, tarde o temprano, más austeridad para reequilibrar las cuentas del país. Estamos en un callejón sin salida.

Del mismo modo, consideramos que en la izquierda se debe abrir un debate intelectualmente honesto sobre la necesidad de seguir defendiendo el proyecto de la Unión Europea. Un proyecto que en realidad no es europeo, sino euroatlántico, en tanto que intrínsecamente ligado a los Estados Unidos de América desde finales de los años cuarenta. Contrariamente a la retórica sobre el europeísmo idealista de líderes como Felipe González y Giscard D’Estaing, sobre la cual Varoufakis también está estructurando su nuevo movimiento político y al que supuestamente tendríamos que volver[10], el proceso de integración europea tiene sus orígenes y desarrollo en la dinámica de la Guerra Fría: por un lado, acercar políticamente y robustecer económicamente a los países de Europa Occidental después de su unificación militar con la OTAN (1949) de cara a una más eficaz contención de la amenaza soviética; y por el otro, insertar plenamente a la República Federal de Alemania en Occidente para evitar cualquier tipo de conato revanchista tras la derrota de 1945. Bajo esta óptica, y no otra, ha de encuadrarse el Tratado de Roma de 1957, que instituyó la llamada Comunidad Económica Europea. Desde entonces, los gobiernos de la CEE-UE nunca pusieron en discusión la existencia de la alianza atlántica militar, ni siquiera tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución del Pacto de Varsovia en 1991. Es más: a la subalternidad política y militar, Bruselas y los gobiernos europeos han acentuado su subalternidad económica a los Estados Unidos al aceptar el Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (conocido por el acrónimo en inglés TTIP), que —como es sabido— tendrá consecuencias profundamente negativas para la economía europea. Pocas dudas pueden caber ya acerca de que el sueño de una Europa unida y geopolíticamente autónoma, de la que se habló profusamente hasta hace poco, fue una gran mentira para atraer al electorado. Además de recuperar todos los instrumentos macroeconómicos con vistas a realizar una política socialmente transformadora, necesitamos delinear una nueva política exterior no supeditada a los intereses imperiales de las clases dirigentes atlánticas y orientada a reconstruir puentes de diálogo con el este de Europa y todas las poblaciones del Mediterráneo.

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