La
izquierda y la necesidad de abrir un serio debate sobre el euro y la Unión
Europea
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Redacción de Mientras tanto
Rebelión
04.09.2015
El
drama reside en que, dado el rechazo tajante de los países acreedores a hablar
de transferencias fiscales entre Estados y de una hacienda pública europea, la
única solución “europea” a la crisis de la moneda única, esto es, una solución
dirigida a transformar el euro en una divisa sostenible para todos los países
de la UME, pasaría por un cambio radical en la política económica alemana. Más
en concreto, por un subida consistente de los salarios de sus trabajadores —y
por lo tanto, de un aumento de la demanda agregada y de la inflación— y por la
eliminación de su monstruoso superávit comercial (8% del PIB). Ello favorecería
el aumento de las importaciones alemanas y la reactivación de las economías del
Sur de Europa. Sería menester, pues, que Berlín tuviera una actitud cooperativa
que, sin embargo, ni está ni se le espera tanto por motivos históricos (el
ordoliberalismo es una cultura profundamente arraigada en la cultura política
alemana) como políticos (la arquitectura de la Eurozona blinda la hegemonía alemana
sobre Europa) y sociales (el marcado envejecimiento de la sociedad alemana sólo
puede paliarse a través de continuas absorciones de mano de obra cualificada
procedente del extranjero. Y un sur de Europa en permanente deflación y con
sistemas universitarios de buen nivel es un excelente depósito de trabajadores
cualificados para Alemania).
Así
las cosas, el deber de las izquierdas de los países del Sur de Europa es
reconocer la irreformabilidad de la UME y la necesidad de aplicar políticas que
defiendan los puestos de trabajo y ofrezcan una esperanza vital a los parados
de sus países. Pensar que sea posible hacer una política transformadora, o
incluso otra mínimamente keynesiana, en el marco de los Tratados de la UE es
caer en el puro autoengaño. Insistimos: con el tipo de cambio fijo, y mientras
el establishment alemán no cambie su política económica
mercantilista, cualquier tipo de política expansiva aplicada en nuestro país
llevaría sólo a un aumento de las importaciones y del déficit exterior. Lo cual
nos obligaría a imponer, tarde o temprano, más austeridad para reequilibrar las
cuentas del país. Estamos en un callejón sin salida.
Del
mismo modo, consideramos que en la izquierda se debe abrir un debate
intelectualmente honesto sobre la necesidad de seguir defendiendo el proyecto
de la Unión Europea. Un proyecto que en realidad no es europeo, sino
euroatlántico, en tanto que intrínsecamente ligado a los Estados Unidos de
América desde finales de los años cuarenta. Contrariamente a la retórica sobre el
europeísmo idealista de líderes como Felipe González y Giscard D’Estaing, sobre
la cual Varoufakis también está estructurando su nuevo movimiento político y al
que supuestamente tendríamos que volver[10], el proceso de integración
europea tiene sus orígenes y desarrollo en la dinámica de la Guerra Fría: por
un lado, acercar políticamente y robustecer económicamente a los países de
Europa Occidental después de su unificación militar con la OTAN (1949) de cara
a una más eficaz contención de la amenaza soviética; y por el otro, insertar
plenamente a la República Federal de Alemania en Occidente para evitar
cualquier tipo de conato revanchista tras la derrota de 1945. Bajo esta óptica,
y no otra, ha de encuadrarse el Tratado de Roma de 1957, que instituyó la
llamada Comunidad Económica Europea. Desde entonces, los gobiernos de la CEE-UE
nunca pusieron en discusión la existencia de la alianza atlántica militar, ni
siquiera tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución del Pacto de
Varsovia en 1991. Es más: a la subalternidad política y militar, Bruselas y los
gobiernos europeos han acentuado su subalternidad económica a los Estados
Unidos al aceptar el Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión
(conocido por el acrónimo en inglés TTIP), que —como es sabido— tendrá
consecuencias profundamente negativas para la economía europea. Pocas dudas
pueden caber ya acerca de que el sueño de una Europa unida y geopolíticamente
autónoma, de la que se habló profusamente hasta hace poco, fue una gran mentira
para atraer al electorado. Además de recuperar todos los instrumentos
macroeconómicos con vistas a realizar una política socialmente transformadora,
necesitamos delinear una nueva política exterior no supeditada a los intereses
imperiales de las clases dirigentes atlánticas y orientada a reconstruir
puentes de diálogo con el este de Europa y todas las poblaciones del
Mediterráneo.
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