Sociología
crítica
The
newstateman
15.07.2015
Pregunta:
¿Qué tal está después de dimitir?
Respuesta:
Me encuentro muy bien, sin esa vida enloquecida, absolutamente inhumana,
durmiendo dos horas al día durante cinco meses, con la presión de negociar una
postura que me resultaba difícil de defender. Había muchas cosas interesantes,
pero también, al estar dentro, se confirmaron mis peores temores. La total
falta de escrúpulos democráticos de los supuestos defensores de la democracia
europea. Saber que nuestro análisis y el de ellos era el mismo y que, al mismo
tiempo, nos miraban de frente y nos decían: ‘Tenéis razón, pero os vamos a
aplastar de todas formas’.
P.
Usted ha dicho que los acreedores no le soportaban “porque en el eurogrupo
intento hablar de economía, que es algo que no hace nadie”.
R.
No es que sentara mal, es que se negaban por completo a debatir argumentos
económicos. Era plantear un argumento que te habías preparado mucho para
asegurar su coherencia lógica y encontrarte con miradas en blanco. Como si no
hubieras hablado. Y eso resulta llamativo para alguien acostumbrado al debate
académico, en el que la otra parte siempre responde.
P. Cuando llegó usted, a principios de febrero, no habría una postura
unificada…
R.
Había varios que simpatizaban con nosotros a nivel personal, a puerta cerrada,
sobre todo representantes del FMI. Pero dentro del eurogrupo, aparte de unas
cuantas palabras amables, nada. [El ministro alemán de Finanzas, Wolfang]
Schäuble siempre mantuvo la misma actitud: ‘El programa no se discute, porque
el gobierno anterior lo aceptó y no vamos a cambiar por una elección. Con 19
países, siempre hay alguna elección pendiente y, si cada vez cambiáramos las
cosas, los contratos entre nosotros no tendrían ningún valor’. Entonces tuve
que responder que quizá no habría que celebrar elecciones en los países
endeudados, y nadie me respondió, un silencio que solo puedo interpretar como
que les parecía buena idea pero difícil de llevar a la práctica. Así que el que
no firmara se quedaría fuera.
P.
¿Y Merkel?
R.
No tenía ninguna relación con ella, porque los ministros de Finanzas hablan con
sus homólogos, y el primer ministro es el que habla con la canciller. Me da la
impresión de que ella era muy distinta. Intentaba tranquilizar a Tsipras,
mientras que yo no oía nada similar ni del jefe del eurogrupo ni de Schäuble,
que eran mucho más tajantes. Desde el principio [a principios de febrero].
“Nunca
pensé que debíamos abandonar la moneda directamente
P.
¿Y entonces por qué aguantó hasta el verano?
R.
Porque no tenía alternativa. Nuestro Gobierno tenía el encargo de negociar, de
crear el espacio y el tiempo para llegar a un acuerdo. No de pelearnos con los
acreedores… La negociación fue interminable porque la otra parte se negaba a
hacer concesiones. Insistían en un acuerdo global, es decir, en hablar de todo,
que, en mi opinión, equivale a no querer hablar de nada. No hacían ninguna
propuesta. Por ejemplo, con el IVA. Después de pedirnos que les diéramos todos
los datos de las empresas estatales, que rellenáramos infinitos cuestionarios y
presentáramos nuestras ideas, antes de poder negociar un acuerdo, cambiaban de
tema y empezaban a hablar, por ejemplo, de privatizaciones. Les presentábamos
nuestra propuesta, la rechazaban y pasaban a hablar de las pensiones, o del mercado
de trabajo, y así sucesivamente.
Yo
pensé desde el principio que nuestro país estaba muy mal, que sin duda debíamos
implantar reformas. Como era urgente y había muchas presiones, le decía todo el
tiempo a la troika que nos pusiéramos de acuerdo en tres o cuatro reformas
importantes e inmediatas para que el BCE relajara las restricciones de dinero.
Entonces aprobaríamos las reformas en el Parlamento y seguiríamos negociando.
Pero ellos querían todo desde el primer momento. Dijeron que, si aprobábamos cualquier
ley, lo considerarían una acción hostil y filtrarían a la prensa que estábamos
haciéndoles perder tiempo. Era una auténtica trampa. Hasta que el FMI, cuando
estábamos ya casi sin dinero, presentó unas reformas que eran imposibles de
aceptar.
P.
¿Intentaron colaborar con otros países endeudados?
R.
No, porque dejaron muy claro desde el principio que era nuestros peores
enemigos, sobre todo si lográbamos un acuerdo más favorable para Grecia que les
dejara en mal lugar ante sus propios ciudadanos.
Sobre
el acuerdo: “No estoy dispuesto a aceptarlo. Que no cuenten conmigo”
P.
¿Y con partidos simpatizantes, como Podemos?
R.
La verdad es que no. Siempre hemos tenido buena relación con ellos, pero no
podían hacer nada, no tenían voz en el eurogrupo y, de hecho, cuanto más
hablaban en favor de nosotros, más hostil se mostraba el ministro de Economía
español.
P.
¿Cuál es el mayor fallo del funcionamiento del eurogrupo?
R.
El problema es que es un grupo sin existencia legalmente reconocida, sin un
tratado que lo sustente, pero con el máximo poder para decidir sobre las vidas
de los europeos. No responde ante nadie, no hay actas de las reuniones, y es
confidencial. De modo que ningún ciudadano se entera nunca de lo que se
discute. A pesar de que son decisiones casi de vida o muerte.
P.
¿Y el grupo está controlado por las actitudes alemanas?
R.
No por las actitudes, sino por el ministro de Finanzas de Alemania. Es una
orquesta muy afinada, dirigida por él. A veces, la orquesta desafina, pero él
se encarga de que vuelva al redil.
P.
¿No hay ningún poder alternativo, por ejemplo el francés?
R.
El ministro francés es el único que se ha apartado de la línea alemana, pero de
forma muy sutil, con lenguaje juicioso y sin oponerse del todo. Y al final,
cuando Schäuble reaccionaba y marcaba la postura oficial, el ministro francés
siempre acababa por aceptarla.
P.
En su ensayo de 2013 sobre Marx decía que una salida de Grecia, Portugal o
Italia de la eurozona produciría la fragmentación del capitalismo europeo, e
insinuaba que esa situación no beneficiaría a la izquierda progresista sino más
bien a los nazis de Amanecer Dorado, los diversos neofascistas y xenófobos
europeos. ¿Sigue pensando que un Grexit ayudaría sin remedio a Amanecer Dorado?
R.
No me gustan las versiones deterministas de la historia. Syriza se ha
convertido en una fuerza muy dominante. Si consiguiéramos arreglar la situación
y tener una salida [del euro] digna, el resultado podría ser otro. Pero dudo de
que seamos capaces, porque para gestionar el desplome de una unión monetaria
hace falta mucha pericia, y no estoy seguro de que en Grecia la tengamos sin
ayuda externa
P.
La idea de la salida debe de haberle rondado desde el primer día…
R.
Por supuesto.
P.
¿Se prepararon para ello?
R.
Sí y no. Teníamos un pequeño grupo, un gabinete de guerra dentro del
ministerio, unas cinco personas para preparar sobre el papel todo lo que habría
que hacer. Pero una cosa es hacerlo en teoría y otra preparar al país.
P.
Y en sus últimas semanas, ¿sintió que se dirigían hacia esa decisión?
R.
Mi opinión era que debíamos tener mucho cuidado para no activarla. No quería
que se convirtiera en una profecía autocumplida. Pero también pensaba que, en
cuanto el eurogrupo cerrase los bancos, deberíamos impulsar el proceso.
“La
eurozona es un lugar incómodo para personas decentes”
P.
Es decir, había dos opciones, una salida inmediata o imprimir pagarés y hacerse
con el control del Banco de Grecia, que quizá podría haber precipitado la
salida.
R.
Claro, nunca pensé que debíamos abandonar directamente la moneda. Mi postura
era que, si cerraban los bancos, que era una medida increíblemente fuerte y
agresiva, deberíamos responder en la misma medida pero sin cruzar el punto de
no retorno. Deberíamos emitir nuestros propios pagarés o anunciar la emisión de
nuestra propia liquidez en euros, recortar los bonos griegos de 2012 que tenía
el BCE o al menos anunciar nuestra intención de hacerlo, y hacernos con el
control del Banco de Grecia. Eran mis tres medidas en caso de que el BCE cerrase
nuestros bancos.
Advertí
a mis colegas de que iba a pasar, para obligarnos a aceptar un acuerdo
humillante. Pero, cuando llegó el momento –ante la incredulidad de muchos de
ellos–, mi propuesta fue rechazada. Solo me apoyó otro ministro. Me ordenaron cerrar
los bancos de acuerdo con el BCE y el Banco de Grecia y, aunque estaba en
contra, lo hice porque acepto las decisiones colectivas.
Entonces
se celebró el referéndum, que nos dio nuevo impulso y nos habría permitido
tomar esas medidas, pero esa misma noche el gobierno decidió que el restallante
No del pueblo no iba a dinamizar nuestra respuesta, sino que iba a servir para
hacer concesiones importantes: nuestro primer ministro se reuniría con los
líderes políticos e iba a aceptar que, ocurriera lo que ocurriera, nunca nos
mostraríamos agresivos. En definitiva, nos habíamos rendido. Dejamos de
negociar.
P.
Cambiando de tema, ¿puede usted explicar en términos sencillos sus objeciones
al Capital de Piketty?
R.
Antes que nada, me da mucha vergüenza, porque Piketty nos ha dado a mí y al
Gobierno un apoyo extraordinario, y yo hice una crítica horrible de su libro.
Le agradezco mucho su postura de los últimos meses. Pero mis críticas siguen
siendo válidas. Tiene razón en sus sentimientos sobre las desigualdades pero su
análisis está equivocado.
P.
¿El problema está en su forma de medir la riqueza?
R.
Sí, utiliza una definición de capital que hace que el capital sea imposible de
comprender; es una contradicción.
“Grecia
debe dejar de fingir que ha resuelto el problema”
P.
Volvamos a la crisis. ¿Qué relación tiene con [Alexis] Tsipras?
R.
Le conozco desde finales de 2010; en esa época yo era un destacado crítico del
gobierno, pese a haberlo apoyado anteriormente. Tenía amistad con la familia
Papandreu –sigo teniéndola–, pero llamó la atención que un antiguo asesor
dijera que estábamos negando la existencia de la bancarrota y tratando de
ocultarla con nuevos préstamos insostenibles. Tsipras era un líder muy joven
que quería entender lo que estaba pasando y construir su posición.
P.
¿Recuerda su primer encuentro?
R.
Sí. A finales de 2010, en una cafetería. Estábamos tres, y recuerdo que no
tenía muy clara su opinión sobre el dracma frente al euro, las causas de la
crisis, y yo en cambio tenía opiniones muy firmes. Iniciamos un diálogo que se
prolongó durante años, y creo que pude influir en su posición.
P.
¿Qué siente ahora, después de cuatro años y medio, al no estar ya a su lado?
R.
No lo siento así, seguimos estando muy próximos. Ha sido una despedida muy
amistosa. Nunca tuvimos un conflicto entre nosotros. Y también tengo muy buena
relación con Euclides Tsakalotos [el nuevo ministro de Finanzas].
P.
¿Ha hablado con ellos esta semana?
R.
Con Tsipras no, pero con Euclides sí, es un buen amigo, y no envidio en
absoluto su situación [risa irónica].
P.
¿Le sorprendería que dimitiera Tsipras?
R.
Ya no me sorprende nada, nuestra eurozona es un lugar incómodo para las
personas decentes. Tampoco me sorprendería que se quede y acepte un pésimo
acuerdo. Comprendo que se siente obligado con los que nos han apoyado y no
quiere que nuestro país se convierta en un Estado fallido. Pero no voy a
cambiar mi opinión, la misma desde 2010, de que Grecia debe dejar de aplazar y
fingir, debemos dejar de pedir nuevos préstamos y fingir que hemos resuelto el
problema, cuando no es verdad; cuando nuestra deuda es todavía menos sostenible
con nuevas medidas de austeridad que hunden aún más la economía y el peso recae
cada vez más sobre los que no tienen nada, con la inevitable crisis humanitaria.
No estoy dispuesto a aceptarlo. Que no cuenten conmigo.
Traducción
de María Luisa Rodríguez Tapia
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