Carta a la izquierda árabe y mundial
(3/6)
Salama Kayleh
Entretierras
Rebelion/11-03-2013
3. En esta situación, donde la izquierda no tiene papel, como tampoco lo tiene ningún partido político, la espontaneidad será la que gobierne la revolución y la conciencia de las clases empobrecidas será lo que determine sus lemas y los límites de sus peticiones. Si los que se implicaron en ella tenían como objetivo común derrocar al régimen, toda clase o sector tenía peticiones propias, que expresaban con espontaneidad solo cuando se les preguntaba. Los que perfilaron la petición general fueron los jóvenes de las clases medias que aspiraban a pasar de la dictadura a la democracia. Ellos fueron quienes respondieron al lema “Dios, Siria, Bashar y nada más” con el lema “Dios, Siria, libertad y nada más”. Los empobrecidos no pudieron expresar sus peticiones con claridad, pues no dominan ni el pensamiento ni la política, pero pueden expresar de forma directa sus necesidades. Por desgracia, la izquierda no les preguntó cuáles eran sus peticiones, ni las incluyó en un programa, unos lemas o unas políticas, precisamente porque estaba lejos del “espíritu” de la revolución.
En esta situación, los intereses de las fuerzas opositoras se contrapusieron y quedó patente que todas pretendían imponer su lógica y sus objetivos, y explotar la revolución para logar sus objetivos. Es algo natural, ya que todo sector o clase busca imponer su dominio para convertirse en la autoridad.
En este punto, en el marxismo, se hace necesario comprender los intereses de tales fuerzas y su expresión de clase, además de su efectividad en la lucha. ¿Son estas fuerzas –liberales, izquierdistas, nacionalistas e islamistas- influyentes y efectivas en la revolución? ¿Representan la realidad de las clases que expresan?
Según la lógica común, la revolución ha sido reducida a los partidos de la oposición, por lo que no hay un pueblo que lucha, sino una oposición que lucha contra la autoridad. Esta es la lógica más común, que expresa un marxismo superficial, que circunscribe el pueblo a la oposición y ve, así, la revolución a través del prisma de la oposición. En consecuencia, ignora su espontaneidad y comete un “crimen” teórico porque no distingue entre clase y partido (que se dice que representa a la primera), y entre pueblo y oposición (que se dice que representa al primero). Pero en realidad es todo más amargo que eso, porque esta lógica de entrada no ve al pueblo, sino que piensa que todo acto político es resultado de la actividad de un partido o fuerza. Por ello, no ve en la existencia más que la existencia política (o sea, el Estado). Y trata de partida la política según la perspectiva partido/poder, lejos de comprender la base económica y de clase como hemos dicho antes. Esto es precisamente contra lo que luchó fieramente Marx para llegar a su comprensión materialista que comienza con la economía para llegar a la sociedad.
Esto no hace a tal lógica capaz de conocer que en la revolución siria hay un pueblo que lucha sin una visión o conciencia política, y por tanto, sin partido. Y que hay partidos de oposición que no tienen extensión popular, ni base social, sino que son partidos de élites marginadas y envejecidas, que trabajaron y trabajan en el nivel “político”, es decir, en lo que se enfrenta al Estado sin tener en cuenta al pueblo, o estar preocupada por su realidad o problemas, ya que durante mucho tiempo lo han considerado “chusma”.
Por ello, es necesaria una visión del pueblo como pueblo “despojado de política” y no a través de las materializaciones políticas que no necesariamente lo definen, y que en su mayoría no lo definen, sino que expresan las aspiraciones de las élites de ser la alternativa al poder. Todas ellas (prácticamente) son de orientación liberal y a pesar de que dicen que son democráticas, no lo son en absoluto.
Estos partidos deben ser criticados por supuesto, algunos condenados, como aquellos que llamaron a una intervención militar imperialista, o los que han hecho gala de un discurso sectario o se han aliado con los Estados imperialistas o los retrogradismos árabes. Todos ellos han supuesto una carga para la revolución y han retrasado la expansión de la movilización, precisamente por su discurso “imperialista” que asustaba a las “minorías”, pero también a un sector popular más amplio, el sector que apoya, como todo el pueblo sirio, a la resistencia, el antiimperialismo y el anti-sionismo, y que rechaza el fundamentalismo que quedó agotado por su lucha sectaria contra el poder a finales de los 70 del siglo XX y principios de los 80.
¿Podemos entonces distinguir entre pueblo y oposición? ¿Podemos discernir la actividad espontánea del pueblo sencillo que lucha con valentía y heroicidad y observar las políticas de la oposición que parecen aprovechar la situación para lograr sus intereses?
La oposición, por tanto, expresa los intereses de las clases liberales a las que el poder dictatorial y el dominio de la “familia” sobre la economía marginaron. Esta oposición se ayuda del imperialismo para recuperar su dominio como alternativa a las familias Asad, Majulf y Shalish, a pesar de que la burguesía tradicional siria (los comerciantes de Damasco y Alepo en concreto) está aliada con “la familia”. Así pues, representa a la minoría liberal y sus políticas lo indican claramente.
También, cuando la actividad armada comenzó a ser la característica principal de la lucha, llegó el caos como resultado de la “escasa experiencia” de los jóvenes que entraron en ella, los mismos que se manifestaban pacíficamente en su mayoría, y a los que la violencia del poder les condujo a ello. Pero también quedó patente que las fuerzas fundamentalistas pretenden dominarlos, y han comenzado a comportarse como si fueran la fuerza básica. Han influido en la elección de nombres de las brigadas por medio del dinero, imponiendo nombres islámicos cuando estas brigadas necesitaban dinero y armas, sin conseguir aun así lo suficiente. Pero ello se mantuvo como una cuestión marginal, que se desarrolló después del empuje saudí para enviar “yihadistas”, que son salafistas cerrados cuya lucha está en el marco de la religión y no de la política ni de la lucha de clases. Son sectarios, por tanto, y pretenden imponer su dominio sobre las zonas en las que la revolución ha impuesto al poder la retirada, sobre bases medievales.
Ello provocó una nueva contradicción, pues si la lucha de las fuerzas fundamentalistas anteriores (sobre todo los Hermanos Musulmanes) se había definido por su carácter “ideológico”, ahora la cuestión sobrepasa lo ideológico debido a las prácticas del Frente de Al-Nusra, que ha comenzado a secuestrar a miembros de las minorías e imponer al pueblo “leyes de la sharía” según la comprensión wahabí de las mismas. Ello ha provocado que el pueblo tienda a ir en contra de sus prácticas mediante manifestaciones e inclus o el uso de armas. Así, la revolución está enfrentándose no solo al poder, sino también a todas las fuerzas que pretenden aprovecharse de ella o trabajar para desvirtuarla.
Aquí es donde el marxista debe estar con el pueblo contra el poder, pero debe entrar también en la lucha contra esa oposición con todas sus políticas, y contra esas fuerzas fundamentalistas que amenazan con convertir la lucha en una lucha sectaria que es lo que el poder quiere, y lo que ha intentado desde el inicio de la revolución. También han de trabajar para desarrollar la efectividad del pueblo y aclarar sus peticiones y programas, además de organizar a revolución y diseñar una estrategia según la cual debe desarrollarse para superar su espontaneidad y convertirse en un bloque organizado consciente.
Tal vez los marxistas en los países árabes no vean la amplitud de esta lucha, pues están sumergidos en sus luchas contra sus regímenes, y también en situaciones parecidas como la lucha contra la “oposición”; pero deben apoyar a los marxistas revolucionarios en Siria, partiendo de la perspectiva de su comprensión de esta compleja realidad. Los marxistas sirios entran en una lucha con varios frentes para desarrollar la revolución y que esta venza, partiendo de la distinción precisa entre el pueblo que hizo la revolución y la oposición que quiere empujarla aquí o allá, o aprovecharla para el interés de uno u otro bando.
No hay duda de que hay muchas dificultades dada la “ausencia de la política” en aquellos que entran en ella con heroicidad. Sin embargo, es necesario, sobre todo porque los jóvenes revolucionarios desarrollan su conciencia sin prisa, pero sin pausa. Es una situación que vemos también en todos los países árabes.
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