jueves, 7 de febrero de 2013

LA IZQUIERDA A DEBATE


Sembrando utopía ¿Fin del capitalismo? Nuevas formas de explotación, nuevas ideas para la lucha
 
(5/6)

Varios Autores 
Rebelión 
02-02-2013 

Así sea sólo un ejemplo este tema del poder -no pequeño, por cierto- son muchas las tareas de revisión crítica que nos esperan para potenciar las estrategias revolucionarias, hoy por hoy bastante alicaídas. Los materiales aquí ofrecidos no son “manuales”; son preguntas críticas. No más. Pero tampoco: nada menos. ¿Cómo nos planteamos el tema del poder? ¿Qué hay de las actuales mezquindades y flaquezas que nos constituyen? (Dicho en otros términos: ¿por qué es posible revertir revoluciones socialistas victoriosas?) ¿Cómo se construye el “hombre nuevo” del socialismo? Sólo decir esto y ya vemos la necesidad de la autocrítica: ¿“hombre” como sinónimo de humanidad? ¿No se nos filtra ahí un arrogante prejuicio machista? Dicho sea de paso: en el presente libro sólo varones publican; ¿arrogante prejuicio machista de quien seleccionó los textos? De eso se trata entonces: “no de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva.” La autocrítica permanente debe ser una clave vital. Pero en lo humano no se puede establecer aquello de “borrón y cuenta nueva”: construimos el socialismo con la materia prima que somos. Ahí estriba una dificultad enorme, y por tanto, el reto es mayúsculo. De todos modos “dificultad”, nunca, en ningún momento histórico y en ninguna lengua significa “imposibilidad”. 

Sin dudas es mucho más fácil preguntar críticamente y desarmar lo establecido que proponer cosas nuevas. Esa es una dialéctica humana: es más fácil destruir que construir. En ese sentido, resulta más simple constituirnos en críticos implacables del capitalismo (pues obviamente hay muchísimo por demoler ahí) que proponerle alternativas válidas, posibles, efectivas, que realmente sirvan para edificar algo nuevo. Si fuera tan fácil aportar soluciones, el mundo sería distinto. Pero siendo auténticamente socráticos en nuestro proceder, podríamos decir que en el hecho de preguntar/criticar lo conocido anida ya el germen de la respuesta, o sea, la solución al problema planteado. Por tanto, vale (¡y mucho!) preguntarnos acerca de los límites del capitalismo, del actual y de sus raíces históricas, porque a partir de ese interrogante se podrán ir construyendo las respuestas, los caminos alternativos. 

 Está claro que el libro en su conjunto, que es eminentemente una colección de reflexiones políticas, es un ejercicio académico-intelectual y no una propuesta de acción concreta. En verdad, nunca pretendimos esto último; y por supuesto no creemos haber contribuido mucho en ese sentido. Pero sí podemos dejar algunas preguntas en el nivel de lo que los autores aquí reunidos pueden aportar: consideraciones críticas sobre aspectos teóricos que ojalá permitan iluminar un poco más la práctica concreta. Sin tenerle miedo a la teoría, podemos repetir con Einstein que “no hay nada más práctico que una buena teoría en el momento oportuno”. 

 ¿Cómo hacer la revolución socialista entonces? La publicación, en todo caso, dice más lo que no se debe hacer que los pasos concretos a seguir. Quizá es poco, pero no deja de ser importante considerarlo: hablar de los límites y los errores nos da ya un primer marco. Presentémoslo en forma de preguntas: 

• ¿Es posible construir el socialismo en un solo país hoy día? Quizá podría ser factible tomar el poder a nivel nacional, desplazar al gobierno de turno en forma revolucionaria y establecerse como nuevo grupo gobernante con un planteo de izquierda, pero eso no significa necesariamente una transformación en términos de relaciones de fuerza como clase de los trabajadores y oprimidos. Además, dado el grado de complejidad en el proceso de globalización y la interdependencia de todo el planeta, es imposible construir una isla de socialismo con posibilidades reales de sostenimiento a largo plazo. En ese sentido los planteos revolucionarios deben apuntar a pensar en bloques, espacios regionales. La idea de Estado-nación entró en crisis y hay que revisarla críticamente desde las propuestas de izquierda. El ejemplo de los distintos socialismos que se intentaron construir en el transcurso del siglo XX, o el socialismo bolivariano actual, nos da alguna pista al respecto: se pueden comenzar procesos muy interesantes, fecundos, imprescindibles incluso; pero eso es un preámbulo del socialismo. De todos modos, todo ello no debe inmovilizarnos y hacernos pensar en que hay que abandonar las luchas nacionales. De momento nuestra unidad de acción son espacios nacionales, y ahí debemos trabajar, planteándonos todos estos problemas como los nuevos retos.

• ¿Cómo dar luchas globales desde lo micro? No hay más alternativa que esa: las luchas son siempre en el espacio local, pequeño: en la comunidad, en el sindicato, en las reivindicaciones sectoriales. Pero toda lucha debe tener como perspectiva final un nivel más amplio, entendiendo que lo local es articula, en definitiva, con lo planetario. Hoy día hay que buscar sumar descontentos, acumular fuerzas de los numerosísimos golpeados/explotados/excluidos del sistema. Ese trabajo de hormiga de juntar descontentos se hace en el nivel micro; aprovechando la globalización que impera, el desafío es sumar esos descontentos puntuales y locales en esfuerzos globales, macros. El Foro Social Mundial fue (es) un intento en ese sentido. quizá no prosperó como herramienta real de lucha, pero a partir de ello hay que estudiar el fenómeno y ver cómo impulsar alternativas realmente viables que consideren el estado actual del mundo como aldea global. 

• ¿Es necesaria una vanguardia? Viejo problema en la izquierda, no resuelto, y probablemente que no admite “una” solución única. Vanguardia no debe ser partido único. Sin lugar a dudas que el puro espontaneísmo tiene límites muy cercanos: es, en todo caso, pura reacción visceral, más propia de los procesos colectivos de muchedumbres desarticuladas (pensemos en un linchamiento por ejemplo) que de acciones planificadas, con direccionalidad política, que buscan motorizar proyectos claros. Por supuesto que la reacción espontánea existe, y puede jugar un papel muy importante en la historia; pero la historia tiene líneas maestras que alguien traza, que no son casuales. Es más: hoy día existe toda una parafernalia de ciencias (¿éticamente las podremos seguir llamando así?) que tienen como objetivo manejar, controlar, trazas escenarios a futuro y lograr que grandes masas de población actúen conforme a lo planificado. Por supuesto, están siempre al servicio de los poderes de turno. Desde la izquierda no planteamos “manejar” las masas, pero sí trazar líneas para que se den cambios en el sistema. Eso, en definitiva, es la política revolucionaria: tener proyectos a futuro en el que las grandes mayorías jueguen el papel protagónico para transformar el actual estado de explotación e injusticia. Dejando librado todo al puro voluntarismo, al espontaneísmo popular, no se irá muy lejos: es preciso tener claro un proyecto. Esa claridad es la que debe aportar la vanguardia. Ahora bien: es difícil establecer quién juega ese papel. Los partidos de izquierda tradicionales con su estructura vertical, militar en algunos casos, son cuestionables. El liderazgo de una sola persona, más allá de su carisma, puede dar como resultado el nada deseable culto a la personalidad que ya hemos conocido en más de una ocasión, quitándole real protagonismo a las clases explotadas. En todo caso hay que pensar en vanguardias con dirección colegiada, siempre en diálogo permanente con las masas. 

• ¿Quién es hoy el sujeto de la revolución? Las nuevas modalidades del capitalismo globalizado presentan nuevos paisajes sociales; el proletariado industrial urbano, considerado como el núcleo revolucionario por excelencia para la revolución socialista, está hoy diezmado. O vendido por sindicatos corruptos cooptados por la clase dominante, o desmovilizado por contrataciones laborales en absoluta precariedad que lo dejan en situación de indefensión, la clase obrera como tal ha retrocedido en su papel histórico, acorralándosela y anestesiándola (para eso, además, están las nuevas tecnologías de control: medios de comunicación masivos, nuevas religiones fundamentalistas, deporte profesional que inunda la vida cotidiana). Por supuesto sigue siendo la principal creadora de plusvalor a partir de su trabajo, pero hoy día la arquitectura del sistema, sin cambiar en su sustancia, ha tenido modificaciones importantes. Numéricamente, incluso, no está en crecimiento; la desocupación o subocupación -derivados naturales del capitalismo, más aún en esta fase de hiper robotización y automatización de los procesos productivos, de deslocalización y de primado del capital financiero-especulativo- han hecho del proletariado industrial una minoría entre la masa de explotados. Los explotados/excluidos del sistema, globalmente considerado, crecen: campesinos sin tierra que en muchos casos marchan a las ciudades, subocupados y desocupados, poblaciones originarias cada vez más marginadas o excluidas por un modelo de desarrollo que no las incluye, migrantes del Sur hacia el Norte, empobrecidos por la crisis estructural, jóvenes sin futuro, constituyen los sectores más golpeados por el capitalismo. Los obreros industriales, tanto en el capitalismo central como en el periférico, en ese mar de desesperación pueden considerarse afortunados, pues tienen salario fijo (eso, hoy día, ya se presenta como un lujo). Todo ello, por tanto, cambia el panorama social y político: hoy día el fermento revolucionario se nutre en muy buena medida de todo ese subproletariado de trabajadores precarizados e informales, de población “sobrante” en la lógica del sistema. Y además entran en escena con fuerza creciente otros actores (otros descontentos, diríamos) como las mujeres, históricamente marginadas y que ahora levantan reivindicaciones específicas, los pueblos originarios, las juventudes, que pasan a ser igualmente fermentos de cambio. Por todo ello, el motor de la revolución socialista hoy ya no es sólo el proletariado industrial: es la masa de trabajadores y golpeados por el sistema. Los grupos más beligerantes de estas últimas décadas han sido, justamente, grupos indígenas, campesinos sin tierra, desocupados urbanos, “marginales” del sistema, en sentido amplio. Es preciso redefinir con precisión el actual sujeto revolucionario, pero sin dudas hay ahí otro desafío que debemos asumir con ética revolucionaria. 

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