LA TUBERCULOSIS REAPARECE POR EL INCREMENTO DE LA MISERIA EN TODO EL MUNDO
Juan Manuel Olarieta
CEPRID
Decían que era un enfermedad en trance de desaparición, pero en 2002 un albergue de inmigrantes de París se convirtió en el epicentro de una epidemia de tuberculosis. La crisis económica está trayendo otra vez la antigua tisis a los parias de las grandes metrópolis capitalistas. Por este motivo en mayo de 2011 se celebró en París una cumbre de alcaldes de las ciudades más grandes del mundo desarrollado, en la que estaba representada Barcelona. Se trata de poner en marcha instrumentos de alerta temprana ante el posible rebrote de nuevos casos de tuberculosis en cualquiera de las grandes capitales del mundo.
El doctor Bertrand Dautzenberg fue muy claro en su intervención. Dijo que el mantenimiento de los inmigrantes en situación ilegal puede provocar una catástrofe sanitaria en Francia porque la tubercolosis se ceba en los sectores marginados de la sociedad. La crisis económica conduce a la desnutrición y la desnutrición provoca la tuberculosis. Si al mismo tiempo los recortes presupuestarios afectan a la sanidad, la catástrofe está servida, pero nadie podrá decir que se trata de una catástrofe de la naturaleza, sino del capital.
Desde 1882 los galenos dicen que esta enfermedad es algo que les compete y atribuyen su origen a una micobacteria: el bacilo de Koch. Ante el peligro de la tuberculosis un concejal francés proponía la vacunación obligatoria de la poblaciones de los barrios marginales. Se imaginan que sin bacteria no habrá tampoco enfermedad. Pero una tercera parte de los habitantes del planeta la tiene y, sin embargo, sólo uno de cada diez de ellos padece la enfermedad.
Por lo tanto, no es sólo un problema médico; la miseria no se combate con fármacos. Los remedios de esta epidemia no están en la medicina sino en acabar con una sociedad que conduce a la miseria y el hambre. La tuberculosis es la plaga de la explotación, una enfermedad endémica de las grandes urbes capitalistas cuyas víctimas están en los barrios marginales, la población hambrienta, los que se hacinan en chabolas, los contaminados, sin agua potable y sin servicios de ninguna clase.
No hablo del Tercer Mundo. En París la situación es tan preocupante que en 1994 se promulgó una ley para dispensar gratuitamente atención antituberculosa a las personas que viven en la calle. En setiembre de 2011, la revista "Le Nouvel Observateur" informaba de algo que parece propio de Calcuta: los padres de alumnos de un barrio del norte de París se dirigían a la ONU solicitando ayuda humanitaria para que el barrio dispusiera de la debida atención médica. Alguna organización de solidaridad instaló equipos sanitarios de emergencia sobre el asfalto, que la policía trató de desalojar. El asunto acabó en los tribunales, los cuales reconocieron la necesidad de la iniciativa solidaria a causa de una situación de "urgencia humanitaria".
En todo el mundo capitalista la situación se va a reproducir porque esta crisis económica no tiene fondo. Los desahucios no van a parar y miles de personas acabarán viviendo en la calle. Los inmigrantes ya viven hacinados por decenas en viviendas muy reducidas, que son otros tantos focos infecciosos. Algunos supermercados ya están alimentando a los pensionistas con latas de comida para gatos. El copago sacará del sistema sanitario a miles de parados que no puedan pagarse la atención farmacéutica.
La única solución del capitalismo a las cifras del paro es que los parados se mueran en masa. Cuando los muertos empiecen a contarse por miles, los titulares de la prensa dirán lo mismo que en mayo en Alemania con los muertos causados por la otra bacteria, la E.coli: no es algo nuestro sino que viene de fuera. Si la epidemia de gripe de 2009 tenía pasaporte mexicano, la E.coli de 2011 emigró desde España. Tendremos una campaña xenófoba justificada porque los senegaleses nos están trayendo bacterias que luego nos contagian a nosotros.
Nos van a vacilar con el bacilo. Para los medios de intoxicación propagandística no será nunca un problema del capitalismo sino un desastre médico, nunca un desastre causado por la ausencia de medicina, es decir, por la falta de atención, la privatización de la sanidad o el precio de los fármacos.
Afortunadamente, a diferencia del caso alemán, la tuberculosis es contagiosa y puede que el miedo de los explotadores les obligue -a pesar de los recortes- a adoptar algún tipo de medida, no sólo sanitaria sino también social: salarios, alimentación, vivienda y barrios salubres para los obreros. Pero también es posible que por mucho miedo que tengan a contagiarse, la crisis económica les haya vaciado los bolsillos hace tiempo.
El doctor Bertrand Dautzenberg fue muy claro en su intervención. Dijo que el mantenimiento de los inmigrantes en situación ilegal puede provocar una catástrofe sanitaria en Francia porque la tubercolosis se ceba en los sectores marginados de la sociedad. La crisis económica conduce a la desnutrición y la desnutrición provoca la tuberculosis. Si al mismo tiempo los recortes presupuestarios afectan a la sanidad, la catástrofe está servida, pero nadie podrá decir que se trata de una catástrofe de la naturaleza, sino del capital.
Desde 1882 los galenos dicen que esta enfermedad es algo que les compete y atribuyen su origen a una micobacteria: el bacilo de Koch. Ante el peligro de la tuberculosis un concejal francés proponía la vacunación obligatoria de la poblaciones de los barrios marginales. Se imaginan que sin bacteria no habrá tampoco enfermedad. Pero una tercera parte de los habitantes del planeta la tiene y, sin embargo, sólo uno de cada diez de ellos padece la enfermedad.
Por lo tanto, no es sólo un problema médico; la miseria no se combate con fármacos. Los remedios de esta epidemia no están en la medicina sino en acabar con una sociedad que conduce a la miseria y el hambre. La tuberculosis es la plaga de la explotación, una enfermedad endémica de las grandes urbes capitalistas cuyas víctimas están en los barrios marginales, la población hambrienta, los que se hacinan en chabolas, los contaminados, sin agua potable y sin servicios de ninguna clase.
No hablo del Tercer Mundo. En París la situación es tan preocupante que en 1994 se promulgó una ley para dispensar gratuitamente atención antituberculosa a las personas que viven en la calle. En setiembre de 2011, la revista "Le Nouvel Observateur" informaba de algo que parece propio de Calcuta: los padres de alumnos de un barrio del norte de París se dirigían a la ONU solicitando ayuda humanitaria para que el barrio dispusiera de la debida atención médica. Alguna organización de solidaridad instaló equipos sanitarios de emergencia sobre el asfalto, que la policía trató de desalojar. El asunto acabó en los tribunales, los cuales reconocieron la necesidad de la iniciativa solidaria a causa de una situación de "urgencia humanitaria".
En todo el mundo capitalista la situación se va a reproducir porque esta crisis económica no tiene fondo. Los desahucios no van a parar y miles de personas acabarán viviendo en la calle. Los inmigrantes ya viven hacinados por decenas en viviendas muy reducidas, que son otros tantos focos infecciosos. Algunos supermercados ya están alimentando a los pensionistas con latas de comida para gatos. El copago sacará del sistema sanitario a miles de parados que no puedan pagarse la atención farmacéutica.
La única solución del capitalismo a las cifras del paro es que los parados se mueran en masa. Cuando los muertos empiecen a contarse por miles, los titulares de la prensa dirán lo mismo que en mayo en Alemania con los muertos causados por la otra bacteria, la E.coli: no es algo nuestro sino que viene de fuera. Si la epidemia de gripe de 2009 tenía pasaporte mexicano, la E.coli de 2011 emigró desde España. Tendremos una campaña xenófoba justificada porque los senegaleses nos están trayendo bacterias que luego nos contagian a nosotros.
Nos van a vacilar con el bacilo. Para los medios de intoxicación propagandística no será nunca un problema del capitalismo sino un desastre médico, nunca un desastre causado por la ausencia de medicina, es decir, por la falta de atención, la privatización de la sanidad o el precio de los fármacos.
Afortunadamente, a diferencia del caso alemán, la tuberculosis es contagiosa y puede que el miedo de los explotadores les obligue -a pesar de los recortes- a adoptar algún tipo de medida, no sólo sanitaria sino también social: salarios, alimentación, vivienda y barrios salubres para los obreros. Pero también es posible que por mucho miedo que tengan a contagiarse, la crisis económica les haya vaciado los bolsillos hace tiempo.
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