Publicado por el Ateneo Confederal Rojo y Negro de la Confederación General de Trabajadores (CGT), acaba de ver la luz un documento que titula “Más allá del sueño de los Borgia”, de los autores Raquel Casiron; Emilio Alba y María José Moya.
Este documento, fragmentado en diez partes irán apareciendo en este Blog en días sucesivos a partir de hoy.
Sin duda es un documento que debería inducirnos a la reflexión, y que viene a demostrar que los déspotas que nos dirigen no solo nos explotan y se quedan con el producto de nuestro trabajo, sino que además nos envenenan poco a poco. Muy completitos que nos han salido estos déspotas.
4/10
Lo que hoy nadie pone en duda es que las administraciones públicas tienen la responsabilidad de evaluar los niveles biológicos de los contaminantes ambientales y valorar los posibles riesgos de efectos adversos para la salud.
Sin embargo, ante la pregunta: ¿cuáles son las concentraciones de COP en el cuerpo de los españoles, según comunidades autónomas, grupos de edad y género, hábitos alimentarios, ocupación, educación, clase social...?. La respuesta es que no lo sabemos porque no disponemos de los correspondientes sistemas de información. Ante ello, es lógico preguntarse sobre qué prioridades de salud pública, laboral
y ambiental, y qué prioridades de investigación tenemos en España, que nos ayudan tan poco a saber y a controlar lo que sucede en este tema.
Ciertamente, los actuales niveles de COP en humanos son producto de décadas de ingenuidad, ignorancia, mercantilismo y abuso tecnológico; en suma, de un determinado modelo de desarrollo. Y por supuesto, del largo tiempo de vida media que tienen la mayoría de los compuestos. Hay también buenas razones para preguntarse si los alimentos, piensos, grasas y derivados que importamos están libres de COP. Por ejemplo, el DDT se sigue detectando en muchos alimentos que consumimos.
En todo ello ¿qué papel pueden tener los controles locales?. Es una cuestión especialmente difícil, pues muchos COP viajan por todo el Planeta: por la atmósfera, las aguas y el suelo, pero también por los canales internacionales de comercialización de compuestos químicos, piensos y alimentos. De modo que tenemos contaminación por COP sin fronteras y para rato. Es difícil pensar en otro proceso que sea a la vez tan genuinamente global y multidimensional por sus causas y consecuencias químico-biológicas, económicas, ecológicas y culturales.
El número de estudios sobre los efectos que los contaminantes orgánicos persistentes (COP) tienen en los españoles se cuentan con los dedos de una mano. España está subordinada a las investigaciones de otros países, que indican que dosis de algunos contaminantes por debajo de las que se consideran seguras pueden causar efectos biológicos. Valorar mejor la significación clínica, poblacional y ecológica
de los efectos más sutiles y con periodos de latencia más largos de los COP es uno de los grandes retos científicos y sociales actuales.
Se debe exigir al la administración pública que incentive estudios que conecten las ciencias biológicas y las ciencias poblacionales. En particular, para analizar las interacciones genético- ambientales; para conocer, por ejemplo, qué alteraciones genéticas adquiridas tienen su origen en procesos ambientales.
Una actitud cauta, si la salud pública y la ecología fueran más prioritarias, exigiría empezar a poner en marcha actuaciones concretas; y fortalecer las que funcionen. Como por ejemplo, la puesta en marcha de programas de control de la contaminación industrial por PCB del agua y el aire, protección de los trabajadores expuestos, control del uso de plaguicidas en agricultura, o medidas eficaces de inspección
de los residuos químicos en los alimentos.
En paralelo se considera fundamental apoyar con decisión la investigación -actualmente débil en España- que ayude a comprender mejor el impacto ambiental, laboral, epidemiológico y económico de los COPs sobre los ecosistemas y la salud humana. Dicho conocimiento y el control de esos efectos son una de las grandes utopías asequibles del siglo XXI: por el vasto número de personas expuestas, por el carácter global de la contaminación y por los retos económicos, políticos y culturales que su control nos plantea.
*+
Este documento, fragmentado en diez partes irán apareciendo en este Blog en días sucesivos a partir de hoy.
Sin duda es un documento que debería inducirnos a la reflexión, y que viene a demostrar que los déspotas que nos dirigen no solo nos explotan y se quedan con el producto de nuestro trabajo, sino que además nos envenenan poco a poco. Muy completitos que nos han salido estos déspotas.
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Lo que hoy nadie pone en duda es que las administraciones públicas tienen la responsabilidad de evaluar los niveles biológicos de los contaminantes ambientales y valorar los posibles riesgos de efectos adversos para la salud.
Sin embargo, ante la pregunta: ¿cuáles son las concentraciones de COP en el cuerpo de los españoles, según comunidades autónomas, grupos de edad y género, hábitos alimentarios, ocupación, educación, clase social...?. La respuesta es que no lo sabemos porque no disponemos de los correspondientes sistemas de información. Ante ello, es lógico preguntarse sobre qué prioridades de salud pública, laboral
y ambiental, y qué prioridades de investigación tenemos en España, que nos ayudan tan poco a saber y a controlar lo que sucede en este tema.
Ciertamente, los actuales niveles de COP en humanos son producto de décadas de ingenuidad, ignorancia, mercantilismo y abuso tecnológico; en suma, de un determinado modelo de desarrollo. Y por supuesto, del largo tiempo de vida media que tienen la mayoría de los compuestos. Hay también buenas razones para preguntarse si los alimentos, piensos, grasas y derivados que importamos están libres de COP. Por ejemplo, el DDT se sigue detectando en muchos alimentos que consumimos.
En todo ello ¿qué papel pueden tener los controles locales?. Es una cuestión especialmente difícil, pues muchos COP viajan por todo el Planeta: por la atmósfera, las aguas y el suelo, pero también por los canales internacionales de comercialización de compuestos químicos, piensos y alimentos. De modo que tenemos contaminación por COP sin fronteras y para rato. Es difícil pensar en otro proceso que sea a la vez tan genuinamente global y multidimensional por sus causas y consecuencias químico-biológicas, económicas, ecológicas y culturales.
El número de estudios sobre los efectos que los contaminantes orgánicos persistentes (COP) tienen en los españoles se cuentan con los dedos de una mano. España está subordinada a las investigaciones de otros países, que indican que dosis de algunos contaminantes por debajo de las que se consideran seguras pueden causar efectos biológicos. Valorar mejor la significación clínica, poblacional y ecológica
de los efectos más sutiles y con periodos de latencia más largos de los COP es uno de los grandes retos científicos y sociales actuales.
Se debe exigir al la administración pública que incentive estudios que conecten las ciencias biológicas y las ciencias poblacionales. En particular, para analizar las interacciones genético- ambientales; para conocer, por ejemplo, qué alteraciones genéticas adquiridas tienen su origen en procesos ambientales.
Una actitud cauta, si la salud pública y la ecología fueran más prioritarias, exigiría empezar a poner en marcha actuaciones concretas; y fortalecer las que funcionen. Como por ejemplo, la puesta en marcha de programas de control de la contaminación industrial por PCB del agua y el aire, protección de los trabajadores expuestos, control del uso de plaguicidas en agricultura, o medidas eficaces de inspección
de los residuos químicos en los alimentos.
En paralelo se considera fundamental apoyar con decisión la investigación -actualmente débil en España- que ayude a comprender mejor el impacto ambiental, laboral, epidemiológico y económico de los COPs sobre los ecosistemas y la salud humana. Dicho conocimiento y el control de esos efectos son una de las grandes utopías asequibles del siglo XXI: por el vasto número de personas expuestas, por el carácter global de la contaminación y por los retos económicos, políticos y culturales que su control nos plantea.
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