Washington, hablemos de
reparaciones
Por Jorge Majfud
Rebelion
| 14/05/2022 | EE.UU.
Fuentes: Rebelión
- Imagen: "Shadow Puppet", 2004, Kara Walker
Washington no está en condiciones de moralizar, ni dentro ni fuera de
fronteras. Pero su arrogancia procede de su ignorancia histórica o, más
probablemente, de su fe en la desmemoria popular.
El presidente
Joe Biden ha anunciado su intención de excluir a Cuba y Venezuela de la Cumbre
de las Américas programada para el 22 de junio. El subsecretario de Estado,
Brian Nichols, explicó que no se puede invitar a países no democráticos.
Decidir qué
países pueden asistir a una cumbre regional no es considerado autoritario por
un país que es el responsable histórico de miles de intervenciones militares
sólo en la región, de varias decenas de dictaduras, golpes de Estado, destrucción
de democracias y matanzas de todo tipo y color desde el siglo XIX hasta ayer,
bajo el ejercicio autoritario de imponer a los demás países sus propias leyes y
violar todos los acuerdos con las razas inferiores que dejaron de beneficiarlo.
Washington y
las Corporaciones a las que sirve no sólo han sido los promotores de las
sangrientas dictaduras capitalistas en la región desde el siglo XIX, sino
también los principales promotores del tan mentado comunismo y de la realidad
social, política y económica actual de Cuba y Venezuela. Ahora que el
gobernador Florida ha firmado una ley para enseñar sobre los males del
comunismo en las escuelas, sería estimulante que los maestros no se limitaran
al menú de McDonald’s.
Todos esos
crímenes y robos a punta de cañón han quedado impunes sin excepción. En 2010,
el gobierno de Obama pidió perdón por los experimentos con sífilis en
Guatemala, pero nada más que una lágrima. La impunidad, madre de todas las
corrupciones, ha sido reforzada por una especie de síndrome de Hiroshima, por
el cual todos los años los japoneses le piden perdón a Washington por las
bombas atómicas que le arrojaron sobre ciudades llenas de inocentes.
Gran parte de
América latina ha sufrido y sufre el síndrome de Hiroshima por el cual no sólo
no se exigen reparaciones por doscientos años de crímenes de lesa humanidad,
sino que la víctima se siente culpable de una corrupción cultural inoculada por
esta misma brutalidad. Hace unos días una señora recibía a su hermano en el
aeropuerto de Miami envuelta en una bandera estadounidense mientras le gritaba
en castellano: “¡Bienvenido a
la tierra de la libertad!”. Es la moral del esclavo, por el
cual, durante siglos, los oprimidos se esforzaron en ser “buenos negros”,
“buenos indios”, “buenos hispanos”, “buenas mujeres”, “buenos pobres”. Es
decir, obedientes explotados.
Todo esto se
enmarca dentro de los intereses económicos de un imperio (“Dios puso nuestros
recursos en otros países”) pero el factor racial fue fundamental en el
fanatismo del amo blanco y del esclavo negro, del empresario rico y del
trabajador pobre. Actualmente, los movimientos contra el racismo en Estados
Unidos han cedido a un divorcio conveniente por el cual el pensamiento y la
sensibilidad global, macro política, se anula para dejar lugar a la
micropolítica de las reivindicaciones atomizadas. Una de ellas, la heroica y
justificada lucha contra el racismo pierde perspectiva cuando se olvida que el
imperialismo no sólo es un ejercicio racista, sino que históricamente fue
alimentado por esta calamidad moral.
Antes de la
aparición de la excusa de “la lucha contra el comunismo” la justificación
abierta era “poner orden en las repúblicas de negros”, porque “los negros no
saben gobernarse” ni explotar sus propios recursos. Una vez terminada la Guerra
Fría se recurrió al racismo disfrazado de “choque de civilizaciones” (Samuel
Huntington) o a las intervenciones financieras en regiones con “culturas
enfermas”, como América latina, o en tierras con terroristas de otras
religiones como en Medio Oriente, donde, sólo en Irak, dejaron más de un millón
de muertos, sin nombre y sin una cifra bien definida, como lo establece la
tradición.
Esta moral del
esclavo fue y es una práctica común. En 2021, por ejemplo, el candidato
favorito de los conservadores a la gobernación de California, Larry Elder,
afirmó que es razonable que los blancos exijan una reparación por la abolición
de la esclavitud, ya que los negros eran de su propiedad. “Guste o no, la
esclavitud era legal”, dijo Elder. “La abolición de la esclavitud les arrebató
a los amos blancos su propiedad”. Elder es un abogado negro por parte de madre,
padre, abuelos y tatarabuelos. Es decir, descendiente de propiedad privada. Por
la misma lógica, Haití pagó esta compensación a Francia por más de un siglo.
La propuesta
del candidato de California fue una respuesta a los movimientos que reclaman
una compensación para los descendientes de esclavos. Un argumento en contra es
que no heredamos los sufrimientos de nuestros antepasados y cada uno es
responsable de su propio destino. Algo muy de la ética y la visión del mundo
protestante: uno se pierde o se salva solo. Al protestante no le importa si su
hermano o su hija se van al infierno si él se merece el Paraíso. ¿Quién no es
feliz en el Paraíso?
Pero el pasado
no solo está vivo en la cultura. Está vivo en nuestras instituciones y en cómo
se organizan los privilegios de clase. Bastaría con mencionar el sistema
electoral de Estados Unidos, una herencia directa del sistema esclavista, por
el cual estados rurales y blancos poseen más representación que estados más
diversos y con diez veces su aprobación. Por este sistema, en 2016 Trump se
convirtió en presidente con casi tres millones de votos menos que Clinton.
También la
segregación posesclavista está viva hoy, con guetos de negros, chinos y latinos
hacinados en las grandes urbes como una herencia de la libertad ganada en 1865,
pero sin sustento económico. Para no seguir con las políticas de segregación
urbana con el trazado de autopistas o la criminalización de ciertas drogas,
todo con la declarada intención de mantener a unos grupos étnicos en estado de
servidumbre y desmoralización. Por no seguir con las fortunas amasadas en el
pasado que se trasmitieron a grupos y familias como en la Edad Media se
transmitían los títulos de nobleza.
Creo que los
latinoamericanos están, por lo menos, unos siglos atrasados en cuanto a una
reparación económica por las democracias destruidas y por las dictaduras
impuestas a punta de cañón. Desde el despojo de la mitad del territorio mexicano
para reinstalar la esclavitud hasta las dictaduras en los protectorados, las
guerras bananeras a principios del siglo XX, las múltiples matanzas de obreros,
la destrucción de democracias con el único objetivo de eliminar protestas
populares y proteger los intereses de grandes compañías como UFCo., ITT,
Standard Oil Co., PepsiCo, o Anaconda Mining Co., todos crímenes reconocidos
oficialmente por Washington y la CIA, serían argumentos más que suficientes
para exigir una reparación.
Sin embargo,
como lo indica la lógica de bancos e inversores, la reparación es siempre
exigida a las víctimas. Lo mismo se podría decir de la Europa que, por siglos,
se enriqueció con cientos de toneladas de oro y miles de toneladas de plata de
América latina, o masacrando decenas de millones de africanos al tiempo que les
robaban fortunas astronómicas que prueban “el camino correcto del éxito” según
Vargas Llosa.
Washington no
está en condiciones de moralizar, ni dentro ni fuera de fronteras. Pero su
arrogancia procede de su ignorancia histórica o, más probablemente, de su fe en
la desmemoria popular. Pero, como estamos aquí para aportar, le recordamos su
larga historia de matanzas y sermones. Le recordamos que hay unas cuantas
cuentas pendientes.
Claro, puedo
entender que las soluciones, aunque posibles y justas, son “demaiado utópicas”.
Por eso quisiera sugerirle, como decía mi abuelita en el campo, “señores,
calladitos se ven más bonitos”.
https://www.youtube.com/watch?v=m6d1LbuakBU Zona
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