El peligro de la abstención
El auge de la extrema derecha
en España coincide con una bajada de la participación y guerras internas
en las formaciones de izquierda.
19 marzo 2019
Este artículo está incluido en #LaMarea68. Puedes comprar el número completo en nuestra tienda online. Y puede suscribirte a la revista aquí.
“¿Me pones un café con leche, rey?”, le dice un hombre de unos 45
años al camarero. Su amigo, otro hombre de aproximadamente la misma
edad, pregunta después: “¿Pero tú eres monárquico?”. El camarero, que
está limpiando la barra y no tiene ganas de bromas, responde de reojo,
casi sin mirar a los dos amigos: “Yo no quiero saber nada de política”.
Monarquía aparte –nunca nos han preguntado por ella–, ¿cuántas veces
hemos escuchado esta frase? O esta otra: “Los políticos son todos
iguales”. O esta: “Yo es que paso de ir a votar”. La conversación
inicial se produce en un bar de Sevilla, días después de las elecciones
que desalojaron al PSOE de la Junta de Andalucía tras 36 años en el poder y que dieron como resultado muchas primeras veces juntas: por primera vez el PP, con los peores datos de su historia desde 1990, gobierna esta comunidad; lo hace con Ciudadanos, que por primera vez entra en un ejecutivo autonómico; y ambos lo hacen al mismo tiempo gracias al apoyo de Vox,
que por primera vez ha entrado en una institución en España con nada
más y nada menos que 12 diputados. La abstención alcanzó un pico
histórico del 41,35%.
¿Qué ha pasado? ¿Por qué no sumaron las izquierdas? ¿Qué ha hecho que
un porcentaje tan alto de electores y electoras no salieran a votar?
¿Acaso no se han sentido representados? ¿Se minusvaloró el empuje de
Vox? Antes de analizarlo, rebobinemos hacia el pasado. Situémonos en
2015. Elecciones generales. Tras el estallido del 15-M y la etapa del
gobierno de Rajoy con recortes y casos de corrupción de juzgado en
juzgado, irrumpen en el Parlamento dos nuevas fuerzas políticas: Podemos
y Ciudadanos. A pesar de ello, vuelve a ganar el PP, y el Centro de
Investigaciones Sociológicas (CIS) obtiene las siguientes conclusiones
unos meses más tarde: el porcentaje de quienes siguieron la campaña con
mucho o bastante interés es prácticamente el mismo que el que la
siguieron con poco o ningún interés. El 74,9% de las personas
encuestadas consideraba que la clase política no se preocupa mucho de lo
que piensa gente como ellas. Y el 73,9% opinaba que, estuviera quien
estuviera en el poder, siempre buscaría sus intereses personales. En
aquellas elecciones, la abstención alcanzó en torno al 30%. Y en la
repetición de la convocatoria tras el infructuoso intento de formar
gobierno, subió al 33%, según un informe del Ministerior del Interior.
Desde las primeras generales democráticas, en 1977, hasta las últimas,
en 2016, la evolución de la abstención ha variado bastante en España: ha
oscilado entre menos de 5 y más de 11 millones de electores/as, según
el citado estudio. Y en las últimas, además, se abstuvieron más personas que nunca desde las primeras: 12,2 millones de electores/as. El máximo histórico previo se había establecido en 2011, con 11,1 millones, que puso fin a la era Zapatero.
Volvamos a Andalucía. “La culpa de que haya ganado en votos la suma
de las derechas y la ultraderecha ha sido de quienes no han ido a
votar”, se aventuraron a señalar muchas personas tras el cambio tan
radical que se produjo en esta comunidad autónoma. Inma Campos, autónoma
de 36 años, abstencionista hasta 2011, así lo expresa: “A la vista está
que ahora no dejan de quejarse. Quisieron darle un castigo al PSOE y
les ha salido bastante mal la jugada”.
En Sevilla, al grito de “un bote, dos botes, machista el que no
bote”, en la manifestación convocada por el movimiento feminista contra
las políticas de Vox –que coincidió con el discurso del entonces
candidato a la investidura Juanma Moreno–, se llegó a escuchar la
siguiente respuesta: “Menos botes y más votos”. Los datos indican que la
abstención siempre es menor en las generales. Pero, ¿por qué se produjo
este nivel de abstención tan alto en Andalucía? ¿Puede
ser un aviso de cara a próximas convocatorias? ¿Movilizará o
desmovilizará al electorado la fractura de la izquierda en Madrid?
¿Puede ser la abstención en las próximas convocatorias un enemigo fuerte
de la izquierda, sobre todo ahora, con la amenaza de la implantación de
la ultraderecha? ¿Miran los partidos suficientemente a este electorado
que se queda en casa?
“La abstención es una caja negra. Lo que creo que ha pasado en
Andalucía, sobre todo, es que ha habido una cierta desmovilización de la
izquierda ligada a factores específicos como los niveles bajísimos de
aprobación al gobierno de Susana Díaz y también al tono de la campaña.
Casi un 30% de la gente decide su voto cada vez más tarde. Y si no
motivas lo suficiente, la gente se queda en casa”, explica Pablo Simón,
profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III de Madrid y
editor de Politikon. Además, continúa, los sondeos vaticinaban
que la izquierda ganaría o, al menos, podría formar gobierno otra vez:
“Es decir, se han visto como unas elecciones no competidas en las que a
muchos votantes de izquierda ni les convencía Susana Díaz ni la alternativa a Díaz [que era la unión de Podemos e IU en Adelante Andalucía]”.
La responsabilidad de la izquierda
Ese es el caso de Ana García, una mujer de 39 años, en paro, que ha
votado siempre al PSOE menos en estas últimas elecciones, en las que,
como los protagonistas de Ensayo sobre la lucidez, del Nobel
portugués José Saramago, votó en blanco. “Tenía claro que el PSOE tenía
que salir de la Junta y no me convencía Teresa Rodríguez. Hubiera votado
a [Antonio] Maíllo en solitario, eso sí. Y como no veía nada que me
cuadrara, pues voté en blanco, porque yo considero que votar debe ser
una obligación, aparte de un derecho por el que la gente mayor ha
peleado tantísimo. Por eso voté en blanco como un voto de castigo,
aunque veo que los partidos no lo tienen en cuenta, que no reflexionan
en serio sobre por qué la gente se queda en su casa”, dice después de
explicar con hartazgo que hace unos días se pasó seis horas en urgencias
para que le hicieran una simple radiografía a su hija. El voto en
blanco computa como voto válido, por lo que aumenta el requisito para
superar la barrera electoral. Pero el efecto es mínimo, según analiza el
profesor de Sociología en la Universidad de Córdoba Jaime Aja: “Para un
partido que esté en el límite de obtener el 5%, un voto a esta
candidatura equilibra 19 votos en blanco”.
“La responsabilidad de la abstención la hemos tenido nosotros.
Es un error culpar a las personas que se han abstenido”, afirma
contundente el portavoz de Adelante Andalucía y coordinador general de
IU, Antonio Maíllo. “Los ciudadanos no se han sentido interpelados. Otra
cosa es saber si se hubieran movilizado conociendo lo que finalmente
ocurrió. Vox ha entrado con una estrategia de serpiente, sin avisar, por
abajo, con corrientes subterráneas que no evidenciaban esa irrupción. Y
no hemos dado en la tecla para estimular un aterrizaje en un proyecto
político, el nuestro, ante sectores que habíamos detectado que estaban
muy disgustados con la alianza del PSOE y Ciudadanos”, prosigue. No
considera, sin embargo, que se haya tratado de una abstención activa, en
forma de protesta, sino de una no-respuesta ante la falta de “conexión
emocional con la oferta electoral”. “Tampoco ha ayudado el debate en
torno a Cataluña, que ha condicionado en unos para reactivarse y en
otros para no votar”, puntualiza el dirigente.
Según el sociólogo Aja, que también considera que no se ha tratado de un castigo, la abstención tiene una explicación más de clase que ideológica:
“Son principalmente personas que no se ubican ni en la izquierda ni en
la derecha. En las elecciones vemos que son los barrios de rentas altas
los que mayor participación tienen y los de rentas bajas los que menos”.
En su último libro, El príncipe moderno (Debate),
Pablo Simón también apunta a otra clave sobre cómo afecta la corrupción
en la abstención: “Datos recientes acerca de las elecciones municipales
señalan un hecho interesante. Tras un escándalo de corrupción en la
ciudad, la tendencia a votar de los partidarios del alcalde y de la
oposición no se vio alterada de manera significativa. Sin embargo, los
ciudadanos que no se identificaban con ningún partido de manera clara
fueron más propensos a abstenerse. Este hecho, al penalizar más a los
nuevos partidos o a los partidos minoritarios, podría explicar por qué
los alcaldes corruptos pudieron seguir en el cargo con mayor facilidad.
Su continuidad en el poder solo se vio amenazada ante escándalos graves
ampliamente cubiertos por la prensa”. Y eso, señala Simón, es posible
que jugara también un papel en Andalucía.
Ambos politólogos coinciden en que se unió la desafección con los
partidos al hecho de que las elecciones no parecían importantes. “No parecía posible un cambio de gobierno.
Por otro lado, y esto es lo más interesante de cara a mayo, existía una
desafección con los partidos que afectaba a la izquierda, a la derecha y
al centro. Vox ha servido para recoger ese descontento en la derecha.
Ahora mismo existe una fuerte bolsa de votantes indecisos en el
centro-izquierda y la izquierda”. Desde luego, añade Aja, para la
izquierda el principal problema es la abstención: “Son necesarias
propuestas centradas en los problemas concretos, especialmente los
relacionados con el trabajo y la economía familiar. Generar propuestas
que avancen en una mayor igualdad. Es necesario modificar la agenda
política, que ahora mismo está definida por la extrema derecha. Pero
también es necesario generar ilusión entre el votante de izquierdas.
Esto último es lo más importante y lo más difícil”, opina el sociólogo,
que difiere en este punto de Maíllo.
Para el coordinador de IU, no se trata solo de ilusionar a la gente:
“En política hay que generar confianza, consistencia y solvencia. Que la
gente sepa que les vamos a resolver sus problemas. Esa idea postmoderna
de la ilusión ayuda a la relación de simpatía con un proyecto, pero no
es la clave. La clave es la solidez de las propuestas políticas, la
credibilidad y la confianza en que lo que se dice y se defiende con
solvencia se puede hacer. Por tanto, creo que es un error que el convencimiento de la gente se centre en torno a la ilusión.
Eso ayuda en clave emocional y de conexión, pero no es algo nuclear”.
Tras el resultado en Andalucía, Ana García asegura que no volverá a
votar en blanco porque cree que no sirve para nada. Y dice: “Si hubiera
un Íñigo Errejón en una candidatura para las generales yo lo votaba,
porque desde mi punto de vista representa una izquierda formada,
moderada. No me gusta la venda que tiene una parte de la izquierda. Me
gusta una izquierda de verdad, claro, pero que sepa que, de momento,
está en Europa y que no va a poder hacer presupuestos que no le aprueben
en Europa. Mira Tsipras, mira Salvini”.
M. R., un joven de 26 años, también votante de izquierda, se abstuvo
en las andaluzas y tampoco votará en próximas convocatorias, ni
municipales ni generales. “Para mí lo políticos suponen más una pelea
entre ellos que una solución a los problemas de este país, a mis
problemas, a la precariedad. No voy a perder el tiempo con mi voto más,
no me interesa el voto útil, no voy a votar una opción que realmente no
me representa”, argumenta absolutamente convencido de su decisión. ¿Y no
teme el ascenso de la ultraderecha? “Sé que el cambio puede ser peor,
sobre todo con la ultraderecha, es obvio, pero aun así no votaré y no me
arrepiento de no haber votado”, concluye. Maíllo admite que las peleas
internas de los partidos perjudica más a esta situación: “Lo que está
ocurriendo en Madrid no ayuda. Esas guerras internas son siempre
negativas, pero el mar es profundo, es más de fondo. Porque aquí en
Andalucía unimos las fuerzas, con una buena sintonía y una buena armonía
–es verdad que hubo un proceso doloroso previo en Podemos–… Pero no ha
habido peleas por encabezar las listas, ha habido generosidad y, a pesar
de ello, no ha funcionado. Quizá se ha hecho un proceso insuficiente,
no ha habido tiempo de ampliar más y se crearon más expectativas. Pero
si aquí no hubiéramos ido unidos nos lo hubieran echado en cara”.
Para el sociólogo Aja, generalmente, la fragmentación de la izquierda
es negativa por tres razones: por el efecto del sistema electoral, es
decir, al dividir el voto aumentan las posibilidades de que formaciones
de izquierdas se queden por debajo del 5%; por el efecto del voto útil,
es decir, porque esto puede provocar una concentración del voto
progresista en torno al PSOE; y porque aumente la desafección, el
desánimo respecto a las formaciones de izquierdas. “Pero en este caso,
creo que puede tener un efecto positivo. Existe un importante espacio de voto progresista indeciso, que puede ser clave,
y que no puede ser movilizado por Podemos. Este voto podría ser
movilizado por Más Madrid, por un lado, y por IU o una opción similar,
por otro”, opina. Para Simón, saber si movilizará o no es una incógnita:
“Todo depende un poco de si existe especialización en la izquierda. Lo
explico: la derecha tiene tres partidos, y ahora pasaría a tener otros
tres la izquierda, y el tema electoral es bastante proporcional en
Madrid: con 133 diputados y una barrera del 5% es fácil que todo el
mundo entre. Pero claro, si se pelean por el mismo nicho de votantes
pues esto puede generar más dudas. En cambio, si tú tienes tres partidos
y uno apela más a la izquierda, otro más centrado y uno más
progresista, pues eso puede hacer que sume, que es lo que le pasa a la
derecha, porque en el fondo tienes una oferta política muy amplia y no
tienes excusa para no ir a votar. Si solo tienes una candidatura a la
izquierda y no te convence pues te quedas en casa, pero si tienes tres
es más difícil que alguna no te convenza, sabiendo que en general luego
podrían sumar para gobernar”.
Replanteamiento del sistema
Metroscopia publicó una encuesta el pasado enero
sobre elecciones generales –realizada después de conocer los resultados
en Andalucía– que daba el 49% de los votos a la suma de PP, Ciudadanos y
Vox, que afianzaría su posición como quinta fuerza política. En una
entrevista en la SER, el director de la empresa demoscópica, José Pablo
Ferrándiz, explicó que la gente que no manifiesta intención de votar al
PSOE tampoco se va a Unidos Podemos y a la inversa: “Hay una bolsa de votantes o electores que se sienten huérfanos
y que ninguna de las ofertas que actualmente existen en la izquierda
parece que los satisfacen”. Ferrándiz insistió en que las coaliciones de
Izquierda Unida y Podemos no solo no suman sino que en algunos casos
resta, como ha ocurrido en Andalucía, donde han perdido tres diputados
con respecto a la suma de los resultados por separado de ambas
formaciones en las anteriores autonómicas. “Si entra un nuevo partido en
el eje de la izquierda, lo más urgente será un replanteamiento por
parte de todos del sistema electoral. Hasta el momento ha resistido muy
bien. En poco tiempo hemos pasado de un bipartidismo a un
cuatripartidismo. Ahora nos aventuramos a un quintopartidismo que puede
acabar en un sextapartidismo y hay que ver entre todos si el sistema
electoral hay que modificarlo o no”, reflexionó.
Lo que hay que modificar, según Daniel López, de 21 años, estudiante
de Sociología y Relaciones Internacionales, es el modelo en su conjunto:
“Nunca he votado. Me abstengo de forma activa ya que
considero que no debo legitimar un sistema fundado en la delegación de
poder obligada. Entiendo que la abstención pasiva no es una opción
válida pues deja a la población a merced de lo que se vote; no obstante,
la abstención activa, no votar y organizarse horizontalmente en
sindicatos, asambleas u otros colectivos similares sí que me parece un
camino viable. Si la abstención es relevante en las urnas, más lo será
en la calle. La constitución de fuerzas políticas no tiene por qué pasar
por la vía electoralista. De esta forma, la abstención activa permite
romper con este sistema e ir instituyendo paulatinamente un mundo con
personas más responsables, sin gobernantes ni gobernados, autogobernada,
donde todo el mundo tenga la misma voz y el mismo poder de decisión, un
mundo libre muy distinto al que nos imponen cada día. Sin embargo, no
votar y no organizarse no es una opción política ya que no se está
construyendo nada, simplemente es una caída en la pasividad”. La
abstención –analiza el joven estudiante– es la medida de la legitimación
de cualquier democracia representativa: “Si la abstención es
mayoritaria, difícilmente se puede legitimar este sistema”.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario