El cuaderno de Kiev. Un diario
desde el 19 hasta el 24 de febrero
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La Vanguardia
Sociología
crítica
2014/02/27
Viernes 21 –
El poder se descompone en Ucrania, donde se está incubando desde hace semanas el conflicto
Este/Oeste más grave y peligroso desde el fin de la guerra fría. La Unión
Europea ha forzado un frágil acuerdo nacional que supone la capitulación del
Presidente Yanukovich, que en noviembre se negó a firmar un acuerdo de integración
en la órbita de Berlín y Bruselas. Esta capitulación tiene como única
virtud la de que, por lo menos, dibuja un respiro en la trágica espiral de
violencia de los últimos días: Por primera vez desde el martes, hoy no ha
habido muertos en Kiev.
Arbitrado por
los tres ministros de exteriores de Alemania, Francia y Polonia, el acuerdo
contempla el regreso a la constitución de 2004, medida que el Parlamento aprobó
inmediatamente casi por unanimidad y que significa una importante reducción de
los poderes del presidente, así como el compromiso de formar en un plazo de
diez días un “gobierno de unidad nacional” en el que dominarán las fuerzas
pro-occidentales. Para antes de septiembre se completará una reforma
constitucional y no más tarde de diciembre deberán celebrarse elecciones
presidenciales.
El
Presidente, que contaba con el apoyo de Moscú, y sus adversarios, los tres
líderes de la oposición apadrinados por la Unión Europea y Estados Unidos,
apelan a acabar con la violencia, exigen una “entrega de armas” en 24 horas y
se comprometen a investigar las violencias de los últimos días en los que han
muerto unas setenta personas, incluidos trece policías. Una amnistía entrará en
vigor, pero solo hasta hechos anteriores a esas muertes. No habrá estado de
excepción.
Paralelamente,
en una serie de votaciones meteóricas, el Parlamento destituyó al ministro del
interior, Vitali Zajarchenko, “por violación de la Constitución con el
resultado de muerte de personas”.
El acuerdo
no ha sido rubricado por el diplomático enviado por Moscú, Vladimir
Lukín, un especialista en firmar derrotas. En 1996 Lukín participó en la
firma de la paz de Jasavyurt, que puso fin a la primera guerra chechena con un
acuerdo que humilló a Rusia y abrió la puerta a la segunda guerra en el Cáucaso
del Norte. Lukín hizo ayer una declaración errática, calificando el acuerdo
ucraniano de “incompleto pero útil”. En realidad es una derrota de la pésima
política de Moscú en esta jugada que afecta a su entorno geopolítico más
delicado y vital.
La
capitulación de Yanukovich, que ayer parecía preparar un más que incierto
estado de excepción, ha sido resultado de la doble pinza entre la calle y las
potencias occidentales. Amenazado con sanciones por los ministros europeos, el
presidente pudo recibir ciertas garantías de que no se le aplicará la habitual
segunda vuelta de tuerca contra los adversarios de Occidente más reticentes: la
persecución penal a cargo de los selectivos “tribunales internacionales”.
La
intervención, el jueves, de misteriosos francotiradores que tirotearon a la
gente en el centro de la ciudad, uno de los habituales capítulos de la serie
negra que suele acompañar este tipo de crisis extremas, es una espada de
Damocles para Yanukovich. En Rumanía aún se discute quienes eran y por encargo
de quien actuaban los francotiradores que hace más de veinte años mataron a la
gente en Bucarest durante el derrocamiento de Nicolae Ceaucescu. Algo parecido
pasa en Moscú a propósito de los tiroteos de manifestantes durante el golpe de
Estado de Boris Yeltsin de octubre de 1993. En Kíev ese mismo misterio se
pretende haber resuelto en pocas horas y hasta se presentan fotos y
grabaciones. Habrá que ver…
Ucrania, un
país que, a diferencia de vecinos como Bielorrusia y Rusia, se caracterizaba
por su capacidad de consenso y equilibrio, y por haber evitado siempre la
violencia, ha entrado en una nueva etapa. El acuerdo de ayer no es punto final.
Su fragilidad estriba en que por un lado las autoridades, “han perdido el
control del país”, en palabras del ex vice jefe de la seguridad del Estado,
Aleksandr Skipalki, y que por el otro los líderes de la oposición han perdido
el control de la revuelta popular. Cuando esos líderes anunciaron ayer tarde el
acuerdo en la plaza central de Kiev, fueron silbados y abucheados y con suerte
tienen detrás suyo a la tercera parte de la población de Ucrania. Miembros del
grupo fascistoide “Pravy Sektor” irrumpieron en el escenario cuando esos
líderes explicaron el acuerdo alcanzado. La plaza pide la destitución inmediata
del Presidente y su castigo. “No es por venganza, sino por justicia”, nos dijo
un activista en la plaza. Muchos creen que el acuerdo es una traición a los
muertos de los últimos días. En cualquier caso, el cambio de figuras ya ha
comenzado.
Es la hora
de gente como la ex primera ministra, Yulia Timoshenko, encarcelada
por corrupción, millonaria y líder del partido que más apoyos encuentra en
Washington y en Europa. El parlamento abrió ayer la puerta de su celda por el
procedimiento de anular los artículos que contemplan su delito. Ahora solo
falta una decisión judicial para sacarla de la cárcel, explicó su abogado,
Sergei Vlasenko.
Otra figura
en alza es la del magnate Piotr Paroshenko, el quinto hombre más
rico de Ucrania. Paroshenko patrocinó la “revolución naranja” que llevó al
poder a Timoshenko, fue ministro de exteriores en 2009 y abogó por un ingreso
de Ucrania en la OTAN “en uno o dos años”. “Con voluntad política, es posible”,
dice. Propietario del quinto canal de televisión, uno de los muchos medios de
descarada propaganda en sintonía con el Imperio del Oeste (ofrece informativos
preparados por La Voz de América, mientras la televisión rusa –muy
vista en el Este y el Sur hace lo mismo pero con signo contrario), Paroshenko
mantuvo conversaciones el pasado enero con el estado mayor euroatlántico en la
Conferencia de Seguridad de Munich, máximo cónclave anual del complejo
político-militar occidental.
En varias
regiones las guarniciones militares han llegado a acuerdos con la población
local para que ésta impida cualquier movimiento de tropas bloqueando trenes,
como pasó en ayer en Dniepropetrovsk. El aparato de Estado está
descompuesto. Hay sedes del gobierno ocupadas y asaltadas en Jmelnitski,
Uzhgorod, Ternopol, Ivano-frankovsk y Lvov. Se han asaltado depósitos de armas y
unidades policiales se han pasado al bando de enfrente. Policías de Lvov
llegaron ayer tarde de por libre a la plaza de Kíev. El pacto de ayer ha sido
un bendito respiro para detener la masacre, pero el futuro inmediato es una
incógnita. Respecto a su contexto más amplio, es inequívoco: aquí se está
incubando el conflicto europeo más grave y peligroso desde el fin de la guerra
fría. Confundirlo con una película de Hollywood de buenos y malos es perder de
vista lo esencial.
- La
victoria del Narod. Maidán huele el principio de la
capitulación de su adversario. Hoy ha hecho sol en Kíev. En la plaza la jornada
olía al principio de la capitulación del adversario: el gobierno y su
presidente. El sujeto de Maidán es el pueblo, narod en
ucraniano. En ruso pueblo también se dice narod,
pero el término contiene caracteres y rasgos de una cultura política
indudablemente emparentada pero muy diferente de la rusa. No hay contradicción.
Ocurre en las familias, donde hermanos físicamente parecidos pueden presentar
caracteres muy diferentes. “Parece mentira que sean hermanos”, se dice.
Mientras los
héroes de la historia secular rusa son zares, generales y políticos, gente de
Estado e Imperio, como Pedro el Grande, Catalina II o el general Kutúzov, en
Ucrania aparecen personajes de una épica completamente diferente; atamanes
cosacos, hombres libres “republicanos” cargados de ideales y actitudes
libertarias, vinculados a la lucha por una vida libre en proto-estados y
territorios de los límites de una estepa infinita (Ucrania significa,
precisamente, algo así como “en el límite”, “junto a la frontera”) y en
quijotesca lucha contra adversarios mucho más poderosos. Figuras como el
Cosaco Mamai, que luchó contra la Orda de Oro en el siglo XIV, Bogdan
Jmelnitski, caudillo enfrentado sucesivamente a turcos, polacos y rusos.
En la
Galería Tetriakov de Moscú hay un cuadro del gran pintor ruso Iliá Repin, “Los
cosacos de Zaporozhia escriben al Sultán”, se titula, que expresa ese desafío
libertario al poder instituido, lleno de desparpajo y fraternidad. No es
historia, es presente. En Maidán, en medio de esa enorme expresión de
autoorganización y autonomía social, se ven carteles con la figura del
Cosaco Mamai, retratos de Jmelnitski y hasta un grupo de tipos rapados al cero
y con coletas ataviados al uso cosaco del siglo XVII que son el vivo retrato de
los personajes del cuadro de Repin.
Hoy es el
día del merecido homenaje a este narod, a todo él con sus diversos
rostros, actitudes y posiciones políticas; la estudiante ingenua, el ama de
casa madura, el paramilitar de extrema derecha, el señor normal y corriente del
montón harto de un sistema degradado e injusto. Ha hablado con decenas de
ellos. ¿Cómo resumir sus opiniones, sus historias personales, sus esperanzas?
Si hubiera que establecer algún denominador común, sin duda sería el de cierto
sentido de la dignidad.
Durante tres
meses, decenas de miles de ciudadanos han dicho “basta” y han aguantado el tipo
aquí, demostrando una voluntad y un tesón ejemplar. Los brutos de diversa
ideología, con predominio del nacionalismo ultra, que aportan el músculo a la
revuelta popular no son particularmente simpáticos, pero sin ellos el Maidán,
simplemente, no habría sido posible, porque habría sido barrida por la
policía en diez minutos. Estos grupos han ejercido una tremenda e ilegal
violencia (entre los 70 muertos de los últimos días hay 13 policías, dato
central que no puede perderse de vista), que en cualquier país europeo habría
sido inmediatamente declarada “terrorista” y aplastada. Europa y América han
bendecido, financiado y teledirigido todo esto, que no comenzó el pasado
noviembre, sino hace más de veinte años con la disolución de la URSS. Desde
entonces Estados Unidos se ha gastado en Ucrania más de 5.000 millones de
dólares en promover el “cambio de régimen” vía organizaciones no
gubernamentales, medios de comunicación y compras de lealtades, explicó hace
poco la vicesecretaria de Estado de EE.UU. Victoria Nuland.
Todo eso,
que es fundamental para comprender lo que pasa aquí, apenas cambia la esencia
del impulso ético de este narod contra la corrupción, la
injusticia y la oligarquía, perfectamente equiparable a la de los movimientos
sociales del resto de la Europa en crisis. Este narod, sus brigadas
de choque, han disparado, matado e incendiado. Tal es la legitimidad de las
revueltas y revoluciones populares. Nadie está vacunado contra esto en el resto
de Europa. La violencia no es una figura del pasado, es la fiebre de las luchas
de la historia.
Ucrania no
está saliendo de una crisis, está entrando en ella. El resultado de esta mezcla
de revuelta popular y golpe de Estado es incierto y dibuja enormes peligros. Al
final, como ya sucedió en la última “revolución naranja” de 2004, todo puede
acabar en un mero cambio de figuras oligárquicas; las que se orientan a Moscú
son relevadas por las que lo hacen hacia la OTAN.
“En
cualquier caso, los oligarcas que tomen el relevo, tendrán que temer al narod,
replica Olga una jurista con casco de sanitario, la única oriunda de Kíev de
todo un corro de defensores de la plaza dominado por “Galichany” de Ucrania
Occidental. Suena bien, pero si la próxima vez el narod se
levanta y en lugar de padrinos exteriores tiene adversarios en Europa y en la
OTAN, será aplastado en nombre de la “defensa de la democracia”.
Ocurrió en Moscú en octubre de 1993, con más de un centenar de muertos.
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