El 3 de mayo
de 1469 nacía en Florencia Nicolás Maquiavelo. Protagonista de una vida
intensa, dura y apasionante, fue autor de destacadas obras que marcaron para
siempre el pensamiento político de Occidente, en sus más variadas tendencias.
Cómo huir de los aduladores
El Viejo Topo
3 mayo, 2022
No quiero pasar
por alto un asunto importante, y es la falta en que con facilidad caen los
príncipes si no son muy prudentes o no saben elegir bien. Me refiero a los
aduladores, que abundan en todas las cortes. Porque los hombres se complacen
tanto en sus propias obras, de tal modo se engañan, que no atinan a defenderse
de aquella calamidad; y cuando quieren defenderse, se exponen al peligro de
hacerse despreciables. Pues no hay otra manera de evitar la adulación que el
hacer comprender a los hombres que no ofenden al decir la verdad; y resulta
que, cuando todos pueden decir la verdad, faltan al respeto.
Por lo tanto,
un príncipe prudente debe preferir un tercer modo: rodearse de los hombres de
buen juicio de su Estado, únicos a los que dará libertad para decirle la
verdad, aunque en las cosas sobre las cuales sean interrogados y sólo en ellas.
Pero debe interrogarlos sobre todos los tópicos, escuchar sus opiniones con
paciencia y después resolver por sí y a su albedrío. Y con estos consejeros
comportarse de tal manera que nadie ignore que será tanto más estimado cuanto
más libremente hable. Fuera de ellos, no escuchar a ningún otro, poner en
seguida en práctica lo resuelto y ser obstinado en su cumplimiento. Quien no
procede así se pierde por culpa de los aduladores o, si cambia a menudo de
parecer, es tenido en menos.
Quiero a este
propósito citar un ejemplo moderno, Fray Lucas [Rinaldi], embajador ante el
actual emperador Maximiliano, decía, hablando de Su Majestad, que no pedía
consejos a nadie y que, sin embargo, nunca hacía lo que quería. Y esto
precisamente por proceder en forma contraria a la aconsejada. Porque el
emperador es un hombre reservado que no comunica a nadie sus pensamientos ni
pide pareceres; pero como, al querer ponerlos en práctica, empiezan a conocerse
y descubrirse, y los que los rodean opinan en contra, fácilmente desiste de
ellos. De donde resulta que lo que hace hoy lo deshace mañana, que no se
entiende nunca lo que desea o intenta hacer y que no se puede confiar en sus
determinaciones.
Por este
motivo, un príncipe debe pedir consejo siempre, pero cuando él lo considere
conveniente y no cuando lo consideren conveniente los demás, por lo cual debe
evitar que nadie emita pareceres mientras no sea interrogado. Debe preguntar a
menudo, escuchar con paciencia la verdad acerca de las cosas sobre las cuales
ha interrogado y ofenderse cuando se entera de que alguien no se la ha dicho
por temor.
Se engañan los
que creen que un príncipe es juzgado sensato gracias a los buenos consejeros
que tiene en derredor y no gracias a sus propias cualidades. Porque ésta es una
regla general que no falla nunca: un príncipe que no es sabio no puede ser bien
aconsejado y, por ende, no puede gobernar, a menos que se ponga bajo la tutela
de un hombre muy prudente que lo guíe en todo. Y aun en este caso, duraría poco
en el poder, pues el ministro no tardaría en despojarlo del Estado. Y si pide
consejo a más de uno, los consejos serán siempre distintos, y un príncipe que
no sea sabio no podrá conciliarlos. Cada uno de los consejeros pensará en lo
suyo, y él no podrá saberlo ni corregirlo. Y es imposible hallar otra clase de
consejeros, porque los hombres se comportarán siempre mal mientras la necesidad
no los obligue a lo contrario.
De esto se
concluye que es conveniente que los buenos consejos, vengan de quien vinieren,
nazcan de la prudencia del príncipe y no la prudencia del príncipe de los
buenos consejos.
Fuente: Capítulo XXIII del libro de Nicolás Maquiavelo El Príncipe,
1513.
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