¿Por qué hablamos de Pablo Iglesias como extrema
izquierda?
El líder y cofundador de Podemos anunció el pasado martes que abandonaba la política institucional por haber dejado de “ser útil”. Diferentes especialistas analizan en este artículo cómo su figura también ha sido útil para sus adversarios políticos.
Lamarea.com
07.05.2021
“Fue la libertad, no el
socialismo, la que nos dio la más próspera y fuerte nación en la historia del
mundo”. Estas fueron las palabras del ex vicepresidente de los Estados Unidos,
Mike Pence, poco antes de que empezara la campaña electoral de unos comicios
que darían la victoria a Joe Biden. El nuevo presidente fue tildado de
‘socialista’ repetidas veces por Trump, quien basó en ese calificativo los
ataques contra su oponente. Dos años después fue Isabel Díaz Ayuso quien
recuperó el término ‘socialismo’ para convencer a los madrileños de que estaban
entre la espada y la pared. Entre el Partido Popular y Podemos. Entre
“socialismo o libertad”.
En el país de los extremos, si
Trump representaba el neoliberalismo más agresivo, podría tener sentido afirmar
que Biden es comunista. Y algunas de las recientes medidas adoptadas por el
demócrata, como financiar el plan de bienestar social con impuestos a las
rentas altas, o apoyar la liberación de las patentes de las vacunas, refuerzan
el discurso de quien quiera considerar a Biden socialista.
Sin embargo, según Ignasi Gozalo
Salellas, docente en la universidad de Bryn Mawr (Pennsylvania) y del máster de
Filosofía de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), estas políticas no son
comunistas, sino de simple «sentido común». «El Partido Demócrata es de todo
menos de izquierda, pero el discurso político de hoy, que cada día tiene menos
nivel, se decanta hacia la dicotomía sin fundamento. Por eso, es igual
de absurdo calificar a Biden de comunista que a Pablo Iglesias de radical”,
asegura.
En España, el juego a los extremos
se agudizó a raíz de la entrada de Vox al Congreso y en varios parlamentos
autonómicos. Mientras crecían los votos a la extrema derecha, también crecían
las voces y los medios que se lanzaban a calificar a Podemos de extrema
izquierda. Así lo hizo la secretaria general del grupo parlamentario de Vox en
el Congreso, Macarena Olona, quien dijo que Podemos es “extrema izquierda comunista”.
También algunos medios como El Español se sumaron al
carro. En una tribuna, aseguraron que la extrema izquierda pretende
“dinamitar el régimen surgido de la Transición y la Constitución”. Esto, un año
y medio después de que Pablo Iglesias ocupara la vicepresidencia de un Estado
monárquico con una Carta Magna a la que no se ha cambiado una coma desde
2011, cuando se reformó el artículo 135 para garantizar el principio de estabilidad
presupuestaria.
Para Gozalo Salellas, esta
estrategia política se basa en “simplificar el mensaje y buscar los
contrarios”. Lo más alejado en el Congreso a Abascal era Iglesias hasta que
dejó su escaño para presentarse a las elecciones madrileñas. Si uno es extrema
derecha, el otro… Blanco y en botella.
“Vox se asume
como extrema derecha y es consciente de lo que esto significa a nivel social.
Por eso, buscan confundir términos y comparar cosas incomparables, sabiendo que
los extremos asustan”, asegura Toni Aira, politólogo y
profesor de comunicación política de la UPF-BSM. El término “extremo” genera
rechazo porque es lo que va más allá, lo que busca romper la estabilidad a
través de medidas radicales. “Si la izquierda quiere aumentar impuestos, entonces,
la extrema izquierda quiere impuestos extremos. Así funciona el imaginario”, añade Aira, quien ha publicado
recientemente el libro La política de las emociones.
Cuestiones estéticas
“Todo se basa en las formas, no
tanto en el programa electoral”, asegura Aira, quien resalta algunas tácticas
de comunicación y propaganda de Podemos, como los mítines a pie de calle o el
famoso Tramabús, un autobús que se paseaba con las caras de
Bárcenas, Pujol, Aguirre y otros, denunciando la corrupción. “Con esto se busca
señalar a malos malísimos y llegar a la gente a través de emociones primarias
como el enfado o la indignación. Podemos lo usa igual que la extrema derecha se
apropió del bus homófobo y tránsfobo de Hazte Oír, pero con
una diferencia: los primeros buscan un castigo, los segundos hablan en términos
de expulsión y anulación”, puntualiza el politólogo.
También la politóloga Cristina
Monge considera que la radicalidad de Podemos se queda en las formas. “Hablamos
de un partido que nació del 15M, de cuando las plazas gritaban no nos
representan. Pero aquello tampoco era radical: algo que cuenta con
el apoyo del 80% de la población no es extremo”, considera.
Para encontrar partidos radicales
en España tendríamos que remontarnos a la Transición, con el Partido de los
Trabajadores, la Liga Comunista Revolucionaria o el Movimiento Comunista. “Son
tan extemporáneos que decir que Podemos es extrema izquierda ningunea
toda esta parte de la historia”, considera Cristina Monge. Según recuerda
la politóloga, todo el arco parlamentario europeo está plagado de formaciones
como Podemos, Syriza o Die Linke, que pueden ser considerados más o menos
radicales “pero que, en la práctica, tienen las manos muy atadas”.
En este sentido, se trata de
partidos que se sitúan a la izquierda de sus gobiernos y que sirven para
“rectificar mínimamente los giros conservadores de la socialdemocracia”,
considera el filósofo Gozalo Salellas. “Calificar de extrema izquierda a un
grupo que participa de las elecciones y que viene de un movimiento que pretende
revolucionar la democracia de partidos, que no abolirla, es absurdo y un
insulto a la ciencia política”.
¿Quién sale ganando?
El eje izquierda-derecha,
radical-moderado, se va moviendo según el momento histórico y el lugar del
mundo en que se analice. Dependiendo de a quién preguntes y los
intereses que haya en juego. “¿Cómo va a ser Podemos de extrema izquierda o
radical si comparte propuestas con un partido socialdemócrata?”, se pregunta
Cristina Monge. Y es que, para sus primeras elecciones, el conjunto morado
presentó un programa que, tal como aseguró Pablo Iglesias en su momento, se
basó en las propuestas de Felipe González para las elecciones que le hicieron
presidente en 1982. “Desde la década de los ochenta hemos vivido una ofensiva
neoliberal que nos da la falsa sensación de que ciertos partidos son más de
izquierdas de lo que son. Pero eso no es suficiente para decir que Podemos sea
extremo ni para compararlo de ninguna manera con Vox”, asegura Monge.
Entonces, ¿a quién beneficia que
Podemos sea visto como un partido de extrema izquierda? Según Monge, a “todo el
mundo”. Comparar a los votantes de Iglesias con los de Abascal e igualarlos
bajo el paraguas de lo extremo “rebaja la gravedad de los postulados de
Vox y legitima que estén en el Congreso”, afirma la politóloga. Además, si
se asume calificar a Podemos de extremo, partidos como el PP “se
remiten a los pactos de gobierno que estos tienen con el PSOE para rebajar la
gravedad de que ellos acepten los votos de VOX en la Comunidad de Madrid”,
asegura Toni Aira.
Con todo, centrar el debate en los
extremos no hace otra cosa que poner en valor la centralidad. “Lo extremo es un
antisistema que recortará libertades. Por eso está tan de moda reivindicar un
centro que no deja de moverse”, apunta Toni Aira. Y no hay más que
recordar la portada de El Mundo del pasado 25 de abril,
que aseguraba que “Gabilondo se lanza a la desesperada a la polarización,
mientras que Ayuso se queda en el centro”. La evocación a ese pretendido centro
es una de las explicaciones para el arrollador resultado del partido que hizo
campaña de la libertad en las elecciones celebradas el pasado
martes.
Calificar a Podemos de extrema
izquierda no solo benefició a los rivales. En algunos aspectos, la formación
morada también intentó sacar partido de la situación. “Redefinirse como
antagonista de Vox le podría haber devuelto una esencia perdida”, considera
Aira. Así, desde que Pablo Iglesias ocupó una vicepresidencia y se compró un
chalet, se le recriminó que ya no podía luchar contra la casta. Pero, al
enfrentarse política y abiertamente a Vox y calificarle de enemigo de la
democracia, reconectó con parte de su electorado.
“Con este cambio de antagonista
buscó reconectar con ciertas capas de la sociedad que había perdido”, opina
Toni Aira. Es esta significación la que justificaría el gesto de Iglesias de
dejar La Moncloa y ponerse a la cabeza de la campaña por la presidencia de
Madrid. “Dejó el poder y se situó en una posición de desventaja. Vuelve a las
calles y se reencuentra con las formas que había perdido”, añade.
Sin embargo, la contraposición
entre la candidata de Vox Rocío Monasterio y Pablo Iglesias desgastó aún más a
este último, vistos los resultados y las preguntas del último CIS que se han
conocido este viernes. Más del 72% de las personas consultadas por el
organismo presidido por José Félix Tezanos considera que hubo “mucha
crispación” durante la campaña. Y un 21,6% cree que “bastante”.
A la hora de identificar a los
responsables de esa situación, el 41% señala a Vox y un 36,5% a Unidas Podemos.
En cambio, las críticas a Iglesias superan a las que dirigen a
Monasterio con un 39,8% y un 31,9% respectivamente.
“Cuando uno deja de ser útil, debe
saber retirarse”, dijo Iglesias durante el discurso del pasado martes en el que
declaró que abandonaba todos sus cargos y la política institucional y se
autodefinía como un “chivo expiatorio”. El ex vicepresidente del Gobierno lleva
años sufriendo un acoso contra su partido, su persona y su familia que algunos
de sus rivales políticos calificaron de “intolerable” cuando Iglesias anunció su dimisión la
misma noche de las elecciones madrileñas. Era el punto y final a una campaña
marcada, entre otros, por los sobres con cartuchos de bala con amenazas
dirigidas a Iglesias y a otros políticos.
Asimismo, el cofundador de Podemos
en 2014 aseguró que no sería “un tapón para una renovación de liderazgos”,
consciente de que, en sus propias palabras y tras comprobar los resultados
electorales –10 escaños, tres menos que Vox en la Asamblea de Madrid– ya no
suma al proyecto de izquierdas. Las mismas izquierdas que, más allá del debate
de si son extremas o no, no han logrado parar el avance a la derecha
más radical.
“Los modos de Pablo Iglesias no
funcionaban: se le veía incómodo en los consejos de ministros y en los grandes
actos”, recuerda Monge. Quizás es por eso que Podemos lleva desde los últimos
meses jugando a un doble juego. Por un lado, quiso enfatizar la figura de
Iglesias como bastión contra el fascismo, mientras designaba a Yolanda Díaz
como sustituta del vicepresidente. Y es que la imagen que da Pablo Iglesias es
muy distinta a la de una Yolanda Díaz sobria y del agrado de la
patronal y los sindicatos. “A ella sí la veo cómoda en una figura que trata
con el poder económico”, considera la politóloga. Finalmente, parece que el
tándem se ha convertido en un balancín que intentará obviar las formas más
extremas y se inclinará hacia la sobriedad.
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