sábado, 8 de mayo de 2021

Intelectuales izquierdistas

 

Intelectuales izquierdistas


Germán Eguilior 

Kaosenlared

8 May, 2021

La historia es cíclica. De nuevo, la izquierda se ilusiona con las elecciones y la derecha vuelve a arrasar en las urnas. Un sector de la izquierda, frustrado, arremete contra aquellos trabajadores que, representando a la inmensa parte del electorado, han vuelto a otorgar el poder a la derecha. Y otra parte de la izquierda, como si no fuera con ella —y cuyo comportamiento es también cíclico—, se sube al pedestal de la intelectualidad, desde el que no se pasa hambre, e invita a la izquierda a hacer autocrítica. En tercera persona, porque esta historia no va con ella.

La culpa, entienden, no es de los trabajadores a los que los candidatos más feroces del capitalismo les han disfrazado la sumisión de libertad y les han hecho creer que libertad es compartir piso con tres trabajadores más mientras creas riqueza para quien te explota si después de trabajar te puedes tomar una cerveza. Para ellos, la culpa es de las candidaturas de izquierda, que siempre están conformadas por vendidos, reformistas e hipócritas que están ahí para hacerle el juego al capitalismo. Por eso ellos no los votan y por eso más disfrutan cuanto menos votados sean. Porque quieren castigarlos una y otra vez. Para ellos, es más importante ver hincar la rodilla a todos estos que todo lo que está en juego. Precisamente, porque para ellos es un juego.

Es el peligro de los intelectuales que nunca han bajado al barro. Son proletarios de estantería que acumulan textos de Marx y Lenin y cuya principal preocupación es no caer en contradicciones a través del voto. Se limitan a esperar el fracaso de la izquierda, con toda la garantía que de este ofrece la historia, para reprochar errores y contradicciones de las que ellos están exentos. Y se toman a bien las derrotas porque, por muy rojos que sean, no va con ellos.

Vaya por delante mi agradecimiento a todos aquellos que desde sus situaciones cómodas empatizan con la clase obrera. Al César lo que es del César. Ahora bien, haber leído a teóricos e intelectuales enriquece culturalmente, pero no te hace clase obrera. Para ser clase obrera hay que haber bajado al barro y haber vivido en carne propia la precariedad laboral. Sin conocer la precariedad laboral es difícil pertenecer a la clase obrera. La clase obrera asume que vive en la contradicción y estos intelectuales, como ya se ha expuesto, no tienen mayor preocupación que no caer en la contradicción.

Por eso, una izquierda mucho más concienciuda, que sabe qué es haber trabajado a jornada completa por 600, 800 o 1.000 euros —en jornadas probablemente más largas que lo que la ley entiende por jornada completa—, brama de rabia cuando la derecha vuelve a arrasar en las elecciones. Muchos de estos que despotrican ante un resultado electoral adverso lo hacen tras haberle podido escapar a la precariedad laboral, pero la han conocido. Y por eso sufren cuando esta se perpetua. Si eres hijo de trabajadores, vienes de familia obrera, indiscutiblemente. Pero si terminas la universidad sin haber servido un plato, sin haber doblado una camiseta, sin haber puesto un ladrillo o sin haber vivido cualquier otra experiencia ligada a la precariedad laboral, puedes tener mucha conciencia de clase, pero es harto complicado que pertenezcas a la clase trabajadora.

Quienes pasaban sus veranos de universitarios en la playa leyendo a Marx, estudiando inglés en el extranjero o viajando en Interrail mientras sus compañeros de clase ponían copas en discotecas están mucho más cerca del estudiante de ADE al que desprecian y que se desvive por trabajar en una Big Four que del trabajador que en Vallecas les sirve las cervezas a quienes han ganado las elecciones. Aunque ni él ni el trabajador de Vallecas hayan votado a la izquierda. Porque ellos, igual que el hijo de familia pudiente que se ha graduado en ADE, no temen la precariedad laboral. Porque sacando una oposición o en un buen puesto de abogado apenas tienes que preocuparte por el SMI o demás penurias de la clase trabajadora. Y, claro, es mucho más fácil subirse al pedestal de la intelectualidad a reprochar contradicciones y exigir autocrítica a quienes han perdido las elecciones. En tercera persona, porque ellos no las pierden.

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