Miseria moral del “periodismo independiente”
Por Atilio A. Boron
| 30/12/2020 | Mentiras y
medios
Fuentes: Rebelión
El
autocalificado “periodismo independiente” no es otra cosa que una organización
criminal porque, como lo recordara Gilbert K. Chesterton en tiempos de la
Primera Guerra Mundial, “los periódicos comenzaron para decir la verdad y hoy
existen para impedir que la verdad sea dicha.”
Revisando
algunos viejos apuntes acumulados en el disco duro de mi computadora encontré
una serie de declaraciones de la Academia Nacional de Periodismo de la
Argentina manifestando su preocupación por la libertad de expresión y el ataque
a “periodistas” como Luis Majul y Daniel Santoro. La institución de marras la
preside Joaquín Morales Solá, un señor que finge ignorar la diferencia entre
informar y -sobre la base de información confiable y chequeada opinar- y
utilizar los medios de comunicación en los que se desempeña para operaciones
propagandísticas presentadas ante su indefensa audiencia como si fueran
“periodismo independiente”.
En una reciente emisión de su programa Desde El Llano el presidente de la ANP
“entrevistó” a la señora Elisa Carrió quien se despachó con una serie
interminable de disparates ¡sin que el supuesto periodista atinara a balbucear
una sola repregunta! No fue una entrevista periodística sino un caso de propaganda
política subliminal, probablemente remunerada. Es decir, una estafa a la
teleaudiencia. Lo mismo había hecho unos días antes Carlos Pagni, otro
representante del “periodismo serio” en la Argentina, cuando “entrevistó”
durante poco más de media hora a Juan Guaidó que, como lo haría Carrió después
con Morales Solá, derramó enormes cantidades de “bullshit” ante un impasible
Pagni, que no hizo el menor comentario o formuló pregunta alguna para poner a
prueba los dichos de Guaidó. El objetivo, claro está, era brindarle al
esperpento venezolano una plataforma para difundir su proyecto político. En
ambos casos un espacio supuestamente periodístico parecería haber sido
alquilado para promover la agenda política de una autoproclamada candidata a
gobernadora de la provincia de Buenos Aires, retornada a las lides políticas
pocos meses después de haber anunciado su definitivo retiro; o la de un pelele
orgulloso de haber sido designado “presidente encargado” de su país por Donald
Trump. Todo esto, repito, ante la actitud complaciente de los aquiescentes
“entrevistadores.” En resumen, gran parte de eso que llaman “periodismo
independiente” no es otra cosa que una tapadera para que algunos mercaderes
trafiquen con su espacio comunicacional y lo subasten (ellos o sus patronos) al
mejor postor. ¡Y encima se dan el lujo de pontificar sobre la libertad de
expresión, la república y la democracia!
En fin, esta es la dura realidad del periodismo que en nuestro tiempo se
autocalifica como “serio y profesional”, y no sólo en la Argentina y
Latinoamérica. Europa o Estados Unidos tampoco están a salvo de este flagelo
que es una de las mayores amenazas que acecha a la democracia en el mundo
moderno. La ANP salió en defensa de dos personajes de la cloaca mediática como
Luis Majul y Daniel Santoro cuyo “periodismo de investigación” es producido por
un singular equipo cuyos puntales son los servicios de inteligencia y un manojo
de jueces y fiscales corruptos, unos y otros en abierta violación a las leyes
de este país. Esta operación no tiene nada que ver con el periodismo. Su
objetivo es obtener instrumentos y supuestas pruebas para perseguir, acosar y
eventualmente extorsionar a rivales políticos y sectores ligados en este caso
al oficialismo.
Lo de la ANP no es una excepción; tampoco lo son los grandes conglomerados
mediáticos argentinos (que incluyen prensa gráfica, radio AM y FM, televisión
abierta y por cable, granja de bots, etc.) como Clarín, La Nación o Infobae.
Pero por su gravitación mundial el diario El País de España se lleva los
laureles en lo que hace a la prostitución del periodismo convertido en un
nauseabundo house organ al servicio de los ricos y poderosos de todo el mundo.
Por eso no sorprendió que a mediados del año pasado Antonio Caño, exdirector de
aquel diario entre 2014 y 2018, publicara una nota titulada nada menos que “El
error de llamar a Assange periodista.”[1] En ella arguye que el fundador de
Wikileaks es un “impostor” porque, según él, “los periodistas no roban
información legalmente protegida, no violan las leyes de los Estados
democráticos, no distribuyen los documentos que les facilitan los servicios
secretos sin haberlos verificado” tarea que Caño confía, corporativamente, al
buen saber y entender de periodistas profesionales. ¿Periodistas profesionales,
como quiénes? Puede ser, en algunos poquísimos casos, pero ¿por qué no confiar
en gente con mayor formación específica para evaluar los datos divulgados por
Assange como politólogos, sociólogos, internacionalistas, historiadores,
semiólogos y expertos en materias militares o en inteligencia? Pero además,
muchos de los amigos y colegas latinoamericanos de Caño lo que hacen es
justamente eso: roban información que “debería” estar legalmente protegida,
violan a destajo las leyes de los estados democráticos, y distribuyen los
documentos que les facilitan los servicios secretos o funcionarios corruptos
del poder judicial para acosar y/o destruir a sus adversarios políticos. En su
angelical candor, o diabólico cinismo (cuestión que las y los lectores deberán
discernir), el ex director de El País dice que los periodistas profesionales
“cuidan de no causar daños innecesarios con su trabajo, les dan a las personas
aludidas la ocasión de defenderse, buscan la opinión contraria a la que
sostiene la fuente principal de una información, no actúan con motivación
política para perjudicar a un Gobierno, un partido o un individuo. Los
periodistas no defienden más causa en una sociedad democrática que la del
ejercicio de su trabajo en libertad.”
Releo estas líneas de Caño y me rectifico: no creo que sea el suyo un caso de
infantil ingenuidad. Digámoslo con todas las letras: es la sutil estratagema
discursiva de un impostor de alta gama que sabe que en el ejercicio del
periodismo hegemónico, ese que él llama “profesional”, aquellas reglas tan
prístinas que él enunciara son violadas con premeditación y alevosía; que los
autodenominados “periodistas independientes” causan intencionalmente daños a
las personas o instituciones víctimas de su persecución; que no les dan ocasión
de defenderse; que jamás buscan una opinión contraria a la línea que les bajan
sus jefes o patronos y nunca aceptan debatir con quienes sostienen puntos de
vista contrarios; y siempre actúan con motivación política para perjudicar a un
gobierno, partido o individuo. El caso de Agustín Edwards Eastman, dueño de El
Mercurio de Chile es una muestra paradigmática de lo que hacen los periodistas
defendidos por Antonio Caño y por el presidente de la ANP, Joaquín Morales
Solá. Por eso después más de cincuenta años de prostitución periodística en
buena hora el Colegio de Periodistas de Chile lo expulsó de sus filas,
precisamente por haber hecho exactamente eso que Caño dice que los periodistas
profesionales no hacen.[2] Si en la Argentina existiera una institución con los
mismos valores y valentía de sus colegas chilenos la cantidad de operadores
políticos disfrazados de periodistas que serían expulsados de sus filas
llegaría fácilmente a medio centenar.
Justamente a causa de esta degradación moral es que no sorprende el estruendoso
silencio de la ANP ante caso de Julian Assange, injustamente encarcelado por
haber informado al público sobre los crímenes de guerra, la corrupción y el
espionaje global del gobierno de Estados Unidos. Ni una palabra en defensa de
un verdadero campeón de la lucha por la libertad de expresión, que
mentirosamente la ANP dice defender; ni un gesto de solidaridad ante un
periodista retenido en una cárcel de máxima seguridad, en confinamiento
absoluto, sin contacto con nadie, sin ver sino por unos minutos la luz del sol
una vez a la semana, sometido a maltratos físicos y psicológicos de todo orden
pese a la precaria condición de su salud. Pero al haber revelado los secretos
del imperio y sus mandantes -que el sicariato mediático oculta bajo siete llaves-
para la ANP Assange es un traidor, un “impostor” como dice Caño, que no merece
solidaridad alguna. El próximo 4 de enero la jueza Vanessa Baraitser dará a
conocer su sentencia en el juicio por la extradición del australiano a Estados
Unidos. Pese a la debilidad de las pruebas aportadas por el querellante el
acusado fue privado de su libertad y enviado a la cárcel. Cunde la indignación
entre los periodistas de verdad de todo el mundo, advierte el laureado cineasta
y periodista británico John Pilger, quien asegura jamás haber visto una farsa
tan grotesca como el juicio celebrado en Londres. El lawfare se
extiende como una mancha de aceite, y de la Argentina, Brasil, Bolivia, Chile y
Ecuador ya arribó a Europa y Estados Unidos. Pero la ANP no cree que exista tal
cosa porque, según sus dirigentes, el lawfare es una maligna
invención de una izquierda totalitaria, populista, chavista, castrista, y por
lo tanto desestima olímpicamente la denuncia de Pilger.[3] La inmoralidad de
esa institución no tiene límites.
Este negacionismo también se revela en relación a la situación de los
periodistas en Estados Unidos. Desde el estallido de las protestas del Black
Lives Matters con motivo del asesinato a sangre fría de George Floyd por la
policía de Minneapolis, 322 periodistas fueron agredidos (salvo contadas
excepciones, por las “fuerzas del orden”); 121 fueron detenidos, a 76 les
destruyeron sus equipos (cámaras fotográficas o de video, teléfonos celulares)
o instalaciones (salas de prensa) y 13 fueron querellados y sometidos a proceso
judicial.[4] La misma fuente informa que en 2018 cinco periodistas fueron
muertos a balazos en Estados Unidos. Pero esto no fue ni jamás será noticia en
los medios hegemónicos, apropiadamente caracterizados por sus críticos como la
Bullshit News Corporation porque la mayoría de la información que difunden es
eso, basura; mucho menos será motivo de preocupación o denuncia para la ANP,
obediente hasta la ignominia antes los menores deseos del amo imperial. La
institución defiende a sus mercachifles de la comunicación, no a estos pobres
diablos acosados por el poder en Estados Unidos que pagan con sus vidas su
lealtad a la profesión que eligieran. En cambio si un periodista, ¡aunque sea
sólo uno!, hubiera sido detenido en Venezuela o sufrido la destrucción de su
equipo de trabajo la gritería del sicariato mediático mundial habría sido
ensordecedora. Su doble estándar moral los convierte en sujetos despreciables.
Conclusión: el autocalificado “periodismo independiente” no es otra cosa que
una organización criminal porque, como lo recordara Gilbert K. Chesterton en
tiempos de la Primera Guerra Mundial, “los periódicos comenzaron para decir la
verdad y hoy existen para impedir que la verdad sea dicha.” Para ello cuentan
con cuatro armas principales: promover la “posverdad”; mentir y usar las fake
news a destajo; utilizar el blindaje informativo (por ejemplo, no decir jamás
nada sobre la interminable matanza que a diario desangra Colombia o sobre las
revelaciones de los Panamá Papers que involucran al ex presidente argentino
Mauricio Macri) para proteger a socios y/o amigos; y el linchamiento mediático
de líderes “molestos” a las cuales es preciso satanizar para que luego jueces y
fiscales culminen el proceso enviándolos a la cárcel o inhabilitándolos para
competir por cargos públicos. Por eso hoy esa prensa, así de corrupta,
constituye una de las principales amenazas a la democracia, y si la sociedad no
reacciona a tiempo probablemente acabe no sólo con lo poco que resta de
libertad de expresión sino que acentúe aún más la asimetría entre una prensa
hegemónica que domina sin contrapesos el espacio mediático y el periodismo
verdaderamente independiente, que sobrevive a duras penas ante tan desigual
competencia. Pero lo que está en juego no sólo es la libertad de expresión;
también el derecho de los pueblos a acceder a información verídica y
comprobable, legalmente obtenida. Y por supuesto, la democracia también está en
peligro porque para sobrevivir requiere que el espacio mediático sobre el que
reposa sea efectivamente democrático y plural y no esté amordazado por la
dictadura del pensamiento único. La democracia se vacía de contenidos, se
degrada y finalmente sucumbe cuando el sustrato comunicacional sobre el que se
apoya es una tiranía informativa. Evitar que esto suceda será una de las
grandes e impostergables batallas que deberemos librar una vez derrotada la
pandemia.
Notas:
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