jueves, 12 de noviembre de 2020

Historia de la Revolución Rusa

 

Rosa Luxemburgo. Obras Escogidas, 11 de 17

Izquierda Revolucionaria

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Rosa Luxemburgo

3. La cuestión de las nacionalidades

Los bolcheviques son en parte responsables de que la derrota militar se haya transformado en el colapso y la caída de Rusia. Más aun; ellos mismos, en cierta medida, profundizaron las dificultades objetivas de esta situación con una consigna que adquirió importancia primordial en su política: el supuesto derecho de autodeterminación de los pueblos, o -lo que realmente estaba implícito en esta consigna— la desintegración de Rusia.


Nuevamente proclamaron con obstinación doctrinaria, como grito de batalla especial de Lenin y sus camaradas, la fórmula del derecho de las distintas nacionalidades del Imperio Ruso a determinar independientemente sus destinos, “incluso hasta el punto del derecho a tener gobiernos separados del de Rusia”, durante su oposición al imperialismo miliukovista y luego al kerenskista. También fue el eje de su política interna después de la Revolución de Octubre. Y también constituyó el programa de los bolcheviques en Brest-Litovsk,191 todo lo que tenían para oponer al despliegue de fuerzas del imperialismo alemán.


Lo que inmediatamente llama la atención es la obstinación y la rígida consecuencia con que Lenin y sus camaradas adhieren a esta consigna, que se contradice totalmente tanto con el centralismo que otrora predicaban en política como con su actitud hacia otros principios democráticos. Demostraron un frío desprecio por la Asamblea Constituyente, el

191    Brest-Litovsk: aldea cercana a la frontera ruso-polaca donde se firmó el tratado de paz ruso-germano el 3 de marzo de 1918.


sufragio universal, las libertades de reunión y prensa, en síntesis, por todo el aparato de las libertades democráticas básicas del pueblo, que tomadas de conjunto constituyen el “derecho de autodeterminación” dentro de Rusia. A la vez tratan el derecho de autodeterminación de los pueblos como la joya de la política democrática, en función de la cual deben dejarse de lado todas las consideraciones prácticas de la política realista. No se permitieron la más mínima concesión en lo que se refiere al plebiscito para la Asamblea Constituyente en Rusia, plebiscito realizado sobre la base del sufragio más democrático del mundo, con toda la libertad de una república popular. Simplemente lo declararon nulo y vacío, en función de una evaluación muy sobria de sus resultados. Pero son los campeones del voto popular de las nacionalidades extranjeras de Rusia sobre la cuestión de a qué país quieren pertenecer, como si esto fuera la panacea de la libertad y la democracia, la quintaesencia pura de la voluntad de los pueblos y la forma de hacer la justicia más profunda en lo que se refiere al destino político de las naciones.


La contradicción que parece tan obvia resulta más difícil de entender ya que las formas democráticas de la vida política de cada país, como veremos, realmente involucran los fundamentos más valiosos e incluso los más indispensables de la política socialista, mientras que el famoso derecho “a la autodeterminación” de las naciones es solamente fraseología hueca y pequeñoburguesa.


¿Qué se supone que significa este derecho? Que el socialismo se opone a toda forma de opresión, incluso la de una nación por otra, constituye el ABC de la política socialista.


A pesar de esto, políticos tan serios y críticos como Lenin, Trotsky y sus amigos, que responden sólo con un irónico encogerse de hombros a cualquier tipo de fraseología utópica como desarme, Liga de las Naciones, etcétera, en este caso hicieron de una frase hueca exactamente del mismo tipo su hobby preferido. Ello se debe, me parece, a una política fabricada para la ocasión. Lenin y sus camaradas calcularon que no había método más seguro para ganar a los pueblos extranjeros del Imperio Ruso para la causa de la revolución, para la causa del proletariado socialista, que el de ofrecerles, en nombre de la revolución y el socialismo, la libertad más extrema e ilimitada para determinar sus propios destinos. Es una política análoga a la que se dieron los bolcheviques con el campesinado ruso, satisfaciendo su hambre de tierra con la consigna de apropiación directa de las propiedades nobles, en el supuesto de que así se los ganaría para la revolución y el gobierno proletario. En ambos casos, desafortunadamente, el cálculo resultó completamente erróneo.


Está claro que Lenin y sus amigos esperaban que, al transformarse en campeones de la libertad nacional hasta el punto de abogar por la “separación”, harían de Finlandia,


Ucrania, Polonia, Lituania, los países bálticos, el Cáucaso, etcétera, fieles aliados de la Revolución Rusa. Pero sucedió exactamente lo contrario. Una tras otra, estas “naciones” utilizaron la libertad recientemente adquirida para aliarse con el imperialismo alemán como enemigos mortales de la Revolución Rusa y, bajo la protección de Alemania, llevar dentro de la misma Rusia el estandarte de la contrarrevolución. Un ejemplo perfecto lo constituye el jueguito que se hizo en Brest con Ucrania, que provocó un giro decisivo en las negociaciones y sacó a luz la situación política, tanto interna como externa, a la que se ven enfrentados en la actualidad los bolcheviques. La actitud de Finlandia, Polonia, Lituania, los países del Báltico, los pueblos del Cáucaso, nos demuestra de manera convincente que aquél no es un caso excepcional sino un fenómeno típico.


Seguramente, en todos estos casos no fue realmente el “pueblo” el que impulsó esta política reaccionaria sino las clases burguesas y pequeñoburguesas. Estas, en total oposición a sus propias masas proletarias, pervirtieron el “derecho nacional a la autodeterminación”, transformándolo en un instrumento de su política contrarrevolucionaria. Pero (y llegamos al nudo de la cuestión), aquí reside el carácter utópico, pequeñoburgués de esta consigna nacionalista: que en medio de las crudas realidades de la sociedad de clases, cuando los antagonismos se agudizan al máximo, se convierte simplemente en un instrumento de dominación de la burguesía. Los bolcheviques aprendieron, con gran perjuicio para ellos mismos y para la revolución, que bajo la dominación capitalista no existe la autodeterminación de los pueblos, que en una sociedad de clases cada clase de la nación lucha por “determinarse” de una manera distinta, y que para las clases burguesas la concepción de la liberación nacional está totalmente subordinada a la del dominio de su clase. La burguesía finesa, al igual que la de Ucrania, prefirió el gobierno violento de Alemania a la libertad nacional si ésta la ligaba al bolchevismo.


La esperanza de transformar estas relaciones de clase reales en su opuesto, de ganar el voto de la mayoría para la unión con la Revolución Rusa, haciéndolo depender de las masas revolucionarias, tal como seriamente lo pretendían Lenin y Trotsky, refleja un grado de optimismo incomprensible. Y si solamente se trataba de un recurso táctico en el duelo entablado con la política de fuerza de Alemania, entonces era un juego con fuego muy peligroso. Incluso sin la ocupación militar de Alemania, el resultado del famoso “plebiscito popular”, suponiendo que se hubiera llegado hasta allí en los estados limítrofes, hubiera proporcionado pocos motivos de alegría a los bolcheviques. Tenemos que tener en cuenta la sicología de las masas campesinas y de grandes sectores de la pequeña burguesía, y las miles de maneras con que cuenta la burguesía para influir sobre el voto. Por cierto, debe


considerarse una ley absoluta que en estos asuntos de plebiscitos sobre la cuestión nacional la clase dominante siempre sabrá evitarlos cuando no sirven a sus propósitos, o, cuando se realizan, utilizará todos los medios para influir sobre sus resultados, los mismos medios que hacen imposible introducir el socialismo mediante el voto popular.


El simple hecho de que la cuestión de las aspiraciones nacionales y tendencias a la separación fuera introducida en medio de la lucha revolucionaria, incluso puesta sobre el tapete y convertida en el santo y seña de la política socialista y revolucionaria como resultado de la paz de Brest, produjo la mayor confusión en las filas socialistas y realmente destruyó las posiciones ganadas por el proletariado en los países limítrofes.


En Finlandia, donde el proletariado luchó formando parte de la estrecha falange socialista rusa, logró una posición predominante en el poder; tenía la mayoría en el Parlamento y el ejército, redujo a su burguesía a una impotencia completa y, dentro de sus fronteras, era dueño de la situación.


O tomemos Ucrania. A comienzos de siglo, antes de que se inventaran la tontería del “nacionalismo ucraniano” con sus rublos de plata y sus “universales”, o el hobby de Lenin de una Ucrania independiente, Ucrania era la columna vertebral del movimiento revolucionario ruso. Allí, en Rostov, Odesa, la región del Donetz, brotaron los primeros ríos de lava de la revolución, que encendieron todo el sur de Rusia en un mar de llamas (ya en 1902-1904), preparando así el alzamiento de 1905. Lo mismo sucedió en la revolución actual, en la que el sur de Rusia proveyó las tropas selectas de la falange proletaria. Polonia y las tierras del Báltico fueron desde 1905 los núcleos revolucionarios más poderosos e importantes, y en ellos el proletariado jugó un rol de primera magnitud.


¿Cómo puede ser entonces que en todos estos países triunfe la contrarrevolución? El movimiento nacionalista, justamente porque alejó de Rusia al proletariado, lo mutiló y lo entregó a manos de la burguesía de los países limítrofes.


Los bolcheviques no actuaron guiándose por la misma genuina política internacionalista de clase que aplicaron en otros asuntos. No trataron de lograr la unión compacta de las fuerzas revolucionarias de todo el imperio. No defendieron con uñas y dientes la integridad del Imperio Ruso como área revolucionaria, oponiendo a todas las formas del separatismo la solidaridad e inseparabilidad de los proletarios de todos los países que están bajo la esfera de la Revolución Rusa, haciendo funcionar a ésta como el comando político superior. En lugar de eso, los bolcheviques, con su hueca fraseología nacionalista sobre “el derecho a la autodeterminación hasta la separación”, lograron todo lo contrario, y le dieron a la burguesía de los países limítrofes los pretextos más refinados, más deseables, para sus esfuerzos contrarrevolucionarios.


En vez de prevenir al proletariado de los países limítrofes de que todas las formas del separatismo son simples trampas burguesas, no hicieron más que confundir con su consigna a las masas de esos países y entregarlas a la demagogia de las clases burguesas. Con esta reivindicación nacionalista produjeron la desintegración de la misma Rusia y pusieron en manos del enemigo el cuchillo que se hundiría en el corazón de la Revolución Rusa.


Seguramente, sin la ayuda del imperialismo alemán, sin “los rifles alemanes en los puños alemanes”, como decía el Neue Zeit de Kautsky, los Lubinski y otros bribonzuelos de Ucrania, los Erich y Mannerheim192 de Finlandia, los barones bálticos, nunca hubieran ganado a lo mejor de las masas trabajadoras socialistas de sus respectivos países. Pero el separatismo nacional fue el caballo de Troya dentro del cual los “camaradas” alemanes, bayoneta en mano, hicieron su entrada en todas esas tierras. Los antagonismos de clase reales y la verdadera relación de fuerzas en el plano militar provocaron la intervención alemana. Pero los bolcheviques proporcionaron la ideología con la que se enmascaró esta campaña de la contrarrevolución; fortalecieron la posición de la burguesía y debilitaron la del proletariado.


La mejor prueba de esto la da Ucrania, que iba a jugar un rol tan tremendo en el destino de la Revolución Rusa. El nacionalismo ucraniano fue en Rusia algo bastante diferente, digamos, del nacionalismo checo, polaco o finlandés. El primero era un mero capricho, una tontería de unas pocas docenas de intelectuales pequeño-burgueses, sin ninguna raíz económica, política o sicológica. No se apoyaba en ninguna tradición histórica, ya que Ucrania nunca fue una nación ni tuvo gobierno propio, ni tampoco una cultura nacional, a excepción de los poemas reaccionario-románticos de Shevchenko. ¡Es exactamente lo mismo que si un día los habitantes del Wasserkante quisieran fundar una nueva nación y un nuevo gobierno en la Baja Alemania [Plattdeutsche]! Y esta pose ridícula de unos cuantos profesores y estudiantes universitarios fue inflada por Lenin y sus camaradas hasta transformarla en una fuerza política con su agitación doctrinaria sobre “el derecho a la autodeterminación hasta etcétera”. ¡Se le dio tanta importancia a lo que en sus comienzos fue una mera farsa, que la farsa se transformó en una cuestión de importancia fundamental,

192   Barón Carl von Mannerheim (1867-1951): responsable de la supresión de la República Obrera de Finlandia en 1918. En 1939 y 1941 dirigió el ejército finés contra Rusia. Presidente de Finlandia en 1944-1946.


no como movimiento nacional serio, para lo cual carecía de raíces tanto antes como después, sino como flameante bandera de la contrarrevolución! En Brest asomaron las bayonetas alemanas de adentro de este huevo podrido.


Hay oportunidades en que frases como ésas adquieren un significado muy real en la historia de las luchas de clases. Es una desgracia del socialismo el que en esta guerra mundial le haya sido dado proporcionar los argumentos ideológicos a la política contrarrevolucionaria. Cuando estalló la guerra, la socialdemocracia alemana se apresuró a justificar la expedición depredatoria del imperialismo alemán con un argumento ideológico extraído de los desvanes del marxismo: declararon que se trataba de una expedición liberadora contra el zarismo ruso, tal como lo habían soñado nuestros viejos maestros (Marx y Engels). Y a les bolcheviques, que eran la antípoda de nuestros socialistas gubernamentales, les tocó ser quienes llevaran agua al molino de la contrarrevolución con su fraseología sobre la autodeterminación de los pueblos; en consecuencia, no sólo proporcionaron la ideología para justificar el estrangulamiento de la misma Revolución Rusa, sino también los planes que permitieron activar la crisis producida por la guerra mundial.


Tenemos buenas razones para analizar muy cuidadosamente la política de los bolcheviques sobre esta cuestión. El “derecho a la autodeterminación de los pueblos”, junto con la Liga de las Naciones y el desarme por gracia del presidente Wilson,193 constituyen el grito de batalla que hará saltar el próximo enfrentamiento entre el socialismo internacional y la burguesía. Es obvio que la fraseología sobre la autodeterminación y el conjunto del movimiento nacionalista, que al presente constituye el mayor peligro para el socialismo internacional, se han fortalecido extraordinariamente desde la Revolución Rusa y las negociaciones de Brest. Sin embargo, tendremos que tocar fondo en el camino que marca este programa. El trágico efecto de esta fraseología sobre la Revolución Rusa, en cuyas espinas los mismos bolcheviques estaban destinados a quedar prisioneros y a sufrir profundos arañazos, debe servir de advertencia y lección al proletariado internacional.


Todo esto dio lugar a la dictadura de Alemania desde la época del tratado de Brest a la del “tratado complementario”. A los doscientos sacrificios expiatorios en Moscú. Al terror y la supresión de la democracia.

193   Woodrow Wilson (1856-1924): presidente de los EE.UU. en 1913-1921.

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