SOBRE EL PERIODISMO
Oscar Wilde
El Viejo Topo / 16.10.2020
Antiguamente
existía la tortura. Ahora tienen la prensa. Ciertamente esto constituye un
adelanto. Pero todavía el medio es malo, equivocado
y desmoralizador. Alguien –¿fue Burke?– llamó al
periodismo el cuarto estado. Eso sin duda era cierto en ese momento. Pero
en el presente es el único estado. Se ha comido a los otros tres. Los Señores
Temporales no dicen nada, los Señores Espirituales no tienen nada que decir; y
la Casa de los Comunes no tiene nada que decir y lo dice. Estamos dominados por
el periodismo. En Norteamérica, el presidente reina por cuatro años, y el
periodismo gobierna por siempre jamás. Por suerte, en Norteamérica el
periodismo ha llevado su autoridad a los extremos más burdos y brutales y como
consecuencia natural, ha comenzado a crear un espíritu de rebelión. A la gente
le divierte, o le disgusta, de acuerdo a su temperamento. Pero ya no es más la
fuerza que era. No se la considera seriamente. El periodismo en Inglaterra,
exceptuando algunos pocos ejemplos conocidos, como no ha sido llevado a tales
extremos de brutalidad, es todavía un gran factor, un poder realmente
importante. Considero verdaderamente extraordinaria la tiranía que se propone
ejercer sobre las vidas privadas de la gente. El hecho es que el público tiene
una curiosidad insaciable por conocer todo, excepto aquello que vale la pena
conocer. El periodismo, consciente de esto y con sus hábitos comerciales,
satisface sus demandas. En siglos anteriores al nuestro, el público clavaba a
los periodistas por las orejas en la picota. Eso era terrible. En este siglo, los
periodistas han clavado sus propias orejas en los agujeros de la cerradura. Eso
es aun peor. Y lo que agrava esta desgracia es que los periodistas más
culpables no son los periodistas divertidos que escriben para los llamados
periódicos de sociedad. El daño lo hacen los periodistas serios, reflexivos,
sinceros, quienes solemnemente, como lo están haciendo actualmente, mostrarán
ante los ojos del público algún incidente de la vida privada de un gran
estadista, de algún líder del pensamiento político, ya que se trata de un
creador de fuerza política, e invitan al público a discutir el incidente, a
ejercer su autoridad sobre el asunto, dar su punto de vista, y no solamente dar
su punto de vista sino también llevarlo a la acción, imponiendo sus ideas sobre
otros puntos al hombre, a su partido, al país; en otras palabras, se hacen
ridículos, ofensivos y dañinos. Las vidas privadas de los hombres y las mujeres
no debieran contarse en público. El público no tiene absolutamente nada que ver
con ellos.
En Francia las
cosas se arreglan mejor. No se permite que los detalles de los juicios por
divorcio se publiquen para la diversión o la crítica del público. Todo lo que
el público puede conocer es que se ha llevado a cabo un divorcio y que fue
concedido a pedido de una, u otra, o ambas partes. En Francia, en realidad, se
limita al periodista y se permite al artista casi perfecta libertad. Aquí
otorgamos absoluta libertad al periodista y limitamos enteramente al artista.
La opinión pública inglesa trata de constreñir y obstaculizar al hombre que
hace cosas que son hermosas y obliga al periodista a detallar cosas que son
feas, desagradables o asquerosas, de modo que tenemos los más serios
periodistas del mundo y los periódicos más indecentes. No es exagerado hablar
de compulsión. Posiblemente existan periodistas que encuentran placer en
publicar cosas horribles, o quienes, siendo pobres, buscan escándalos como
fuente permanente de ingresos. Pero existen otros periodistas, estoy seguro,
hombres de educación y cultivados, a quienes realmente disgusta publicar estas
cosas, que saben que está incorrecto hacerlo, y solamente lo hacen porque las
condiciones malsanas en que ejercen su profesión les obligan a dar al público
lo que el público demanda, y competir con otros periodistas significa
proporcionar este material en la forma más completa y satisfactoria
posible, para satisfacer el burdo apetito popular. Es
una posición muy degradante para cualquier persona educada, y no me cabe duda
que la mayoría de ellos lo siente intensamente.
Fuente: Fragmento del tercer capítulo del libro de Oscar Wilde El Alma del Hombre bajo el Socialismo
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