De nuevo, la maldita
pregunta: ¿qué hacer? Aquí Albert Recio sugiere ideas sensatas, seguramente
insuficientes, pero por algo se empieza. El camino es largo, pero como dijo
alguien con buena cabeza, se hace camino al andar. Caminemos, pues.
TOPOEXPRESS
Sumar en crisis. Unas totas
El Viejo Topo
9 julio, 2024
La sucesión de
malos resultados electorales ha generado un clima de crisis que, a estas
alturas, resulta difícil presagiar como acabará. Demasiadas veces, la gente de
izquierdas dedica más energías y talento a las batallas internas que a
construir un proyecto sólido. Quizás es un reflejo de su debilidad estructural,
de verse forzada siempre a ir a la contra, con pocos recursos, a habitar en
espacios institucionales y mediáticos marginales. Pero debería ser la
conciencia de esta precariedad el principal acicate para construir, con
generosidad, proyectos capaces de persistir y servir de referencia a mucha
gente. Las notas que siguen solo pretenden contribuir a un debate en el que lo
prioritario pasa por no tensar la situación, tratar de racionalizar los problemas,
y buscar respuestas a corto, medio y largo plazo.
Un proyecto mal diseñado
Parte de los
problemas son de índole organizativa. Sumar nace a la vez como una coalición
electoral de fuerzas de izquierda y como una nueva formación política. Si ya de
por sí una coalición electoral es un proyecto complicado, que exige una
negociación ardua de programas y, sobre todo, de candidaturas, lo de la
creación adicional de una organización política supone un grado de complejidad
enorme. Como no estoy en el intríngulis del proceso opino de oídas, pero todo
apunta a que la construcción del nuevo proyecto tuvo mucho que ver con la
necesidad del núcleo de Yolanda Díaz de dotarse de un músculo organizativo para
contrarrestar la fuerza de otras organizaciones ya existentes. El resultado es,
en parte, contradictorio, puesto que se acaba por añadir más complejidad a una
estructura partidista en exceso fragmentada. El ejemplo más extremo es Madrid,
donde siguen coexistiendo Más Madrid e Izquierda Unida. Por el contrario, donde
menos tensiones se han generado es en Catalunya, donde todo el mundo aceptó
integrarse en Catalunya en Comú. El modelo actual no ha funcionado y, como
siempre, la crisis organizativa se ha manifestado cuando un declive electoral
ha dejado sin representación a alguna de las fuerzas de la coalición.
A corto plazo,
esta cuestión organizativa sólo tiene dos salidas: o replantear Sumar como una
mera coalición, estableciendo normas claras para que todo el mundo se sienta
cómodo, o empezar a trabajar para formar una nueva organización que integre a
las existentes. Esto último es seguramente lo deseable, pero exige una altura
de miras y una generosidad que muchas veces es difícil de encontrar. No sólo
por las actitudes tóxicas de algunos líderes, sino también porque una parte de
las bases tiene un apego especial a su organización y recela de perder los
referentes a los que está habituada. Pero ahora debería resultar claro que
estamos en un proceso de fin de ciclo, que exige cambios. De no existir éstos,
el riesgo es caer en el ostracismo. Si en Catalunya la unificación está más
avanzada es, en buena medida, porque Iniciativa per Catalunya-Verds supo
reconocer que su experiencia tocaba techo y fue generosa con la emergencia de
nuevos liderazgos.
Liderazgos, efervescencias versus políticas institucionales
Para tener
buenos resultados electorales y poder influir en las acciones políticas hacen
falta buenos resultados electorales. Pero difícilmente una buena acción
institucional sirve para generar una movilización electoral suficiente. Esto es
especialmente importante para la izquierda alternativa, que no cuenta con los
aparatos, los recursos y los medios propagandísticos de las grandes formaciones
ni, tampoco, de una capacidad decisiva en muchas políticas. En el mejor de los
casos, se alcanzan (salvo en algunos gobiernos locales) espacios de poder
minoritarios que exigen pactos y renuncias, más allá de lo que imponen la
multiplicidad de presiones legales y mediáticas orientadas a socavar la
credibilidad de los izquierdistas en el poder. La acción institucional
desgasta, aunque constituye un espacio esencial de toda política
transformadora.
Pero los
mejores resultados se obtienen al calor de líderes con un cierto carisma, que
se presentan como rupturistas de la política convencional, que plantean
transformaciones radicales que mucha gente las interpreta como una posibilidad
real de cambio profundo. Casi siempre, coincidiendo con una coyuntura adecuada
en la que el personal está dispuesto a escuchar propuestas «fuertes». El mayor
avance electoral de Julio Anguita se produjo cuando ya era manifiesto el
desgaste del PSOE. La subida de Podemos y el municipalismo del cambio tuvo
lugar como respuesta a las políticas de austeridad, y se sustentó en activistas
como Pablo Iglesias o Ada Colau, que habían cimentado su prestigio fuera de las
instituciones. Incluso la misma Yolanda Díaz se hizo popular imponiendo una
reforma laboral que rompía con la línea dominante. Sus candidaturas se
presentaban como la posibilidad de que la calle movilizada llegara al poder. El
éxito inicial fue indudable, pero a medio plazo su eficacia se reduce. Porque
la posterior acción institucional erosiona su imagen, la ausencia de una
organización sólida genera cansancio en mucha de la gente que se incorpora al
movimiento en la fase de ascenso, y también mucha gente se desencanta al
constatar que lo realizado queda lejos de lo soñado. En el peor de los casos,
los egos de estos líderes acaban generando dinámicas enloquecidas que dividen,
agotan y desaniman. La historia de Podemos y Pablo Iglesias es un ejemplo claro
de este deterioro. En el mejor de los casos, la simple erosión de los viejos
liderazgos acaba por neutralizar su éxito inicial.
No siempre
existe una coyuntura adecuada. Ni tampoco se pueden fabricar líderes
movilizadores. O que sean capaces de asumir que, en algún momento, deberán
variar su posición y conseguir que su grupo de incondicionales lo entienda.
Plantear que la continuidad de un proyecto de transformación exige, en los
tiempos que corren, la capacidad de leer los movimientos reales, el desarrollo
de procesos y líderes fuera de la política institucional (que además sirvan de
revulsivo al anquilosamiento), de generar oleadas de entusiasmo movilizador, de
reinventar el proceso cada cierto tiempo, debería ser una preocupación
permanente de toda buena organización que aspire a activar la sociedad. Es
especialmente importante para conseguir la implicación de la gente joven, la
que se necesita para vivificar y renovar cualquier proyecto. No siempre tenemos
coyunturas favorables, ni gente potente a la que promocionar. Pero hay que
ayudar a que estas condiciones se den.
Propuestas generadoras de resistencias y ausencia de un proyecto integrador
La izquierda
aspira a representar los intereses de la mayoría de la sociedad. A promover una
propuesta racional y deseable de la organización social. A defender una
sociedad donde la convivencia sea compatible con la libertad individual. Todo
ello pasa por recortar los derechos del capital y la propiedad privada, por
regular muchos aspectos de la vida social, por reorientar el consumo y la producción
a niveles sostenibles con los límites de nuestro entorno natural, a eliminar
privilegios…
Si uno lee las
propuestas programáticas, hay muchas buenas ideas en todas estas direcciones.
Pero la cuestión que no puede dejarse de lado es que alguna de estas propuestas
choca frontalmente con hábitos y creencias compartidas de una buena parte de la
base social potencial. Y es allí donde en parte la extrema derecha encuentra su
caladero. Me refiero a temas como los planteados por el feminismo y el
movimiento LGTBI, la cuestión migratoria y el ecologismo. En los tres ámbitos
no se pueden hacer concesiones ideológicas esenciales. Son tan esenciales para
construir una sociedad igualitaria como el cuestionamiento del capital y la
necesidad de democracia económica. En el caso del feminismo, hay ya bastante
camino avanzado (aunque quedan muchas resistencias, posiblemente más de las que
se manifiestan explícitamente), pero la defensa de los derechos de los
migrantes, y la necesaria reconversión ecológica, están lejos de alcanzar un
consenso social amplio.
El nacionalismo
extremo, el racismo, forman parte de la educación de millones de personas. Y la
llegada masiva de migrantes extranjeros, animada por las desigualdades entre
países, por la existencia de regímenes sociales y políticos insoportables, y
por el envejecimiento de las sociedades europeas, ha propiciado un espacio
social en el que la extrema derecha se mueve con enorme desparpajo. Sus bulos
se expanden en una sociedad proclive a éstos, que encuentra en los que llegan
al chivo expiatorio sobre el que cargar sus medios y su malestar. De la misma
forma, las políticas ecológicas generan rechazos en personas que ven amenazadas
sus formas de vida habitual, su actividad laboral y cuya primera reacción es la
del rechazo. Esto no implica renunciar en absoluto a plantear propuestas en
estos campos, pero sí a afinar los planteamientos, hacer un buen trabajo
explicativo. Implica un trabajo intenso en aquellos sectores que van a ser más
proclives a generar resistencias.
Tampoco hay una
propuesta global de alternativa social. La vieja izquierda tenía una propuesta
de reorganización social basada en la economía planificada, el igualitarismo y
la abolición de la propiedad privada. Somos herederos del fracaso de la
experiencia soviética, de su autoritarismo, de su burocratismo, de su
conversión en dos variantes de capitalismo (una, la china, en todo caso más
exitosa). Y también estamos huérfanos de una idea esencial de lo que podría ser
una sociedad igualitaria, ecologista, feminista factible y deseable. Hay muchas
propuestas, pero no hay ningún referente claro que permita a mucha gente ligar
sus prácticas cotidianas a un proyecto deseable de largo plazo. En esto los
nacionalismos tienen una gran ventaja, pues consiguen enganchar a la gente en
un proyecto mítico, inconcreto, de nación independiente que recoge viejas
tradiciones y que no genera contradicciones con la vida real de sus defensores.
Quizá por eso la izquierda cosmopolita casi ha desaparecido de Euskadi y
Galicia; en Catalunya resiste, pero se encuentra condenada a una posición
secundaria y en gran parte circunscrita a la metrópoli barcelonesa.
Una sociedad compleja
La sociedad
actual es muy diferente de aquella en la que la vieja izquierda basó sus
análisis. Aún en plena transición, la estructura social podía caracterizarse
por barreras sociales bien delimitadas, por una fuerte presencia de una clase
obrera manual sobradamente identificada (y que tenía un complemento en modelos
familiares con fuerte división sexual del trabajo), una franja de capas medias
asalariadas relativamente pequeña y la persistencia de capas medias no
asalariadas, fundamentalmente en el mundo agrario y el pequeño comercio.
Hoy la pintura
es mucho más compleja, debido a diferentes procesos. De un lado, la
reorganización de la propia economía capitalista: desindustrialización,
deslocalización, cambios en los modelos organizativos de empresa y fuerte
crecimiento del sector servicios. Hoy, en nuestro país, la clase obrera es
fundamentalmente trabaja en los servicios. Otro factor crucial ha sido la
universalización de la educación, que constituye una experiencia vital
universal, pero que acaba por generar oportunidades vitales muy diversas a
personas de un mismo origen social. Una parte de los jóvenes de origen obrero
tienen ahora titulaciones formales, y entran en una experiencia vital diferente
de los que se mantienen en actividades laborales manuales. Este proceso de
diferenciación ha estado, además, favorecido por la expansión del sector
público y de determinadas actividades empresariales que requieren de gente con
determinados currículos educativos. Lo que hoy significa la experiencia laboral
es mucho más distinto ahora que en épocas anteriores. A ello hay que añadir dos
cuestiones esenciales: el cambio en las estructuras familiares y la entrada
masiva de mujeres al mundo del empleo asalariado (con todo lo que conlleva de
experiencia de discriminación laboral, de doble jornada, etc.) y la, también
masiva, llegada de personas extranjeras, con experiencias vitales diferentes,
con la distorsionadora presencia de las normas de extranjería, con la
segregación ocupacional… Una parte importante de la clase obrera manual es
inmigrante, a menudo sin derecho a voto ni acceso a una actividad laboral
normalizada. En conjunto, un magma de población asalariada, numéricamente
dominante, pero incapaz de reconocerse como clase. Muchas veces atenazada por
una vida cotidiana dominada por su vida laboral y las imposiciones del
consumismo (que estructura sus vidas). Que un discurso complejo como el de la
nueva izquierda llegue mejor a segmentos de las clases asalariadas cultas que a
la base de trabajadores de servicios es bastante comprensible. Pero no tiene
sentido proponer como alternativa «volver» a políticas de clase tradicionales,
porque tienen que ver con un mundo que no existe. El verdadero desafío es como
construir un proyecto social transformador en lo social y lo ecológico a partir
de este patchwork social complejo.
Además, se han
transformado las formas de socialización y relación de la gente. Sin entrar en
detalles, tenemos modelos de vida más individualizados, un acceso a la
información más segmentado, menos espacios de interacción social compleja. La
izquierda tradicional se apoyó en viejas prácticas religiosas y en los espacios
de vida comunitaria autoconstruidos para consolidar su base social. Hoy debemos
pensar en nuevas formas de conexión cuando muchas de las viejas fórmulas han
dejado de funcionar. Y ello añade otra tuerca de complejidad a lo que debe
hacer una izquierda con ambición transformadora.
Fin
Esta nota es
demasiado larga. He tratado de compendiar lo que pienso que está en la base de
los problemas de Sumar y más allá, en el declive de las izquierdas
transformadoras (y en su negativo el crecimiento de la extrema derecha). Hay
muchas cuestiones, y cada una requiere un tratamiento particular. Algunas
podrían ser solucionables si hay buena voluntad (el encaje organizativo); otras
requieren mucha persistencia y trabajo a largo plazo. Situarlas en conjunto
puede tener, en el momento actual, el interés de ayudar a entender que muchos
de los debates en los que a menudo nos perdemos se deben a que estamos inmersos
en una telaraña densa que, en ocasiones, no nos deja ver líneas de respuesta.
Partiendo de la conciencia de la complejidad, y de cuál es la naturaleza de los
problemas, quizás podamos encontrar respuestas y evitar peleas inútiles. Porque
en el contexto actual de derechización, crisis social y ecológica, es más
necesario que nunca que nos dotemos de organizaciones, incluidas las políticas
institucionales, que ayuden a impulsar otra dinámica social.
Fuente: mientras tanto
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