Potencias y límites de las
manifestaciones
Por Raúl Zibechi
Rebelion
|25/03/2023
Fuentes: La Jornada
En 2003, millones de personas ganaron las calles de muchas ciudades del
mundo para protestar contra la invasión de Irak por Estados Unidos, pergeñada
con el falso argumento de la existencia de armas de destrucción masiva.
Ese mismo año,
un artículo en The New York Times señalaba que la opinión
pública global se había convertido en la segunda superpotencia (https://nyti.ms/42uLZz0).
Dos décadas
después, las cosas han cambiado drásticamente; 3.5 millones de manifestantes en
las calles de Francia, que representan a los dos tercios que se oponen a la
reforma jubilatoria, no consiguieron impedir que el gobierno terminara
imponiéndola, pasando por encima de la opinión pública y del parlamento.
En Perú se
produjeron mil 327 protestas entre el 7 de diciembre de 2022 y el 20 de febrero
de 2023, entre movilizaciones, paralizaciones y plantones, informa la
Defensoría del Pueblo (https://bit.ly/3mWLFbK).
También se registraron 145 puntos de bloqueo, 15 comisarías fueron dañadas y
cinco aeropuertos tomados, además de un número indeterminado de
acciones de menor envergadura. Pese a esa gigantesca energía colectiva, la
presidenta Dina Boluarte sigue en el gobierno, apoyada por las fuerzas armadas
y policiales que mataron a más de 60 personas.
En los últimos
años hubo revueltas en Ecuador, Chile, Nicaragua, Colombia y Haití, pero el
neoliberalismo sigue imperando en toda la región, porque la energía colectiva
en las calles se canaliza hacia las urnas.
Las preguntas
se acumulan. ¿La manifestación y la protesta ya han perdido su capacidad
transformadora y destituyente? El filósofo y sicoanalista Miguel Benasayag
recuerda que en mayo de 1968, en Francia, hubo muchísima menos gente en las
calles que ahora, pero el poder escuchaba la protesta y la atendía de algún modo.
Ahora puede venirse el cielo abajo, que no hay respuestas de arriba.
En este tiempo
han cambiado por lo menos tres cosas.
La primera es
que el Estado-nación ha sido tomado por asalto por el 1% más
rico, el capital financiero y especulativo, para blindar sus intereses. Este es
un cambio estructural de larga duración, por lo menos hasta que derrotemos al
capitalismo.
La segunda es
que ese poder ultraconcentrado, aprendió a manipular a los movimientos con
pequeñas concesiones bajo la forma de políticas sociales y al conjunto de la
opinión pública mediante los grandes medios de comunicación monopólicos.
La tercera es
la que pretendo desarrollar brevemente, ya que las dos anteriores vienen siendo
analizadas en diversos espacios. Se trata de cómo el Estado está neutralizando
la capacidad destituyente de la lucha de calles, mediante modos de represión
muy potentes, pero a la vez novedosos y menos estridentes que las balas de
plomo.
Uno es el
dispositivo acústico de largo alcance (LRAD), denunciado por Eva Golinguer en
2009, que son “sirenas capaces de ‘torturar’ el oído humano, con un alcance por
encima de 500 metros” (https://bit.ly/3Z6AhHA).
Se trata de una guerra sónica capaz de dispersar manifestaciones con granadas
aturdidoras.
Venom es un
arma utilizada por la policía antidisturbios en Colombia (como parte de
arsenales mal llamados menos letales), consistente en 30 tubos que lanzan
proyectiles simultáneos capaces de diseminar grandes cantidades de sustancias
químicas irritantes en un área amplia casi al instante (https://bit.ly/3JuZh5P).
El arma ha sido denunciada por organismos de derechos humanos, incluyendo la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Las balas de
goma merecen trato aparte, ya que han producido miles de mutilaciones y
estallidos oculares, sobre todo en Chile, además de otros daños físicos y
decenas de muertes. Amnistía Internacional y la Fundación Omega piden un
tratado internacional que prohíba el comercio y el uso de balas de goma (https://bit.ly/3Tzcxe1).
En Naciones
Unidas se presentó un informe de la relatora especial para la promoción de los
derechos humanos, donde su autora Fionnuala Ní Aoláin, denuncia “la adopción de
tecnologías de alto riesgo y altamente intrusivas, como las tecnologías
biométricas, la inteligencia artificial (IA), la vigilancia con software espía
o los drones” (https://bit.ly/3n84OYm).
La gama de
formas represivas que van desde el disparo con fusiles y la introducción de
provocadores hasta el uso de datos biométricos, pasando por asesinatos
selectivos camuflados como muertes extrajudiciales o atribuibles al narcotráfico
(que en algunos lugares ya nombramos como polinarcos), amplían
exponencialmente la capacidad de los estados de neutralizar la protesta.
Seguiremos
acudiendo a manifestaciones y protestando. Pretendo advertir que no alcanza con
protestar, que necesitamos requilibrar nuestras energías. Debemos dedicarnos
día a día a construir nuestros mundos nuevos, diferentes y autónomos, porque el
sistema ha encontrado formas y modos de neutralizar la calle para evitar la
destitución de sus gobiernos.
Fuente: https://www.jornada.com.mx/2023/03/24/opinion/018a2pol
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