La
idea de la emancipación femenina de dos anarquistas emblemáticas, Emma Goldman
y Federica Montseny reza originalmente el subtítulo de este artículo. Dos
mujeres fuertes, luchadoras, que dejaron, cada una a su modo, profunda huella.
Amor, sexo y feminidad en
el pensamiento anarquista
Voy a presentar a dos conocidas mujeres anarquistas. Una, española, Federica Montseny (1905-1994), que tuvo un gran protagonismo durante la guerra civil española en la que los anarquistas ejercieron una influencia que jamás tuvieron en ningún otro país. A pesar de que rechazaban toda noción de gobierno y de poder político, en aquella coyuntura de lucha contra el fascismo, cuatro anarquistas, entre ellos Montseny, accedieron a formar parte del gobierno, entre noviembre de 1936 y mayo de 1937. Montseny fue la primera mujer en la historia española que ocupó una cartera ministerial, lo que le dio una extraordinaria proyección en la escena pública, tradicionalmente reservada a los hombres, más aún en una sociedad tan tradicional como era entonces la española. La otra mujer es Emma Goldman (1869-1940), 35 años mayor que Montseny, judía nacida en el imperio ruso que siendo muy joven emigró a los Estados Unidos, convirtiéndose allí en la figura más relevante del anarquismo de principios del siglo XX.
Al
estallar la guerra civil, Goldman recibió con inmenso júbilo la invitación de
la CNT-FAI a viajar a Barcelona, fue una más de los muchos extranjeros que se
apresuraron a ofrecer su talento, su energía y, si era necesario, su vida, para
combatir a las fuerzas franquistas, y, en su caso, también para ayudar a crear
una nueva sociedad en la retaguardia. Goldman era por entonces una mujer
conocida e influyente entre los anarquistas españoles, que habían podido leer
sus escritos traducidos en la prensa anarquista española, así como en folletos
baratos dirigidos a los obreros. Goldman viajó por las diferentes zonas de la
España republicana, visitando fábricas y granjas colectivizadas, hospitales, e
incluso cárceles. No obstante, su desconocimiento del idioma español le
dificultó la tarea y, a pesar de su gran interés por permanecer en el centro
mismo de la revolución, su disciplina internacionalista la llevó a aceptar,
aunque a regañadientes, su traslado a Gran Bretaña. Fue nombrada representante
de la CNT-FAI en Londres para la campaña de propaganda y allí estuvo durante la
mayor parte de la guerra, tratando de organizar la ayuda y la solidaridad
extranjera hacia la España republicana.
Montseny
y Goldman se habían conocido personalmente ya antes de la Guerra Civil, gracias
a un amigo común, el historiador e intelectual anarquista austriaco Max Nettlau
(1865-1944), que llegó a tener con Federica y sus padres –los conocidos
anarquistas Juan Montseny (Federico Urales) y Teresa Mañé (Soledad Gustavo)–
una amistad íntima y directa. Todas las primaveras, desde 1928, viajó a
Barcelona y se alojó en casa de los Montseny/Urales durante varias semanas. Se
sintió muy reconfortado por la “irreprimible vitalidad” de los militantes
anarquistas españoles.
Tras
su primera visita, Nettlau animó a su amiga Emma Goldman a visitar un país que
a él le había cautivado. Goldman vivía por entonces en el exilio. En 1919 se
había visto forzada a abandonar los Estados Unidos, el país donde había vivido
más de treinta años y donde su actividad había llegado a tener enorme
resonancia. Tras años de acoso policial, finalmente las autoridades
norteamericanas de emigración, que tanto habían insistido en considerarla una
«ciudadana extranjera indeseable», lograron su objetivo de expulsarla. Fue
deportada a Rusia junto con otros 250 inmigrantes anarquistas y radicales. En
Rusia sufrió una terrible desilusión por el giro autoritario de la revolución,
la concentración de poder en manos del Estado y la supresión de
disidentes. En 1922, solo dos años después de haber regresado a su país
de nacimiento, decidió instalarse en Europa. Se instaló en la Costa Azul
francesa, en St. Tropez. Allí comenzó a escribir, en 1927 y 28, de forma muy
ardua, muy trabajosa, su autobiografía. Decidió seguir el consejo de Nettlau de
viajar a España porque necesitaba desesperadamente un respiro en aquella
extenuante labor de escritura, y pasó allí en 1929 tres semanas.
España
no era para ella entonces un país desconocido. Su internacionalismo anarquista
la había llevado desde muy joven a querer conocer la situación de sus camaradas
del resto del mundo. En Estados Unidos estuvo en constante relación con los
emigrantes españoles y participó activamente en diversas campañas contra la
política represiva de los gobiernos de la monarquía de Alfonso XIII.
Goldman
en Barcelona visitó a la familia Urales y conoció a Federica. Esta dice en sus
memorias que “la primera impresión no fue buena”. En realidad, no es de
extrañar que no se cayesen bien. Son muchas las ideas y experiencias vitales
que las separan.
Y,
sin embargo, tenían también mucho en común. Ambas eran mujeres fuertes,
enérgicas, vitales, de carácter decidido y emprendedor. Excelentes oradoras y
propagandistas, se embarcaron en múltiples giras de conferencias a lo largo y
ancho del país, en Estados Unidos una, en España la otra; en sus frecuentes
viajes de propaganda para dar discursos y lanzar mítines, se alojaban solas en
hoteles y comían con un libro o un periódico como única compañía al lado de su
plato, imagen insólita en la sociedad de aquella época. Mujeres independientes,
que viajaban solas, que daban mítines, eran, en efecto, algo inaudito, e incluso
escandaloso, y se llegaba a dudar de su feminidad. La gente de los pueblos,
recordaba Montseny, salía asombrada a ver “a la mujer que habla”. Una mujer que
hablase, en la España de los años veinte, se asemejaba a un espectáculo
circense, según palabras de la propia Federica.
Eran
mujeres independientes y con una capacidad de trabajo asombrosa. Las dos
tuvieron una destacada faceta como escritoras de múltiples ensayos, artículos y
entrevistas en la prensa. Ambas escribieron una primera parte de sus memorias,
que Goldman tituló Living my Life, Viviendo
mi vida y Federica, Mis primeros cuarenta años. Ambas
albergaron la intención de escribir un segundo volumen pues en el primero se
quedaban a medio camino de sus vidas, pero ninguna de ellas lo hizo.
A
pesar de los graves problemas y disputas internas en el seno del anarquismo, a
pesar de la amargura que al final de sus vidas albergarán ambas por demasiadas
derrotas sufridas, las dos creyeron en el ideal libertario hasta su último
aliento, Goldman en su exilio de Canadá, en 1940, Montseny en el suyo en
Toulouse (Francia), en 1994.
En
su condición de mujeres, Goldman y Montseny compartieron el interés y la
preocupación por el tema de la emancipación femenina, y ambas escribieron
extensamente sobre el tema, Goldman sobre todo en su revista Mother
Earth y publicando ensayos como The Tragedy of
Woman’s Emancipation que se tradujo al castellano; y Montseny
en artículos recogidos en un folleto titulado El problema de los
sexos y sobre todo en novelas cortas populares[1],
de aparición periódica y precio asequible, que alcanzaron en los medios obreros
un éxito impresionante (La Victoria, La
indomable…). A ninguna de las dos le gustaba el término de
“feminismo”, que se asociaba entonces a la lucha sufragista, que ellas tachaban
de burgués y reformista. Consideraban que el activismo de esas mujeres de clase
media no hacía sino perpetuar las odiosas instituciones que tenían encadenada a
la humanidad: el Estado, la Iglesia y la familia.
La
nueva mujer moderna y desinhibida de los años 20 y 30 no era tampoco un modelo
para ninguna de las dos. Criticaron la imagen de mujer tipo “garçon” según la
moda andrógina de tratar de parecerse lo más posible al hombre, rompedora de
las normas de género, pero frívola. Esa mujer “moderna” era “un ser artificial”
con un concepto estrecho y muy limitado de emancipación. El aspecto de
Federica, su forma de vestir, era más bien convencional. Emma Goldman tampoco
tenía un aspecto de mujer moderna; un periodista que la entrevistó se había
sorprendido de que se pareciera mucho a “la mujer de un granjero en un día de
compras”.
Una
de las ideas más insistentes de Goldman a propósito de la emancipación de la
mujer fue la necesidad de luchar contra “sus tiranos interiores”, “los
carceleros de su espíritu”. La idea de que la liberación no sólo debía ser
externa sino fundamentalmente interna, psicológica. Sólo cuando confiase en sí misma,
reconociera su propia valía, rechazase ser la esclava síquica o económica de su
amante masculino, y se liberase del temor al qué dirán, se podría emancipar
verdaderamente. Montseny recogió esta idea de Goldman e hizo mucho hincapié en
la lucha interna que la mujer debía librar para lograr su autoestima, para
llegar a respetarse a sí misma, única forma efectiva de exigir un respeto por
parte de los hombres.
Federica
y Emma defendieron a ultranza la libertad y autonomía de la mujer, su derecho a
recibir instrucción y a decidir por sí misma. Una y otra hicieron hincapié en
la necesidad de su independencia económica, del acceso a un trabajo asalariado
en igualdad de condiciones que el hombre. Goldman sostuvo que las mujeres que
dependían de los hombres eran en cierto sentido prostitutas: “La mujer que vive
en dependencia económica recibe una paga, aunque sea de su marido legítimo”.
Como
vemos, Emma Goldman y Federica Montseny comparten bastantes ideas, pero también
son muchas las diferencias que las separan.
Una,
primera y fundamental, fue el modo en que llegaron a convertirse en
anarquistas. El origen y formación de ambas es muy diferente. La infancia de
Emma Goldman fue muy desgraciada. Desde que nació sufrió la opresión, tanto en
la esfera política (por parte del Estado ruso contra los judíos), como
económica y personal (en el colegio, donde imperaba un severo autoritarismo,
así como en el seno familiar. Jamás se sintió querida. Su tiránico padre –que
habría querido que Emma fuese varón– la sometió a maltrato físico). Desde
pequeña mostró su rebeldía frente a esa atmósfera opresiva y admiró y leyó con
fruición a los autores revolucionarios rusos. Vio en América una vía de escape
y allí emigró a los diecisiete años. Pero comprobó enseguida que aquella no era
la tierra soñada. En Estados Unidos se convirtió en una obrera inmigrante,
cosiendo durante diez horas y media al día en una fábrica de Rochester por un
sueldo miserable. En 1889 se fue sola, con veinte años, a la ciudad de Nueva
York donde se unió al movimiento anarquista.
Federica,
en cambio, tuvo una infancia y juventud fáciles y felices. Fue hija única. Sus
padres se volcaron en su educación, que recibió en su propia casa, a cargo
sobre todo de su madre que era maestra, en un ambiente intelectual y librepensador,
con la extraordinaria biblioteca familiar a su alcance. Desde pequeña, la
militancia anarquista fue para Federica algo natural. Era lógico que, al igual
que sus padres, se dedicara a las actividades de publicista en la editorial
familiar.
Pero
no fueron sólo la infancia y la juventud sino sus respectivas trayectorias
vitales en la edad adulta las que las distancian radicalmente. Uno de los temas
en que aparecen más claramente enfrentadas es en el papel que cada una de ellas
otorga en su vida (y en la vida de las mujeres en general) a la maternidad.
Según
Federica, la maternidad es un imperativo categórico para la mujer, la
culminación de las funciones propias del género femenino. Por más que
defendiera el derecho de las mujeres a planificar sus embarazos y dedicarse a
otras tareas, aparte de las de criar a una familia, sostuvo que nunca podrían
considerarse completas sin desarrollar su faceta maternal. Federica definió a
la “mujer sin hijos, árbol sin fruto, rosal sin rosas”. En su vida privada,
quiso a todo trance ser madre y lo fue, de tres hijos.
Federica,
en sus memorias, contrapone su actitud ante la maternidad con la de Emma
Goldman. Estaba convencida de que Goldman se había operado para evitar ser
madre, lo que no es el caso; lo que hizo fue no someterse a la operación
necesaria para poder tener hijos porque padecía la enfermedad de endometriosis
o útero invertido. Le gustaban sin embargo los niños, cuidó con cariño de sus
hermanos pequeños, y luego, cuando trabajó como enfermera, tuvo siempre
predilección por atender a niños. Como comadrona, Goldman comprobó la maldición
que era para una mujer pobre cada nuevo embarazo. Vio demasiadas infancias
desgraciadas. Su propia experiencia infantil –que no era en absoluto una
excepción– había sido desgraciada. Pero la razón más importante en su
inquebrantable decisión de no ser madre fue su total entrega a la causa
anarquista, que requería un compromiso y una dedicación absolutos.
Los
amantes sucesivos de Goldman le reprocharon que no quisiera tener hijos y
acabaron yéndose de su lado para formar una familia con otra mujer. La mayoría
de los hombres anarquistas del entorno de Goldman también creían que la mujer
debía ser principalmente madre. Así como Goldman no pudo cumplir su persistente
anhelo de una relación amorosa de larga duración, la unión de Federica con su
compañero Germinal fue muy perdurable, pues duró de hecho hasta la muerte de
él. La vida amorosa de Federica fue monógama. Goldman en cambio tuvo sucesivas
y a veces simultáneas relaciones amorosas, que acabaron en frustración, pero
ese fracaso acrecentó su preocupación por las cuestiones del amor, el
matrimonio, la sexualidad, las relaciones de género y la emancipación femenina.
La causa de la liberación sexual y, en general, el problema del sexo, fue
central en su vida y en su obra. Goldman creía en la libertad de todo ser
humano para decidir su opción sexual y para experimentar el sexo de la manera
que desease. En la teoría de sus escritos y discursos, tanto como en la
práctica de su vida, sus ideas sobre una moral sexual y unos modos de relación
entre los sexos alternativos a los imperantes en la sociedad burguesa, resultan
tremendamente actuales. Su idea de la libertad la llevó a una completa
aceptación de prácticas sexuales no convencionales. Defendió temprana y
abiertamente la homosexualidad, combatió en sus conferencias los prejuicios
homofóbicos, e incluso algún autor ha insinuado que pudo haber tenido una
relación lesbiana con una colega anarquista. Desde los Estados Unidos, defendió
públicamente a Oscar Wilde, cuya sentencia de cárcel en 1895 en Gran Bretaña
consideró “un acto de cruel injusticia y repulsiva hipocresía” por parte de una
sociedad puritana. Dio conferencias en 1915 en los Estados Unidos sobre un tema
considerado en aquella época “el mayor tabú” y que algunos de sus compañeros
anarquistas le censuraron al considerar que se trataba de una práctica
anti-natural.
En
los temas de moral sexual, Federica Montseny está muy lejos de la libertad de
Goldman. En tanto que anarquista, Federica abominaba del matrimonio y abogaba
por el “amor libre” en el sentido de la unión entre un hombre y una mujer sin
intervención alguna del Estado, sin ningún tipo de sanción legal o consagración
religiosa, una unión consciente y libremente elegida de una pareja en la que
debía existir afinidad sentimental y espiritual.
No
le gustaba nada ni el “amor plural” –las relaciones múltiples y simultáneas– ni
el sexo sin amor. Para Federica, el amor debía tender hacia el fin principal de
la procreación y por ello debía exigírseles a los amantes “entrega, sacrificio
y abnegación”. “La mujer no debe vivir una vida artificiosa, morbosa, de
histérica obsesionada por el deseo sexual”, escribió. La experimentación sexual
no le interesaba. Manifestó un claro puritanismo en lo relativo a la
promiscuidad, lo que no era excepción en el movimiento anarquista español. En
España fue raro que las mujeres anarquistas tuvieran más de un compañero a la
vez. Las que intentaron tomarse en serio el amor libre, según entrevistas realizadas
a muchas de ellas, bien teniendo más de un amante al mismo tiempo, bien
abandonando a su amante cuando la relación no les resultaba ya satisfactoria,
se enfrentaron al ostracismo social, incluso entre sus amigos y camaradas del
movimiento anarquista. La mayoría de ellos se burlaba y denigraba a las mujeres
que practicaban el amor libre en el sentido de amor plural.
Federica
no prestó especial atención a la reforma sexual ni al control de la natalidad,
que no tuvieron cabida en su propaganda. Muchos anarquistas, cuya utopía social
se basaba precisamente en el retorno a los valores naturales, consideraban
antinatural la contracepción. Es ésta otra radical diferencia entre Montseny y
Goldman, ya que esta última hizo de la difusión de los métodos de control de la
natalidad, un tema subversivo por entonces, una de sus principales luchas. Dio
mítines y conferencias, escribió en la prensa artículos, distribuyó folletos
informativos sobre anticonceptivos y “limitación de la familia”, una actividad
prohibida por ley por la que fue perseguida y encarcelada.
Sin
duda, Federica y Emma eran mujeres resistentes, fuertes, que no se dejaban
dominar por nadie. Pero creo que, si hablamos de capacidad de identificación
con los más desvalidos, la balanza se inclina del lado de Goldman, en cuyos
escritos se percibe una fuerte empatía hacia todos los desfavorecidos de la
sociedad, y hacia las mujeres en particular. La empatía de Federica con sus
compañeras de sexo es mucho menor. Educada desde el mismo momento de su
nacimiento para ser una mujer emancipada, Federica consiguió desde luego serlo.
Su propia experiencia, nada habitual en la gran mayoría de las mujeres
españolas, la llevó a considerar que cualquier mujer, si se lo proponía, podía
emanciparse y protagonizar su vida. “Llevar la vida que deseen sólo depende de
las mujeres”, afirmó. Pero su caso era muy excepcional y esa idea suya de “supermujer”,
que respondía muy bien a lo que ella era, no era trasladable al común de las
mujeres españolas. En su madurez, muy segura ya de sí misma, la emancipación
femenina se convirtió para Federica en algo secundario.
El
estallido de la guerra civil y la consiguiente necesidad de recurrir a las
mujeres para el esfuerzo armado y de retaguardia, potenció a las organizaciones
femeninas de todas las orientaciones ideológicas, que vivieron una época de
gran efervescencia. En 1936 se creó una organización anarquista
exclusivamente de mujeres, Mujeres Libres[2],
con la que Federica se mostró reticente. Mujeres Libres partía
del principio de que la mujer estaba sometida a una doble opresión, la de clase
y la de género, por lo que se hacía necesaria una “doble lucha”: la
revolucionaria contra el sistema capitalista, para eliminar la explotación
social y económica y destruir el Estado; y la propiamente femenina, que acabara
con la supremacía masculina y las estructuras patriarcales. Creían
imprescindible esta tarea, dada la actitud sexista de los propios compañeros de
militancia anarquista y la evidencia de una práctica sindical fuertemente patriarcal
que marginaba a las mujeres en los sindicatos y ateneos anarquistas, en clara
contradicción con el igualitarismo teórico del ideal anarquista.
En
la zona republicana, la revolución social que tuvo lugar durante la guerra
civil se hizo realidad a través de la colectivización de tierras y fábricas por
parte de las organizaciones obreras. Pero la revolución no produjo un cambio en
las tradicionales relaciones entre hombres y mujeres, ni acarreó la
emancipación de la mujer. Por el contrario, continuaron las diferencias
salariales en función del sexo y la división sexual del trabajo.
Montseny,
sin embargo, asumió que no era necesaria ni conveniente una lucha autónoma de
las mujeres ya que podía minar la unidad del movimiento. No militó
en Mujeres Libres, y es más, se negó a apoyarla, quizás porque podía
hacerle la competencia a la CNT. Sin embargo, Goldman, ofreció encantada su
colaboración a Mujeres Libres porque, al contrario que Montseny,
creía necesario que las mujeres luchasen contra la opresión específica que
sufrían por el hecho de serlo. La lucha de Mujeres Libres era la
suya, así que trató de recabar para ellas el apoyo de los líderes de la CNT,
aunque sin éxito. Mujeres Libres nunca encontró un reconocimiento
oficial dentro del movimiento anarquista.
A
pesar de ser las dos mujeres y las dos anarquistas, sus ideas sobre la
liberación femenina y la libertad sexual, como hemos venido explicando,
difieren considerablemente. Goldman fue mucho más audaz, se atrevió a llevar al
debate público temas que pertenecían a la intimidad, a la esfera privada de la
gente, y de ahí en gran parte que sea una figura mucho más atractiva para las
nuevas generaciones que Montseny. Desde que fue redescubierta por el movimiento
de mayo del 68 y por la Nueva Izquierda en los 70, Emma Goldman ha ejercido y
sigue ejerciendo una gran fascinación en gentes de la izquierda.
Este
artículo es una versión reducida, publicada en el Blog Conversación sobre la
Historia el 25 de enero de 2023, de Susana Sueiro Seoane, “Amor, sexo y
feminidad en el pensamiento anarquista. La idea de la emancipación femenina de
dos anarquistas emblemáticas, Emma Goldman y Federica Montseny”, Altre
Modernitá, Otras Modernidades, Autres Modernités, Other Modernities, Rivista
di Studi Letterari e Culturali. Università degli Studi di Milano, Nº. Extra, 3, 2019 (Ejemplar dedicado a:
Literatura y derechos humanos. Nuevas violencias, nuevas
resistencias), pp. 49-78.
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