Reseña: “Las personas más raras del mundo”, de
Josep Henrich: una explicación de cómo la cultura cambia el cerebro.
Javier Sampedro
Sociología
ctítica
2022/11/20
Fuente: Reseña en El País. Nov. 2022
¿Naturaleza o
crianza? En inglés suena como un trabalenguas: nature or nurture?
El debate será seguramente tan antiguo como la humanidad misma —esta niña ha
salido a su padre, el chaval es igualito que su abuela—, pero llegó al mundo
académico a finales del siglo XIX de la mano de Francis Galton, el primo listo
de Charles Darwin. Charles
era un científico serio y concienzudo. Su primo Francis era un polímata intenso
y ansioso por aplicar los principios de la evolución para entender las
sociedades humanas. También inventó la eugenesia y el darwinismo social, lo que
sería suficiente para garantizarle un capítulo en la historia universal de la
infamia. Pero sus ideas científicas, despojadas de interpretaciones políticas y
económicas, siguen hoy vivas en la discusión intelectual. Hasta aquí la naturaleza.
La crianza
alcanzó su apogeo unas décadas después en la psicología de Burrhus Skinner, el influyente
conductista que convenció al mundo académico del siglo XX de que el cerebro
humano nacía como una tábula rasa, una pizarra virgen en la que podía
escribirse cualquier cosa que dictaran los estímulos ambientales. Skinner creía
en la ingeniería social, hasta el punto de que inventó un recinto sellado (Air
Crib, o cuna de aire) aislado del sonido, libre de microbios y con aire
acondicionado donde creía que los bebés disfrutaban del entorno óptimo para
crecer hasta los dos años. Desde su púlpito de Harvard, a mediados del siglo
pasado, Skinner ejerció una influencia arrolladora sobre varias generaciones de
psicólogos que aún hoy permanece inmarcesible. Genética sigue siendo una
palabra fea en las aulas de humanidades. Hasta aquí la crianza.
El
extraordinario libro de Joseph Henrich que
nos llega ahora, Las personas más raras del mundo, editado por la
dinámica Capitán Swing, expone la solución al dilema entre naturaleza y crianza
con una deslumbrante elocuencia. Resolver una dicotomía suele exigir subir la
escalera y percibir que, desde el balcón del piso de arriba, la contradicción
se desvanece y las dos ideas opuestas se revelan como meras partes de una
realidad más abstracta, más profunda y fructífera. No es naturaleza o crianza,
sino naturaleza luego crianza y crianza luego naturaleza.
Sin los genes
humanos no podemos aprender a leer y escribir. Pero leer y escribir modifican
el cerebro. Es el argumento esencial del que
emerge este libro de 799 páginas. Las personas más raras del mundo a las que se
refiere el título somos los ciudadanos occidentales. Una de las principales
razones es la alfabetización extensiva de la población de los países
desarrollados, que por desgracia sigue siendo una rareza entre las mil culturas
del planeta Tierra. Y ello no se debe a que los occidentales seamos más listos
de nacimiento, sino a que nuestras sociedades y sistemas políticos nos han
alfabetizado. Y a que esto ha modificado nuestro cerebro. Crianza luego
naturaleza.
El autor es una
fuente muy solvente. Profesor y presidente del departamento de Biología
Evolutiva Humana de la Universidad de Harvard, antropólogo e ingeniero
espacial, ha dirigido equipos de investigación sobre el comportamiento de las
distintas sociedades humanas. Deduce de su experiencia que los sujetos
utilizados en la mayoría de las investigaciones psicológicas —los ciudadanos
occidentales— son muy peculiares. Con un guiño, los llama WEIRD,
que significa raro, pero también son las siglas inglesas de occidental,
educado, industrializado, rico y democrático. Su percepción es importante,
porque implica que la psicología actual se basa en una muestra muy sesgada de
la especie humana. Los ciudadanos occidentales no son extrapolables al resto de
las culturas del planeta.
Las personas
más raras del mundo no es un libro para neurocientíficos ni para
antropólogos. Su objetivo, como debería ser el de todo libro, es la población
culta de cualquier tendencia. Aquí no hay doctrina ni doctrinilla, sino
argumentos basados en investigaciones solventes, incluidas las del propio
autor.
Henrich lleva
al lector de la mano por una realidad compleja —nuestra especie lo es—
mostrándole el camino no solo hasta sus conclusiones, por chocantes que
resulten, sino también hacia la forma científica de obtenerlas. Esto es en sí
mismo una novedad en un panorama ensayístico demasiado sesgado por las
opiniones caprichosas de los autores. Henrich bebe de la tradición de Jared Diamond, en quien la
sensibilidad antropológica y la creatividad científica conviven sin
contradicción en el balcón del primer piso. Ambos autores son intelectuales de
nuestro tiempo que han trascendido las miopes fronteras académicas que nos
lastran.
Aprender a leer
y a escribir modifica el cerebro, y de un modo bien interesante. Un poco por
encima y por detrás de la oreja izquierda —la región occipitotemporal izquierda
del córtex cerebral— moran de forma innata los procesadores especializados en
interpretar el lenguaje hablado y reconocer los objetos. El lenguaje hablado
está íntimamente asociado a la naturaleza humana y ha representado un papel
protagonista en la evolución de nuestra especie durante cientos de miles de
años. La escritura, en cambio, es un invento con poco más de 6.000 años. La
genética no ha tenido tiempo de adaptarse y, por tanto, el cerebro no nace con
un órgano de la escritura incorporado. Pero la cultura crea ese órgano, allí en
medio del lenguaje y el reconocimiento de objetos, un nuevo procesador que se
encarga de percibir las letras y las palabras, esos objetos tan especiales.
Las diferencias
de las poblaciones occidentales con otras culturas son más amplias que todo
eso. Los rasgos distintivos se extienden al razonamiento espacial, la atención,
la memoria, la equidad, la disposición al riesgo, el reconocimiento de pautas,
el pensamiento inductivo y hasta la susceptibilidad a las ilusiones ópticas. La
cultura cambia el cerebro, y por eso los occidentales somos las personas más
raras del mundo. Lean el libro.
Queridos alienígenas, para entendernos viajen a la
Edad Media / Josep Henrich
Quizá seas una
rara o un raro, un WEIRD, una persona criada en una sociedad occidental
(Western), con estudios (Educated), industrializada (Industrialized), adinerada
(Rich) y democrática (Democratic). Si tal es el caso, es probable que seas
bastante peculiar psicológicamente. A diferencia de la mayoría del mundo en la
actualidad, y de la mayor parte de las personas que han vivido, nosotros, las
personas WEIRD, somos muy individualistas, obsesionados con nuestro propio yo,
orientados a tenerlo todo bajo control, reacios a conformarnos al resto y
analíticos. Estamos centrados en nosotros mismos,
en nuestros atributos, logros y aspiraciones, antes que en nuestras relaciones
y papeles sociales. Aspiramos a ser “nosotros” en todos los contextos y vemos
las contradicciones en otros como hipocresía, antes que como flexibilidad. Al
igual que ocurre con cualquiera, sentimos inclinación a seguir los pasos de
nuestros iguales y de las figuras de autoridad, pero no estamos tan dispuestos
a adaptarnos a otros cuando se trata de entrar en conflicto con nuestras
creencias, observaciones y preferencias. Nos vemos como seres únicos, no como
nudos de una red social que se extiende por el espacio y hacia atrás en el
tiempo. Cuando desempeñamos una acción, nos gusta tener la sensación de control
y de estar tomando nuestras propias decisiones. A la hora de hacer
razonamientos, las personas WEIRD tendemos a buscar categorías y reglas
universales con las que organizar el mundo, y proyectamos en la mente líneas
rectas para comprender patrones y anticipar tendencias. Simplificamos fenómenos
complejos, descomponiéndolos en sus elementos discretos y asignándoles a estos
propiedades o categorías abstractas, ya sea suponiendo tipos de partículas,
patógenos o formas de ser. A menudo obviamos las relaciones entre las partes o
las similitudes entre fenómenos que no se ajustan de forma clara a las
categorías que nos formamos. Por eso, sabemos mucho sobre cada árbol, pero a
menudo no vemos el bosque.
Las personas
WEIRD también somos particularmente pacientes y a menudo trabajadoras. Mediante
una poderosa capacidad de autocontrol, podemos postergar la gratificación de
las recompensas financieras, el placer y la seguridad a un momento
futuro, a cambio de una cierta
incomodidad e incertidumbre en el presente. De hecho, la gente WEIRD
a veces encuentra placentero el trabajo duro y concibe la experiencia como
purificadora. Paradójicamente, y a pesar de nuestro fuerte individualismo y
nuestra obsesión con nosotros mismos, las personas WEIRD tendemos a ceñirnos a
reglas o principios imparciales y podemos ser bastante fiables, honestas,
ecuánimes y cooperativas con respecto a los forasteros o los desconocidos.
Tanto es así que, en relación con la mayoría del resto de las poblaciones, los
WEIRD mostramos, hasta cierto punto, menos favoritismo hacia nuestros amigos,
familias, gente de la misma etnia y comunidades locales que otros grupos. Pensamos que el nepotismo está
mal y fetichizamos principios abstractos por encima del
contexto, la viabilidad, las relaciones y la conveniencia.
En lo
emocional, es común que los WEIRD nos dejemos sacudir por la culpa, cuando no
cumplimos con los criterios y aspiraciones que nos inspira la cultura pero que
son en gran medida autoimpuestos. En la mayor parte de las sociedades que no
son WEIRD, es la vergüenza, y no la culpa, la que impera sobre la vida de las
personas. Los individuos se avergüenzan cuando ellos mismos, sus familiares o
incluso sus amigos no cumplen con los criterios que sus comunidades les han
impuesto. Alguien puede, por ejemplo, “quedar mal” ante el juicio de los ojos
ajenos si su hija se fuga con alguien externo a su círculo social. Por nuestra
parte, las personas WEIRD podríamos sentirnos culpables por echar la siesta en
lugar de ir al gimnasio, incluso aunque no sea una obligación y nadie se vaya a
enterar. La culpa depende del propio criterio y la autoevaluación, mientras que
la vergüenza descansa en estándares sociales y el juicio público.
Se trata tan
solo de algunos ejemplos, la punta de ese iceberg psicológico donde se incluyen
aspectos de la percepción, la memoria, la atención, el razonamiento, la
motivación, la toma de decisiones y los juicios morales. Sin embargo, ¿de qué
modo se volvieron las poblaciones WEIRD tan peculiares psicológicamente?, ¿por
qué son distintas?
Rastreando las
piezas de este rompecabezas en el tiempo, hasta la Antigüedad tardía, veremos que una secta
cristiana llevó consigo la diseminación de un particular
paquete de normas sociales y creencias que alteraron de forma radical el
matrimonio, la familia, la herencia y la propiedad en algunas partes de Europa
durante siglos. Semejante transformación de las bases de la vida familiar puso
en marcha un aparato de cambios psicológicos que alentó unos esquemas novedosos
de urbanización y alimentó el comercio impersonal, al tiempo que suscitó la
proliferación de organizaciones voluntarias, desde gremios mercantiles y
poblaciones con estatuto propio hasta universidades y órdenes monásticas
transregionales, las cuales eran gobernadas por normas y leyes de nuevo cuño
cada vez más individualistas. En el proceso de explicar la psicología WEIRD,
también arrojaremos luz sobre la naturaleza exótica de la religión, el matrimonio
y la familia WEIRD. Si no sabías que nuestros sistemas religiosos,
matrimoniales y familiares eran tan extraños, abróchate el cinturón.
Entender cómo y
por qué algunas poblaciones europeas llegaron a ser psicológicamente peculiares
hacia finales de la Edad Media también nos ayudará a esclarecer otro gran
enigma, el del “auge de Occidente”.
¿Por qué las sociedades de la Europa occidental se hicieron con una porción tan
grande del mundo a partir de más o menos 1500? ¿Cuál es la razón de que, a
finales del siglo XVIII y desde esta misma región, comenzase a manar un
crecimiento económico, impulsado por las nuevas tecnologías y la Revolución
Industrial, que daría lugar a las distintas oleadas de la globalización que aún
siguen sacudiendo el mundo en la actualidad?
Si, desde la
órbita correspondiente, un equipo de antropólogos alienígenas hubiese llevado a
cabo una investigación sobre la humanidad en el año 1000 de la era común, o
incluso en 1200, jamás se habrían imaginado que las poblaciones europeas
llegarían a dominar el planeta durante la segunda mitad del milenio. Lo más
probable es que, en su lugar, hubiesen apostado por China o por el mundo
islámico. Lo que habrían pasado por alto desde su peana orbital es la
silenciosa fermentación de una nueva psicología durante la Edad Media en
algunas comunidades europeas, una psicología proto-WEIRD que gradualmente iría
sembrando las bases para el surgimiento de los mercados impersonales, la
urbanización, los gobiernos constitucionales, la política democrática, las
religiones individualistas, las sociedades científicas y una innovación
incesante.
Joseph
Henrich (Norristown, EE UU, 1958) preside el Departamento de
Biología Evolutiva Humana en la Universidad de Harvard. Este extracto es un
adelanto del libro Las personas más raras del mundo. Cómo Occidente
llegó a ser psicológicamente peculiar y particularmente próspero, que
Capitán Swing publica el próximo 31 de octubre.
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