En
el 40 aniversario de la pertenencia de España a la OTAN, esta celebrará su
Cumbre en Madrid los próximos 29 y 30 de junio. Con los datos históricos
disponibles, la OTAN es una potencia criminal que sostiene un sistema económico
obsoleto y destructivo.
La OTAN y España
El Viejo Topo
26 junio, 2022
El Estado
español conmemora el 40 aniversario de su pertenencia a la OTAN (Organización
del Tratado de Atlántico Norte), invitando a sus socios a celebrar una Cumbre
en Madrid el 29 y 30 de junio. España entró a formar parte de esa alianza
militar durante el gobierno de Calvo Sotelo, perteneciente a la UCD, el partido
creado por Adolfo Suárez para gestionar la Transición política desde la
dictadura de Franco a la monarquía liberal. La decisión de integrarse en la
estructura militar atlántica abría paso a la posterior integración económica en
la Unión Europea, consiguiendo la normalización de la sociedad española dentro
de su entorno geopolítico natural.
El Referéndum de 1986
A pesar del
europeísmo dominante entre la ciudadanía española –tras el aislamiento que
significó la dictadura de Franco-, la decisión de entrar en la OTAN despertó
una fuerte oposición; según mostraban los sondeos de opinión, la mayoría no
estaba conforme con ese compromiso belicista que obligaba a pelear en guerras
ajenas. Se ha de subrayar que el Estado español no participó en las dos guerras
mundiales que asolaron Europa en la primera mitad del siglo XX y que los
sentimientos pacifistas eran mayoritarios entre los pueblos peninsulares. Esa
circunstancia fue aprovechada por el PSOE, comandado por Felipe González, en su
campaña para desbancar al gobierno centrista.
Durante la
investidura de Calvo Sotelo a la presidencia del gobierno, tras ganar las
elecciones en 1981, se produjo un amago de golpe de Estado el 23 de febrero de
ese año, comandado por los generales Jaime Miláns del Bosch y Alfonso Armada
–este era amigo personal del Juan Carlos I y fue secretario general de la Casa
del Rey, el cuerpo de ejército directamente encargado de la protección del Jefe
del Estado español-. El impacto emocional en la población española de esa
maniobra política, que recordaba el golpe de 1936 en contra de la II República,
fue enorme y tuvo como consecuencia reproducir y ampliar las actitudes de
docilidad y aceptación entre la población ante el Estado, creadas en la
ciudadanía por la represión fascista a lo largo de las décadas centrales del
siglo XX.
A pesar de ello
el malestar por la integración en la Alianza militar era evidente en la opinión
pública. La disconformidad de buena parte de la población con esa actuación del
gobierno centrista fue una de las causas que hicieron posible la abrumadora
victoria electoral del PSOE en las elecciones de 1982. Ese partido orquestó una
campaña en contra con el lema ‘OTAN, de entrada NO’, que parecía recoger la
protesta ciudadana contra la OTAN. Una vez ganadas las elecciones, en cambio,
el gobierno socialista se desdijo de su programa y mantuvo la pertenencia
española al bloque atlantista. Se puede observar la ambigüedad de esa consigna
electoral, que no significaba un rechazo a la organización militar, sino el
reflejo de una reacción emocional que habría de ser ponderada por la reflexión
crítica. Esa ambigüedad calculada le sirvió al partido ganador para perfilar un
programa electoral que le llevó a obtener una mayoría absoluta de los apoyos
populares. Puro oportunismo –eso sí, bien planificado.
Sin embargo, el
programa electoral afirmaba claramente que el gobierno del PSOE trabajaría por
desvincular el Estado español de la Alianza Atlántica, así como la reducción de
las bases americanas en el territorio español, apostando por una política de paz
y solidaridad entre los pueblos. La ‘traición’ del PSOE a su programa, que
había sido votado mayoritariamente, causó un profundo malestar en la opinión
pública. Lo que parecía ser un programa de confrontación con el imperialismo
dominante, se convirtió en una cesión completa de soberanía bajo las órdenes
del comando militar euro-atlántico –esto es, del Pentágono estadounidense-. De
ahí que comenzara una fuerte movilización para exigir un referéndum sobre la
pertenencia de España a la OTAN. Esa votación se perdió por una diferencia
escasa, debido a una campaña mediática tramposa orquestada por el gobierno. No
obstante, sirvió para la creación de una nueva agrupación de las fuerzas
sociales, que denunciaron la renuncia a los valores socialistas por parte del
partido que decía representarlos. Y de esa movilización nació Izquierda Unida,
capitaneada por Julio Anguita, secretario general del PCE; se originó así una
organización crítica con la deriva liberal de la sociedad española,
reivindicando la tradición republicana ibérica. Es sintomático que en Cataluña,
Navarra y el País Vasco –así como en la provincia de Las Palmas de Canarias-,
ganara el NO a la OTAN.
Una condición
para pertenecer a la OTAN es la constitución democrática del poder política. Lo
que no es sino palabrería inconsistente; el Estado portugués, socio fundador de
esa alianza militar, dudosamente podría ser considerado democrático en tiempos
de la dictadura de Salazar. En todo caso, la entrada de España en la OTAN
parecía una garantía contra las involuciones autoritarias y un recurso
necesario para formar parte de la UE. Al mismo tiempo, apoyando el ingreso en
la OTAN, la restaurada monarquía liberal reafirmaba la vocación imperialista
del Estado español, tradición subrayada por la ideología falangista y el
catolicismo integrista. La OTAN, en efecto, desde su fundación en la segunda
mitad del siglo XX, y hasta nuestros días, es la institución más representativa
del imperialismo contemporáneo.
Las cláusulas
de ese referéndum, sobre la permanencia de España en la OTAN, han sido
ampliamente incumplidas. Estas cláusulas eran: 1. La participación de España en
la Alianza Atlántica no incluirá su incorporación a la estructura militar
integrada. 2. Se mantendrá la prohibición de instalar, almacenar o introducir
armas nucleares en territorio español. 3. Se procederá a la reducción
progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España. Nada que
ver con la realidad, el pueblo español ha sido engañado dos veces por el PSOE
en la cuestión de la OTAN, la primera en el programa electoral de 1982, la
segunda en el Referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN de 1986. Y
como se suele decir, ‘si me engañas una vez la culpa es tuya; si me engañas dos
veces la culpa es mía’. Lo que viene a subrayar la aceptación mayoritaria de la
ideología liberal por la población española, ya sea en la versión progresista
del PSOE, ya sea en la conservadora del PP.
El carácter imperialista de la OTAN
El Estado
español se ha integrado plenamente en la estructura militar de la OTAN,
participa en sus operaciones militares, e incluso ha permitido la introducción
de armamento nuclear en las bases estadounidenses en suelo español. Por tanto,
para entender el carácter del Estado español en el contexto internacional, es
pertinente conocer qué es lo que ese ‘imperialismo’ significa.
La OTAN se
autodefine como una asociación para la defensa colectiva de los miembros frente
a las agresiones externas. Pero difícilmente se puede clasificar como defensiva
la actuación de esa organización bélica contra la civilización islámica de
África y Oriente Medio, que ha sido golpeada por las fuerzas armadas de la OTAN
en Afganistán, Irak, Somalia, Libia y Siria. Tampoco la intervención de la OTAN
en la guerra de Yugoeslavia puede considerarse como una guerra defensiva, pues
en ningún momento hubo agresión de ningún Estado yugoeslavo contra algún país
de la Alianza Atlántica. Desde la desaparición de la URSS, la OTAN ha
desenmascarado su verdadero carácter de potencia agresora contra la libertad de
los estados nacionales que afirman su soberanía; las acciones militares de esa
organización sirven para reconfigurar un orden mundial favorable a los
intereses de las gigantescas empresas capitalistas, destruyendo cualquier
oposición a la hegemonía estadounidense.
Ante la
ausencia de agresiones que justifiquen las acciones bélicas de la Alianza, los
miembros de esa organización se han buscado una razón suplementaria: la OTAN
defiende los derechos humanos de los pueblos frente a la arbitrariedad de los estados
autoritarios. Curiosa protección de los derechos humanos que ha causado
millones de muertos y desplazados, destruido ciudades enteras y arrasado media
docena de países. Esa indiferencia real ante los derechos humanos, que solo
sirven hipócritamente como excusa para la agresión, hace pensar que en realidad
las guerras de la OTAN están defendiendo otra cosa: un orden internacional que
prioriza los intereses de las empresas capitalistas por incrementar sus
beneficios a costa del saqueo de la naturaleza terrestre; el deseo o la
necesidad de los agresores por apoderarse de los recursos y riquezas naturales
de los países agredidos.
En vez de
asumir sus responsabilidades por esas masacres, los miembros de la Alianza
siempre encuentran algún malvado dictador al que echarle las culpas. Es curiosa
la pregunta ingenua que a veces formulan inocentes intelectuales ante tamaña
incongruencia: ‘¿cómo puede causar tanto mal un solo hombre?’. La respuesta es
sencilla: ‘no, no puede; el problema es estructural no individual’. La guerra
es una necesidad del sistema mundial capitalista. Así que cuando el manipulado
sistema informativo que maneja la opinión pública de los países liberales lanza
una campaña de propaganda contra algún gobernante, ya sabemos que está anunciando
una nueva guerra, ¿’defensiva’? Así pasó contra Sadam Hussein en Irak, contra
Muamar el Gadafi en Libia y contra Bachar el Asad en Siria; y últimamente
contra Vladimir Putin se lanzó una campaña que anunciaba la provocación en
Ucrania, llevada hasta límites insoportables para la Federación Rusa, y una
nueva guerra en Europa.
La coyuntura bélica actual
Por tanto, más
allá de las justificaciones oportunistas, las ofensivas de la OTAN se producen
contra todo Estado que intente afirmar su soberanía por encima de los intereses
de la oligarquía financiera mundial. Agresiones que se producen en distintos
grados y por diferentes medios. En otras ocasiones, basta con apoyar un régimen
político favorable a los intereses imperialistas, provocando si es necesario
algún tipo de revolución de colores. Por otro lado, las potencias imperialistas
que componen la Alianza actúan por su cuenta cuando resulta adecuado a sus
intereses, incluso en contra de los intereses de otros Estados miembros. Esto
ha resultado muy claro en la provocación de la guerra de Ucrania, que ha
perjudicado a la UE, y especialmente a Alemania. Pero en general podemos
comprobar en las intervenciones militares de los EE.UU. en América Latina o las
operaciones francesas en África, cuyos objetivos no son compartidos por el
resto de los miembros de la Alianza.
Sin embargo, en
la última década se ha formado una alianza de Rusia, China e Irán, que
constituye una oposición a la política imperialista de la OTAN, creándose una
dinámica mundial de bloques militares enfrentados en una especie de reedición
de la guerra fría. Una situación en la que el conflicto bélico viene asociado a
la confrontación económica, con importantes connotaciones culturales por el
ascenso de ideologías de extrema derecha; lo que ha venido a denominarse como
‘guerra híbrida’.
La
confrontación militar se ha establecido en varios frentes bélicos, activos
desde comienzos del siglo XXI en Oriente Medio, África y Europa del Este. Tras
los procesos de descolonización que se iniciaron al finalizar la Segunda Guerra
Mundial, se introdujo una cuña imperialista contra el mundo musulmán con la
creación del Estado de Israel en 1947, causando el genocidio de la población
palestina-. Pero la ofensiva abierta contra las sociedades islámicas comenzó en
1990 con la Primera Guerra del Golfo –Bush padre-, y especialmente desde la
segunda que comenzó en 2001 –Bush hijo-, bajo la ideología de la ‘Guerra de
civilizaciones’. Esa ofensiva se ha empantanado en Siria, por la intervención
de las fuerzas armadas rusas, y se ha detenido ante Irán por su alianza con
Rusia y China.
La
imposibilidad de progresar en el frente musulmán, puede haber sido la causa
para abrir un nuevo frente en Europa del Este. Ahora en Ucrania el Ejército
ruso no acaba de dominar la situación. Aunque es pronto para establecer un
diagnóstico, parece que los frentes se han estabilizado y entramos en una fase
de desgaste, en la que será decisiva la congruencia económica de los
contendientes. Si la crisis económica del bloque imperialista aglutinado por la
OTAN es grave, pudiendo ser causa para una claudicación final, no menos débil
es la economía rusa, dependiente de la exportación de materias primas e
infiltrada por agentes del liberalismo desde la época de Yeltsin. Pero la
Federación Rusa integrándose en el bloque asiático con China, India y las
Repúblicas turcas, se encuentra respaldada por la pujanza de esas economías. En
estas circunstancias nos encontramos en una peligrosa situación de impasse,
donde es alarmante la tentación de usar las armas atómicas, amenaza mencionada
por líderes de ambos bloques contendientes, Putin y Biden.
La
confrontación de Rusia con la OTAN no es un fenómeno nuevo; es la continuidad
de la Guerra Fría contra la URSS, ahora reforzada tras el ascenso de la
República Popular China hacia la hegemonía mundial en el terreno económico. Esa
continuidad se manifiesta de varias maneras. En primer lugar, la guerra de
Ucrania ha sido cuidadosamente planificada por la inteligencia inglesa y
norteamericana bajo el modelo de la guerra de Afganistán. Sabiendo que no era
posible una confrontación directa contra la FR, se preparó al ejército
ucraniano para una guerra de guerrillas con el objetivo de desgastar al
ejército ruso –y erosionar la credibilidad del Estado-. A eso se refirió Hilary
Clinton cuando afirmó que Rusia había encontrado en Ucrania un segundo
Afganistán.
Por otro lado,
la guerra de Siria ha sido campo de pruebas de los sistemas de armamentos y las
disposiciones morales de los diferentes contendientes. Y en ella se ha demostrado
que la OTAN no es capaz de provocar una derrota de los ejércitos rusos y sus
aliados. Parece que la clave de esa situación es la superioridad de Rusia y
China en misiles hipersónicos. Argumento negado por ciertos comentaristas, pero
que se hace verosímil desde que la OTAN no se permite una guerra abierta con
las potencias asiáticas, sino solo a través de agentes interpuestos.
En tercer
lugar, la doctrina militar del Pentágono establece un proyecto de dominación
mundial basado en la superioridad militar para sostener las estructuras
imperialistas. Ese plan, denominado Guerra de civilizaciones por Huntington,
que ya preveía en la década de 1970 el ascenso económico de China y la
necesidad de combatirlo mediante la amenaza y la agresión bélica. La primera fase
de ese plan ya se ha cumplido con la destrucción de los estados de Oriente
Medio, si bien no ha alcanzado plenamente sus objetivos.
La emergencia
de un bloque antagónico a la OTAN, tras un periodo de veinte años de predominio
militar y económico euro-atlántico –entre 1990 y 2010-, está impulsando el
final de la globalización como política económica correspondiente a la
hegemonía militar estadounidense. Hay que añadir que si bien el Atlántico ha
sido el eje más dinámico del desarrollo económico de la Edad Moderna, ese eje
se está trasladando cada vez con más fuerza hacia el Pacífico. Seguramente la
confrontación más decisiva del siglo XXI se va a producir en nuestras
antípodas, esa región del mundo entre China y los EE.UU. con sus aliados
australianos. Con lo cual se está desplazando a Europa y su Alianza militar a
un segundo plano –lo que no significa que los acontecimientos de este lado no
tengan importancia histórico-mundial-.
En resumen, el
pronóstico más plausible es un largo declinar de la potencia militar
euro-atlántica, al mismo tiempo que la desequilibrada economía de la
globalización capitalista liberal será sustituida por la constitución de un
mundo multipolar, con probable predominio del capitalismo de estado según el
modelo chino. Pero no es seguro: la guerra es una actividad humana altamente
dependiente del azar, cuyo resultado puede resultar imprevisible. Pero con los
datos históricos que manejamos, la OTAN es una potencia criminal que sostiene
un sistema económico obsoleto y destructivo. Lo que significa que la lucha por
abandonar esa Alianza imperialista no es solo un deber moral para la ciudadanía
consciente, sino también un correcto cálculo acerca de las posibilidades del
desarrollo de la humanidad.
Fuente: El Salto Diario.
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