Tal día como hoy de 1930 moría en Lima el eminente pensador y político marxista peruano José Carlos Mariátegui. Su marxismo abandona la idea de la unidad nacional como principio actuante de la política, y lo sitúa en las clases sociales y su lucha.
La pasión de José Carlos Mariátegui
El Viejo Topo
16 abril, 2021
El marxismo llega
a América Latina en los primeros años del siglo XX, con los inmigrantes
italianos y españoles que, desde un sustrato de clase importante, forman los
sindicatos urbanos y los sindicatos mineros. Socialismo y comunismo no
adquieren en un principio la distinción que, por el contrario, los caracteriza
y enfrenta en Europa, donde son tajantes las líneas divisorias existentes entre
la socialdemocracia y el marxismo-leninismo en ciernes. Los rasgos que
predominan en el socialismo-comunismo latinoamericano tienen, en la época que
nos ocupa, un fuerte predominio del marxismo-leninismo, con notables elementos
anarquistas y anarcosindicalistas. De modo que, para ambas filiaciones
ideológicas, la dinámica social se explica por la lucha de clases, la oposición
de la clase obrera al desarrollo capitalista y la penetración imperialista, que
hace que la lucha sea contra ambos al mismo tiempo. [1]
El marxismo de
José Carlos Mariátegui (1894-1930) abandona la idea de que la unidad nacional
es el principio actuante de la política, y lo sitúa en las clases sociales y su
lucha. Además, la sociedad es contemplada como una estructura heterogénea con
grupos subordinados a los intereses de unas élites económicamente dominantes.
Como no podía ser para menos, entre los grupos subordinados está la población
indígena que comparte con los demás grupos explotados dicha condición. Sin
embargo, dentro de todos estos grupos subordinados, según la ortodoxia, el
proletariado –léase la clase obrera— es el más importante a la hora de hacer
avanzar la lucha anticapitalista y antiimperialista.
Es importante
hacer notar que, desde muy temprano, la filiación socialista-comunista trata de
aplicar en América Latina las ideas de modo de producción
precapitalista y capitalista, entendiendo al primero como feudal,
colonial e indígena, y al segundo como dependiente del imperialismo. Ello
introduce una novedad, una riqueza social respecto a la ortodoxia que comienza
a propagarse desde la Rusia bolchevique donde suele hablarse de un capitalismo
y un proletariado a secas. Igualmente, novedosa resulta la idea de un actor
indígena, cuando la ortodoxia insiste en que sólo hay una clase revolucionaria
-la clase obrera- que es la única depositaria de la transformación social.
En parte, es
por estos elementos «novedosos» que el socialismo-comunismo latinoamericano
tiene dificultades para ser aceptado por el movimiento comunista internacional,
en cuyo seno la determinación de quién es un verdadero comunista y quién no lo
es, depende cada vez más de los dirigentes rusos. Habrá que esperar hasta los
años treinta, cuando comienzan a establecerse los partidos comunistas, para que
el socialismo-comunismo latinoamericano logre institucionalizarse. Ello
obviamente supuso aceptar las 21 condiciones impuestas por la III Internacional
a sus nuevos miembros, con el subsiguiente abandono –o paso a segundo plano- de
los elementos más polémicos de la visión de la realidad que los socialistas-comunistas
latinoamericanos comenzaban a elaborar.
El peruano José
Carlos Mariátegui, fue un heterodoxo, enfrentado incluso a una buena parte del
socialismo peruano que desde Cuzco proponía una línea de pensamiento tendente a
la Internacional Comunista. Desde la revista Amauta, tarea
colectiva en la que Mariátegui juega el papel de inspirador principal, el
socialismo mariateguista resiste. En sus 39 meses de vida fue el órgano de una
generación de pensadores originales empeñados en construir un proyecto autóctono,
peruano. Pero el punto de partida no era en este caso el lema leninista de «sin
teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria» sino la praxis, la
acción, en primer lugar. Al menos esta fue la tensión de Mariátegui y sus
amigos. De modo que la tertulia diaria en la calle Washington de Lima, con ser
de intelectuales, era también un foro de conexión con los sindicatos obreros y
con los estudiantes. Amauta no tenía un programa preciso sino
una vocación: el estudio de los problemas peruanos.
Mariátegui
busca un socialismo propio no importado. Y por ello mismo es objeto de acoso
desde las corrientes que teniendo como núcleo organizador la ciudad de Buenos
Aires, tratan de afincar el comunismo de inspiración soviética también en el
Perú. Por otro lado, Mariátegui se confronta con Víctor Haya de la Torre.
Merece la pena dedicar unas líneas a este último, intelectual y líder político
vinculado desde muy joven a la lucha estudiantil, siguiendo las notas del
salvadoreño Luis Armando González[2]
Su actividad
política universitaria lo llevó al exilio, concretamente a México, donde estuvo
desde 1923 hasta 1926. En este país formula la propuesta de la Alianza Popular
Revolucionaria Americana (APRA), tan importante en la historia del populismo
latinoamericano. Viaja a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas -donde
se familiariza con el marxismo-leninismo- y a Inglaterra -donde estudia con el
autor de la Historia del pensamiento socialista, D.H. Cole.
A pesar de que
en sus primeros años de militancia compartió experiencias con Mariátegui, Haya
de la Torre se distancia desde un principio de la filiación marxista.
Ciertamente, se sirve de muchas de sus nociones para interpretar la realidad
peruana, pero lo hace siempre con una intención contraria a la que cabría
esperar de un socialista-comunista; se trata en la propuesta de Haya de la
Torre de potenciar un capitalismo latinoamericano, y no de establecer un régimen
socialista como antesala del comunismo. Su pregunta, como la de tantos
intelectuales de su época, es por la naturaleza de América Latina: ¿Qué es
América Latina? ¿Cuáles son sus actores sociales fundamentales? ¿En qué
dirección deben avanzar sus transformaciones socioeconómicas y políticas? Con
estas inquietudes en mente, este autor peruano hizo su aporte al debate
político latinoamericano.
Para Haya de la
Torre, en América Latina existe un feudalismo Se trata entonces de constituir
una alianza o frente único de todos estos grupos -presentes en la sociedad
feudal colonial-, independientemente de su adscripción de clase, que se
proponga la constitución de un Estado antiimperialista cuyo núcleo esté formado
por los grupos medios que son los más lúcidos y conscientes de dicha
dominación.
Mariátegui
coincide con Haya de la Torre en que el sujeto histórico de la transformación
revolucionaria del Perú debía ser un bloque de fuerzas populares. Pero a
diferencia de Haya de la Torre, para Mariátegui el socialismo estaba a la orden
del día. No se trataba de empujar el capitalismo hasta su máxima expresión y
agotamiento, como una etapa necesaria, tras la cual emergería el socialismo
como una siguiente etapa inevitable.
José Carlos
Mariátegui asume el socialismo como una nueva vida y el marxismo como una
herramienta crítica. Interroga al marxismo desde una tradición popular
conformada por la religiosidad del Perú. Para Alberto Flores Galindo[3],
Mariátegui está próximo a Rosa Luxemburgo en su concepción de la revolución
como un acto de masas y no un hecho tramado por una minoría.
Próximo al
sindicalismo de George Sorel, (intelectual y activista francés), el intelectual
peruano sentado en una silla de ruedas es un agitador apasionado de la
revolución que es lucha y batalla cotidiana. En un comentario de la
novela El cemento para Repertorio Hebreo, expresa una visión
intensa: «La revolución no es una idílica apoteosis de ángeles del
Renacimiento, sino la tremenda y dolorosa batalla de una clase por crear un
orden nuevo. Ninguna revolución, ni la del cristianismo, ni la de la Reforma,
ni la de la burguesía, se ha cumplido sin tragedia. La revolución socialista
que mueve a los hombres al combate sin promesas ultraterrenas, que solicita de
ellos una tremenda e incondicional entrega, no puede ser una excepción en esta
inexorable ley de la historia. No se ha inventado aún la revolución anestésica,
paradisiaca y es indispensable afirmar que no será jamás posible, porque el
hombre no alcanzará nunca la cima de su nueva creación, sino a través de un
esfuerzo difícil y penoso, en el que el dolor y la alegría se igualarán en
intensidad»[4].
La agonía de
Mariátegui tiene que ver con la idea de que su destino es la lucha y no la
contemplación. Pero es una lucha solitaria que, separándose del enfoque del
Comintern y de la I Conferencia Comunista de Buenos Aires, no garantiza la
consecución de sus fines. El socialismo mariateguista no significa la solución
de todos los problemas ni la anulación de los conflictos. El socialismo era un
ideal que permitía cohesionar a la gente, obtener una identidad, construir una
multitud en marcha y dar un derrotero por el que merece la pena vivir. Era ante
todo una moral y un mito colectivo; una especie de religión de nuestro tiempo.
Una meta por la que luchar sin que nada garantice su consecución.[5]
El sociólogo
argentino, José Aricó, defiende la idea de que en el Perú de Mariátegui se
estaba produciendo, por primera vez, un marxismo enteramente latinoamericano.[6] Mariátegui
logra dotar a la doctrina marxista una interpretación antieconomicista y
antidogmática, ayudado por dos hechos: su formación marxista fuera del
movimiento comunista oficial y la existencia de un movimiento socialista
nacional peruano no sujeto a la presencia del partido comunista o a la herencia
de un socialismo positivista. Aricó señala la influencia italiana sobre
Mariátegui y su capacidad para amalgamarse con experiencias diversas como las
de grupos indigenistas, movimientos obreros de distintas tendencias,
movimientos artísticos, corrientes radicales de estudiantes, etc.
Su posición
heterodoxa cuestiona el paradigma europeo (tanto del Este como del Oeste),
utilizando el marxismo como un instrumento de análisis y no como una teoría
prescriptiva. «Mariátegui piensa en un largo proceso de construcción de una
voluntad nacional popular que se extiende a la manera del movimiento cristiano
que su maestro Sorel había tomado como ejemplo para mostrar el mito de la
formación de los grandes movimientos populares»[7] El
socialismo de Mariátegui no podía conectar con el movimiento comunista dirigido
por la Unión Soviética. Su visión no da ningún destino por trazado, choca con
el marxismo de herencia hegeliana que pretende haber capturado el curso de la
historia. La esperanza y la voluntad revolucionaria son valores superiores a
cualquier previsión razonable.
Fuente: Alainet.org
Notas
[1] Ver ARICO, José (1995) El marxismo latinoamericano, en Historia de la
Teoría Política T 4. Fernando Vallespín, (Com) Alianza Editorial, Madrid.
[2] GONZALEZ, Luis Armando (1997) Revis. ECA nº 585-586. UCA, San
Salvador.
[3] FLORES GALINDO, Alberto (1991) La agonía de Mariátegui, Editorial
Revolución, Madrid.
[4] Ibíd.
[5] Ver el capítulo La religión de Tawantinsuyo,
en 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana , obra
ya clásica de MARIATEGUI, José Carlos (1928) Biblioteca Amauta, Lima.
[6] ARICO, José (1995) Ibíd.
[7] Ibíd.
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