Nuestra
percepción de la realidad ni es nuestra ni es real.
DIARIO
OCTUBRE / noviembre 6, 2019
Hasta ahora Ustedes conocían las verdades, las
mentiras, las medias verdades, la posverdad, las estadísticas, los telediarios,
las tertulias, las cortinas de humo, el lavado de cerebro, las guerras
sicológicas, la intoxicación informativa y la callada por respuesta.
Ahora les toca familiarizarse con la “gestión de la
percepción” y enterarse de que la percepción de la que hablan es la suya, es
decir, de hay alguien que se preocupa de gestionar la manera en que Usted
percibe la realidad. En otras palabras: de manipularle.
Es una técnica inventada por el ejército
estadounidense que imparten a los cadetes en las academias militares, pero
también a aquellos que forman parte de la diplomacia, el espionaje extranjero
(CIA) o interno (FBI). De ahí pasó a las escuelas de negocios, de sicología y
de periodismo, de tal manera que la manipulación de los demás se ha convertido
en una disciplina científica, aceptada y admitida como moneda corriente, o sea,
en una profesión.
Según el Pentágono la gestión de la percepción es una
técnica que proporciona u oculta información selecta a audiencias extranjeras
con el fin de influir en sus emociones, motivaciones y razonamientos objetivos.
Los militares estadounidenses han enseñado a las
cadenas de comunicación el arte del ilusionismo y la manipulación de las
apariencias, de los aspectos externos y superficiales de las cosas,
considerados de una manera separada de las cosas mismas.
Por ejemplo, lo que hoy se considera como “política”
es, la mayor parte de las veces, de ese tipo, un discurso sobre otro, una
opinión sobre otra, es decir, una tertulia o una jaula de grillos que discuten
sobre los aspectos superficiales de la realidad. Cuanto más superficiales
mejor. Lo mismo que la televisión ha acabado en tele-basura, la política ha
acabado en politica-basura por una buena razón: es la mejor manera de que la mayoría
se quede al margen, hastiada y asqueada de esa “política”.
En la mayor parte de las publicaciones académicas la
realidad también está ausente. Los escritores se engendran unos a otros. Las
obras de unos dan lugar a las réplicas de los otros. El mes pasado la
Universidad Rey Juan Carlos organizó un Congreso Internacional sobre la pobreza
y lo cambió de nombre por el de “exclusión social”. No era una reunión
convocada “contra” la miseria sino para hablar “sobre” la miseria y, como es
lógico, los miserables no estaban allá, ni siquiera como espectadores.
Hoy cualquier organismo que se precie se rodea de una
oficina de prensa, publicistas, gabinetes de imagen y departamentos de
comunicación (“community manager”) que nos imponen a los demás la manera en que
los percibimos. Crean “marcas”, de manera que no los vemos como ellos son sino
como quieren que los veamos.
Para aprobar una ley que elimine los derechos
fundamentales o vender alarmas no hay nada mejor que iniciar una campaña sobre
la inseguridad ciudadana, los robos y los crímenes. Por más que el número
aparente de delitos se reduzca, la inseguridad no es más que un estado sujetivo
muy fácil de alterar, y lo mismo ocurre si el número de delitos aumenta y
quieres promocionar el turismo: es suficiente con iniciar una campaña diciendo
que es un país muy tranquilo y apacible. La misma empresa que te diseña una
campaña, te diseña la contraria; ni siquiera el precio en un caso es diferente
del otro.
No sólo Benetton es una marca; el capitalismo
convierte cualquier cosa en un producto comercial, como la monarquía fascista,
por ejemplo, todo un ejemplo de la sofisticación que puede llegar a alcanzar la
gestión de la percepción.
Para realzar lo bueno hay que fabricar lo malo, las
“marcas negativas”. Las religiones tienen al demonio y las películas tienen sus
“malvados” como contrapunto. Cuando una campaña fabrica un malo muy malo, como
Corea del norte, por ejemplo, los buenos parecen más buenos, e incluso los
regulares parecen mejores de lo que son.
En las elecciones es algo que no falla casi nunca:
“todos son iguales”, según dicen, lo cual significa que “todos son iguales de
malos”. Por lo tanto, para arrastrar a alguien hasta un colegio electoral hay
que crear la marca del “menos malo” o el “mal menor” a la que se aferran casi
todos los votantes para justificarse a sí mismos.
Al mismo tiempo que en un aula las universidades
enseñan a manipular la percepción de la realidad, en la de al lado enseñan lo
contrario: el “fact checking”, la corroboración de una determinada información
con la realidad. Lo que ninguna universidad enseñará nunca es que la mayor
parte de los lectores no pueden contrastar ninguna información y mucho menos
hacer frente a toda una campaña de gestión de la percepción.
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