EE UU
Democratic Socialists of America dos años después:
¿Dónde estamos? ¿Adónde vamos
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Dan La Botz
Viento sur
22.01.2019
Han pasado dos años desde el auge espectacular del grupo Democratic
Socialists of America (DSA), que actualmente es la organización socialista más
grande de EE UU y también la más grande desde la década de 1940. Y puede
anotarse varios éxitos notables. Ahora que el país está centrando su atención
en la elección presidencial de 2020, nos preguntamos: ¿Qué tal lo está haciendo
DSA? ¿Qué logros tiene en su haber? ¿A dónde va? ¿Qué proponen las diversas
agrupaciones y corrientes políticas en su seno como orientación futura del
grupo? ¿Existe un ala izquierda genuina y, si no, cuál es la alternativa?
En los últimos dos años, DSA se ha convertido en un fenómeno de la
izquierda estadounidense con más de 50.000 miembros organizados en numerosas
agrupaciones locales presentes en todos los Estados de la Unión. Actualmente ya
es la organización socialista más grande de EE UU desde la década de 1940,
cuando el Partido Comunista contaba con unos 100.000 miembros. Y paralelamente
a DSA, los Young Democratic Socialists of America también están extendiéndose
en las universidades, atrayendo a miles de jóvenes a la órbita del socialismo.
El auge espectacular de DSA ha venido acompañado de una creciente visión
positiva del socialismo por parte de los votantes del Partido Demócrata. Como
reflejó el sondeo de Gallup en agosto de 2018:
Por primera vez en los sondeos de Gallup durante la década pasada, los
Demócratas tienen una imagen más positiva del socialismo que la que tienen del
capitalismo. La actitud hacia el socialismo entre los Demócratas no ha variado
sustancialmente desde 2010, siendo actualmente el 57 % los que tienen una
visión positiva. El cambio principal entre los Demócratas es una actitud menos
alentadora con respecto al capitalismo, ya que este año ha descendido al 47 %
el número de personas que tienen una visión positiva del mismo, menos que en
cualquiera de los tres sondeos anteriores.
Muchos miembros de DSA esperan que dadas estas actitudes pueden reclutar a
más progresistas del Partido Demócrata e influir en el propio partido, pese a
que existe un amplio debate sobre la estrategia, en que el entusiasmo de
algunos choca con el escepticismo de otros.
Todo esto comenzó con la campaña de Bernie Sanders en 2016 por lograr la
candidatura del Partido Demócrata de cara a la elección presidencial. Cuando
Sanders se autocalificó de “socialista democrático”, mucha gente joven accedió
a Google para buscar el término y se topó con DSA, leyó sobre este grupo y sus
ideas y esto les impresionó. Las redes sociales –y algunos militantes de DSA–
hicieron el resto y prontó la organización contaba con 20.000 miembros.
Entonces Donald J. Trump ganó la elección en noviembre de 2016 y, asustados por
la perspectiva que se abría, otros 20.000, más o menos, también se apuntaron. Y
más recientemente, la victoria de Alexandria Ocasio Cortez, en junio, en las
primarias del Partido Demócrata para elegir al candidado al Congreso,
derrotando al presidente del grupo Demócrata en el Congreso, Joe Crowley,
atrajo a algunos miles más. Nada es más sencillo que inscribirse. No hay
preguntas. No hay periodo de prueba. Vas a DSA, pides inscribirte, pagas la
cuota mínima y listo: ya eres miembro.
Era una generación de gente joven, en gran parte de familias de clase
media, que después de haberse emocionado con el presidente Barack Obama, se
desilusionaron profundamente. Pese a recibir una buena educación, en muchos
casos arrastraban la carga de la deuda contraída a raíz del crédito obtenido
para poder estudiar en la universidad, y muchas de estas personas, normalmente
muy cualificadas, acabaron siendo trabajadoras con empleo precario, mientras
que otras sirven cervezas en bares o atienden a las mesas de los clubes. Se han
criado en un país comprometido en una guerra permanente en Irak, Afganistán y
media docena de otros países, al tiempo que han observado –si es que no se han
involucrado personalmente en ellos– los movimientos Occupy Wall Street y Black
Lives Matters. Se han visto influidos por la lucha victoriosa del movimiento
LGBT por la derogación de la prohibición de declararse homosexual por parte de
los soldados y por la legalización del matrimonio gay. Aunque en su mayoría son
blancos en un país en que pronto los blancos serán una minoría, su experiencia
universitaria y su trabajo posterior les han puesto en contacto con asiáticos,
latinos y negros y les han hecho conocer todos los debates sobre las políticas
de identidad. A raíz de todo ello han acudido a DSA con idealismo y un enorme
deseo de hacer un mundo mejor.
Miles de nuevos miembros de DSA, en su mayoría jóvenes de 25 a 35 años de
edad, procedentes del ámbito progresista en sentido amplio, pero en la mayoría
de los casos sin experiencia previa en los movimientos sociales o grupos de
izquierda y apenas experiencia más allá de la campaña de Bernie Sanders, se
inscribieron y pronto se convirtieron en activistas, no solo en campañas
políticas, sino también en grupos de trabajo de DSA implicados en diversos
movimientos sociales, desde los que batallan por la sanidad universal o la
vivienda social hasta los que se oponen al racismo y al abuso policial y
defienden los derechos de los inmigrantes, o que se movilizan contra el cambio
climático, desde las campañas de organización sindical y apoyo a huelgas hasta
la construcción de un movimiento feminista socialista. Por su participación en
actos de desobediencia civil en varias ciudades han sido detenidos varios
miembros nuevos de DSA –ha sido su primera detención– que luchan contra el
secuestro de niños inmigrantes por parte del gobierno de Trump o por algunas otras
causas que lo merecen.
Las agrupaciones locales de DSA –que en las grandes ciudades se dividen en
grupos de barrio– organizan cursos de formación sobre socialismo, historia de
la izquierda y teoría marxista. Algunos rebotados de otras organizaciones de
izquierda que se han unido a DSA han aportado, en su mayoría, levadura a la
hogaza. Y entre reuniones y manifestaciones se organizan actos sociales en los
bares, encuentros de socialistas negros o latinas, dependientes de comercio o
maestras, o simplemente tertulias después de la reunión de la agrupación, donde
entre cañas se discuten todos los temas habidos y por haber.
No hemos tenido una izquierda tan viva en EE UU desde hace 40 o 50 años, ni
un grupo socialista tan grande desde hace 70, y nunca nada parecido exactamente
a esto. Todas las personas de izquierdas deberían celebrar este fenómeno
notable. Esto no implica que no haya problemas, pero muchos son problemas
sanos, casi todos necesarios, y solo algunos son realmente preocupantes. La
cuestión crucial es la orientación: ¿adónde va DSA? Y la cuestión principal en
relación con el futuro del grupo es su relación con el Partido Demócrata, un
partido que cambia constantemente. ¿Será capaz DSA, cuyo resurgir comenzó en la
campaña de primarias de Sanders en el Partido Demócrata, de alcanzar velocidad
de escape y convertirse en una organización socialista verdaderamente
independiente, o comportará la mayor fuerza de gravedad del Partido Demócrata
–su tamaño, su dinero, su influencia, sus conexiones, su poder– que DSA se
mantenga dentro de su órbita?
De los días felices de la primavera a las tormentas de otoño
Comienzos de 2017, esos fueron los días felices. La enorme afluencia de
nuevos miembros hizo de DSA una organización prácticamente nueva. Las personas
que se inscribieron individualmente o por parejas, a veces en pequeños círculos
de amigos, se encontraron en las reuniones con muchas otras muy parecidas a
ellas, trabándose así nuevas amistades al tiempo que revitalizaban las viejas
agrupaciones locales, formaban nuevas secciones y elegían las direcciones
locales. Por todas partes crearon nuevos grupos de trabajo y marcharon juntas
tras las banderas rojas de DSA en lo que para muchas fueron sus primeros
piquetes o manifestaciones callejeras.
La dirigente nacional Maria Svart y la minúscula plantilla de personal de
la organización llevaron a cabo una labor notable manteniéndose a la cabeza de
un grupo que doblaba de tamaño cada pocos meses, asesorando a los nuevos
líderes de las agrupaciones locales, creando nuevas estructuras y
publicaciones, enviando correos electrónicos en que animaban a los miembros a
mantener viva la lucha. La confianza mutua y la naturaleza bondadosa de la
mayoría de miembros nos llamó la atención a quienes veníamos de una izquierda
más vieja, formada por pequeños grupos constituidos al calor de las revueltas
sociales de las décadas de 1960 y 1970, sometidos a prueba después en la larga
travesía del desierto de los años ochenta y las luchas intermitentes de los
noventa y dos mil, que desilusionaron y amargaron a algunos. De pronto, el
nuevo DSA, una corriente de aire fresco.
Los nuevos adheridos, como he dicho, se apuntaron y encontraron a otros
semejantes, tal vez demasiado semejantes. La mayoría de los nuevos miembros de
DSA eran universitarios, muchos de ellos –en Nueva York, por ejemplo– empleados
como técnicos o con carreras profesionales de ingeniería, edición o diseño. En
Los Ángeles hay todo un grupo de trabajadores del sector cinematográfico. Otros
de diferentes partes del país representan el nuevo precariado que trabaja en
cafeterías, restaurantes y bares o tienen empleos temporales que les permiten
pagar la renta de alquiler en pisos compartidos. Pocos miembros de DSA están
casados o tienen hijos. Y pocos tienen más de 50 o siquiera más de 30 años de
edad. La mayoría son blancos y la proporción de la gente de color en DSA es
inferior a la del conjunto de la sociedad estadounidense, aunque similar a la
de los afiliados a sindicatos. Y en general hay más hombres que mujeres, si
bien la diferencia no es extrema y sin duda no tan exagerada como en algunos
pequeños grupos de izquierda que prácticamente son clubes masculinos. Los
miembros LGBT han formado un grupo propio, que no siempre se muestra tan
sensible a estas cuestiones como debería, pero ha demostrado que es capaz de
aprender. Todos los miembros de DSA son conscientes de estas cuestiones de raza
y género y aspiran a conseguir que la organización sea más representativa de la
clase obrera estadounidense en su conjunto.
En el congreso de agosto de 2017, cuando sus filas se habían llenado de
miembros más jóvenes y radicales, DSA viró a la izquierda, adoptando una serie
de medidas que parecían romper con el pasado socialdemócrata del grupo. Los
delegados al congreso votaron a favor de abandonar la Internacional Socialista
(IS) con el argumento de que los socialdemócratas europeos se habían convertido
en ejecutores de políticas neoliberales y de austeridad, mientras que los
partidos afiliados a la IS de muchos países en desarrollo encabexzaban
gobiernos autoritarios. El congreso votó asimismo a favor del apoyo a la
campaña de boicot, desinversión y sanciones (BDS) contra Israel y contra los
intentos de criminalizar el movimiento. Los delegados, deseosos de reorientar
la política de DSA, decidieron además crear un grupo de gente de color y una
comisión sindical. Finalmente, declaró objetivo nacional establecer un sistema
sanitario de caja única.
No es extraño que, dado el creciente acaloramiento de la política en el
país y vistas las crisis de los principales partidos políticos, en la antesala
de aquel congreso de DSA ya aparecieran diferencias políticas significativas en
su seno, divergencias que reflejaban los debates sobre cuestiones de género,
raza y clase que tenían lugar en las universidades, los medios de comunicación
y los movimientos sociales. Así, por primera vez en la historia del grupo,
aparecieron agrupamientos y sectores rivales y hubo una verdadera refriega, por
no decir una batalla por el liderazgo del grupo. Después del congreso, el
enfrentamiento continuó entre una minoría en las redes sociales, con sarcasmos
y ataques personales en Twitter y Facebook, aunque la gran mayoría de miembros
se mantuvieron ajenos. Parece que ya ha pasado lo peor de esa tormenta –o nos
hemos acostumbrado a ella– y hemos pasado a debatir más en serio sobre nuestro
futuro.
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