miércoles, 23 de enero de 2019

EE.UU, BARRIO DE BILBAO O QUE CUANDO LLUEVE SE MOJAN COMO LOS DEMÁS



EE UU

Democratic Socialists of America dos años después: ¿Dónde estamos? ¿Adónde vamos
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Dan La Botz
Viento sur
22.01.2019

Harrington y la vieja guardia del DSA

Conviene que nos detengamos un momento y situemos a DSA en una perspectiva histórica. Los orígenes del grupo se remontan a las luchas sociales de las décadas de 1950 y 1960 y los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra. En aquella época, el viejo Partido Socialista (PS) en que se hallan las raíces de DSA –es decir, el partido de Eugene V. Debs, quien estuvo en prisión por oponerse a la primera guerra mundial– se había derechizado y decidió apoyar la guerra de EE UU contra Vietnam.

El antiestalinismo del Partido Socialista se parecía demasiado al anticomunismo socialdemócrata, propiciado por el Departamento de Estado, de Americans for Democratic Action (ADA). A finales de la década de 1960, Michael Harrington, la cara juvenil e izquierdosa del PS (por entonces acababa de cumplir los 40 años de edad) se enemistó con los jóvenes radicales de Students for a Democratic Society (SDS) porque les dijo que no eran suficientemente anticomunistas, con lo que el PS perdió toda relación con el movimiento de izquierda más importante de los años sesenta. SDS acabó fagocitado por los estalinistas del Progressive Labor Party (que a la sazón era prochino), los socialistas radicales del Revolutionary Youth Movement (RYM) y los Weathermen, que se dedicaban a romper escaparates y colocar bombas y cometer atracos a mano armada, matando a algunos de sus propios miembros y a unos cuantos más. Después de que Harrington diera la espalda a SDS, tan solo un pequeño colectivo se acercó a la política socialista a través de grupos como International Socialists. (Yo fui uno de ellos.)

El apoyo del PS a la guerra de Vietnam hizo que Harrington finalmente abandonara el partido en 1972, y al año siguiente él y sus seguidores fundaron el Democratic Socialist Organizing Committee (DSOC). Harrington tenía una perspectiva estratégica que inspiró a la nueva organización. Como declaró en su libro, Socialism, creía que si los sindicatos, las organizaciones pro derechos civiles y el movimiento antiguerra aunaban esfuerzos dentro del Partido Demócrata, podrían expulsar del mismo a los racistas sureños y a los aparatos corruptos de las grandes ciudades, transformando el Partido Demócrata en un partido obrero. En aquel entonces, Harrington y sus compañeros mantenían relaciones con líderes negros del movimiento pro derechos civiles y con importantes dirigentes de grandes sindicatos obreros y de funcionarios, mientras que el movimiento antiguerra todavía estaba en las calles. La estrategia de Harrington parecía tener pies y cabeza.

El plan de Harrington de trabajar dentro de un partido capitalista constituía una ruptura fundamental con la teoría y la práctica socialista desde que Karl Marx creara el socialismo moderno en Europa o desde que Debs liderara el movimiento en EE UU. Los socialistas habían rechazado históricamente toda implicación en partidos políticos capitalistas, considerando que la gente trabajadora necesitaba su propio partido político si pretendía acabar con el capitalismo y establecer un orden socialista. Sin embargo, Harrington no fue el primero en abandonar esta posición marxista. En los cien años que median entre 1870 y 1970, diversos partidos de izquierda acabaron por diferentes vías rechazando las advertencias de Marx sobre el appel de los partidos capitalistas y los Estados capitalistas.

El Partido Comunista (PC), durante su periodo frentepopulista en las décadas de 1930 y 1940, se alió con los Demócratas progresistas y en otros países con otros partidos capitalistas, incluso conservadores, justificando su posición por la necesidad de parar los pies al fascismo. En esa época, cuando el líder del PC en EE UU, Earl Brower, proclamó que “el comunismo es el americanismo del siglo XX”, el partido contaba con 100.000 miembros y alrededor de un millón de personas bajo su influencia. En ese mismo periodo, en Europa los partidos laboristas, socialistas y socialdemócratas, después de más de un siglo de implicación en la política burguesa y tras las desastrosas guerras civiles y mundiales de 1914-1945, habían emergido como partidos capitalistas reformistas. Los partidos socialistas gestionaban ahora el capitalismo. Su estrategia en regiones como Escandinavia pasó a ser un modelo para el programa de Harrington en EE UU.

La posición política de Harrington, con su similitud con el frentepopulismo de los comunistas y con la socialdemocracia europea, permitió, casi una década después, que el DSOC se fusionara con el New American Movement (NAM), una organización de la nueva izquierda constituida en 1971, algunos de cuyos líderes eran antiguos comunistas prosoviéticos, mientras que otros se inclinaban por la China comunista o la Cuba de Fidel Castro, y en general muchos simpatizaban con los movimientos nacionalistas del Tercer Mundo. El NAM aportó además cuestiones relacionadas con el feminismo y el medioambiente, que hasta entonces no habían formado parte de la visión del DSOC. La organización fusionada contaba con 6.000 miembros, 5.000 procedentes de DSA y 1.000 del NAM. Fue entonces cuando DSA formuló su enfoque de carpa grande y su concepción como organización aglutinadora de múltiples tendencias.

El viejo DSA, que había roto con sus orígenes marxistas y el socialismo revolucionario, necesitaba una nueva teoría, y sus intelectuales la hallaron en interpretaciones de los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci, y en los escritos de pensadores de la izquierda de los partidos socialistas europeos, como el escritor francés André Gorz, el politólogo grecofrancés Nicos Poulantzas y el sociólogo británico Ralph Milliband. Todos estos intelectuales, empezando por Gramsci, insistían en la teoría de la hegemonía, la autonomía relativa del Estado con respecto a la clase capitalista y la lucha política en el seno de los Estados capitalistas parlamentarios existentes. Según la interpretación, primero, de Richard Healey, y después, de Joseph Schwartz, los socialistas debían, en primer lugar, adoptar el punto de vista de Gramsci –al menos de momento– de que nos hallamos en una guerra de posiciones, es decir, en un intento de construir organizaciones, influir en la política y ganar la hegemonía, evitando al mismo tiempo una guerra de movimientos, es decir, una confrontación reavolucionaria con el Estado. A veces se sugería que la guerra de posiciones, larga, lenta y gradual como era, desembocaría finalmente en una guerra de movimientos, en la revolución, pero al posponer indefinidamente esta guerra de movimientos, la revolución cayó, debido al retroceso continuado, en el olvido.

En segundo lugar, según los teóricos de DSA, los socialistas debían asumir la teoría gorziana de las reformas no reformistas, es decirm favorecer reformar profundas que rebasaran los límites del sistema capitalista. El problema que no se plantearon era que tales reformas, o bien tenderían a reforzar el Estado capitalista, o bien harían que el capitalismo fuera menos rentable, con lo que los empresarios y políticos virarían a la derecha y optaríoan por la represión. En este último caso, la derecha iniciaría entonces la guerra de movimientos, para la que la izquierda no se habría preparado. En cualquier caso, en boca de los dirigentes intelectuales y políticos de DSA, toda esta teoría servía ante todo para justificar el trabajo en el seno del Partido Demócrata.

Así, desde su fundación en 1982, DSA intervino en los movimientos sociales, que entonces se hallaban en plena calma chicha, y muchas veces apoyó a candidatos electorales del Partido Demócrata en proceso de derechización. En la década de 1990, DSA creció hasta contar con 10.000 miembros al colaborar estrechamente con el Grupo Progresista del Congreso para oponerse a las políticas regresivas del presidente Bill Clinton. El compromiso de DSA de trabajar dentro del Partido Demócrata, en alianza con la burocracia sindical más progresista de United Auto Workers, la AFSCME y la IAM, y su apoyo a Israel, prácticamente definieron al grupo como organización socialdemócrata, justo cuando la socialdemocracia de viejo estilo entró en crisis y en declive.

El nuevo DSA que emergió hace dos años, tras el fenómeno Bernie, era de naturaleza fundamentalmente diferente. Lo formaban personas enojadas con Hillary Clinton y el Comité Nacional del Partido Demócrata, así como con su presidenta Debbie Wasserman-Schultz. En aquel entonces, muchos odiaban abiertamente al Partido Demócrata. Algunos preconizaban que Bernie se presentara como candidato independiente o creara un nuevo partido. La rabia que cundía hacia los Demócratas hizo que el congreso de DSA de 2017 rompiera con la Internacional Socialista y aprobara otras resoluciones progresistas, pero no llevó a la ruptura con los Demócratas. Y como veremos, la vieja estrategia, basada en el trabajo en el seno del Partido Demócrata, siguió siendo una corriente poderosa y atractiva. Pero examinemos ahora el activismo de DSA en los movimientos sociales, que representa actualmente gran parte de la labor de la organización, pues queremos plantear la relación entre el activismo en los movimientos sociales y la política.

El trabajo de DSA

Con sus nuevos miembros, DSA ha sido capaz, en los últimos dos años, de lanzar más campañas, formar parte de más coaliciones y simplemente hacer mucho más trabajo. La campaña nacional de DSA por la sanidad –“Necesitamos Medicare para todos”– desmiente los debates teóricos sobre el conflicto inevitable entre el reduccionismo económico y la preocupación por los grupos especialmente oprimidos al proponer un amplio cambio económico que mejoraría en particular las condiciones para las mujeres y la gente de color. Aunque “Medicare para todos” sería bueno para todo el mundo, favorecería especialmente a los trabajadores pobres, a quienes cobran bajos salarios, al precariado, a los afroamericanos, los latinos y las mujeres en general. En la ciudad de Nueva York, el Grupo de Trabajo Socialista Feminista ha encabezado la campaña de la sanidad, montando puestos en los barrios y llamando por teléfono al vecindario para recabar el apoyo a la Ley de Sanidad de Nueva York. Actualmente, la lucha por la sanidad universal es un punto central del programa político de DSA.

Los Grupos de Trabajo sobre Justicia para Inmigrantes de todo el país han combatido la práctica de los agentes de Inmigración y Aduanas (ICE), que a menudo detienen a personas que comparecen ante los tribunales para asistir a las vistas sobre casos de inmigración, como testigos en juicios penales o simplemente como curiosos que encajan en el perfil de inmigrantes, cualquiera que sea esa cosa. Algunos miembros de DSA han sido detenidos en acciones de protesta contra esas prácticas. En Nueva York, las protestas vinieron acompañadas de la presentación de una petición con miles de firmas reclamando que se pusiera fin a la presencia de agentes de ICE en los tribunales. DSA de Nueva York ha colaborado con grupos como la New Sanctuary Coalition, explicando a comunidades de inmigrantes qué derechos les asisten y cómo pueden protegerse de los actos ilegales de los agentes de ICE. Los activistas de DSA también se han movilizado en solidaridad con las recientes caravanas de inmigrantes, y algunos han viajado hasta la frontera para dar la bienvenida a quienes buscan refugio y asilo. Algunos miembros de DSA de diversas agrupaciones locales se encuentran actualmente en Tijuana y San Diego para ofrecer ayuda a los migrantes.

La lucha contra la gentrificación y el aumento del coste de la vivienda, así como la protección de la vivienda pública, también constituyen una parte importante de la actividad de DSA en muchas ciudades. En casi todas partes se trata de una lucha contra grandes bancos, sociedades inmobiliarias y empresas constructoras por parte de comunidades de clase obrera y gente pobre, compuestas en gran medida de gente de color de escasos ingresos. DSA se une a estos activistas y a organizaciones de las comunidades para explicar sus derechos a los inquilinos, a veces crean sindicatos de inquilinos y organizan reuniones del vecindario y manifestaciones de protesta y declaran en audiencias públicas.

A veces, el trabajo de DSA en este ámbito implica llevar a cabo una labor de zapa en el terreno legislativo. Estas batallas pueden enfrentar a los socialistas de DSA con políticos municipales supuestamente progresistas. En Brooklyn, DSA se juntó con el Sindicato de Inquilinos de Crown Heights para oponerse a la transformación del vasto Arsenal de Bedford Union, que es de propiedad municipal, en una zona residencial de lujo. La coalición llevó el conflicto a la alcaldía progresista de los Demócratas de la ciudad que, aunque no les concedió todo lo que pedían, si aprobó que se aumentara el número de viviendas asequibles a construir.

DSA también trabaja sobre la legislación en materia de vivienda. En California, el grupo de vivienda de DSA apoyó la “Proposición 10, la Ley de Viviendas Asequibles, [que] permitiría a las comunidades ampliar su territorio y reforzar la protección de los inquilinos, legalizando el control de alquileres para todo inquilino de California, independientemente del tipo de vivienda que habite”. La proposición legislativa salió derrotada por 6,3 contra 4,2 millones de votos, pero las derrotas en estas cuestiones, en Nueva York y California, no son más que batallas de una guerra mucho más larga y la cuestión, que retomaremos más adelante, es qué lecciones sacaremos de estas experiencias.

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