VIEJA Y NUEVA
POLÍTICA. CONFERENCIA DE JOSÉ ORTEGA Y GASSET, MAYO DE 1914, TEATRO DE LA COMEDIA
(MADRID)
8/8
Sociología
Crítica
30.05.2015
Ortega, aquel 24 de mayo de 1914 en el Teatro de la
Comedia
Conclusión
(Vieja u Nueva Política) (13)
Liberalismo y
nacionalización propondría yo como lemas a nuestro movimiento. Pero ¡cuánto no
habrá que hablar, que escribir, que disputar hasta que estas palabras den a luz
todo el inmenso significado de que están encintas!
Nacionalización
del ejército, nacionalización de la monarquía, nacionalización del clero (no
puedo en esto detenerme), nacionalización del obrero; yo diría que hasta
nacionalización de esas damas que de cuando en cuando ponen sus firmas detrás
de unas peticiones cuya importancia y trascendencia ignoran, peticiones que, a
veces, van a herir la posibilidad de que se realice una función vital,
imprescindible en España.
Yo pido la
colaboración principalmente a las gentes jóvenes de mi país para esta labor
tranquila, continua, a sus horas enérgica, violenta cuando fuere menester,
dedicada al estudio de los problemas nacionales, a la articulación detallada de
una porción de masa nacional a la cual no ha llegado todavía la acción de los
partidos políticos — de las villas y lugares, sobre todo, de los labriegos.
España, que sólo tiene unas cuantas capitales, capitales que por cierto no son
suficientes para responder a lo que significa el concepto de capitalidad en el
mundo europeo moderno, tiene todo el resto expandido por sus campos y nadie se
acuerda de él, y eso es menester llegar a dotarlo de una gran vigorosidad
política, para que pueda ser una esperanza y una amenaza, las dos cosas tienen
que ir unidas, para los que se preocupan ante todo de la vitalidad nacional.
Para todo esto, que más en alusión que en exposición os he dicho, yo solicito
la colaboración de los hombres de buena voluntad.
No se entienda,
por lo frecuente que ha sido en este mi discurso el uso de la palabra nacional,
nada que tenga que ver con el nacionalismo. Nacionalismo supone el deseo de que
una nación impere sobre las otras, lo cual supone, por lo menos, que aquella
nación vive. ¡Si nosotros no vivimos! Nuestra pretensión es muy distinta:
nosotros, como se dice en el prospecto de nuestra Sociedad, nos avergonzaríamos
tanto de querer una España imperante como de no querer una España en buena
salud, nada más que una España vertebrada y en pie.
0-O-0
Prospecto De La Liga De Educación Política Española (1914) de José Ortega y
Gasset
Actuación social de la Liga
Por esto, la
obra característica de nuestra Asociación ha de ser el estudio al detalle de la
vida española y la articulación, al pormenor, de la sociedad patria con la
propaganda, con la crítica, con la defensa, con la protesta y con el fomento
inmediato de órganos educativos, económicos, técnicos, etc.
Para ello
procuraremos reunir todos aquellos grupos de compatriotas que viven en las
provincias alimentando deseos y propósitos análogos a los nuestros, pero que,
esparcidos y sin cohesión, no podrán, como no podríamos nosotros, dar cima a
empeño alguno positivo. Y nos conviene hacer constar, por cierto, que no
consideramos a Madrid sino a la manera de una provincia central, cuya más
levantada misión en la hora presente acaso sea hostigar hacia una vida propia a
las provincias valetudinarias y recoger, de las que han despertado, enseñanzas,
sugestiones y emulaciones. Viviendo todos en continuo trato, iremos reuniendo
noticias intuitivas de la existencia nacional, asistiremos a las amarguras de
la vida aldeana, recorreremos los campos, intentaremos la elaboración de
estadísticas y encuestas fidedignas por medio de consultas circulares a
nuestros asociados y personas que nos merezcan crédito. Encargaremos a
conocedores especiales proyectos de solución a las cuestiones técnicas,
administrativas, agrícolas, pedagógicas, etc. De ese modo aspiramos a poseer
como un almacén de hechos españoles que sirvan de cimiento para mejoras reales
y de arsenal para la crítica y la propaganda. Por el periódico, el folleto, el
mitin, la conferencia y la privada plática haremos penetrar en las masas
nuestras convicciones e intentaremos que se disparen corrientes de voluntad.
Nuestra actuación política
Huelga advertir
a quien sea maligno que no pretendemos hacer todo esto, sino que vamos
meramente a ensayarlo de todas veras.
Tales el perfil
de nuestros propósitos.
¿Cuál puede ser
la manera de irlo llenando con realizaciones? Pensemos que la ideología
política sólo puede crecer robusta en la actuación inmediata. Ciertas
convicciones, unas de tema general, otras sumamente concretas, hallamos ya
formadas en nosotros. Según hemos dicho, no las consideramos bastantes para
satisfacernos; pero son sobradas y de evidencia asaz victoriosa para que
creamos obligatorio esforzarnos en su próximo triunfo. En consecuencia,
comenzaremos, desde luego, a intervenir en la batalla política.
La escasez de
nuestras presentes fuerzas remueve hasta una discreta lontananza la posibilidad
de que aparezcamos como lo que es uso llamar un partido. Somos un grupo
nacional y todavía extraparlamentario, formado por gentes de oficio conocido y
libres de apresuramientos personales — siempre que esta declaración no
signifique que vamos a cultivar una aérea teología y renunciar a la conquista
de los órganos políticos y de gobierno —. Los fines de nuestra Asociación, más
nuevos en su espíritu que en su letra, necesitan abrirse vías nuevas y
distintas de las acostumbradas por nuestra vieja política. Pero al lado de esta
actuación lenta y peculiar, hemos de buscar, en todo momento, las brechas que
nos ofrezca la política vigente para insertar nuestro influjo, sea éste mínimo.
Nos aproximaremos, pues, como contingente auxiliar a aquellos partidos de
gobierno que circunstancialmente coincidan con nuestras opiniones o que menos
las contradigan. Dispuestos a no divinizar vocablos, vemos en la eficacia la
norma de la acción pública.
Por
malaventura, la situación en que hoy yacen los partidos españoles dificulta
sobremanera nuestros primeros movimientos. No podemos acercarnos al cuerpo
liberal; exento de ideas y aun del respeto a ellas, presenciamos estos días su
caída, que es la de un cuerpo muerto. Ningún síntoma de los que hallamos en él
lo califica de aficionado a las cosas que aspiran a vivir sanamente. Esto es
para nosotros esencial. El partido que ahora gobierna patrocina la
incompetencia, fabrica inercias y discute jefaturas. Como españoles, sólo
podemos desearle una muerte feliz.
El
republicanismo tradicional plantea ante nosotros una cuestión previa — la de la
forma de gobierno —, que resolvemos en sentido opuesto a su venerable dogma.
Ninguna institución histórica es para nosotros rigurosamente consustancial con
el liberalismo. Decide de su valor su eficiencia. Y aquella forma de gobierno
sería, a nuestro juicio, opima, que hiciera posibles estas dos cosas:
democracia y España. Por entenderlo de otro modo han vivido los republicanos en
un Aventino sempiterno, haciendo de una posada su casa solariega y negándose a
colaborar positivamente en lo que es para nosotros substancial: la organización
española.
Menos que
ningún otro de los grandes partidos, puede el conservador atraernos. Aunque
olvidáramos algo, su última etapa gubernativa representa la exacta
contradicción de nuestra sensibilidad. Prefiere el pasado al futuro. Se apoya
en las fuerzas menos ágiles de la nación y más culpables del fracaso. Enaltece
la ficción legal. No quiere ensayar, sino hacer palingenesias. Prolonga el
culto insincero de los valores más falsos y arcaicos. Fía todo del principio de
autoridad en un pueblo que tiene derecho exuberante a quejarse. Procede con un
temple de odiosidad, cuando ha de ser España obra de amor, de aquel amor que no
rehuye la lucha, antes en ella da su manifestación. Y , sobre esto, en fin,
muestra una excesiva tendencia al aspaviento.
La colaboración de la juventud
Estas palabras
de solicitación dirigimos hoy a los españoles que por dedicarse al trabajo
científico y literario, a la industria, a la técnica administrativa y
comercial, están más obligados a tener una idea serena y grave de los problemas
nacionales. No quieren ser un manifiesto destinado al gran público y huyen de
formular un programa circunstanciado.
A los jóvenes,
sobre todo, quisiéramos incitar. Las nuevas generaciones han aprendido en la
justa desconfianza, en el hábito insustituible de la crítica más acerba,
pretextos para la inacción. Han abandonado la política. ¿Es esto beneficioso?
Creemos que no, ni para la nación ni para ellos, que no conseguirán dar a su
vida individual la máxima intensidad. Nos plazca o nos disguste, no existe en
nuestro país otro órgano de socialización fuera de la política. En Francia
tienen los valores literarios una eficacia social tan grande como los
políticos. Cosa análoga ocurre en Alemania con la ciencia y la industria, en
Inglaterra con el comercio y la técnica. En España, por el contrario, son los
políticos los únicos valores dotados de plena energía social.
Además, el
resultado de la crisis ideológica que atravesamos se anuncia claramente como un
anhelo de vida enérgica y entusiasta. Harto de sí propio se aleja el
escepticismo. Renace violenta la fe en el poder que el hombre tiene sobre sus
personales destinos. La nueva manera de pensar conduce a un afán de dinamismo y
a la exigencia de intervenir con nuestra voluntad en el contorno.
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