Los 102 niños de la Segunda
Guerra Mundial que Franco «envió» a Balears
Por Laura
Jurado
Rebelion / España
01/10/2024
Fuentes: El
Diario [Foto: Karl Bock y el grupo de niños austriacos llegados a Menorca.
Archivo familia Bock Florit]
Entre 1949 y 1950 un centenar de menores austriacos y alemanes llegaron
para recuperarse de la contienda dentro de un plan con el que el régimen
intentaba romper su aislamiento internacional. Una minoría acabaron por
quedarse y echar raíces; entre ellos, Karl Bock.
Cuenta Santi
que Karl, su padre, era famoso en toda Ciutadella. En aquella Menorca de
posguerra eran pocos los niños extranjeros que vivían en la ciudad. Y todos
llegaron con Karl. Habían cruzado media Europa en tren dentro de un plan que
les ofrecía recuperarse en la soleada España de los horrores que habían vivido
en la Segunda Guerra Mundial en sus países. Una iniciativa humanitaria que
escondía una finalidad “propagandística” con la que el régimen franquista buscó
romper su “aislamiento” internacional.
Europa, mayo de
1945. La rendición de Alemania puso fin a seis años de guerra mundial y a uno
de los periodos más oscuros del continente. Y España, como resume la
historiadora Lurdes Cortès–Braña, descubría que había quedado “en la parte
equivocada de la Historia”. La dictadura franquista había sobrevivido, pero
estaba cada vez más aislada. “Fue vetada en las conferencias de Potsdam y San
Francisco que diseñaron el nuevo orden mundial, expulsada de la ONU y, además,
en 1946 Francia decidió cerrar su frontera”, enumera.
Ante aquel
panorama, el régimen buscó fórmulas que no sólo le ayudaran a mejorar su
imagen, sino también a romper aquel “ostracismo internacional”. Y una de ellas
fue un complejo plan por el que traer a España a niños europeos para que
pudieran recuperarse de la Segunda Guerra Mundial y darles “generosa
hospitalidad en su suelo”. “La idea se vendió como un plan humanitario, pero
tenía un objetivo claramente político. De hecho, levantó las suspicacias de
algunos países y organizaciones hasta el punto de que el ministro de
Exteriores Alberto Martín Artajo se encargó de recalcar justamente eso en sus
comunicaciones, que era una idea ‘ausente de todo matiz político’ y que se
hacía por ‘puro sentimiento humanitario”, explica la doctora en Historia. Como
otros proyectos del régimen, aquel también se presentó como algo faraónico: en
noviembre de 1945 se propuso que llegaran 50.000 niños. La cifra real no llegó
a un 10%.
Foto: Retrato
de Karl Bock, uno de los niños que llegó a Menorca. Archivo de la familia Bock
Florit.
El acogimiento temporal de ‘los niños de la guerra’
“España
aseguraba que había recibido múltiples peticiones de organizaciones
humanitarias, cuando lo cierto era que el régimen se les había acercado por
iniciativa propia”, destaca la historiadora. De hecho, la idea ni siquiera era
una novedad. Cortès–Braña afirma que fue justamente el “espléndido
aislamiento” español el que hizo que desconocieran que hacía años que en Europa
se organizaban operativos para acoger temporalmente a los niños víctimas de la
guerra. “Entre 1942 y 1950 la Cruz Roja Suiza gestionó la acogida de unos
180.000 niños para una estancia de recuperación de tres meses”, señala.
Lo de España,
sin embargo, se veía con otros ojos. Por un lado, por la situación económica y
social que se vivía en el país. “Aún estábamos con la miseria de la posguerra y
las cartillas de racionamiento”, recuerda la historiadora. Pero también estaba
el tema político. El Partido Comunista de Austria, por ejemplo, denunció que se
alimentaría a los niños a costa del hambre de los españoles, y que se les
pretendía “bendecir con una educación fascista”. De hecho, cuando Cáritas de
Austria decidió ir adelante con el plan fue “a condición de que quedase en
manos de Acción Católica Española” y sin la participación de Falange. “Sin
embargo, Falange intervino en el operativo de acogida, y el papel del propio
Franco fue tan destacado que él mismo acogió a tres niñas austriacas”, subraya
la autora de Un asunto de Estado: la acogida de niños austriacos en la
geopolítica del primer franquismo.
La apertura de la frontera con Francia en 1948 fue definitiva para que el plan echara a andar. A partir de febrero de 1949 y hasta finales de 1959 llegaron a España 2.981 niños austriacos y 974 alemanes en un total de ocho expediciones. “Alemania y Austria había sido el Reich, eran los malos, y esos niños no participaron en los viajes humanitarios hasta después de la guerra. Y, cuando Franco consiguió sacar adelante su proyecto, eran los que estaban en peor situación”, afirma la historiadora.
Foto: Un grupo
de niños austriacos en el momento en que descienden del barco que les ha traído
a Palma, donde pasarán una temporada, distribuidos entre familias españolas.
EFE
Un “asunto de Estado”
Materializar el
plan fue toda una odisea. El sistema de transporte estaba “completamente
desestructurado” y los niños sólo pudieron llegar a España “en trenes cedidos
por los británicos”. “Aun así, el plan consiguió extenderse y alcanzar a todo
el país, incluso a Canarias. De hecho ése era el objetivo porque se trataba de
un asunto de Estado”, afirma.
A Balears
llegaron 102 menores –96 austriacos y seis alemanes– entre abril de 1949 y
abril de 1950, que acabaron repartidos entre Menorca y Mallorca. En ésta última
isla, se sabe que residieron entre Palma, Sóller y Felanitx. “La mayoría fueron
acogidos por familias acomodadas porque el régimen buscaba quedar bien y que
pareciera que en España atábamos a los perros con longaniza. Pero es evidente
que también pesaba que fueran católicas”, señala.
En el listado
de familias mallorquinas de acogida destacan apellidos como Orlandis, Oleza,
Calvet u Oliver, y los nombres de Fausto Morell o María Garau, viuda del industrial Manuel
Salas. También la familia Moll tuvo un papel relevante. Por un lado,
el filólogo y profesor Francesc de Borja Moll publicó el mismo 1949 una suerte
de diccionario, el ‘Sumario de alemán para hablar con los niños austriacos’ –bajo
el pseudónimo de Fritz Hartmann– con la idea de facilitar la comunicación entre
los menores y sus acogedores. Por otro –como recupera Alejandro Casadesús en el
estudio ‘Alcover, Moll i la llengua alemana’–, su hermano Bep
también acogió a un niño austriaco en Menorca: Adolf Brückler. Uno de los hijos
del filólogo contó a Casadesús que, cuando un día jugaban en una cueva de
Macarella, se desató una tormenta. Y aquel niño estaba “tan marcado por la
guerra” que, “al oír los truenos, se escondió en el rincón más hondo y no
quería salir”.
Entre la miseria y la desmemoria
“Mi padre tenía
seis años cuando llegó a Menorca y recordaba muy poco de la guerra. Sí tenía la
imagen de cuando bajaban al sótano cada vez que empezaba un bombardeo, pero
poco más. Lo cierto es que su padre había perdido una pierna luchando en el
frente”, explica Santi Bock. Su padre, Karl Bock, fue uno de aquellos niños
austriacos que llegó a Menorca. El menor de una familia con tres hijos que
vivía en Viena y que decidió apuntarse a aquel programa de acogida temporal en
España.
“Cáritas de
Viena enviaba personal a las escuelas para que explicaran la iniciativa. En
aquel momento muchas familias estaban en la miseria absoluta, pasaban hambre y
vivían entre ruinas, en infraviviendas o incluso en trincheras”, relata la
historiadora. Todos los niños que se inscribían en el programa pasaban primero
por una revisión médica. “Podían estar débiles, pero no enfermos”, señala. “En
el caso de mi padre, sus dos hermanos mayores se quedaron porque tenían edad
para ayudar a la familia y les necesitaban. Por eso decidieron enviar al
pequeño”, añade Santi.
Karl y otros
tantos niños llegaron a Barcelona después de haber pasado dos días recorriendo
Europa en tren. “De aquel viaje recordaba que sólo había comido pan y chocolate
negro”, dice Santi. Cuenta la familia que hasta la Ciudad Condal se desplazó el
que iba a ser su ‘padre’ de acogida, y que no era otro que el
capellán Jaume Gener. Su hermana Magdalena haría las veces de ‘madre’.
El estudio de Cortès–Braña demuestra que lo de Karl fue un caso especial, pero
no único. Entre los acogedores hubo alcaldes, organizaciones religiosas e
incluso obispos como el de Jaén.
En casa de los
hermanos Gener –en la que también vivían sus padres–, Karl Bock se convirtió en
el mimado. “Estaba más consentido, le cuidaban muchísimo y era como un hijo
único. También era un pillín, pero se adaptó muy bien y enseguida hizo amigos”,
afirma su viuda, Margarita Florit.
En aquellas calles de Ciutadella en las que corría y jugaba, Karl destacaba entre el resto de niños. “Siempre fue muy guapo, pero es que un niño extranjero de esa edad en aquella época era noticia”, asegura Margarita. Su perfil –ojos azules y pelo rubio platino– había sido uno de los más buscados entre las familias de acogida. Tanto que, según los testimonios recogidos por Lurdes Cortès–Braña, en los lugares y expediciones en que no hubo buena organización, la llegada de los niños se acabó convirtiendo en una suerte de subasta.
Foto: El capellán Jaime Gener junto a Karl Bock y otra de las niñas
austriacas llegadas a Menorca. Archivo de la familia Bock Florit.
De los repetidores a la adopción
“No sabemos qué
vio mi padre en Menorca para que cuando regresó a Viena le dijera a su familia
que quería volver a la isla”, recuerda Santi. Según la historiadora, se calcula
que entre 1950 y 1959 se dieron en España unos 900 retornos –costeados por las
familias españolas–, especialmente durante los veranos. Para muchos, la vuelta
a sus países rozó el shock: algunos habían olvidado el alemán, otros no
conseguían reintegrarse en la escuela y menos en el nivel que correspondía a su
edad y a los que habían ido a parar a las familias más adineradas, les costó
“adaptarse a no tener coche o servicio”.
Karl Bock
también fue uno de esos repetidores. Y nadie recuerda a ciencia cierta cuándo
se decidió que sus estancias temporales se convirtieran en algo definitivo. El
objetivo del plan nunca había sido que los niños fueran adoptados. De hecho,
Cortès–Braña señala que era una de las primeras advertencias que se hacía a las
familias y que eso motivó que muchas decidieran no participar. Sin embargo, las
adopciones –“formales e informales”– acabaron por llegar.
“Karl nunca
dijo que echara de menos a sus padres o a su familia, o su país. Supongo que si
hubiera sido así no se habría quedado o habría viajado a verles más a menudo”,
plantea Margarita. Su padre murió cuando él era aún adolescente y su madre fue
a verle a Ciutadella cuando cumplió los 18. Karl sólo viajó a Viena para la
boda de su hermano Gustav, quien llegó a vivir en la ciudad menorquina durante
unos siete años después de casarse. “Él trabajaba en una fábrica de bisutería y
su mujer era peluquera, pero acabaron por volverse a Austria, creo que porque
ella echaba mucho de menos a su familia”, señala Santi. A día de hoy, sus hijos
siguen visitando Menorca con frecuencia.
En su nueva
vida en Menorca, Karl Bock también olvidó el alemán –“En aquel momento no tenía
posibilidad de hablarlo con nadie”, dice su hijo–, fue a la escuela del
Seminari y a la D’Es Born antes de que el capellán Jaime Gener le convenciera
de pasar unos meses en Barcelona para estudiar mecanografía. A su vuelta abrió
en Ciutadella la primera escuela de toda la isla para aprender a escribir a
máquina. Y así, pasó de ser “Karl el austriaco” a “Karl el de Mecanografía
Viena”.
“El éxito fue
asombroso. Creo que por la academia pasaron todos los niños de la ciudad.
Teníamos 30 máquinas de escribir y las clases se llenaban cada hora”, explica
Santi. La fama de la academia creció hasta el punto de que eran muchas las
empresas que buscaban personal entre sus alumnos. “Creo que la oficina del paro
y de colocación en Ciutadella era la nuestra”, bromea.
Después de que
el propio capellán le pidiera permiso al padre de Margarita, Karl y ella
iniciaron un noviazgo que acabó en matrimonio y en nueve hijos: seis chicas y
tres chicos. “Cuando no estaba en la academia estaba con su familia. También
cazaba y pescaba, pero no era hombre de bares”, recuerdan. Karl falleció de un
infarto –el segundo que sufría– cuando tenía sólo 48 años.
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