El estreno de
Civil War, de Alexander Garland, ha servido como espoleta para la discusión de
una posible guerra civil, hoy, en EEUU. Aunque, haya guerra civil o no, el
aumento de la violencia parece estar garantizado, gane o no Donald Trump.
Cómo será la próxima guerra civil en EEUU
EL VIEJO TOPO / 27 mayo, 2024
por Chris Orlet
Uno de los
juegos de salón más populares en Estados Unidos en este momento podría
llamarse: ¿Cómo será la próxima guerra civil estadounidense? Entre los muchos
escenarios que se barajan está el dramatizado en la próxima película de
suspense Civil War, del director Alex Garland. En la película de
Garland vuelven a haber dos ejércitos estadounidenses enfrentados: las fuerzas
militares de Estados Unidos frente a las «fuerzas occidentales» separatistas
lideradas por Texas y California. ¿California? dirá usted. ¿No querrá decir
Texas y Florida?
La
Confederación Texana-Californiana de la película ha hecho que muchos críticos
se rasquen la cabeza, pero la composición de los bandos enfrentados tiene poco
que ver con el argumento. La política de la película es opaca a propósito.
Garland no ha dicho por qué eligió a estos dos estados particularmente
antagónicos para unir sus fuerzas, pero parece obvio que ha sido un intento del
director para asegurar que su película fuera apolítica y, por tanto,
comercialmente viable.
Si la premisa
de la película de Garland no es en absoluto la de la próxima guerra civil
estadounidense, ¿existe algún escenario que al menos tenga sentido en nuestro
clima político contemporáneo?
Desde luego, no
se trata de las conocidas líneas de batalla entre Estados rojos (republicanos)
y azules (demócratas). A diferencia de la división geográficamente conveniente
entre Estados Unidos y la Confederación en la década de 1860, las líneas
divisorias ideológicas y políticas de hoy se extienden por todo el territorio
de los 48 estados e incluyen estados que cambian constantemente de color, del
rojo al púrpura y al azul. Por no hablar de los focos urbanos de liberalismo
incluso en los estados más rojos.
El autor
Stephen Marche ofrece otra perspectiva en The Next Civil War:
Dispatches from the American Future. Predice que el país pronto se dividirá
en cuatro naciones separadas: Norte, Sur, Texas y California. Habría sido una
película más realista que la de Garland, pero es poco probable que la geografía
desempeñe un gran papel en la próxima contienda civil. Puede que Estados Unidos
esté dividido, pero lo está por edad, educación, raza y religiosidad, no por
una versión del siglo XXI de la línea Mason-Dixon.
En cuanto a la
secesión, no apuestes por ella. Los tejanos seguirán divagando sobre Texit,
pero incluso el Tribunal Supremo de Donald J. Trump ha señalado que tal
movimiento sería ilegal. El periodista Dan Solomon examinó metódicamente la probabilidad
de secesión de Texas en un reciente artículo en Texas Monthly y, tras
entrevistar a muchos destacados juristas y expertos militares, llegó a la
conclusión de que la posibilidad era extremadamente remota. Mientras tanto,
encuestas recientes sugieren que la mayoría de los tejanos ni siquiera quieren
la secesión.
Entonces, ¿qué
podemos esperar? ¿Otra Pax Americana?
No, si Trump se
queda corto en las elecciones presidenciales de este año. Muchos expertos
predicen que si Trump pierde las elecciones de noviembre y, como la última vez,
se niega a admitirlo, estallará una ola de violencia extremista que hará que el
asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 en la capital de Estados Unidos
parezca la hora del té con la Reina. La violencia puede ser larga y continuada
de una forma que Estados Unidos no ha visto desde la época de los derechos
civiles, «Bombingham», en la que los residentes de Birmingham, Alabama,
soportaron 50 explosiones de dinamita entre 1947 y 1965.
Al menos ese
fue el consenso de los numerosos expertos entrevistados el mes pasado por la
revista Politico. Es cierto que la pregunta se refería a si Trump
fuera expulsado de las urnas, no si perdiera las elecciones, pero viene a ser
lo mismo.
Se espera un
«marcado aumento del extremismo violento», advirtió Donell Harvin, experto en
seguridad nacional y educador. «La violencia es probable pase lo que pase»,
afirmó Rachel Kleinfeld, de la Fundación Carnegie para la Paz. Será «el
comienzo de un nuevo desmoronamiento sangriento», dijo Aziz Huq, profesor de
Derecho de la Universidad de Chicago. Habrá «protestas masivas de extrema
derecha en las que participarán vigilantes armados», afirmaron Steven Simon,
profesor visitante de prácticas en Estudios de Oriente Medio de la Universidad
de Washington, y Jonathan Stevenson, investigador principal del Instituto
Internacional de Estudios Estratégicos. Por otra parte, el ex gobernador de
Arkansas, Mike Huckabee, ha advertido de que si Trump pierde en noviembre
«serán las últimas elecciones estadounidenses que se decidirán con papeletas y
no con balas».
Aunque la base
de Trump está formada en su mayoría por blancos viejos y ligeramente racistas,
esa base tiene un núcleo antigubernamental muy inestable y militante (pensemos
en los patanes que intentaron secuestrar a la gobernadora de Michigan, Gretchen
Witmer, o en Cliven Bundy y su chusma, o en Timothy McVeigh, del atentado
contra el edificio federal de Oklahoma City en el que fueron masacradas 168
personas). Estos fanáticos suelen tener dinero, arsenales y serios complejos de
martirio. Si Trump pierde las elecciones de noviembre, extremistas similares
contrarios al gobierno federal intentarán sin duda desestabilizar el país aún
más de lo que ya está.
Según el
Southern Poverty Law Center, en la actualidad hay unos 700 grupos extremistas
antigubernamentales en Estados Unidos. Sólo los movimientos milicianos cuentan
con unos 50.000 aspirantes a Stonewall Jackson. Eso es suficiente mano de obra
para infligir una cantidad sustancial de daño –aunque no lo suficiente como
para librar una verdadera guerra civil. Y aunque la mayoría de los extremistas
antigubernamentales carecerán de agallas para hacer algo más que sus habituales
quejas y rabietas en las redes sociales, un pequeño porcentaje de ellos sí lo
hará.
Si el presidente
Joe Biden gana las elecciones de noviembre, los estadounidenses de a pie
deberían prepararse para un aumento del terrorismo doméstico, un gran repunte
de las escaramuzas contra las tropas federales y los agentes federales, y más
escenas como el asalto al Capitolio del 6 de enero.
Los extremistas
antigubernamentales bien podrían lanzar campañas de atentados similares a las
que otros extremistas racistas y antigubernamentales emprendieron durante el
Verano Rojo de 1919 (en el que se produjeron atentados terroristas de
supremacistas blancos en más de tres docenas de ciudades estadounidenses y en
un condado rural de Arkansas, y durante el Verano de la Libertad de Misisipi
(cuando se bombardearon o incendiaron 67 hogares, negocios e iglesias de
negros).
Otros
escenarios de pesadilla podrían parecerse a los atentados de 2008 en Bombay
(India). Aquellos atentados fueron perpetrados por apenas diez miembros de un
grupo militante islamista radical, pero consiguieron matar a 175 personas y
herir a más de 300.
Más difícil de
predecir es lo que ocurrirá si gana Trump. Muchos expertos predicen el fin de
la democracia en Estados Unidos. Eso es poco probable. Los dictadores con un
fuerte culto a la personalidad no viven para siempre, y cuando el hombre fuerte
de España, Francisco Franco, o el de Chile, Augusto Pinochet, finalmente
estiraron la pata, una forma de democracia fue finalmente restaurada en esas
naciones. Aspirantes a Trump como Marjorie Taylor Green y Jim Jordan nunca
podrán calzarse las botas de Trump.
Estados Unidos
tiene una larga y sórdida historia de violencia doméstica extremista. Cien años
antes de la Guerra de la Independencia, Nathaniel Bacon, un acaudalado político
que vivía exiliado en Virginia, encabezó una sangrienta rebelión contra el
gobierno de Virginia porque el gobernador se negaba a matar o expulsar a los
nativos americanos de sus valiosas tierras natales. Este tipo de escenas se han
venido sucediendo desde entonces. Los «patriotas» que atacaron el Capitolio el
6 de enero se habrían sentido muy a gusto en la turba de Bacon.
Los extremistas
que atacaron Estados Unidos el 11-S creían que eran soldados de infantería en
una justa guerra santa. Si Trump pierde en noviembre, algunos extremistas
nacionales estarán convencidos de que ellos también son patriotas que luchan en
una justa guerra civil. Del mismo modo que nunca subestimaremos la potencia de
unos pocos soldados de Al Qaeda, no deberíamos subestimar la destrucción que
puede causar un pequeño porcentaje de apasionados perdedores.
Artículo publicado
en CounterPunch.
Fuente: Blog de Rafael Poch de Feliu
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