Milei
encara un cuarto intento de reorganización neoliberal. Capturó un sector de
votantes con la ingenua ilusión de penalizar a la ¨casta política¨ y erradicar
la inflación con la dolarización. Pero se avecina una guerra contra el pueblo.
El caótico atropello que
prepara Milei
El Viejo Topo
30 noviembre, 2023
Milei está organizando un furibundo ataque contra las conquistas populares. Pretende instaurar un modelo neoliberal semejante al impuesto durante décadas en Chile, Perú o Colombia. Intenta modificar las relaciones de fuerzas que limitan el despotismo de los capitalistas, doblegando a los sindicatos, debilitando a los movimientos sociales y atemorizando a las organizaciones democráticas. Busca introducir una hegemonía perdurable de los poderosos.
El libertario
encabeza el cuarto ensayo de la intentona reaccionaria que inició Videla,
retomó Menem y recreó Macri. Tiene muchos parentescos y diferencias con esa
trayectoria.
Arranca con un
significativo sostén electoral. Se impuso por 11 puntos en el balotaje, ganó en
21 provincias, casi empató en el bastión peronista de Buenos Aires y volvió a
pintar de violeta el mapa nacional. Consiguió esos guarismos con un reducido
voto en blanco. Esa contundencia quedó plasmada en el reconocimiento anticipado
de su triunfo por parte de Massa. Nuevamente fallaron los pronósticos que
auguraban una elección reñida.
La convergencia
con Macri permitió esa arrolladora victoria. El libertario retuvo el sostén de
sus seguidores y sumó al grueso de la derecha convencional. La neutralidad
promovida por la UCR y la Coalición Cívica fue desoída y el peronismo añadió
muy pocos sufragios al magro caudal de sus últimas presentaciones.
Los comicios
repitieron lo sucedido recientemente en Ecuador, donde la victoria inicial de
la centroizquierda en la primera vuelta, quedó revertida por la unificación de
la derecha en el balotaje.
DOS EXPECTATIVAS
Milei intenta forjar una fuerza ultraderechista para sostener su agresión
contra los trabajadores. El 30% de votantes propios es el sustento de esa
construcción. Es un pilar diferenciado del 26% que aportó el PRO a su
presidencia.
Las explicaciones
más corrientes del primer caudal resaltan los ingredientes emocionales.
Destacan el odio, la escasa politización y la irracionalidad de conductas que
prevalecen en ese sector. Estos rasgos están muy presentes y sintonizan con el
excéntrico liderazgo del próximo presidente. Con Milei ha triunfado la peor de
las opciones que ofrece un sistema político-social asentado en la tiranía de
los poderosos.
Pero la
evaluación de la base electoral de Milei en términos de mero fastidio y voto
bronca impide registrar las motivaciones de ese sustento. El libertario
convirtió a “la casta política” en el chivo expiatorio de todas las desgracias
del país. Con esa campaña logró una atracción transversal de votantes y una
especial simpatía de los jóvenes pauperizados.
Utilizó esa
bandera para aplastar a Massa, luego de haber sufrido una paliza en el debate
presidencial. Esa derrota paradójicamente lo potenció, porque su oponente
confirmó la rechazada imagen de un pícaro político profesional, que concentra
todas las bajezas de la ¨casta¨.
Milei canalizó
ese repudio porque proviene de otro palo. Es un outsider instalado
por los medios de comunicación para popularizar la agenda derechista. Difunde
un mensaje ultraliberal con el envase poco corriente del anarcocapitalismo
estadounidense.
Los delirios de
esa corriente incluyen apelaciones bíblicas y mensajes apocalípticos de
purificación. En esa alocada mirada se inspiran las convocatorias a comprar y
vender armas, forjar un mercado de órganos humanos y observar el matrimonio
igualitario como un malestar equiparable a los piojos.
En vez de
provocar el esperable rechazo de los votantes, esas extravagancias afianzaron
la imagen de Milei como un personaje ajeno a la ¨casta¨. Su discurso conectó
con el renacimiento de la consigna ¨que se vayan todos¨. Esa demanda reapareció
con la misma tónica anti institucional del 2001, pero con un contenido
contrapuesto a esa rebelión. En lugar de motorizar una protesta contra los
poderosos fue manipulada para preparar el ataque a las conquista sociales y
democráticas.
Los seguidores
del libertario esperan una drástica depuración del sistema político. Es la
ilusión que Milei comenzó a socavar, con sus contubernios para repartir los
cargos del nuevo gobierno.
La segunda
expectativa que explica el éxito de Milei fue su promesa de erradicar la
inflación dolarizando la economía. La carestía es una intolerable desgracia que
la población anhela extirpar por cualquier medio. El cansancio con un flagelo
que desquicia la vida cotidiana, indujo a convalidar las soluciones
mágico-expeditivas que postula el libertario.
Milei no
presentó un sólo ejemplo de viabilidad de su propuesta, pero introdujo la
ilusión de un funcionamiento provechoso de la economía dolarizada. Retomó el
mito de la convertibilidad menemista, omitiendo el desempleo y la regresión
productiva que sucedió a una estabilización monetaria asentada en el
endeudamiento y las privatizaciones. Recreó también el espejismo de la potencia
argentina a fin del siglo XIX, ocultando que esa prosperidad agro-exportadora
sólo enriqueció a la oligarquía, afianzando el perfil subdesarrollado del país.
El libertario siempre presentó sus imaginarios paraísos como corolarios de un duro ajuste. Pero sus votantes suponen que la ¨casta ¨ (y no ellos), cargará con los costos de ese sacrificio. Ese ensueño quedará demolido con los padecimientos que motoriza el nuevo mandatario.
PRESIDENCIALISMO AUTORITARIO
Milei anhela un
régimen político asentado en el fulminante predominio del Ejecutivo. No
pretende anular el Congreso, ni erradicar el Poder Judicial, pero aspira a
neutralizar la gravitación de ambos organismos. En varias oportunidades deslizó
su intención de recurrir al plebiscito para contrarrestar el bloqueo a sus
iniciativas.
El libertario
debutará con un pequeño pelotón de legisladores y sin conexiones firmes con los
tribunales. Su meta de presidencialismo autoritario no está a la vista, pero
tiene un plan para alcanzar un objetivo emparentado con la trayectoria de
Fujimori.
Milei intentará
forjar una base político-social propia con los recursos públicos. Procurará
transformar el disperso conglomerado de personajes que agrupa La
Libertad Avanza en algún aparato de peso territorial. Buscará, además,
complementar esa construcción con una red de pactos más sólidos, que las
quintas improvisadas con su variopinto espectro de socios.
La principal
alianza que concertó inicialmente fue con la derecha militarista de la
vicepresidenta Villarruel. Ese acuerdo le aportó el minoritario sostén de los
nostálgicos de la dictadura y muchas simpatías de los poderosos, que aprueban
el cimiento represivo del próximo ajuste. El atropello que motoriza el
libertario exige gendarmes, palos, balas y detenidos.
Villarruel se
embanderó con Videla poniendo fin a las ambigüedades del macrismo. Pretende
convertir a los genocidas en víctimas, mediante un negacionismo recargado que
recrea los peores fantasmas del pasado. Su atroz revisionismo provee
justificaciones a la criminalización de la protesta social. Macri intentó sin
éxito esa andanada, identificando la resistencia popular con los privilegios de
los corruptos.
Milei repetirá
esa fórmula diabolizando a los que ¨se oponen al cambio¨. Buscará acallar las
voces disidentes con prohibiciones y purgas culturales. El anunciado cierre de
Telam, Radio Nacional y la TV Pública anticipan esa arremetida. Villarruel apuesta
al desarme de todas las conquistas democráticas de los últimos cuarenta años,
empezando por la anulación de los juicios a los genocidas.
Un segundo
acuerdo político del libertario con Macri apuntó a sumar votos en el balotaje.
Las lecturas de esa componenda resaltaron la habilidad del ingeniero para
manejar a Milei, amoldando el estilo, el tono y la estética del candidato a las
pautas fijadas por los equipos del PRO.
Pero los
sucesos posteriores confirman que el nuevo mandatario no es personaje manipulable.
Tiene un plan propio que ya desató agudas tensiones con Macri. Los pronósticos
del próximo gobierno como un segundo turno de Cambiemos son
prematuros. Las disputas por el gabinete y la conducción del bloque
parlamentario contraponen el perfil derechista convencional que auspicia
Mauricio, con la aventura plebiscitaria que alienta el nuevo mandatario.
Milei tramita
una tercera alianza con la derecha peronista. Ya sondeó a Pichetto, Randazzo,
Toma y Scioli para cargos de alta responsabilidad, reforzando las tratativas
preelectorales con Barrionuevo. Con el mismo propósito designó en el ANSES y en
Transporte a funcionarios de Schiaretti.
Ese tanteo
apunta a usufructuar de una crisis del peronismo, que despunta en estricta
proporción al triunfo de Milei. Si el libertario hubiera ganado en forma
ajustada, Massa habría podido preservar el liderazgo que conquistó en el PJ, al
tornar competitiva la candidatura de un oficialismo desmoronado. Pero la
demoledora derrota del justicialismo ha reabierto todas las heridas de esa
formación. Milei atrae al sector antikirchnerista, que ha madurado un discurso
de enaltecimiento del capitalismo y hostilidad a los desamparados.
La presidencia
del libertario aporta, además, un inesperado trofeo internacional al trumpismo.
Buenos Aires se convertirá en un lugar de frecuente concurrencia de los
exponentes de la oleada marrón y ya circulan invitaciones para recibir a Trump,
Bolsonaro, Orban, Kast y Abascal. La ceremonia de asunción será una cumbre de
la ultraderecha planetaria. Las tensiones que genera ese alineamiento dentro de
la región han salido a flote y los elogios de Bukele contrastan con los duros
calificativos de Maduro y Petro.
Milei apuesta a
enlazar esa red internacional con la construcción de su propio espacio dentro
del país. A diferencia de sus pares, no cuenta con un partido de peso o con
fuerzas religiosas y militares que apuntalen su figura. Además, su propia
cosmovisión ideológica asentada en la escuela económica austríaca, el
anarcocapitalismo y el paleo-libertarismo de Rothbard carece de nexos con las
tradiciones derechistas de Argentina. Su activa promoción de enlaces
internacionales apunta a contrarrestar esa carencia.
THATCHERISMO Y BOLSONARISMO
El agrupamiento
forjado por Milei incluye una gran variedad de grupos fachos, pero su proyecto
no es fascista. Contiene sectas violentas como Revolución Federal, involucradas
en el intento de asesinato de Cristina y patotas que despliegan amenazas con el
logo de los Falcon Verdes. También considera despachar provocadores contra los
manifestantes opositores (¨orcos¨).
Pero el
fascismo, como régimen tiránico asentado en el despliegue del terror contra las
organizaciones populares para doblegar un peligro revolucionario, no está en el
horizonte inmediato. Milei tiene un propósito thatcherista de modificar las
relaciones de fuerza, quebrando las poderosas organizaciones populares del
país.
Seguramente
buscará zanjar a favor de las clases dominantes algún conflicto social
emblemático, como fue la huelga de los mineros en Inglaterra (1984). En lo
inmediato tratará de salir airoso del choque que suscitará su mega ajuste. El
resultado de esa primera batalla será determinante de las confrontaciones
posteriores.
Bolsonaro es el
principal antecedente y referente de Milei. Esa afinidad quedó explicitada en
la acelerada invitación que recibió el ex capitán, para concurrir a la asunción
del 10 diciembre. Ese convite afecta a Lula y al consiguiente vínculo con el
principal socio económico de Argentina.
Milei alaba a
Occidente, ensalza a Estados Unidos y teatraliza su fanatismo por Israel con
tributos a un rabino medieval. Despotrica además contra China, que es el gran
mercado de los bienes primarios del país. Bolsonaro desplegó la misma retórica,
pero finalmente optó por el pragmatismo con Beijing bajo la presión de los
agroexportadores brasileños.
El libertario
debuta repitiendo la tónica inicial del militar brasileño. Colocó exóticos
individuos en puestos claves del manejo estatal, en conflicto con los
funcionarios experimentados que sugiere el establishment. Un clonador de
caballos al frente del Conicet y un abogado con pergaminos emitidos por los
medios de comunicación ya emulan las escandalosas designaciones de Bolsonaro.
También la incipiente tensión con figuras de la derecha tradicional y el
resquemor de los grandes medios de comunicación emparentan a ambos procesos.
Pero Bolsonaro
es también el ilustrativo espejo de un autoritarismo frustrado. Al igual que
Trump, su ambición tiránica incluyó un fallido golpe de estado que afectó su carrera.
El libertario criollo espera evitar derrotas de ese tipo.
EXPLICACIONES Y COMPARACIONES
¿Cómo se
explica el éxito electoral de un personaje tan nefasto como Milei?
Muchos balances
enumeran factores sin jerarquizar las causas de ese resultado. El desastre
económico potenciado por el gobierno de Fernández determinó la victoria del
libertario. Los votantes rechazaron un oficialismo que toleró el 120% de
inflación y expandió la pobreza por encima del 40%. El discurso progresista
disfrazó un ajuste que generalizó el status de trabajador formal pobre. Las
promesas de Massa fueron poco creíbles y su oponente capitalizó esa
desconfianza.
El grueso del electorado atribuyó la responsabilidad del desbarranque económico al gobierno. Podría haber culpado a los grupos capitalistas o a las presiones destituyentes. El gobierno venezolano y los dirigentes cubanos doblegaron a la oposición demostrando ese tipo de acoso, en condiciones económicas comparables a la Argentina.
Lo que
pulverizó al peronismo en las urnas fue la inacción política ante un gran
deterioro económico. Esa parálisis comenzó con la agachada inicial en el caso
Vicentín y se consolidó con el sometimiento al FMI. La culpabilidad directa de
Alberto salta a la vista, pero la responsabilidad de Cristina no es menos
relevante.
CFK renunció a
librar la batalla contra la degradación económica y se limitó a señalar
adversidades con mensajes elípticos. Desde la vicepresidencia podría haber
introducido un cambio de rumbo, luego de la contundente advertencia que
irrumpió en los comicios de medio término. En ese momento Milei tan sólo
despuntaba como una pequeña fuerza en formación.
Cristina
tampoco impulsó una reacción acorde a la gravedad del atentado contra su vida y
el broche final fue la renuncia a su candidatura. Esa actitud de resignación
contagió a la militancia y desmoralizó a sus seguidores. Fue una postura
inversa a la que adoptó Lula para confrontar con Bolsonaro.
La exitosa
batalla contra la ultraderecha que se libró en Brasil, Colombia y Chile
demostró que la derrota de personajes semejantes a Milei es posible, cuando se
motorizan reacciones democráticas masivas.
En los últimos
meses esas respuestas despuntaron en el país, con iniciativas de estudiantes,
artistas y vecinos. Pero esa micro militancia del progresismo no alcanzó para
contener la oleada violeta, que coronó cuatro años de frustraciones con el
presidente elegido por Cristina. El veredicto final fue anticipado por el
contraste de los actos de cierre. Massa se reunió con un reducido grupo de
estudiantes secundarios, mientras Milei llenaba las calles de Córdoba.
El desenlace
electoral argentino presenta ciertos parecidos con el triunfo de Bolsonaro en
el 2018. La misma sorpresa (y desazón) que generó ese resultado se verifica
actualmente en el país. El miedo suscitado en Brasil por un desvariado capitán
fue inferior al hartazgo corporizado en la figura de Hadad. Y las frustraciones
acumuladas con Dilma se asemejaron al desengaño con Fernández.
Pero también es
cierto que la desastrosa gestión Bolsonaro incentivó el resurgimiento posterior
de Lula. Ese antecedente aporta cierta advertencia contra los pronósticos de
inexorable declive del kirchnerismo y ocaso definitivo del progresismo.
El principal
trasfondo común de ambos contextos ha sido la ausencia de resistencias sociales
significativas. En Brasil la oleada de protestas del 2016 desembocó en un
sostén al bolsonarismo y en Argentina la tradicional pujanza del movimiento
sindical quedó achatada en los últimos cuatro años.
INTERPRETACIONES Y JUSTIFICACIONES
La canalización
ultraderechista del descontento con los gobiernos progresistas no es una
singularidad argentina. Milei reproduce las mismas tendencias que se verifican
en otras latitudes. Se ufana de ser el ¨primer presidente liberal-libertario
del mundo¨, pero variantes de mismo tipo gobiernan desde hace tiempo en varios
países.
Es cierto que
la pandemia facilitó la avalancha de corrientes reaccionarias, pero los
oficialismos de ese signo fueron igualmente castigados por el impacto de la
infección. Alberto Fernández receptó el mismo malestar que afectó a Trump y a
Bolsonaro. Ese repudio electoral no se extendió, además, a todos los
progresismos. López Obrador por ejemplo salió airoso de la prueba
Se han expuesto
muchas evaluaciones de los efectos psicosociales de la pandemia y de la
desestabilización emocional que generó en las jóvenes camadas. Algunas
interpretaciones estiman que esa conmoción potenció las pulsiones
autodestructivas
que bordean a la sociedad. Pero es un abuso extrapolar esas evaluaciones al
campo político para explicar la victoria de Milei. Las principales causas del
éxito ultraderechista se ubican en los visibles ámbitos de la degradación
económica y la defraudación política.
Es evidente que
Milei navegó con el viento de cola que aporta la reacción ideológica neoliberal
contra progresismo. La precarización del empleo y la erosión de las
prestaciones sociales del Estado deterioraron la imagen positiva de la
actividad pública.
Los libertarios
se montaron en ese desgaste para propagar los mitos del individuo emprendedor y
autosuficiente, sin aportar un sólo ejemplo de viabilidad de esas creencias. Su
enaltecimiento del consumo también convergió con esas presunciones, porque en
el último bienio se convirtió en un inesperado refugio para lidiar con la
inflación y la imposibilidad del ahorro.
Milei
usufructuó de una oleada de reacción conservadora. Con ese vendaval atacó la
“ideología de género” y el “marxismo cultural” anticipando actitudes
inquisidoras. Seguramente archivará sus odas a la tolerancia liberal, para
implementar las persecuciones que promueven los cavernícolas de su equipo.
Benegas Lynch ya lanzó una campaña para derogar el aborto y atacar al
movimiento feminista.
Salta a la
vista la enorme incidencia que tuvieron los nuevos medios de comunicación en el
éxito de Milei. Manejó con gran habilidad las plataformas y contó con la
estrecha colaboración de especialistas en redes sociales. Utilizó ese cimiento
-como su padrino Trump- para divulgar noticias falsas. Tenía incluso preparada
una fantasiosa denuncia de fraude para lidiar con resultados electorales
adversos.
El libertario
aprovechó también el clima posmoderno de disolución de la verdad y pérdida de
confianza en la razón, para exponer propuestas disparatadas, contradecir sus
afirmaciones y sostener inconsistencias sin sonrojarse.
Frente al
impacto generado por su inesperado triunfo se han multiplicado las
explicaciones, que enuncian causas sin privilegiar los determinantes económicos
y políticos de la marea violeta. Particularmente el peronismo se encuentra en
estado de shock y sus pensadores sustituyen la evaluación concreta de lo
ocurrido por descripciones (inflación, deuda), generalidades (ascenso de la
derecha) o meras justificaciones (pandemia, guerra, sequía).
Otros convocan
a posponer el balance (¨es necesario pensar la derrota¨) o a soslayarlo (¨para
evitar mayores daños¨). Algunos optan por la crítica a los votantes (¨los
pueblos se equivocan¨), con una mirada paradójicamente emparentada con la
denigración derechista de Argentina (¨país de mierda¨). La evaluación política
del kirchnerismo que intentan eludir, es el único camino para esclarecer el
complejo escenario creado por Milei.
EL TORMENTOSO DEBUT CON AJUSTE
Ningún
ultraderechista ha debido lidiar con una crisis económica comprable a la
Argentina. Aquí radica la gran diferencia con Bolsonaro y esa singularidad
suscita los principales interrogantes sobre el libertario.
Bajo una mar de
improvisaciones, Milei tiene un definido plan de ajuste en varias etapas.
Acordará ante todo con el FMI el atropello a las conquistas populares. Pocas
veces se verificó tanta coincidencia inicial con el Fondo.
Los recortes
del déficit fiscal y la emisión que exige organismo -para acumular reservas y
garantizar los pagos al acreedor- convergen con Milei. Las tijeras que demanda
Washington coinciden con la motosierra del libertario. Su hostilidad hacia
China diluye además los temores del FMI, a las imprevisibles maniobras de Argentina
con los yuanes que sostienen las menguadas reservas del Banco Central.
El arranque de
Milei será la gran devaluación que Massa pospuso y Macri no logró forzar a
través de fallidos golpes de mercado. El dólar oficial saltaría un 100% para
comenzar su aproximación al precio del paralelo. El libertario intentó sin
éxito que Fernández se despidiera con ese sacudón y Alberto accedió tan sólo a
encarecer parcialmente el tipo de cambio para los exportadores y el turismo.
La mega
devaluación de Milei potenciará la altísima inflación. La brutal remarcación en
curso y la generalizada retención de mercancías anticipan ese impacto. Como el
libertario ya anunció que anulará los acuerdos de precios, comienza a
percibirse un clima de hiperinflación.
La inminente
cirugía sin anestesia incluye una drástica reducción del gasto público que
empobrecerá al grueso de la población. El anuncio de una eventual eliminación
del aguinaldo es un indicador de la escala de esos recortes. Un hachazo del
mismo tipo introduciría la suspensión de la obra pública y la amputación de los
fondos girados a las provincias.
La aplicación
de semejante ajuste será garantizada por el abrupto achicamiento de la emisión.
Los efectos recesivos de esa restricción introducirían el principal giro de la coyuntura
económica. El descalabro de los últimos años se gestionó manteniendo un nivel
actividad que ahora tenderá a desmoronarse.
En las próximas
semanas se verificará el impacto de una guerra económica contra el pueblo.
Milei, Bullrich y Macri intentaron que el escenario caótico recayera sobre el
actual gobierno, pero todo indica que ese contexto irrumpirá en diciembre. El
nuevo gobierno deberá afrontar las consecuencias de su brutal ajuste.
ATROPELLO CON ENDEUDAMIENTO
La segunda
etapa del Plan Milei transita por la aprobación legislativa de un
reordenamiento neoliberal, muy superior al intentado en el pasado. Ese paquete
incluye el desmantelamiento de Aerolíneas, la eliminación de 11
ministerios, la privatización de medios de comunicación, la desregulación de
los alquileres, el recorte de las transferencias a las provincias, nuevas
rebajas de las jubilaciones, algún reinicio del sistema privado de pensión y
una reforma laboral que elimina las indemnizaciones.
Esa
monstruosidad legislativa ya está encarpetada, pero sus promotores vacilan en
su introducción en bloque (ley ómnibus) o en forma secuencial. Para evitar
trabas en los tribunales, el nuevo ministro Cúneo Libarona negocia cierta
impunidad, a cambio de privilegios a la casta judicial (cierre del juicio
político a los supremos y ocupación de las vacantes por ahijados de la Corte).
Pero la
aprobación legislativa de las contrarreformas neoliberales depende de las
alianzas concertadas por un presidente, que no cuenta con significativa bancada
propia. En los chisporroteos por la designación de funcionarios, Macri
chantajea con retacear ese sostén legislativo.
La tercera
etapa del plan en curso es la dolarización, que Milei presenta como una meta
estratégica de improbable implementación inmediata. Tiene un significado
semejante a la convertibilidad, como sustento de la reorganización neoliberal
de Menem. El libertario no renuncia a imponer ese cambio del patrón monetario,
pero no puede dolarizar sin divisas.
También resulta
imposible esa mutación monetaria con la montaña de pesos circulantes y la
burbuja de la deuda pública concentrada en las Leliqs. La dolarización exigiría
acumular divisas y achicar esa masa de títulos, al cabo de un tsunami económico
que estabilice la moneda. Por esa razón, la dolarización paulatina (en el
modelo de Ecuador o de El Salvador) es concebida como el tercer momento del
programa libertario. Su implementación inmediata generaría no sólo un estallido
cambiario y un desplome hiperinflacionario, sino también el colapso de los
bancos.
Las entidades
concentran la montaña de las Leliqs y funcionan renovando el crédito al Estado,
con muy pocos préstamos al sector privado. Una dolarización sostenida en el
abrupto achicamiento de esos títulos (mediante su conversión en otro bono),
afectaría tanto a los depositantes como a los propios bancos.
Milei no
necesita divisas para el futuro plan de dolarización, sino para el inicio
inmediato de su gestión. Este auxilio es perentorio. Con el dinero prestado a
cambio de las Leliqs, el Estado paga los sueldos, las jubilaciones y los
compromisos con contristas y acreedores. Si no consigue algún oxígeno externo
deberá debutar con anuncios de paralización del funcionamiento corriente de la
administración pública.
Sólo el sector
más extremista de su equipo -que perdió influencia con la renuncia de Carlos
Rodríguez- propicia iniciar el ajuste con un colapso de monumental envergadura.
Milei busca créditos en el exterior para eludir esa aventura. Hasta ahora
exhibía los préstamos negociados por Emilio Ocampo con algunas entidades (Bank
of America) y fondos de inversión (Black Rock). Pero al parecer optó por el
dinero que conseguiría Caputo, el artífice de todas las bicicletas en la era
Macri.
El ¨Messi de
las finanzas¨ transformó primero al país en el mayor deudor privado del planeta
y luego en el principal prestatario del FMI. Es un experto de la timba al
servicio del Deustche Bank y el JP Morgan, que reaparece emulando el retorno
del segundo Cavallo frente a una economía al borde del precipicio.
Nadie sabe
cuánto dinero conseguiría y cuáles serían las garantías otorgadas a los
acreedores, pero el protagonismo de YPF indica que los banqueros han sido
tentados con los activos de Vaca Muerta. La productividad de ese yacimiento es
tan elevada, que permitiría transformar el actual déficit energético (4500
millones de dólares) en un enorme superávit (17.000 millones) en el 2030. Milei
anunció que privatizará la empresa petrolera (cuyas acciones explotaron en Wall
Street) y colocó a un hombre del Grupo Techint para gestionar la liberación de
precios y una mejora adicional del floreciente balance de la compañía.
El fondo buitre
que reclama en Nueva York el pago de una inverosímil deuda con YPF, ya aceptó
tomar acciones como prenda de pagos futuro. Hay otras privatizaciones en agenda
(AYSA, ferrocarriles) y se ha desatado una guerra por los negocios más
rentables (Arsat), pero Vaca Muerta (segunda reserva gasífera del mundo) es la
joya que Milei pone en remate para endeudar por enésima vez al país.
Si el
libertario logra introducir una estabilización monetaria semejante a la conseguida
con la convertibilidad, retomará el plan de dolarización al cabo de una
transición bimonetaria (crecientes contratos sectoriales nominados en divisas).
La mixtura de ambas variantes sintetizaría la convergencia de su plan con los
modelos propiciados por los economistas de Macri.
Pero lo más
probable es un estallido previo de la burbuja especulativa en gestación, al
compás de la alocada danza de nombres que disputan los cargos del ámbito
económico. Mieli está rodeado de financistas aventureros que ya demostraron su
incalculable capacidad de daño. Sturzenegger fue el creador de las Lebacs (que
antecedieron a las Leliqs) y Caputo colocó un increíble bono que hipoteca al
país por 100 años.
La disputa
entre financistas por el re endeudamiento en marcha generó una crisis de
potenciales ministros antes de su asunción. Con la caída de Ocampo quedaron
afuera varios candidatos del riñón de Milei (Piparo al Anses, Villarruel a
Seguridad). A su vez con el ascenso de Caputo ganaron espacio los macristas
(Bullrich a defensa). El círculo rojo prefiere a los funcionarios más
confiables del PRO en el debut de la gestión. Pero las virulentas disputas en
la cúspide anticipan un perfil caótico del nuevo gobierno.
RESISTENCIAS Y EROSIONES
El principal
límite que afronta la topadora de Milei es la resistencia popular. Esa reacción
frenó en el pasado varios intentos de remodelación regresiva del país. El
libertario tratará de salir airoso de la misma confrontación que socavó a sus
antecesores. Se propone modificar la relación de fuerzas que no lograron
alterar sus maestros.
Cuenta a su
favor con la desmovilización social imperante desde hace varios años. Sólo los
movimientos piqueteros se han mantenido en la calle, frente a organizaciones
sindicales paralizadas. Milei está favorecido, además, por la magnitud de su
éxito electoral y por la memoria reciente de los fracasos de Alberto.
Pero las
rebeliones populares han irrumpido periódicamente en Argentina con inesperada
intensidad y es muy aleccionadora también la reciente experiencia de Ecuador.
El neoliberal Lasso llegó confiando en su capacidad de atropello y afrontó dos
impresionantes derrotas, ante la fulminante respuesta desde abajo que
encabezaron las organizaciones indígenas.
El mega ajuste
de Milei está amenazado, en segundo lugar, por la inmanejable dinámica de sus
medidas. Ensayará un ajuste sobre el ajuste que tiene pocos precedentes.
Tradicionalmente las devaluaciones y los grandes recortes del gasto público
introducían un abrupto deterioro de ingresos populares ascendentes (o por lo
menos estancados). Ahora se pulverizarán salarios de pobreza y subvenciones de
indigencia.
Las tarifas (y
otros precios que el establishment considera ¨retrasados¨) serán disparados en
un marco de altísima inflación, añadiendo combustible al incendio. La
motosierra amputará el gasto público, que ha permitido sostener el nivel de
actividad mediante un parche sobre el otro.
El inminente
combo de mayor inflación con devaluaciones y recesión, augura las mismas
turbulencias que desplomaron otras arremetidas iniciales del neoliberalismo.
Por esa experiencia los economistas del PRO tenían diseñado varios programas (y
ministros) sustitutos de la primera embestida. No está claro si Milei cuenta
con algún Plan B, frente a una descontrolada secuencia de corridas cambiarias y
bancarias.
Un tercer
límite al atropello se localiza en la eventual ruptura de la alianza con Macri.
Los indicios de esa fractura salieron a flote en el reparto de los ministerios
y en la tradicional disputa del conglomerado de Mauricio con sus rivales de
Techint. Todavía se desconoce el resultado de esa pugna, pero el ímpetu inicial
del libertario quedó frenado por las exigencias del ex presidente.
La colonización
macrista del nuevo gobierno es una posibilidad. Pero Milei no es personaje
pasivo, ni un títere de Cambiemos. Exhibe personalidad, defiende
los intereses económicos de sus aportantes y encarna un proyecto
ultraderechista diferenciado de la derecha convencional. Promovió hasta ahora
la apertura de la economía y el recorte de los subsidios a las empresas
enlazadas con el Estado, que propician los talibanes del capital financiero.
Por el contrario, la Macri se mantiene como un gran lobista de la ¨patria
contratista¨. Una escalada del conflicto entre ambos sectores puede erosionar a
las dos vertientes del andamiaje neoliberal.
Las clases
capitalistas apuntalarán el ajuste a la espera de sus resultados. Ese sostén
inicial puede diluir las fuertes diferencias que despuntaron en la campaña
electoral. Milei actuó como exponente de los fondos de inversión, Bullrich del
capital financiero tradicional y del agro-negocio y Massa fue la carta del
capital industrial. Pero como suele ocurrir luego de los comicios, todos se
amoldan al ganador siguiendo la adaptación que auspicia el FMI.
En la pulseada
final, Milei añadió a su riñón financiero el sostén de los unicornios
(Galperin), los gigantes de la industria (Techint) y el grueso del
agro-negocio. Massa mantuvo el apoyo de la burguesía industrial (UIA) y de los
empresarios con grandes contratos del Estado (Eurnekian, Vila).
Esos
alineamientos quedarán seriamente modificados por la cirugía que introducirá el
libertario. La guerra por los negocios dejará heridos y el balance del ajuste
recesivo sobre el tejido empresarial es imprevisible. Si los caídos son
numerosos, comenzará una impugnación desde arriba a la propia continuidad del
reordenamiento neoliberal.
DIAGNÓSTICO EN GESTACIÓN
Los pronósticos
sobre la presidencia de Milei son tan aventurados, como las encuestas que
fallaron en anticipar su arrolladora victoria. Esa dificultad de previsión
obedece al carácter novedoso de un protagonista en gestación. La ultraderecha
ha ingresado como un actor cuya consistencia es un interrogante.
La disputa
política ya no contrapone sólo a peronistas, radicales y macristas. Esta
significativa mutación induce a evaluar la coyuntura actual, como un fin de un
ciclo e inicio de una nueva época. Pero es prematuro postular que ese viraje
histórico comenzó, antes de conocer los efectos inmediatos del nuevo gobierno.
En pocos meses sabremos cuál es la dimensión de los cambios que afectan a un
país sometido a vertiginosas modificaciones.
Anhela un
presidencialismo autoritario, construye su propia base y forjó tres alianzas.
El libertario
no es fascista. Espera modificar como Thatcher las relaciones sociales de
fuerza, mientras repite la secuencia de Bolsonaro. Triunfó en las urnas por el
desbarranque económico y la renuncia kirchnerista a librar una batalla audaz.
Ese balance es eludido con descripciones y justificaciones.
Por la escala
del inminente ajuste. El endeudamiento con privatizaciones vuelve a escena, en
caóticas disputas por los negocios. La resistencia por abajo y las disidencias
por arriba afectarán a Milei. Un nuevo protagonista altera los diagnósticos del
país.