Tras décadas de guerras civiles y conflictos internos, Sudán sigue siendo un país rico (oro, petróleo, algodón….) cuya población mayoritariamente vive en la pobreza. Dominada por implacables señores de la guerra, sigue sin escapar a la violencia.
Sudán, complejo rompecabezas y base naval rusa
Piccole Note
El conflicto de Sudán, que se ha cobrado más de un centenar de vidas, recibe en los medios, como de costumbre, un tratamiento superficial. La narrativa dominante últimamente enmarca el enfrentamiento como otra fechoría rusa, ya que los sublevados contra el gobierno legítimo son las Fuerzas de Reacción Rápida (FRR) dirigidas por el general Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemeti, supuestamente apoyado por Wagner.
De ahí el corolario de esa narrativa, acompañado por la sombría descripción del citado general y sus FRR, que en Darfur ya masacraron. La cuestión es que, en realidad, aunque la explicación sea buena para apoyar la narrativa antirrusa, no ilustra sobre lo que está ocurriendo, ya que el oponente de Hemeti no es ciertamente un hijo de María, habiendo tomado el poder tras un golpe de Estado (en su momento apoyado por su actual oponente, más tarde arrepentido) y habiéndose ensañado ferozmente contra los manifestantes que salieron a la calle para protestar contra su toma del poder.
En su momento escribimos sobre el golpe, recogiendo información de los medios de comunicación israelíes: La “sospecha de que funcionarios israelíes estaban al tanto del complot, si no eran cómplices”, escribe Yonatan Touval, en Haaretz –surgió casi inmediatamente, cuando se hizo público un documento que informaba de una visita secreta de una delegación de seguridad sudanesa a Israel unas semanas antes [del golpe]».
«Una sospecha que pareció confirmarse plenamente a la luz de la revelación de que una delegación israelí, compuesta por personal de defensa y del Mossad, había viajado a Jartum tras el golpe para mantener conversaciones».
Represión
Al golpe de Estado siguió una dura represión, mientras las plazas seguían llenándose de los manifestantes que habían contribuido en no poca medida a acabar con el sombrío régimen de Omar al-Bashir, en el poder desde 1989 hasta 2019 (bajo al Bashir, Osama bin Laden había encontrado un refugio seguro en el país). Apoyando las protestas estaban las fuerzas políticas que habían formado un gobierno civil tras la caída de al-Bashir, que duró hasta el golpe de Estado de 2021.
Pero ninguno de los medios de comunicación que hoy lloran la suerte del pobre Sudán se preocupó de los muertos asesinados por las fuerzas golpistas actualmente en el poder. Citemos, a modo de ejemplo, lo que se informó en Africa Report en octubre de 2022: «En Omdurman, al otro lado del Nilo desde Jartum, un manifestante fue atropellado por un vehículo de las fuerzas (de seguridad), dijo el Comité Central de Médicos Sudaneses en un comunicado, elevando a 119 el número de muertos por la represión desde el golpe.
Y de nuevo, el 1 de julio de 2022, Michelle Bachelet, Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, al denunciar el asesinato de nueve manifestantes, añadió: «La mayoría de los muertos recibieron disparos en el pecho, la cabeza y la espalda». A continuación, las fuerzas de seguridad detuvieron al menos a 355 manifestantes en todo el país, entre ellos al menos 39 mujeres y un número considerable de niños.
El baño de sangre había terminado con un acuerdo con garantías internacionales entre las distintas fuerzas del país, que dejaba a al-Burhan en el poder durante un periodo transitorio que expiraba más o menos en estos días cuando un nuevo acuerdo entre las partes, en particular con el otro hombre fuerte sudanés, Hemeti, debería haber llevado al poder a un gobierno civil. Pero este último acuerdo se ha roto.
En resumen, no se trata de una lucha del bien contra el mal, sino entre dos señores de la guerra que han intentado meterse con calzador buscando apoyos internacionales, con Egipto del lado del gobierno golpista y los saudíes y los Emiratos Árabes del lado del general que se opone. Pero ni siquiera esta explicación es exhaustiva.
Está, por ejemplo, la visita del Ministro de Asuntos Exteriores israelí Eli Cohen a Jartum a principios de enero, sobre la que Middle East Eye registró la irritación de Hemeti «por no haber sido informado». Mientras que al Jazeera señalaba que «tras la destitución de al Bashir, Estados Unidos y las naciones europeas empezaron a competir con Rusia por la influencia en Sudán, que es rico en recursos naturales, incluido el oro». De hecho, muchos quieren hacerse con el oro de Sudán que gestionan los militares.
La base rusa y la influencia islamista en el ejército regular
Complica aún más las cosas el acuerdo entre Jartum y Moscú para establecer una base naval en Port Sudan, la primera base rusa en África y, además, en el estratégico Mar Rojo. Un acuerdo que fue objeto de largas negociaciones y que se ha materializado hace unos días, despertando la ira de Estados Unidos, que amenazó a Sudán con «consecuencias«.
Pero oficialmente el casus belli es la crisis de las negociaciones para poner fin al actual régimen militar, con un nuevo aplazamiento del nacimiento de un gobierno civil. Uno de los puntos conflictivos de las negociaciones es la integración de las fuerzas de reacción rápida en el ejército regular.
Al-Burhan, informa Middle East Eye que pretendía una rápida integración de estas fuerzas, para diluirlas en el ejército regular, privando así efectivamente a Hemeti del poder.
Otro punto controvertido, señala MEE, es «la influencia y presencia en el ejército regular de poderosas figuras islamistas de la época de Bashir [recuérdese, en este punto, la hospitalidad concedida a Bin Laden]. Hemeti insistió en que se abordara el problema, mientras que los representantes del ejército negaron la influencia islamista».
Por último, otra nota discordante en relación con la narrativa actual: Hemeti, en los últimos tiempos, se había convertido en el más firme partidario del entregar el poder a los civiles provocando reacciones de sus colegas de armas. con agudas polémicas que se han recrudecido en los últimos días.
En resumen, se trata de un rompecabezas tan complejo como confuso, con muchas cuestiones críticas. Oficialmente, el mundo entero pide el fin del conflicto: desde los rusos hasta China, desde los países africanos y de Oriente Medio hasta Occidente. Queda por ver cuántos de estos actores internacionales esperan secretamente sacar provecho de la guerra.
Al margen, cabe señalar el llamamiento conjunto por la paz en Sudán por parte del Secretario de Estado estadounidense Anthony Blinken y su homólogo británico James Cleverly. Se trata de una señal más de que para Washington la anglosfera ha adquirido ahora mayor importancia estratégica que la asociación con la UE.
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