Raza superior
Por Mario
Goloboff
Rebelion
| 10/12/2022 |
Fuentes: Página/12 (Argentina) [Imagen: Hitler durante un desfile. Créditos:
Página/12]
En una
definición simple y lo más cercana de lo común, la raza sería un grupo
biológico de personas unidas por el color de la piel, la forma y/o el color del
pelo, ciertos rasgos de la cara, características del cuerpo. A partir de allí,
se distinguirían tres tipos fundamentales: el negro, de piel oscura y cabello
rizado; el amarillo, de piel amarillenta y cabello negro lacio; y el blanco, de
piel clara y variado color del cabello. En la historia de la Humanidad se han
efectuado y siguen efectuándose mezclas de estos “tipos” o “razas”, lo que
convierte esas características en condicionales y no constantes. Como bien lo
ha demostrado en este mismo diario Alberto Kornblihtt, en pocas palabras y con
la sabiduría que le es propia, estas supuestas razas y las declaraciones que
les conciernen no tienen la menor validez científica y solo son vulgares
afirmaciones sin importancia ninguna. No obstante, parecen ser muy graves, y
si, como en el caso argentino, provienen de un expresidente, más graves aún.
Algunos
científicos comenzaron a usar el término y el ambiguo concepto de raza a partir
del trabajo de Joseph Arthur, conde de Gobineau, Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, 1853-55, que es quien propuso la idea de una “raza aria”, por una
extensión del vocablo aryan, del sánscrito “noble”, que describe el indo-europeo familia o más
restringidamente la división indo iraní de la familia. “La transposición de un
grupo lingüístico a un grupo físico, como explica Raymond Williams en Keywords, era
especialmente engañosa, cuando se combinaba, como en el caso de Gobineau, con
ideas de una “estirpe pura”, la superioridad de la “rama nórdica” dentro de
ella y, posteriormente, la noción general de las desigualdades raciales
intrínsecas”.
Se señala al
estudioso alemán Max Müller como el primer escritor en mencionar una «raza
aria» en inglés. En sus Conferencias
sobre la ciencia del lenguaje (1861), Müller se refirió a los arios como una «raza de
personas». En ese momento, el término raza tenía el significado de «un grupo de
tribus o pueblos, un grupo étnico». Si bien la teoría de la «raza aria» siguió
siendo popular, particularmente en Alemania, algunos renombrados autores
alemanes se opusieron a ella, como Otto Schrader, Rudolph von Ihering y el
etnólogo Robert Hartmann, quien propuso prohibir la noción de «ario» de la
antropología. El origen alemán de los arios fue especialmente promovido por el
arqueólogo Gustaf Kossinna, quien afirmó que los primitivos indoeuropeos eran
idénticos a la cultura de la cerámica cordada de la Alemania neolítica. Esta
idea circuló ampliamente en la cultura intelectual y popular a principios del
siglo XX.
El engañoso
concepto de una raza germánica fue uno de los más elaborados por el nazismo.
Contaban a su favor, entre otros elementos, con una historia literaria plagada
de tal patriotismo y se sirvieron de ella no solo como fuente sino también como
motivo permanente de realimentación. A esta empresa coadyuvaron el idealismo
alemán y el irracionalismo asentados en las filosofías adaptadas de Hegel y de
Nietzsche; el prusianismo, con la unidad nacional impuesta desde arriba y a la
fuerza; las teorías del Estado, el culto del ejército, de la autoridad y de las
jerarquías. El Estado-educador, las sociedades gimnásticas, la prohibición de
lenguas extranjeras, hicieron el resto. Abonados y ayudados por el misticismo
del alma germánica, por el orgullo de ser alemán, por el racismo, el
regionalismo reaccionario, la literatura de la sangre y del suelo, se movían en
un terreno conocido. Y bien sembrado por la mitología germana, con su desfile
de héroes, gigantes, dragones, Sigfridos y Brunildas, elfos y nibelungos, y su
consagración por Richard Wagner, a quien ungieron aprovechando que era, además,
como lo señaló oportunamente Hermann Broch, “la cumbre más alta de lo cursi”,
que ellos difundieron y festejaron desde el principio. (“El Kitsch puede ser
bueno, malo e incluso genial, mientras, con una nueva blasfemia, a este
respecto me permito considerar a Wagner como una de las máximas vetas del Kitsch, y no dudo de
agregar que tampoco Tchaikovsky se ubica muy lejos”. “Notas sobre el problema
del Kitsch”).
Hasta que
apareció el concepto, las lenguas indoeuropeas más antiguas conocidas habían
sido las de los antiguos indo iraníes. Por lo tanto, la palabra ario se adoptó
para referirse no solo a los pueblos indo-iraníes, sino también a los hablantes
nativos indoeuropeos en su conjunto, incluidos los romanos, los griegos y los
pueblos germánicos. Pronto se reconoció que los bálticos, celtas y eslavos
también pertenecían al mismo grupo. Se argumentó que todos estos idiomas se
originaron a partir de una raíz común, ahora conocida como proto indo europea,
hablada por un pueblo antiguo que se consideraba antepasado de los pueblos
europeos, iraníes e indo-arios.
Tales
lucubraciones están siempre, como se ve, íntimamente vinculadas con las de la
lengua, y el nazismo se valió de esta para establecer el eje de las diferencias
con otros pueblos: “Desde hace decenas de años, escribe Lionel Richard —Nazismo y literatura–, Adolf
Bartels (pastor y poeta nazi) bregaba en contra de la corrupción del lenguaje
alemán a causa de las palabras extranjeras. A partir de 1933 predicó
abiertamente, con el apoyo de sus adeptos, a favor de una lengua finalmente
purificada: había que desembarazarla del intelectualismo degradante (cuyas
fuentes eran los elementos judío y marxista) y retornar a la lengua primitiva de los campesinos”.
De todo ello, y
de las tremendas experiencias vividas por la humanidad, provienen las
reflexiones de otro sabio contemporáneo, George Steiner, en uno de sus libros
fundamentales, Lenguaje y
silencio, de 1976: “Pues no debemos engañarnos respecto de
algo que está perfectamente claro: el idioma alemán no fue inocente de los
horrores del nazismo. Que Hitler, Goebbels y Himmler hablaran alemán no fue
mera casualidad. El nazismo encontró en el idioma alemán exactamente lo que
necesitaba para articular su salvajismo. Hitler escuchaba en su lengua
vernácula la historia latente, la confusión y el trance hipnótico. Se zambulló
acertadamente en la espesura del idioma, en el interior de aquellas zonas de
tiniebla y algarabía que constituyen la infancia del habla articulada y que
existieron antes de que las palabras maduraran bajo el tacto del intelecto. Oía
en el idioma alemán otra música que la de Goethe, Heine y Mann, una cadencia
áspera, una jerigonza mitad niebla y mitad obscenidad. Y en vez de alejarse con
náusea y escepticismo, el pueblo alemán se hizo eco colectivo de la jacaranda
de aquel sujeto. El idioma se convirtió en un bramido compasado por un millón
de gargantas y botas implacables. Cualquier Hitler habría encontrado posos de
veneno y analfabetismo moral en cualquier idioma. Pero en virtud de su historia
reciente, esas cualidades no se encontraban en ningún otro ni tan cerca de la
superficie del habla vulgar”.
Mario Goloboff es escritor y docente universitario.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/506065-raza-superior
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