El fascismo y
el nazismo. Dos lacras de un tiempo que parecía pertenecer al pasado más
execrable de la historia contemporánea y que se abre paso entre las ranuras del
tiempo para volver con caras nuevas pero no menos siniestras. El que avisa no
es traidor.
El fascismo en Italia: ¿y aquí?
El Viejo Topo
8 octubre, 2022
Ya están aquí.
Bueno, aquí al lado. En esa bota de tacón alto que es Italia en el mapa
de Europa. Se veía venir. Casi nadie lo dudaba. En Hungría. En Polonia. En
Suecia. En Francia. En EEUU. Y en más sitios. Las hordas de Atila, la película
que vi cuando era un crío en el cine de Gestalgar que ahora ya no existe. Los
sitios desaparecen y es como si nunca hubieran existido. Quién se acuerda de
ellos. Nadie se acuerda de nada. No sé cuánta gente se acordaba en Italia de
que hace cien años tuvo lugar la Marcha sobre Roma al mando de Benito
Mussolini. El fascismo. El brazo extendido, como lo extendía a
medias, en un ridículo gesto demediado, Hitler ante sus miles de nazis
concentrados para organizar la derrota de lo humano. El fascismo y el nazismo.
Dos lacras de un tiempo que parecía pertenecer al pasado más execrable de la
historia contemporánea. Al Duce lo colgaron cabeza abajo después de freírlo a
tiros y el Führer se suicidó en su búnker a prueba de todo peligro menos el de
la cobardía, la humillación por la derrota y la vergüenza. Todo eso
sucedió en la primavera de 1945. Han pasado setenta y siete años desde
entonces. El pasado nunca desaparece del todo. Llega hasta ahora mismo. El
verso de Antonio Machado: “Hoy es siempre todavía”. Ayer, hoy y tal vez
mañana se juntan en una especie de siniestro juego de espejos en los que se
reflejan las huellas del horror. Y nosotros en ellos. También nosotros.
No sé si se
producirá el efecto mariposa. Un aleteo se convierte en un tsunami
que arrasa lo que encuentra a su paso. Estamos construyendo democracias
débiles, cínicas, que acogen con los brazos abiertos a quienes quieren
destruirlas. Desde dentro de las instituciones. Desde fuera, con sus violencias
callejeras y sus gradas futbolísticas que ostentan símbolos nazis sin que los
clubs pongan coto a sus desmanes. Al contrario: apoyan sus gritos, les regalan
entradas, se callan cuando el racismo descarga su odio sobre el césped como si
el odio lo hubieran firmado en los mismos despachos sus consejos de
administración.
Poco a
poco se han ido legitimando los fascismos. Los neofascismos o
postfascismos, como se los llama ahora, como si hubiera mucha diferencia entre
los fascismos de ahora y los de antes. Pensábamos que aquí estábamos fuera de
peligro. Mirábamos a Vox y no levantaban un gato del rabo. El PP
guardaba las esencias del franquismo: nunca fue un partido antifascista. Y no
se puede ser demócrata si no se es antifascista. Lo sabíamos. Pero cada vez más
la crisis económica se convertía en crisis moral. Nunca hubo una ruptura con
los valores de la dictadura. Nunca inventamos valores que fueran propios de una
democracia. La derecha y la extrema derecha eran lo mismo. O se parecían
demasiado. Ahora ha triunfado la extrema derecha en Italia y muchos
medios de comunicación españoles la llaman derecha a secas. Así blanquean a
Núñez Feijóo y preparan el triunfo del PP en las elecciones del año que viene.
Así disimulan la auténtica complicidad y cercanía política, económica, cultural
e ideológica entre el PP y la extrema derecha. Así se va diluyendo Vox en sus verdaderos
orígenes. La vuelta al redil. La derecha ya no necesita a Vox, eso
piensan. O lo necesita menos: tiene a Díaz Ayuso y a quienes dentro de su
partido marcan el camino a su nuevo jefe. En todo caso, no nos calentemos la
cabeza: se juntarán sin problemas si eso les permite gobernar. Ya lo han hecho
en Castilla y León. Y lo harán donde haga falta. Son lo mismo. Tampoco los
socialistas necesitan enemigos teniendo a gente como García Page en Castilla-La
Mancha y en Aragón a Javier Lambán. Podría ficharlos Feijóo y nadie notaría el
cambio. La perversión de la política. O la política de la perversión.
Juego de palabras que significan lo mismo. Menuda pareja.
Las democracias
han de ser fuertes. Las izquierdas, cuando gobiernan, han de hacer
políticas que apoyen a quienes menos tienen, que planten cara a quienes lo
tienen todo, que no se entreguen como corderitos obedientes a los consejos de
administración de las grandes empresas que dirigen nuestras vidas. O nuestras
muertes. Lo que pasa es que en este capitalismo cada vez más cerril y
exclusivista, quienes gobiernan no son quienes son elegidos
democráticamente en las urnas, sino quienes no se presentan a las
elecciones. Así, lo que vamos construyendo son democracias frágiles que
blanquean los fascismos, que les abren sus puertas para que puedan destruirlas
desde dentro. El malestar social desemboca en los triunfos de la
extrema derecha. Quienes menos tienen la votan. Piensan que quienes no han
trabajado en su vida van a salvar la vida de quienes llevan toda la vida
trabajando. La vida es una maldita paradoja demasiadas veces. Me pregunto:
¿sólo la derecha y la extrema derecha piensan lo que piensan sobre las
migraciones pobres, sobre los movimientos LGTBI, sobre el patriotismo de
pacotilla que defiende que ser español es lo mejor del mundo, sobre las
autonomías, sobre la Iglesia, sobre si es mejor dejar en paz las fosas comunes
republicanas para no reabrir las viejas heridas…? Pregunten, pregunten ustedes
y verán las respuestas a esas preguntas de quienes no votan a la derecha y la
extrema derecha en nuestro país. Igual se sorprenden con las respuestas. La
cultura que aquí seguimos mamando es demasiadas veces la del franquismo. No
hemos roto con esa cultura. No hemos construido una verdadera cultura de la
democracia. Y así nos va.
La bota de
tacón alto que es Italia ha vuelto a la fascista Marcha sobre Roma de
hace 100 años. La triunfadora Giorgia Meloni desenterrará el cadáver de
Mussolini y lo expondrá en la plaza pública para gozo y disfrute de una
democracia que de eso sólo tiene el nombre. No sé si el tsunami fascista –o
neofascista– llegará a España. O si ya ha llegado. Tiempo tenemos para
enmendarlo, ¿no? Tiempo tenemos. O eso me gustaría.
Fuente: Infolibre.
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