Tal día
como hoy en 1758 nacía uno de los líderes más prominentes de la Revolución
Francesa: Maximilien Robespierre, apodado el incorruptible. Para él la
revolución política era poca cosa si no tenía la finalidad de una revolución
social.
Una revolución anticapitalista
El Viejo Topo
6 mayo, 2022
La obra de Florence Gauthier constituye una aportación decisiva a los
debates y a la renovación de la historiografía de la Revolución, y
paralelamente, a la renovación de un republicanismo democrático y social. Su
antología de Robespierre (editada en España por El Viejo Topo con el
título Por la felicidad y la libertad, con
traducción de Joan Tafalla) es notable porque, al contrario de otras
antologías, Gauthier destaca en la misma el pensamiento social del
Incorruptible, así como aquellos elementos que le muestran como expresión del
movimiento social y no ajeno e incluso divergente del mismo como ha querido
algún historiador del siglo XX.
—Robespierre es el único gran hombre de la Revolución
que no cuenta con ningún nombre de calle en París. Después de la Ocupación, con
el gobierno surgido de la resistencia hubo una tentativa que no fructificó, y
así hasta ahora. ¿Cuál es la razón de este hecho?
—¿El único? En todo caso, Robespierre comparte el “privilegio” de la
exclusión con Jean-Paul Marat, pero también con muchos otros de los que
desempeñaron un papel central, por ejemplo en la revolución colonial y en la
abolición de la esclavitud. Pienso en Julien Raimond, animador de la Sociedad
de los Ciudadanos de color, Vincent Ogé, pero también con Étienne Polverel o
Léger-Félicité Sonthonax, que fueron comisarios civiles de Santo Domingo e
impulsaron con todas sus fuerzas físicas y morales la abolición de la
esclavitud en la isla en 1793. Y esto sólo en una rápida aproximación. ¿Por qué
Robespierre parece tan “repugnante”? Es una historia larga, que iremos
abordando seguramente a lo largo de esta entrevista.
—Desde 9 thermidor del año II[1],
son más de doscientos años de campaña difamatoria. Montañas de infamia se
amontonan al lado de numerosas biografías tendenciosas. Robespierre continúa
siendo el “maldito”. ¿Qué hizo Robespierre para merecer tantas calumnias?
—De forma
sintética, podemos decir que fue porque tomó la defensa de la “causa del
pueblo”, como él mismo la llamaba, pero también de la “causa de los pueblos” y
de sus derechos, y, en resumidas cuentas, “la causa de la humanidad” contra las
diferentes formas de opresión colonialista que se imponían en su época. Para
atenerme a la “causa del pueblo”, Robespierre, como diputado en
los Estados Generales entre marzo y junio de 1789, luego en la Asamblea
constituyente entre junio de 1789 a 1791 y en la Convención, entre septiembre
de 1792 y 9 termidor el año II, defendió los derechos del pueblo. Uso pueblo en
el doble sentido del término. En primer lugar en el sentido de “pueblo
constituido” por la práctica del ejercicio de los derechos del ciudadano,
eligiendo a sus representantes y participando en la elaboración de las leyes.
Él intervino para defender los derechos de todos los excluidos, como los
Comediantes, los Judíos y los Protestantes a quienes la Iglesia católica
excluía de la vida de los “cristianos buenos”, pero también de los “libres de
color”, que los colonos que se decían “blancos” excluían de los derechos de
ciudadano en las colonias, así como de los esclavos privados de todos los
derechos civiles y políticos.
También
defendió al pueblo en el sentido de la “gente menuda”[2],
para que sus derechos y su dignidad de seres humanos fueran tan respetados como
los de las capas superiores de la sociedad. Defendió el proyecto de una
democracia fundada sobre el ejercicio efectivo de la soberanía popular y fue
uno de sus principales promotores. ¡En una sociedad donde dominaban la
“nobleza de la sangre” y la del dinero, tomar partido por el pueblo, a quien la
“la gente de pro”[3] trataba
ordinariamente con palabras tan insultantes como “canalla” o “populacho”, era
no sólo valiente, sino todo un programa político!
—En tu obra historiográfica, rechazaste la concepción “clásica” de la
Revolución francesa como una “revolución burguesa con apoyo popular”, para
proponer el concepto la “Revolución de los derechos del hombre y del
ciudadano”. Explícanos por qué adoptaste este concepto y sus consecuencias
tanto para el conocimiento de la Revolución francesa, como para las actuales
lecturas políticas de la misma.
—¿Clásica?
Verdaderamente, no lo es. Más bien se trata de la interpretación “marxista”,
que no “marxiana”, de las Revoluciones de la época “moderna” (siglos XVIXVIII).
Es una cuestión esencial y, por tanto, complicada. Trataré de presentarla a
grandes trazos. A finales del siglo XIX e inicios del XX, los promotores de la
noción de la “revolución proletaria” acabaron por cambiar el sentido de la
Revolución francesa, que hasta entonces aparecía como una tentativa de
realización de una República popular, democrática y social, portadora de las
mayores esperanzas de los pueblos en todos los continentes.
En Francia, fue
Jaurès quien, en 1904, afirmó con fuerza esta nueva tesis en su Historia
socialista de la Revolución francesa. ¡Los Montagnards[4],
que hasta entonces habían sido percibidos como los defensores de la causa del
pueblo y tachados de “anarquistas”, de repente se vieron transformados en
“pequeño-burgueses” de nariz empolvada y de mentalidad estrecha! De nuevo,
Robespierre fue el primero pagar los platos rotos. Con esta operación, la
“revolución burguesa” se convertía en un paso obligatorio de la historia del
“progreso” y el capitalismo se transformaba en el instrumento de este
“progreso”. ¡Para Jaurès, el héroe de la Revolución ya no estaba al lado del
pueblo, sino al lado del “capitalismo” y Barnave se transformó, por necesidades
del guión, en una prefiguración del propio Marx! ¡Hay que leer las páginas
asombrosas en qué Jaurès compara a Barnave con Marx en el tema del carácter
progresista atribuido al capitalismo y de un materialismo que les sería común!
Estas dos afirmaciones merecerían ser revisadas en modo crítico. Será bien
difícil encontrar lo que Marx podía tener en común con un “liberal económico” y
con un defensor del colonialismo esclavista y segregacionista. Pero aquí nos
encontramos ante un nuevo capítulo de esas historias enmarañadas …
—Si te parece… podemos empezar a hablar del joven
abogado de provincias. En Arrás, pequeña ciudad del norte de Francia, el joven
Robespierre adopta la causa de los pobres, la causa del pueblo…
—Robespierre
había obtenido una beca para estudiar en París. Regresó a Arras, donde ejerció
como abogado, en 1781, con 23 años. Sus alegatos muestran enseguida su interés
por la justicia. Defendió a los débiles de todos los medios sociales y adquirió
un conocimiento concreto de las miserias individuales y sociales. Dejó
penetrantes descripciones de las condiciones espantosas de detención, por
ejemplo. Pero mostró toda su talla en el proceso que transcurre entre la
convocatoria de los Estados generales en 1788, hasta su elección como diputado
del tercer estado de Arras en abril de 1789. Para él fue un auténtico
descubrimiento conocer los abusos de poder cometidos por una pequeña camarilla
que controlaba el poder local en los Estados de Artois. Estos Estados eran una
institución antigua, en la cual cada uno de los tres órdenes: clero, nobleza,
tercer-estado, estaba representado por cargos electos. Gracias a recientes
reformas reales (que fechaban de 1771), el obispo de Arras y el gobernador
habían sustituido las elecciones por un nombramiento. El resultado fue que una
pequeña camarilla formada por algu nos nobles y miembros del muy alto clero
eliminaron a los electos del tercer estado.
Sólidamente
instalado en el poder local, este pequeño grupo pretendía que las elecciones
para los Estados generales se hicieran de la misma manera. Esto provocó la
cólera del pueblo y de todos los excluidos. Robespierre redactó varios textos
en defensa de las instituciones electivas y del principio de soberanía popular.
Esta batalla coincidía con la de diversas provincias que conocían la misma
suerte y el rey se vio obligado a legislar: él mismo puso fin a estos
Estados provinciales que se habían transformado en el instrumento de
una tiranía local insoportable y abrió el derecho de voto, para el tercer
estado, a todos los cabezas de familia de más de 25 años. En este proceso,
Robespierre encontró al pueblo en lucha, con sus prácticas de democracia rural
y municipal, abiertas a ambos sexos en el campo. Animó las reuniones del tercer
estado de Arras, participó en la redacción del cuaderno de quejas de la
provincia y fue elegido uno de sus ocho diputados. Por otro lado, el cuerpo de
los zapateros remendones le pidió ayuda para redactar su cuaderno de quejas.
¡Fue en este ambiente donde Robespierre se inició en las prácticas de la
democracia y en su renacer!
—Durante la Asamblea Constituyente, la burguesía
traicionó en diversas ocasiones la Declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano votada el 26 de agosto de 1789. Robespierre adoptó, en cambio, otra
actitud. La lista de hechos es larga: la lucha por el sufragio universal y
contra el derecho de voto censatario, la lucha por el derecho de todos los
ciudadanos a formar parte de la guardia nacional, la oposición del
Incorruptible a la ley marcial que se aplicaba contra los motines populares
producidos la carestía de la vida, su lucha contra la esclavitud, su lucha
contra la pena de muerte…
—Sí, la
Declaración de los derechos de hombre y del ciudadano merece un instante de
atención. Pero antes, precisemos que el término “burguesía” es inadecuado para
designar a la mayoría de la Asamblea Constituyente. No olvidemos que esta
asamblea de los Estados generales, transformada en junio de 1789, en Asamblea
constituyente, estaba formada por numerosos señores, nobles o plebeyos, algunos
cultivadores acomodados y por una miríada de profesiones liberales. Es mejor
hablar de “clase de los poseedores”, en la que se mezclaban señores feudales y
poseedores, del capitalismo de esta época (negociantes, plantadores
de las colonias, grandes granjeros). ¡Esto es más preciso!
La Declaración
de los derechos de hombre y del ciudadano sintetiza la teoría de la revolución
del período moderno, desde el siglo XVI. No fue solamente un texto
circunstancial, sino una nueva tentativa para hacer reconocer, a escala de toda
una sociedad, principios de derecho de las personas, los pueblos y de la
humanidad que debían ser respetados por los poderes públicos. ¡Habían habido
unas tentativas anteriores, en Inglaterra en el siglo XVII, con dos
revoluciones sucesivas, luego en Holanda, que desarrolló una guerra de
independencia contra un ocupante extranjero, que duró cerca de un siglo! En
1788, una revolución en las “provincias belgas”, que intentaban seguir las
huellas de Holanda, había precedido, en Europa, a la Revolución francesa. De
hecho, un ciclo inmenso de revoluciones había comenzado ya a sacudir el dominio
colonial europeo en América, luego había alcanzado Europa, para volver de nuevo
a América a principios del siglo XIX.
El voto de la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano fue uno de los primeros
actos de la Revolución en Francia. Cuando los Estados generales se reunieron en
mayo de 1789, la imprudencia del Rey le hizo creer que podría reprimir este
“barullo”, pero esa actitud tuvo consecuencias inversas, y los diputados
tuvieron el coraje de arrebatarle la soberanía al Rey para reconocérsela al
pueblo que acababa de elegirles. Este fue el sentido del Juramento del Jeu de
Paume, el 20 de junio de 1789. En ese momento, los campesinos, que no veían
mejorar su suerte, pasaron a la acción en julio siguiente y formularon
claramente su voluntad de suprimir el régimen feudal y de repartir el dominio
señorial en dos partes, quedando una mitad para los señores y la otra mitad
para los campesinos, que verían por fin sus tierras libres de toda renta.
Este gran
levantamiento campesino, llamado Gran Miedo, obligó la Asamblea a legislar.
Ésta reconoció el principio de la supresión completa del régimen feudal, en el
contrato social en Francia, y el de la declaración de los derechos de hombre y
del ciudadano, como principios de carácter constituyente. En cuanto al régimen
feudal, la Asamblea aceptó ese enunciado radical, rechazando posteriormente las
medidas concretas. En cambio, la Declaración de los derechos fue votada el 26
de agosto de 1789.
—La “clase de los poseedores” acogió las movilizaciones
populares contra la escasez con la ley marcial. Robespierre, apoyando al
pueblo, se opuso a esta medida. ¿No hay que establecer el relato verdadero de
cómo y por qué la ley marcial surgió y contra quién fue utilizada?
—En efecto, la
ley marcial era una creación reciente de los “economistas” quienes, como
Turgot, intentaron cambiar el comercio controlado de granos y
transformarlo en un capitalismo comercial de nuevo género. Hasta los años
1760-80, el mercado de las subsistencias se hacía bajo el control del poder
municipal de las ciudades y las villas, para velar por el abastecimiento de los
mercados e impedir especulaciones alcistas de los precios de los granos. Estas
alzas de los precios eran verdaderamente asesinas –la palabra no es exagerada–
para los salarios bajos. Diversos estudios han mostrado que la parte de los
salarios bajos reservada para la alimentación oscilaba entre el 50 y 75 %. Lo
que significa que la menor subida de los precios provocaba una “escasez facticia”
en el sentido de que los pobres se veían forzados a emplear todo su salario en
alimentarse, y si la subida sobrepasaba este umbral, no tenían nada que comer.
Economistas,
como los fisiócratas en los años 1760, después los Turgotinos en 1775, pensaron
que la subida de los precios de los granos era una buena cosa porque permitiría
enriquecer a los productores y a los vendedores de granos y, por consiguiente,
al fisco. ¡Tenían razón sin duda, pero en detrimento de los salarios bajos! La
libertad del comercio de los granos era el nombre “científico” dado a una
operación de especulación alcista de los precios de los granos y de las harinas
que eran la base de la alimentación del pueblo. Se efectuaron dos experimentos
sucesivos y se provocaron “motines de subsistencia” espectaculares.
¡Por dos veces
consecutivas el Rey intentó imponer la libertad de comercio de los granos, y
por dos veces, analizando los efectos muy negativos de estas “emociones
populares”, había renunciado y prefirió proteger a sus súbditos!
El partido de
los economistas, porque verdaderamente se organizó en partido, pensó que la
Revolución era el momento propicio para volver a probarlo. Esta vez había que
imponer la reforma por la fuerza. Turgot ya había pensado establecer la “ley
marcial”: su objetivo era impedir a los poderes municipales “tasar” el precio
de los granos en los mercados, o si se prefiere, imponer manu
militari la subida de los precios que volvía a absorber los salarios y
las rentas fijas, con riesgo de provocar escaseces facticias, enfermedades y
crisis de mortalidad en las capas más pobres… Había nacido el arma alimentaria.
El discurso de los economistas enmascaraba la cosa tras una argumentación
impecable, salpicada por conceptos tan nuevos como bellos. Por ejemplo: “la libertad
del comercio va a vivificarlo todo, la agricultura será floreciente, la
economía crecerá, la felicidad está en el consumo sin freno, los gritos del
pueblo son los gritos de ignorantes que no comprenden nada de economía, etc… Y
para no oír más el grito del pueblo, los economistas apelaron a la “ley
marcial”.
Podemos añadir
que los economistas eran unos “creyentes”: para ellos, en efecto, la economía
tenía leyes que ellos consideraban que eran de naturaleza “divina”, un poco a
la manera de las leyes de Newton. ¿La economía era una ciencia de la
naturaleza, o una actividad humana? La cuestión se planteó de este modo en
aquella época. Lo cierto es que, el 29 de agosto de 1789, la Asamblea
constituyente votaba el principio de la “libertad ilimitada del comercio de los
granos”. Luego, el 21 de octubre, la “ley marcial” que se refería expresamente
a toda tentativa de oponerse a eso. Una nueva idea había germinado en los
cerebros fértiles de los economistas: ¡para evitar los disturbios en los
mercados, el precio del pan fabricado en las panaderías sería
subvencionado por las municipalidades… la especulación alcista de los
precios de los granos podía desplegarse, financiada por los impuestos locales!
—El público español suele ignorar que la asamblea
constituyente constitucionalizó la esclavitud, en un contraste agudo con la
Declaración de 1789, que proclamaba la igualdad de los hombres. Se ignora aún
más que Robespierre fue el jefe de la pequeña minoría de diputados que defendió
en esta ocasión la abolición de la esclavitud.
—El problema
colonial es en efecto, en el contexto de la historiografía sobre la revolución
francesa, un frente de investigación totalmente nuevo. Es difícil entender por
qué la historiografía de la Revolución francesa tardó tanto en interesarse en
ese tema.
Esta cuestión
verdaderamente sólo salió a la luz de los estudios después de 1989. Incluso
hubo ocultación de este sujeto. He aquí un ejemplo. El Rey de Francia era,
desde finales del siglo XVII poseedor de colonias en América, entre las que
estaban las “islas de azúcar”, donde la mano de obra estaba formada por
cautivos africanos esclavizados en las plantaciones. La parte francesa de Santo
Domingo se transformó en el primer productor de azúcar del mundo de la época y
los beneficios, de naturaleza especulativa, eran verdaderamente prodigiosos.
Los grandes plantadores azucareros eran allegados del Rey, quien les distribuía
las tierras y los privilegios.
En la segunda
mitad del siglo XVIII, los nuevos colonos procuraron hacer fortuna en Santo Domingo,
pero las tierras azucareras eran cada vez más raras. Sabiendo que la capa
superior de los colonos franceses era mestiza, porque se habían casado en
matrimonios legítimos con las mujeres africanas, estos recién llegados
intentaron introducir la discriminación racial en la legislación colonial,
esperando que las víctimas serían forzadas a abandonar sus bienes.
Conocíamos
estas prácticas de exclusión y sus resultados, similares a las practicadas en
la época de las guerras de religión, donde los bienes de los católicos fueron
confiscados en los países protestantes y viceversa. Sin embargo, el Rey negó
esta política de división de la clase de los colonos, por la excelente razón de
que en el Reino, la indiferencia del color era entonces la norma y que una gran
parte de la nobleza era mestiza desde hacía varias generaciones.
Se formó un
“partido colonial segregacionista” que quiso romper con el Rey y hasta procuró
ponerse al servicio de otra potencia colonial protectora. Este “partido
segregacionista” sacó provecho de la Revolución para introducir a sus diputados
en la Asamblea, pero lamentó que se votara la DDHC. En efecto, el artículo
primero afirmaba: “los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”
¡El partido colonial denunció esta Declaración peligrosa y hasta la presentó
como “el Terror” de los colonos, esta palabra está en sus propios textos! Muy
inquietos con el giro de los acontecimientos, estos colonos pusieron en marcha
una campaña a favor de la conservación de la esclavitud en las colonias y
recibieron el apoyo del gran comercio de los puertos atlánticos y,
conjuntamente, hicieron presión sobre los diputados corruptibles. Así es como
el partido colonial consiguió imponerse a la Asamblea que votó, por mayoría, la
constitucionalización de la esclavitud en las colonias el 13 de mayo de 1791 y
la discriminación racial el 24 de septiembre.
¡Pues bien,
este decreto del 13 de mayo que constitucionaliza la esclavitud en las colonias
fue “ocultado” desde 1898! ¿Por qué? Probablemente porque la historiografía
“funcionaria” quería rehabilitar el período de la Constituyente, al precio de
algunas manipulaciones de la historia, y esta ocultación todavía dura … También
pienso que es muy interesante comprender que la izquierda de la Revolución se
formó a partir de este problema colonial. En 1789-91, el lado izquierdo era, en
la Asamblea, muy pequeño: lo dirigían tres diputados, Gregoire, Pétion y
Robespierre, quienes descubrieron la realidad colonial a partir de la Sociedad
de los Ciudadanos de color, que desarrollaba su lucha en el mismo París.
Juntos, construyeron un proyecto revolucionario que pasaba por la destrucción
de la sociedad colonial, esclavista y segregacionista, proponiendo una sociedad
de “igualdad de epidermis” –el término es notable–, de introducción de los
derechos universales del hombre y del ciudadano y de redistribución de las
tierras. Este proyecto tomó cuerpo con la independencia de la república de
Haití en 1804.
—¿En qué concepción filosófica se basaban Robespierre y
el “coté gauche”, cuando afirmaban que la Declaración de los derechos del
hombre era universal?
—La filosofía
de la Revolución era la del derecho natural moderno, que aún es muy
desconocida. Es lamentable, porque esta filosofía interesa a toda la humanidad.
¿Sabe que esa filosofía tuvo uno de sus puntos de partida en España? De hecho,
se desarrolló en el “mundo” entero de la época, es decir, en Europa y en su
Imperio colonial, que comenzó en América, desde el principio del siglo XVI.
Esta filosofía
del derecho natural era una respuesta a los crí menes cometidos por los
conquistadores de América: conquistas, pillajes, destrucción de las sociedades
“indias”, esclavización primero de los “indios”, luego de los cautivos
africanos… Fue el rechazo a estos crímenes contra “la humanidad” lo que parió
la formidable idea de los derechos de los seres humanos. Esto suponía redefinir
la propia humanidad y eso es lo que hicieron las universidades de Salamanca y
de Coimbra: la humanidad es una y no está dividida en amos y esclavos, ni en
dominantes y dominados, nace libre, y cada individuo del género humano tiene
derechos que los poderes públicos deben defender.
Esta filosofía
política de los derechos de cada ser humano se acompañó con una defensa de los
derechos de los pueblos a su territorio y a su soberanía. Vemos desde el
principio esta concepción de un derecho natural que es a la vez político y
cosmopolítico, que rechaza la conquista y el colonialismo, y esta conciencia es
el producto de la abominable historia del “descubrimiento de América”, que
Bartolomé de Las Casas llamaba la “destrucción de las Indias”.
En fin, esta
filosofía del derecho natural moderno se completó entre los siglos XVI y XVIII,
con las experiencias de diversas revoluciones que intentaron hacer reconocer
estos derechos naturales del hombre. La Revolución inglesa los completó con los
derechos del ciudadano, y Niveladores ingleses inspiraron a John Locke, que
propuso una síntesis en su Two Treatises of Government, de 1690. En
el siglo XVIII, en Francia, esta filosofía del derecho natural moderno tomó un
giro resueltamente laico que se explica por el gran movimiento intelectual que
caracterizó la llamada época moderna que, durante tres siglos, emprendió la
obra inmensa de separar la teología de otras facultades “humanas”. Ahora bien,
en Francia, esta separación había conocido un giro radical desde que Francisco
I se alió con el Imperio otomano para conservar su Reino frente a los apetitos
conjuntos de los Habsburgo y del Papa, y fundó la primera universidad laica, el
Collège Royal, en París. En el siglo XVIII, la filosofía era la piedra de toque
del saber, el punto de reunión de las demás facultades humanas.
Quiero recordar
que los tres primeros artículos de la Declaración de los derechos de hombre y
del ciudadano de 1789, expresan netamente la definición de los derechos del
hombre de la Escuela de Salamanca y la aportación de los Niveladores
ingleses:“1. Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos… 2. El
fin de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e
imprescriptibles del hombre… 3. El principio de toda soberanía reside
esencialmente en la nación”[5].
¡Durante la
Revolución francesa, la divergencia izquierda– derecha se produjo sobre la
cuestión central de la Declaración de los derechos de hombre y del ciudadano,
cuando al día siguiente del gran levantamiento campesino de julio de 1789, los
propietarios de señorío comprendieron que la Revolución también interesaba a
los campesinos! La divergencia se produjo pues en estos principios declarados.
Por un lado la izquierda se empeñaba en defenderlos y en ponerlos en práctica,
y por otro, la derecha se desembaraza de ellos tan pronto puede. Es preciso
entender que en aquellos momentos, la Declaración de los derechos naturales
apareció como “el Terror” para los poseedores. En septiembre de 1789, Rivarol,
periodista monárquico, denunciaba lo que veía como un peligro en la Declaración
de los derechos: “con la Declaración de los derechos en la mano, los
negros en nuestras colonias y los domésticos en nuestras casas pueden echarnos
de nuestras propiedades”.
—Siguiendo la estela de Rousseau y de Montesquieu, la
Montaña defendía el derecho humano a la existencia como un derecho básico e
inalienable. Para hacer realidad este derecho, era preciso limitar el derecho
de propiedad, como propuso Robespierre, en el debate sobre la Constitución de
1793. Esto supone que existen unos derechos humanos que son prioritarios y
otros, que lo son menos. Supone la reciprocidad de los derechos…
—Lo que es
prioritario es la reciprocidad del derecho: si tengo un derecho, todos los
demás lo tienen también. De entrada, esta prioridad impone justamente “límites”
al ejercicio de los derechos y de los poderes. En nuestras sociedades dominadas
por una economía de tipo capitalista, los economistas llamados “clásicos” y los
“políticos” corrompidos quieren imponer la idea que “la instancia económica”
sería “independiente” de todo control social, político o filosófico. En la
filosofía del derecho natural moderno, la independencia de una instancia está
considerada como despótica y debe ser reintegrada en una política que vendrá
imponerle límites.
Es lo que
propusieron Robespierre y la Montaña. El “poder económico” había reivindicado
su independencia de todo control político, con el fin de “poder” mantener la
esclavitud en las colonias, someter los mercados públicos de las subsistencias
al “poder” de los negociantes que organizaban un mercado privado (secreto o
privatizado justamente) y reclamaba la ley marcial para llevar a cabo las
resistencias. Robespierre propuso imponer un control político y moral al “poder
económico” para respetar los principios de los derechos de hombre y del
ciudadano. Concretamente, esto significa que el poder político hará leyes para
forzar el poder económico a respetar los límites decididos.
De esa manera,
fueron abolidas la feudalidad y la esclavitud. Los desastres de la “libertad
ilimitada” del comercio de las subsistencias fueron combatidos por una
legislación que imponía un equilibrio entre salarios, precios y beneficios. Fue
la política del “maximum”[6] la
que impuso estos límites y esta política fue puesta en práctica por lo que se
llamó en la época el “gobierno revolucionario” de la Montaña.
—Los defensores actuales de la Renta Básica miran a
veces hacia Thomas Paine para encontrar una inspiración, pero posiblemente
deberían también mirar hacia Robespierre.
—Sí, por
supuesto. Pero Paine y Robespierre, o la Montaña, tenían la misma concepción de
este derecho a la existencia. La historiografía girondina consiguió apropiarse
de Paine mediante un número de prestidigitación que no debería resistir mucho
tiempo al análisis. Paine está considerado en Inglaterra como uno de los padres
del movimiento obrero, por haber propuesto un notable programa de derechos
sociales en su libro Los Derechos del hombre (1791-92). En cambio,
en Francia se le confunde con la Gironda, partido “liberal-económico”,
colonialista, esclavista, conquistador y responsable del inicio de una guerra
de conquista en Europa tan desastrosa como ridícula. Pero cuando Paine fue
elegido diputado a la Convención, en Francia, en septiembre de 1792, no hablaba
una palabra de francés y fue “cortejado” por algunos diputados o allegados de
la Gironda que hablaban inglés. Paine acabó siendo tributario de sus
traductores.
Sin embargo, la
claridad se impuso –y pienso que también lo hará pronto entre nosotros– cuando
el 9 termidor del año II, la caída de la Montaña por un “golpe de Estado
parlamentario” mostró la realidad a Paine. El debate sobre la nueva
constitución de 1795 abrió los ojos de Paine, que denunció el proyecto de
supresión de la declaración de los derechos naturales del hombre y del
ciudadano. Tomó partido por este derecho natural y entonces fue atacado por “el
ala derecha” que lo comparaba a … ¡Robespierre!
En Inglaterra,
fue Malthus quien denunció a Paine, el derecho a la existencia y la filosofía
del derecho natural moderno[7].
—El capitalismo proponía (tanto en el siglo XVIII, como
hoy) la libertad total de mercado, y sometía al pueblo a una guerra permanente
por las subsistencias. Contra este atropello se levantaban las viejas
costumbres, las tradiciones morales y colectivistas que afirmaban que la
sociedad tenía la obligación de respetar el derecho a la existencia.
Robespierre denominó a esta visión popular “economía política popular”,
retomando la visión de Rousseau. ¿Cuáles eran los principios básicos de esta
“economía política popular”?
—Economía
política popular… la expresión es notable. En Robespierre, esta expresión se
contrapone a lo que llama “economía política tiránica”. Ello hace referencia a
los numerosos debates que se abrieron en el siglo XVIII ante la ofensiva de los
“economistas”, que intentaban apoderarse del sector del comercio de las
subsistencias, que habían comprendido que podía ser más jugoso que el de los
productos de lujo. Montesquieu ya había abierto una reflexión crítica; luego,
cuando se produjeron las experiencias de “libertad ilimitada” del comercio de
los granos en 1764 y en 1775, los debates habían proseguido con gran vigor.
Rousseau ya había esbozado, de modo tan genial como de costumbre, pero sin
profundizarla, esta oposición entre dos tipos de economía política. Mably y
otros habían ido mucho más lejos en la crítica de la economía política de esta
época y Robespierre formuló la cosa de modo nítido y preciso. La “economía
política popular” se basa en impedir que el ejercicio del “poder económico” sea
independiente de leyes que le imponen límites. Robespierre pone el énfasis en
el papel esencial de la democracia. El papel de los ciudadanos es, en efecto,
participar en la elaboración de la ley y controlar su aplicación. Para
Robespierre, la “economía política popular” significa que el poder económico
debe ser reglamentado por la política y la política es la “propiedad” común del
pueblo, de los ciudadanos, que realmente ejercen el poder. Esta cuestión
concierne pues al mismo funcionamiento de la democracia.
—Durante el año II (1793-94), esta economía política
popular llegó al gobierno y trató de defender las aspiraciones igualitarias de
las masas campesinas y obreras. ¿ Cuáles fueron las medidas sociales que adoptó
el “gobierno revolucionario”? ¿Constituían una vía alternativa al desarrollo
capitalista?
—¡Naturalmente!
La Revolución, en Francia, fue un movimiento profundamente anticapitalista, en
todos los planos. Destruyendo realmente el régimen feudal, no solamente frenó
un movimiento de concentración de la propiedad de la tierra en las manos de una
clase de rentistas, sino que también realizó una reforma agraria
redistribuyendo la mitad de las tierras de cultivo, gratuitamente, a los
campesinos que las explotaban, ya fuesen ricos o pobres. También reconoció los
bienes comunales como propiedad colectiva de los municipios, en Francia aún lo
son. En el fondo, la revolución francesa fue realmente una revolución
campesina. Además abolió la esclavitud en las colonias y ayudó a la crítica
radical del colonialismo: cuando la Declaración de los derechos de hombre y del
ciudadano penetró por primera vez en suelo americano en 1793, se produjo una
apertura extraordinaria que permitió realizar la primera independencia negra de
este continente. Contribuyó, en fin, a elaborar un programa de sociedad
democrática, fundando el derecho a la existencia, oponiéndose a todas las
formas capitalistas: la reforma agraria frenó el éxodo rural en Francia durante
más de 50 años, pero también contribuyó a frenar la concentración de la
gran explotación agrícola capitalista. En Francia, el comercio de los granos
nunca ha sido abandonado a los comerciantes y el precio del pan ha sido
“tasado” hasta muy avanzado el siglo XX.
Por eso la
interpretación “marxista” que quiso transformar la Revolución francesa en una
“revolución burguesa” se convirtió en un verdadero rompecabezas para la
izquierda, no sólo en Francia, sino en el mundo, si tenemos en cuenta que
constituye un contrasentido asombroso. Digo “marxista” y no “marxiana”, porque
el pobre Karl Marx jamás tuvo la pretensión de ser un historiador de este
acontecimiento y sus conocimientos sobre este tema evolucionaron con sus
lecturas, lo que es muy normal. ¡Que se sepa, Marx no era en absoluto un Dios
todopoderoso y sabelotodo! Esto forma parte de un curioso capítulo de
manipulaciones de las ideas y de montajes, a veces calumniosos y muy sabios.
Ahora asistimos, a una ofensiva también asombrosa, que consiste en utilizar
“ideas” atribuidas a Marx o a un “marxismo” ambiente, y oponerlas abiertamente
a acontecimientos de la Revolución.
¡François Furet
se había prestado a este juego curioso en Pensar en la Revolución
francesa, en 1979, cuando no vaciló en adelantar la tesis absurda de la
Revolución francesa, “matriz de los totalitarismos” del siglo XX! ¡Él también
levantaba un Marx defensor encarnizado del capitalismo que reenviaba
desdeñosamente la Revolución francesa a la utopía!
El filósofo
Jean-Pierre Faye respondió luminosamente a Furet con su Diccionario
político portátil en cinco palabras: demagogia, terror, tolerancia, represión,
violencia[8], que retomaba la historia política de la
Revolución de los derechos de hombre y del ciudadano hasta hoy, pasando por la
Revolución rusa, el estalinismo, los fascismos. ¡Faye recordaba que “el estado
totalitario” de Mussolini pretendía ser una inversión de la teoría política de
los derechos del hombre elaborada por la Ilustración!
Gracias a esta
interesante aportación, Furet llegó a renunciar a su filiación de una
Revolución francesa matriz de los totalitarismos. ¡No se puede decir lo mismo
de tantos de sus perezosos turiferarios, que aún no han comprendido lo que le
había ocurrido a Furet, y que continúan vulgarizando temas a los cuales él
mismo había renunciado antes de morir!
—Guerra de las harinas en el siglo XVIII, “arma
alimenticia” de la que habla Susan George en el siglo XXI. ¿Cuál es el hilo
conductor que va de los fisiócratas a los neoliberales?
—Me temo que se
trata de la misma cosa, es decir, de la ofensiva de los partidarios del sistema
capitalista. Las potencias imperialistas tienen un objetivo común: imponer su
control de las subsistencias por todas partes. No se trata solamente ya del
control de los mercados de los granos y de la transformación de los mercados
públicos en mercados privados, como decía anteriormente, sino de la casi totalidad
de las subsistencias y de las materias primas, es decir, el conjunto del sector
agrícola. Vayamos más allá, el espíritu capitalista se apoderó, además, de
todos los sectores de la vida corriente: ¡la vivienda se ha transformado en un
problema cada vez menos soluble! El trabajo se hizo un mercado, las relaciones
entre la gente, los sentimientos, la cultura, la naturaleza misma todo está
siendo transformado en mercado del mismo modo, por el espíritu capitalista,
cuya crítica verdaderamente tiene que proseguir desde el principio de su
historia… si todavía estamos a tiempo.
Desde los años
1970-80, una crisis profunda disuelve en todo el mundo a las fuerzas de
izquierda. Hemos podido ver cómo el espíritu capitalista las penetraba por vías
muy diversas. En Francia, las corrientes socialistas se transformaron en bardos
del “liberalismo”, este viejo “chisme” con más de dos siglos, vuelto a poner de
moda con vestidos realmente viejos. Hay que leer a los economistas del siglo
XVIII para encontrar las mismas promesas jamás mantenidas, la misma creencia en
las leyes de la economía y en la “técnica”, el mismo desprecio del pueblo, de
su soberanía y de la política.
Mably, crítico
de la economía política tiránica, respondía así a los economistas que, en 1775,
pretendían ser los únicos capaces de conocer la realidad: “¿Si por casualidad,
o más bien por torpeza de espíritu, yo fuera persuadido de que la libertad del
comercio de los granos es una cosa muy funesta para el estado, por qué, le
ruego, sería un mal ciudadano no compartiendo sus inquietudes? Usted ve un bien
donde yo veo un mal; así, amando igualmente a nuestro país, usted detesta los
motines que pueden quebrantar la firmeza del ministerio y derribar su sistema y
sus proyectos; y yo, puedo excusarlos y hasta gustarlos, porque no es imposible
que ellos sean la causa de una feliz revolución”[9].
¡Si
conociéramos mejor la historia podríamos protegernos mejor y prevenir su
repetición! ¡La ignorancia siempre fue grata al despotismo y a las dictaduras,
sean militares o económicas, cuando no a ambas!
—En fin, y para terminar: ¿ Por qué un joven de hoy
debiera leer a Robespierre?
—Estamos en un
nuevo período de ofensiva del capitalismo, revestido con el traje del
“liberalismo” y los desastres ahora son claramente visibles. Estos desastres empiezan
a asustar incluso a aquellos que se encuentran próximos a las esferas
dirigentes, se hace sentir la misma espera de formas y de prácticas políticas
nuevas. Tanto en 1789 como hoy se plantean las mismas preguntas: ¿Por qué nos
formamos en sociedades? ¿ Cuáles son los relaciones de las sociedades entre
ellas? ¿Cuál es el fin de la sociedad? ¿Para qué sirve una declaración de
derechos? ¿Sobre qué, cómo fundar una sociedad justa? ¿Cómo una ley puede ser
justa y legítima? ¿Cómo podemos resistir a los despotismos?
La Revolución
respondió que las sociedades serían humanas sólo con la condición de que los
derechos del más débil fueran garantizados y Robespierre llamó a esto “economía
política popular”. Él nos cuenta esta experiencia.
Notas:
[1] 27 de julio de 1793. Salvo cuando se indique lo contrario, las notas
son del entrevistador.
[2] En francés, “petites gens”.
[3] En francés, “honnêtes gens”.
[4] Literalmente, montañeses, minoría de la Convención Nacional,
destacada por la defensa de los intereses populares. Se sentaban en los bancos
más elevados de la Convención.
[5] Permítaseme precisar que en la expresión “derechos del hombre”, la
palabra hombre tiene el sentido de “ser humano de los dos sexos” y no de
“macho”. Algunas interpretaciones recientes han leído de forma abusiva
“derechos del macho”, en lugar de “derechos del hombre”. Añado que me veo en la
obligación de hacer este tipo de precisión en mi condición de mujer (nota de
Florence Gauthier).
[6] El 29 de septiembre de 1793, la Convención Nacional, presionada por
el movimiento popular, adoptó el máximo de los precios y de los salarios.
[7] Yannick Bosc publicará próximamente un libro sobre Thomas Paine que
desembrolla esta historia (nota de Florence Gauthier).
[8] Jean-Pierre Faye, Dictionnaire politique portatif en cinq
mots. Demagogie. Terreur. Tolerance. Repression. Violence. Idées Gallimard,
Paris, 1982.
[9] Del Comercio de los granos, 1775.
Fuente: Entrevista de Joan Tafalla a Florence Gauthier publicada en el
nº 231 de El Viejo Topo, abril de 2007.
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