Ucrania
no estaba en la OTAN, pero la OTAN estaba en Ucrania desde 2014. Tres meses
después de su inicio, comprendemos mejor el cúmulo de irresponsabilidades
multilaterales que han desembocado en esta guerra.
Lo que nos van explicando sobre la guerra
El Viejo Topo
31.05.2022
Emplazamientos de la OTAN en Ucrania (amarillo y azul): Instalaciones no
oficiales de la OTAN (solo en azul) Instalaciones oficiales de la OTAN)
-Polígono 242 del ejército regular de Goncharovski, región de Chernigov.
-Polígono 233 del ejército regular del pueblo Málaya Liubasha, región de Rovno
-Centro internacional de mantenimiento de la paz y la seguridad de Yavoriv,
región de Lviv. -Base de la flota británica de Yuzni, región de Odesa. -Base de
mando operativo de la flota de EE.UU de Ochakov, región de Nikolayev. -Centro
de observación y escucha de la isla Zmeiny. -Centro 235 de preparación, pueblo
Mijailovka, región de Nikolayev. -Polígono 241 del ejército regular de Aleshki,
región de Jerson. -Centro de entrenamiento de tiradores de precisión de
Mariupol, región de Donetsk. -Campamento militar de la OTAN de Shostka, región
de Sumy. -Campamento de la OTAN, Sumy.
Cuando el 24 de
febrero Rusia invadió Ucrania desconocíamos muchos detalles de esa criminal y
desgraciada aventura. Hoy, cuando los peligros de una escalada militar entre
Occidente y Rusia se incrementan con las semanas hasta producir vértigo en un
diario belicista de Nueva York, sabemos con certeza que aunque Ucrania no
estaba en la OTAN, la OTAN estaba en Ucrania. Desde hace años. Lo que eso
significaba y significa en la práctica lo sabemos, no a través de informaciones
y propagandas justificatorias rusas, sino por fuentes de Estados Unidos: por
declaraciones de sus personalidades e informes de sus medios de comunicación.
El rearme
atlantista de Ucrania comenzó inmediatamente después de la revuelta popular y
operación de cambio de régimen del invierno de 2014. Las fuerzas nacionalistas
antirusas que no representaban ni a la mitad del país (obviamente ahora el
panorama ha cambiado radicalmente), se hicieron entonces definitivamente con el
poder en Kiev. Al derogar el precepto de no alineamiento de la Constitución
ucraniana y optar abiertamente por una decidida disciplina occidental, esas
fuerzas rompieron el delicado equilibrio plural entre las regiones del Oeste y
el Este sobre el que reposaba la integridad territorial del país,
desencadenaron una guerra civil en Donbas y también la anexión de Crimea, una
reacción rusa de consolación a la debacle que los intereses de Moscú habían
sufrido en Kíev y que la administración Obama leyó como un intolerable desafío
militar merecedor de ejemplarizante castigo.
Según el
Instituto Internacional de Investigaciones sobre la Paz de Estocolmo (SIPRI),
desde entonces y hasta 2021, Ucrania incrementó su gasto militar un 142% (Rusia
un 11%).
A partir de
2015, Estados Unidos se gastó 5000 millones de dólares en armas a Ucrania. En
ese mismo periodo se formaron “por lo menos 10.000 hombres de las fuerzas
armadas ucranianas al año “durante más de ocho años” en el cuadro de la OTAN,
informó el 13 de abril The Wall Street Journal en un artículo
titulado; El secreto del éxito militar de Ucrania: años de entrenamiento de la
OTAN.
Muchos de esos,
por lo menos, 80.000 hombres, fueron formados en los “estándares militares
occidentales” y “tácticas modernas de combate” en la base de Yavoriv (Yavorov),
cerca de Lviv.
Yavoriv es un
enorme campo de entrenamiento de 200 kilómetros cuadrados de extensión (tres
veces el área metropolitana de París), que fue objeto de un sonado ataque de
misiles ruso el 13 de marzo. Al principio allí se formaban unidades de la
Guardia Nacional y luego del ejército regular. Cuando empezó la guerra, “por lo
menos ocho países de la OTAN” estaban formando en Yavoriv a militares
ucranianos. Lo aprendido con esa dilatada labor de formación y modernización,
“ha tenido un impacto significativo” en el curso de la guerra, ha dicho el
secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.
La CIA formó
también unidades de élite y de inteligencia ucranianas en territorio de Estados
Unidos. El programa tuvo problemas, porque se sospechaba que el contingente
estaba infiltrado por informantes rusos, lo que exigió restricciones de
información y filtrados de seguridad, informaba en enero el corresponsal para
asuntos de seguridad Zach Dorfman. Los rusos estaban al día de esa labor de la
CIA. El jefe de operaciones especiales de la inteligencia ucraniana, Coronel
Maksim Shapoval, vinculado a ese programa, murió el 27 de junio de 2017 en
Kiev, en un atentado con bomba lapa colocada bajo su coche. El atentado fue
atribuido a los servicios secretos rusos y considerado respuesta a otros
atentados cometidos por Shapoval en Donbas.
Mientras
sucedía todo eso, paralelamente tenían lugar dos procesos fundamentales. El
primero, el rechazo activo de Estados Unidos, y como consecuencia de los
ucranianos, a los “Acuerdos de Minsk”, la fórmula de paz firmada entre Rusia y
Ucrania, y arbitrada por Francia y Alemania que estos dos países dejaron
languidecer. El segundo, la retirada unilateral de Estados Unidos, en 2019, del
acuerdo de prohibición de armas nucleares de alcance intermedio (INF), firmado
en 1987 por Reagan y Gorbachov y que fue un hito para el fin de la guerra fría
en Europa.
Tras escuchar
durante años que la ampliación de la OTAN hacia el Este no era contra Rusia y
que las baterías de misiles desplegadas en Rumanía y Polonia eran “contra
Irán”, (que carecía, y carece, de misiles de tan largo alcance), los rusos
asistieron con doble irritación a las explicaciones que el Consejero de
Seguridad Nacional de Trump, el demente John Bolton, ofreció en Moscú en
octubre de 2018: la retirada del INF no va contra Rusia, les dijo Bolton, sino
contra China, para poder desplegar esas armas nucleares tácticas en Asia. Que
Bolton dijera que ya no consideraban a Rusia “una amenaza” y que lo que
importaba en Washington era China, no hizo más que herir el acomplejado orgullo
de gran potencia venida a menos de los dirigentes rusos.
En marzo de
2021, Ucrania aprobó una nueva estrategia militar en la que se apunta
directamente a la reconquista militar de Crimea y Donbas, lo que desde el punto
de vista del derecho internacional era completamente legítimo, puesto que ambas
regiones eran territorio ucraniano, pero que a efectos prácticos equivalía a un
anuncio de preparativos de guerra contra Rusia.
En septiembre
del mismo año, Estados Unidos y Ucrania firmaron un acuerdo por el que
Washington prometía ayuda militar para restablecer la “integridad territorial”
de Ucrania, tal como anunciaba el propósito de la nueva doctrina militar de
Kíev.
En febrero
comienza la guerra, después de que EE.UU no reaccionara a la propuesta diplomática
de Moscú (neutralidad de Ucrania, retirada de infraestructuras militares de la
OTAN del entorno de Rusia, entre otros aspectos) y de que el Presidente
Ucraniano declarara en la Conferencia de Seguridad de Munich su derecho a
disponer de armas nucleares en el futuro.
Tres meses
antes del inicio de la invasión rusa, en noviembre de 2021, el director de la
CIA, William Burns, había visitado Moscú con un claro mensaje. Putin estaba en
su residencia de Sochi, en el Mar Negro, pero Burns advirtió que si los
preparativos de invasión detectados en Washington se ejecutaban, habría una
reacción occidental fuerte. Desde Moscú, Burns habló por teléfono con Putin.
Sin molestarse en desmentir las sospechas de invasión de Washington, el
Presidente ruso “le recitó pausadamente una lista de agravios sobre cómo
Estados Unidos había ignorado durante años los intereses rusos de seguridad”.
Respecto a Ucrania, Putin le dijo que “no era un verdadero país” (WSJ, 1 de
abril), es decir la idea que el Presidente ruso ha defendido en diversas
ocasiones y que merece una pequeña explicación.
Según una
visión bastante común en Rusia, una Ucrania hostil a Rusia que niega su
pluralismo etnolingüístico, cultural y religioso interno, no tiene derecho a la
existencia en sus actuales fronteras. Tal país, considerado traidor, puede ser
desmembrado, con su parte oriental vinculada a Rusia de una u otra forma, un
trozo occidental de la Rutenia subcarpática incorporado a Hungría (escenario
que, seguramente, Putin ha transmitido a Orban en la última visita de éste a
Moscú), otro a Polonia, y el resto, si queda algo, para un estado ucraniano
hostil pero inofensivo, sin acceso al mar y desatado, pero geográficamente
aislado, en su irremediable rusofobia. Todo esto ya estaba implícito en 1994
cuando Aleksandr Solzhenitsyn mencionaba las “falsas fronteras leninistas de
Ucrania”, injustificables porque “rompen millones de vínculos de familia y
amistad”, en su opúsculo “La cuestión rusa en el final del siglo XX”.
En condiciones
normales esa mentalidad se habría disuelto con el tiempo, o habría sido
patrimonio de sectores radicales políticamente marginales en Moscú, pero la
ruptura de 2014 en Kíev con su afirmación de una Ucrania “traidora” a ojos de
Moscú y decididamente hostil a Rusia, así como los propios problemas internos
de Rusia, la colocaron en el centro del poder moscovita…
Volviendo al
director de la CIA, a mediados de enero Burns viajó en secreto a Kíev para
exponerle al Presidente Zelenski lo que sabían del inminente ataque ruso, con
un avance rápido hacia Kíev desde Bielorrusia. Los rusos iban a ocupar el
aeropuerto Antónov de Hostomel, cerca de Kíev, con tropas especiales
aerotransportadas, con el fin de utilizarlo para desembarcar allí fuerzas para
tomar la capital. También se dio a los ucranianos información sobre los
objetivos de la primera ola de misiles rusos para destruir la aviación y la
defensa antiaérea ucraniana en los primeras horas. Esos informes permitieron
salvar algunos recursos cambiando su emplazamiento, y desbaratar la operación
de Hostomel.
Desde el primer
momento, la OTAN puso los ojos (información de satélites) y los oídos
(interceptación de transmisiones) al ejército ucraniano, con un intenso fluido
de información a tiempo real.
“La
inteligencia de Estados Unidos ha compartido información detallada desde antes
de que comenzara la invasión (…) y ahora está trabajando estrechamente junto
con la de otros socios para rechazar la invasión rusa”, explicaba el domingo
el Wall Street Journal. La cadena de televisión NBC informó el 26
de abril de que gracias a ello se derribó un avión de transporte ruso repleto
de fuerzas especiales en los primeros días de la invasión. A finales de ese
mismo mes, The Washington Post reveló que se habían facilitado
las coordenadas para hundir con misiles, el 14 de abril, el crucero “Moskvá”,
buque insignia de la flota rusa del Mar Negro, hecho que los rusos no atribuyen
a un ataque sino a un “accidente” para no perder la cara. The New York
Times informó poco después de que la elevada mortandad de altos mandos
rusos en la campaña, doce generales en apenas tres meses según el diario, se
debía a la información sobre coordenadas de puestos de mandos y horarios en los
que se conocía la presencia de altos mandos en ellos.
Todo esto no lo
sabíamos el 24 de febrero, llevaba en marcha muchos años y da mayor
plausibilidad a los argumentos rusos sobre los motivos de la invasión como
“guerra preventiva”.
En su discurso
del 9 de mayo con motivo del día de la victoria, Putin repitió los argumentos
ya formulados la madrugada del 24 de febrero cuando dijo que un ataque contra
Rusia “era solo una cuestión de tiempo”:
“En
diciembre propusimos firmar un acuerdo sobre garantías de seguridad (…) que
tuviera en cuenta los intereses de unos y otros. Todo en vano. (…) Se estaba
preparando otra operación punitiva en Donbas, una invasión de nuestras tierras
históricas, incluida Crimea. Kiev declaró que podía hacerse con armas
nucleares. El bloque de la OTAN llevaba a cabo un activo fortalecimiento
militar junto a nuestras fronteras. Se estaba creando una amenaza inadmisible.
Teníamos todas las evidencias de que era inevitable un enfrentamiento con los
neonazis y banderistas apoyados por Estados Unidos y sus vasallos. Veíamos cómo
se incrementaban las infraestructuras militares con centenares de consejeros
extranjeros y envíos regulares de armas modernas por parte de países de la
OTAN. La amenaza aumentaba con los días. Rusia lanzó un ataque preventivo
contra esta agresión. Fue una decisión impuesta, correcta por parte de un país
independiente, fuerte y soberano”.
Sea como sea,
la “decisión correcta” ha costado la vida o terribles heridas a miles de
soldados y civiles, 13 millones de desplazados y la estimación de que una
tercera parte de las infraestructuras del país hayan sido destruidas. Eso sin
contar con el efecto de las sanciones en Rusia y en la Unión Europea, la
sumisión de ésta a la OTAN, el aislamiento internacional de Rusia (únicamente
matizado por la posibilidad de desarrollo de un bloque antioccidental en el
mundo a medio y largo plazo, incierto consuelo) y los problemas de hambre e
inseguridad alimentaria que se anuncian en África y Oriente Medio. Y como gran
cuestión, la guerra entre imperios combatientes tomando
definitivamente el relevo a la necesaria concertación contra el cambio
climático en las prioridades de los gobernantes de las grandes potencias. En
resumen: una catástrofe planetaria en toda regla con años, sino décadas,
apartados de prioridades y objetivos fundamentales para el conjunto de la
humanidad.
A 1 de mayo, el
Congreso de Estados Unidos había destinado un total de 13.670 millones de
dólares en ayuda a Ucrania en los primeros dos meses. A eso se suman los
dineros para armas de Inglaterra y la Unión Europea, así como el desastre y los
riesgos, para unos y otros, que se desprenden del demencial objetivo declarado
de las sanciones europeas formulado en mayo por la insensata Presidenta de la
Comisión, Ursula von der Leyen: “arrasar, paso a paso, la base industrial de
Rusia”.
Sobre este
panorama, se suceden desde hace meses las declaraciones y reconocimientos por
parte de personalidades occidentales sobre la verdadera naturaleza de esta
guerra. Preguntado el pasado marzo sobre si en Ucrania Estados Unidos y Rusia
se encontraban en una guerra por país interpuesto (proxy war), el ex
director de la CIA, León Panetta, respondía en una entrevista televisada:
“podemos decirlo o no, pero se trata de eso”.
En su visita a
Kiev del 24 de abril, el secretario de defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin,
un hombre de la industria armamentística, también lo confirmó al explicar a sus
interlocutores ucranianos que, “el cometido de nuestra reunión es hablar sobre
lo que nos permitirá ganar esta guerra”. El uso de la primera persona del
plural despeja toda duda sobre quién está librando tal guerra. Por aquellas
mismas fechas, el editorial de The New York Times, explicaba que el
objetivo de la guerra “es poner a Rusia de rodillas” y mientras tanto el
Congreso ya ha aprobado 40.000 millones de dólares más de ayuda a Ucrania, de
ellos 23.000 para ayuda militar. Sumados a los 13.670 millones de la primera
fase, la ayuda asciende a 53.000 millones, casi a la par con el presupuesto
militar de Rusia. Nunca un país había recibido tanta ayuda de Estados Unidos en
los últimos veinte años.
La conclusión
de todo esto es evidente: no es solo una guerra atroz e injustificable de Rusia
contra Ucrania, es, además y sobre todo, una guerra de la OTAN contra Rusia de
momento en territorio de Ucrania y con Ucrania como víctima e instrumento. ¿Por
qué “de momento” en territorio de Ucrania?
“En el entorno
del Presidente Zelenski se dice que habrá una contraofensiva militar ucraniana
a mediados de junio”, capaz de ampliarse a territorio ruso, explica el
consejero presidencial Olexij Arestovich, al diario alemán Die Welt.
“Para entonces los ucranianos tendrán más armas recibidas del extranjero. Antes
es poco probable”, dice.
“La
contraofensiva ucraniana necesita sistemas de misiles de alcance medio y largo,
artillería de gran calibre y aviación”, explicaba el domingo al Wall
Street Journal el General Kyrylo Budanov, el jovencito de 36 años de
edad, que dirige la inteligencia militar ucraniana.
En las redes
sociales y medios de comunicación, triunfa una estupidez incapaz de medir los
riesgos y consecuencias de lo que se propone. En la tele rusa periodistas y
analistas energúmenos frivolizan con la capacidad de “eliminar Gran Bretaña” de
un solo misil nuclear ruso “Sarmat”. En el campo opuesto, el delirio de los
liberal-estalinistas rusos opuestos a Putin, muchos de ellos en el exilio y
trabajando para organizaciones atlantistas, no conoce límites al llamar al
desmantelamiento de su propio país, incluso al riesgo de una guerra nuclear. Es
un nuevo ejemplo del tipo de oposición que los regímenes autocráticos siempre
han generado en Rusia.
Regresan con
sus nefastos consejos asesores occidentales de la “terapia de choque” de los
noventa en Rusia como el fanático incompetente Anders Aslund: “mi humilde
consejo a la OTAN sería: 1-Dar cuanto antes el máximo de armas posible a
Ucrania, 2-Abrir los puertos del Mar Negro a la navegación 3- Bombardear
preventivamente las ciudades rusas más importantes para garantizar que Putin no
usará armas químicas o nucleares”, dice.
“Estados Unidos
debería mostrar que puede ganar una guerra nuclear”, escribe Seth Cropsy,
Presidente del Yorktown Institute en el Wall Street Journal.
Ante este
espectáculo hasta el belicista New York Times siente el
vértigo de las consecuencias de aquel “poner a Rusia de rodillas” proclamado en
su editorial de abril como objetivo de la guerra. Con la vista puesta en la
inflación y el desastre demócrata que se anuncia para las elecciones “midterm”
de noviembre, el diario constata en su editorial del 19 de mayo, que “el
conflicto puede tomar una trayectoria mas imprevisible y de potencial
escalada”, se pregunta si eso va “en interés de Estados Unidos”, estima que
“una victoria decisiva de Ucrania sobre Rusia en la que se recupera todo el
territorio arrebatado por Rusia desde 2014 no es un objetivo realista”,
aconseja a Biden que debería “explicarle los límites” a Zelenski, y recuerda
finalmente que el adversario, “todavía es una superpotencia nuclear”.
Tres meses
después de su inicio, comprendemos mejor el cúmulo de irresponsabilidades
multilaterales que han desembocado en esta guerra.
Fuente: Blog de Rafael Poch
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