El 16 de
marzo de 1892 nacía en Perú el poeta y escritor César Vallejo, una de las
grandes figuras de la lírica hispanoamericana del siglo XX. Comunista,
comprometido con la causa republicana, su obra es de una altura expresiva raras
veces alcanzada.
Una reunión de escritores bolcheviques
El Viejo Topo
16 marzo, 2022
Me costó
trabajo y mucho tiempo dar con la casa de Kolvasief. Leningrado es, después de
Londres, la ciudad más extensa de Europa. Añádase la actual deficiencia de los
medios de transporte urbano, el desconocimiento que de la ciudad tiene el
recién llegado y, lo que es más grave, su ignorancia del ruso, y ya podrá
imaginarse el lector lo difícil que resulta para el extranjero dar por sí mismo
con un punto cualquiera de la urbe. Más todavía. La numeración de las casas de
Leningrado obedece a un orden y progresión tan esotéricos e inextricables, que
sólo los iniciados pueden seguirla y servirse de ella. Por fortuna, encontré a
tiempo al crítico literario Vigodsky, que asistía también a la reunión de
escritores bolcheviques. Y Vigodsky vino, asimismo, a guiarme por otro
laberinto: una vez en casa de Kolvasief, había que orientarse en la numeración
de los departamentos y habitaciones, que es mucho más compleja y minuciosa que
la de la calle. Leningrado no sufre de la crisis de alojamientos de que padece
Moscú, pero tampoco hay allí abundancia de casas[1].
La población cabe a las justas dentro del actual perímetro urbano, y para
prevenir inesperados conflictos y desórdenes derivados del creciente
acercamiento entre la ciudad y el campo —acercamiento provocado por la
política de socialización integral del Soviet—, se ha organizado
rigurosamente y en sus
más mínimos detalles el régimen
domiciliario. De aquí que cada casa resulte una colmena, a causa de la
minuciosidad, orden y regularidad de su parcelamiento.
El departamento
al que entramos es amplio, confortable. Leningrado, en general, es una ciudad
holgada, limpia, clara y hasta alegre. El zarismo hizo de ella una urbe
occidental y casi parisiense, en su plano de conjunto, en su estilo
arquitectónico, en su aspecto municipal, en su ornamentación. Residencia de la
nobleza y de la alta burguesía rusa, fue dotada de un confort marcadamente
occidental, al menos en sus zonas centrales. Abundan los departamentos
construidos y orientados a semejanza de los de la rive gauche de
París. El de Kolvasief es así. Sólo que, dentro de la actual vida soviética,
habitan en cada departamento numerosas familias, ocupando, según el número de
cada una de ellas y su género de trabajo, cuatro, tres, dos y hasta una sola
pieza.
Kolvasief es un
joven de unos treinta y cinco años y de cierta distinción personal. Ha sido
diplomático. Un tanto banal y cortesano, sus maneras y su desenvoltura
denuncian al viajero del protocolo, al hombre de mundo. Cuando llegan los otros
escritores bolcheviques, resalta más aún su ceremonial de salón. Kolvasief, sin
embargo, es un gran cuentista revolucionario. Contra la mediocre impresión que
me produjera al comienzo, se precisó luego como un hombre ortodoxo y
profundamente bolchevique. Del salón burgués ha tomado únicamente el deseo de
agradar, la fluidez del gesto, encontrando en el resto de la sociedad
capitalista un motivo de sincera repugnancia. Son muchos los revolucionarios
que, como Kolvasief, egresaron de la buena» sociedad o pasaron por ella. Tal
Chicherin, Lunacharsky, Maiakovsky, Pilniak, Volin y otros.
Llega Sayanov.
Luego, Lipatof y Erlich. Después, Verzint, Chitzanov, Sadovief. Jóvenes todos,
de menos de cuarenta años —poetas, novelistas, críticos, ensayistas—, hacen una
algazara riente y pintoresca. Alegría sana, exuberancia fecunda, fuerza
generosa, instinto colectivo de la vida, praxis creadora. Visten sin pretensión
proletaria, sin mise en scene bolchevique. Ni uniforme
revolucionario, ni blusas amarillas, ni chalecos rojos, ni camisas negras y ni
siquiera los largos pantalones de los sans culottes de la
Convención. Más bien involuntaria negligencia en la raída americana, en la
ausencia de corbata, en el calzado burdo y atollado. Más bien pobreza de
hombres justos y de ninguna manera desarrapado y profesional abandono de
bohemios. En su mayoría son rusos blancos del Norte; «ojos azules de polar
desolación, amoratados rostros, respiración de maelstrom, ceño de
cerrazón a la redonda. Unos vienen a la literatura, directa y conscientemente,
de la clase obrera. Otros vienen de la itzba, por la marea de la
guerra civil. Otros de la pequeña burguesía, por foetazo leninista. Y no pocos
del lumpen-proletariado, redimidos y ganados a la vida de orden y
trabajo. No demuestran por mí esa melosa curiosidad protectora que los
eminentes plumíferos burgueses demuestran ante un escritor desconocido y
extranjero. Me hablan y me tratan con sencillez fraternal.
El más reposado
es Sadovief y el más respetado por ellos. Le consultan continuamente, oyéndole
con cariño y devoción,
—Sadovief —me
dice Kolvasief— es nuestro más grande poeta proletario.
—¿Más grande
que Pasternak y que Maiakovsky? —le arguyo sorprendido.
—El más grande
de todos —me repite Kolvasief con firmeza, y su opinión se generaliza luego,
confirmada por todos les presentes.
Kolvasief
añade:
—Por lo demás,
Maiakovsky no pasa de un histrión de la hipérbole. En cuanto a Pasternak…
Pero mas que
este modo individualista de plantear y juzgar las cosas literarias, me
interesan los modos colectivos, que me permito provocar en alta voz entre mis
amigos rusos. Anoto entonces las siguientes declaraciones, que los escritores
bolcheviques me formulan como signos de su estética:
No hay
literatura apolítica; no la ha habido ni la habrá nunca en el mundo. La
literatura rusa defiende y exalta la política soviética.
Guerra a la
metafísica y a la psicología. Sólo las disciplinas sociológicas, determinan el
alcance y las formas esenciales del arte. Los asuntos y problemas de que trata
la literatura rusa corresponden estrictamente al pensamiento dialéctico de
Marx.
La inteligencia
trabaja y debe trabajar siempre bajo el control de- la razón. Nada de
superrealismo, sistema decadente y abiertamente opuesto a la vanguardia
intelectual soviética. Nada de freudismo ni de bergsonismo. Nada de complejo,
libido, ni intuición, ni sueño. El método de creación artística es y debe ser
consciente, realista, experimental, científico.
Los temas
literarios son la producción, el trabajo, la nueva organización de la familia,
y de la sociedad, las peripecias y luchas ineluctables, para crear el espíritu
del hombre nuevo, con sus sentimientos colectivos de emulación, creadora y de
justicia universal.
En la
literatura rusa hay dos maneras de enfocar la realidad social: la vía
destructiva de beligerancia y propaganda mundial contra el espíritu y los
intereses burgueses y reaccionarios, de una parte, y de la otra, la vía
constructiva del nuevo orden y de la nueva sensibilidad. En esta última se
distinguen, a su vez, dos movimientos concéntricos: proletarización de la
sociedad entera y socialización del Estado proletario.
Ha pasado el
tiempo de las escuelas y cenáculos literarios en Rusia. No queda ni akeísmo, ni
presentismo, ni futurismo, ni constructivismo. No hay más que la F. U. D. E. R.
(Frente Único de Escritores Revolucionarios), cuyo espíritu y experimentos
técnicos pueden sintetizarse en la doctrina general del realismo
heroico.
Los maestros y
precursores rusos de los actuales poetas son Puchkin y Khlebnikov. Blok no deja
nada profundo ni duradero. Las únicas influencias extranjeras se reducen a la
inglesa de las baladas (Kipling, Coleridge) y a la alemana (Heine, Rilke).
Los escritores
rusos forman un sindicato profesional, como las demás ramas de la actividad
soviética. La edición y cotización de las obras corren
a cargo de este sindicato y de una
sección especial del Comisariato de Instrucción Pública, y ellas siguen,
para ser establecidas, un criterio de Estado.
El ejercicio de
la literatura es libre y no está organizado en ninguna escuela o academia
oficial preparatoria, ni se sujeta a programas o cuestionarios coactivos del
Soviet.
El escritor
revolucionario lleva una vida de acción y dinamismo constantes. Viaja y está en
contacto directo con la existencia campesina y obrera. Vive al aire libre,
palpando en forma inmediata y viviente la realidad social y económica, las
costumbres, las batallas políticas, los dolores y alegrías colectivos, los
trabajos y el alma de las masas. Su vida es un laboratorio austero donde
estudia científicamente su rol social y los medios de cumplirlo. El escritor
revolucionario tiene conciencia de que él, más que ningún otro individuo,
pertenece a la colectividad y no puede confinarse a ninguna torre de
marfil ni al egoísmo. Ha muerto en Rusia el escritor de bufete y de
levita, libresco y de monóculo, que se sienta día y noche ante un montón de
volúmenes y cuartillas, ignorando la vida en carne y hueso de la calle. Ha
muerto, asimismo, el escritor bohemio, soñador, ignorante y
perezoso.
La literatura
soviética participa, en cierta medida, del antiguo realismo y del antiguo
naturalismo, pero los excede en sus bases históricas y en sus secuencias
creadoras. Ella no es una escuela, sino un trance viviente y entrañable de la
vida cotidiana. De aquí su diferencia sustancial de todas las demás literaturas
de la historia.
Nota
[1] La superficie media habitable por cabeza de población en las
ciudades soviéticas es actualmente de 6,1 metros cúbicos. Si a esto se añade el
hecho de que la población urbana aumenta en Rusia en un 5,5 por 100 —porcentaje
doble al del país capitalista de mayor desarrollo—, se comprenderá la urgente
política de urbanización a que se halla hoy consagrado el Soviet. De aquí a
fines de 1932 deben quedar urbanizados 43 millones de metros cuadrados de superficie
en el país.
Fuente: Capítulo del libro de César Vallejo Rusia en 1931, reflexiones al pie del Kremlin.
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